Fuente: https://periodicogatonegro.wordpress.com/2022/09/13/hasta-ver-su-fragil-desnudez-humana/
Hace un tiempo sostuvimos que todo vale en el espectáculo político-mercantil de la democracia, del territorio vital colonizado. Si el Estado siempre fue, es y será de excepción porque exceptúa la vida, la democracia siempre fue, es y será de representación porque representa la nulidad de la misma. Vidas delegadas, estatizadas, patrializadas, jerarquizadas y privatizadas.
¿Qué fuerzas se arrogan la capacidad de representar la demasía de la vida? ¿Una parte puede representar al todo?
Más allá y más acá de los indescifrables cálculos de la Máquina, condimentados con lo más burdo de la política farandulera, asistimos al espectáculo ya conocido: un instrumento de falsa unificación de lo separado. Una relación social entre personas mediatizada por imágenes. Un reajuste del tablero de la política, del ejercicio del poder, una nueva afirmación de los amos. Amos que endeudan, que incendian, que devastan, que desaparecen, que gatillan, que torturan, que asesinan democráticamente. Nos seguimos preguntando cuántas vidas vale gobernar. No alcanza con un feriado nacional porque hay un gatillo policial que se concreta cada 17 horas.
En la carne siguen frescos y ardiendo los abrazos, las miradas y las palabras de tantas y tantas madres que, sacando fuerzas de quién sabe dónde, ocuparon las calles de muchos puntos del país para visibilizar lo que el Estado y los tentáculos armados de sus fuerzas represivas realizan cotidianamente con los cuerpos y sueños de sus pibxs. El Estado gatilla cada 17 horas y salen las balas.
Puede resultar un ejercicio interesante discutir a qué se llama violencia para lograr situar gobiernos y democracia en relación con los personajes intercambiables. Si intentar matar a la vicepresidenta y fallar es violencia, desalojar a más de 2000 familias con un ejército policial, ¿qué sería? Si intentar matar a la vicepresidenta y fracasar es violencia, ajustar en los ministerios de Salud, Vivienda y Educación que afectan a millones de personas, ¿qué sería? Si intentar gatillar a la vicepresidenta y fallar es violencia, encerrar al 60% de la población carcelaria sin evidencia, ni juicio ni condena, ¿qué sería? ¿Quién define la violencia y cómo se define? Entonces, ¿a qué llamamos violencia?
La repetición serial de la escena del gatilleo desde distintos ángulos en las pantallas y la obligación de pronunciarse ante ello refuerzan la polarización y el espectáculo, el endiosamiento fanático y el espectáculo, la condena y el espectáculo, la homogeneización de las violencias, encubriendo, de esta manera, la violencia estatal. Se agrega a la serie de violencias: naturalizar y encubrir hambre, pobreza, formas de atención en salud que matan o son serviles a la industria farmacológica, sueldos pornográficos para jueces, legisladores y asesores, medios de desinformación y el intocable extractivismo nacional y popular que niega lo vivo y se expande provocando incendios. A pesar de que no lo queramos ver, la violencia estatal-capitalista siempre está allí, frente a nuestros ojos.
Frente a esto, las supuestas autonomías resultan arrasadas. Los medios hegemónicos pero también los autoproclamados alternativos salen corriendo atrás de la primicia. Espacios, colectivos, organizaciones supuestamente anticapitalistas se apresuran en defensa de la democracia capitalista. No existe lugar para el afuera. Como tantas otras veces, no hay afuera y eso asfixia. Todo en el Estado, nada por fuera del Estado. Todo en la democracia, nada por fuera de la democracia.
El escándalo masivo por los mensajes de odio selectivos, la explicación y todas las hipótesis habidas y por haber están a la orden del día, como si esta vida no estuviera llena de perpetradores de violencia.
La ideología dominante es la ideología de la clase dominante. Siglos de moral burguesa y progresista explota en nuestras caras fortaleciendo el discurso eterno de la otra mejilla. ¿El amor vence al odio? ¿No hay ráfagas de odio en el amor? Hay odios y odios. Muchas veces, el odio como afecto negado nos domestica, adormece y anula. Una madre que sabe de luchas y resistencias nos dijo alguna vez que si ellos nos odian —los asesinos de sus hijos—, odiémosles nosotres también.
El espectáculo y sus aduladores se adueñan hasta del odio: posible vehículo necesario para imaginar otros mundos sin la máscara de la paz social capitalista, genocida y ecocida que tanto se pregona. Paz social que siempre huele mal y que nunca ha significado más que el silencio, complicidad y pasividad de lxs oprimidxs.
¿Por la defensa de la democracia y sus instituciones? Todo se le pide al Estado, a ese mismo que garantiza los mecanismos que excluyen y expulsan. Toda democracia garantiza la normalidad.
Democracia: dictadura de la mercancía, reino de los derechos y libertades, deberes y obligaciones. Negación de la guerra histórica del Estado contra las comunidades. Garantía de la continuidad civilizatoria. Aliada ejemplar para la gestión del Capital, para la ciudadanización responsable, para la mercantilización de los vínculos y los cuerpos, para la devastación de lo vivo. Traficante de la anestesia generalizada que niega lo que el Estado siempre fue, es y será: no un instrumento, sino el Capital organizado despojando, encerrando, envenenando, asesinando y oprimiendo civilizadamente.
“Cuando ves dónde realmente van las balas, esto parece ser un nuevo capítulo del espectáculo”, sostiene una sensibilidad que acompaña hace años a algunas familias que han perdido seres queridos por las balas y desapariciones del Estado. Nada mejor para el orden existente que exacerbar la ilusión de paz social: un fanático, una heroína y miles de espectadores que creen.
Los personajes pasan, generan internas y alianzas, profundizan binarismos: violencia-antiviolencia, peronista-antiperonista, democracia-dictadura. Amor-odio. Entre tanto, la vida.
Las relaciones sociales de la democracia patriarcal capitalista quedan intocables y se fortalecen. Asistimos, así, a la violencia cotidiana producida por este sistema de muerte que ramifica constantemente anestesias morales para naturalizarlas. Se jerarquizan las violencias, haciendo que lxs desposeídxs nos sensibilicemos con el atentado a una burguesa millonaria. Mientras tanto, juventudes empobrecidas por el capitalismo son asesinadas, secuestradas y encerradas en las cárceles sin juicio ni contemplación.
Desnaturalizar el entramado de violencia cotidiana llamada democracia implica un esfuerzo de sensibilidad constante para no dejarse arrastrar por la marea del automatismo ciudadano.
A pesar del atentado en particular hacia un cuadro de la política argentina, la gran victoriosa de estos días ha sido la democracia en general y la burguesía en particular. Todo el arco político, y toda la ciudadanía, incluso la “despolitizada” que no suele militar ni participar de cuestiones sociales, ha sido llamada a reforzar el sistema de muerte que todo lo aplasta. Literalmente, ha salido el tiro por la culata. En un contexto de ajuste, represión y ecocidio brutal, la democracia argentina se ha reforzado, invisibilizando aún más, la miseria rampante que están generando.
Nosotres seguimos insistiendo en que el problema no es tal o cual personaje. Macri, Cristina, Del Caño, Espert, Milei, Bullrich son distintas personificaciones que siempre nos empujarán hacia el precipicio mercantil que sacrifica la vida. Todos son intercambiables y reemplazables para el sujeto automático del Capital. La misma mierda, diferente olor. Quien gatilló ¿busca criticar la alienación social generalizada del capitalismo? ¿Pretende reforzarlo eliminando a la supuesta villana del espectáculo binarista? ¿Es un loco aislado? ¿Un neonazi desagrupado? ¿Un hijo sano del patriarcado?
Sabemos que a lo largo del tiempo cuerpos, memorias, voces, territorios, historias, abrazos, odios, amores, amistades, disidencias, charlas, comunidades, revueltas, insurrecciones, resistencias, afinidades —a pesar del perfeccionamiento cotidiano del arte de gobernar— niegan la naturalización de las redes de opresión y sumisión que endiosan el orden existente. Abrazamos esa negación, hasta deshacer cada tejido de ese orden. Hasta que quede a la vista la frágil desnudez humana de quienes lo sostienen. Una fragilidad sin la protección de corazas ni armaduras democráticas. Y así, de una vez por todas, parir otros mundos construidos con los afectos vitales que no han robado. Afectos que destruyan con la violencia, el amor, el odio y los cuidados necesarios la máscara de la paz social capitalista.
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