Fuente: https://mail.google.com/mail/u/0/#inbox/FMfcgxwHMsPSndPzZnHfHqJDDnhSHxGZ 17.04.2020
hemos aprendido la importancia de producir localmente bienes esenciales
La Covid19 nos ha mostrado, una vez más, hasta qué punto nuestro modelo económico y social es extremadamente frágil y vulnerable. Aparentemente sólido y seguro, en poco más de dos meses el mundo se ha puesto patas arriba y los humanos hemos aprendido, de golpe, hasta qué punto esa solidez y seguridad era un espejismo.
Tenemos que ir acostumbrándonos ya a que las crisis y las turbulencias globales van a ser cada vez más frecuentes y de efectos más profundos: crisis sanitarias, financieras, climáticas, energéticas, etc.. En un escenario como ese, lo que tenemos que pedir a los sistemas esenciales para la vida se resume en una palabra: resiliencia.
¿Y qué pasa con lo que nos llevamos día a día a la boca?
El sistema alimentario convencional es muy poco resiliente, anclado en el mercado internacional de personas y materiales, cualquier disrupción en este significa el bloqueo, la parálisis y el desabastecimiento.
¿Qué podemos cambiar?
La resiliencia se consigue a través de los sistemas alimentarios locales. Resiliencia y relocalización van de la mano. Hemos aprendido la importancia de disponer de producción estatal de productos esenciales para la vida.
El territorio tiene capacidad más que de sobras para alimentar a la población y hacerlo en base a sistemas alimentarios locales, de producción agroecológica y con una inmensa red de producción, transformación y distribución local.
Esta crisis de la Covid19 ha devuelto a lo público la importancia que tiene. La sanidad pública en particular pero la cosa pública en general. Recortar en servicios esenciales, sale caro, muy caro.
¿Qué pedimos?
Un auténtico plan de relocalización alimentaria y de intervención pública en la alimentación que tenga como objetivo asegurar nuestro derecho a una alimentación, sana, justa y sostenible.