23/02/2025

Su último asunto se llama Pansy (Marianne Jean-Baptiste), una mujer de mediana edad a la que la vida ha reducido a un duro embrollo de envidia y desprecio. Vemos cómo pasa de periodos de furia silenciosa a arrebatos de maltrato desencadenados por las cosas más insignificantes: las mujeres que charlan en las colas del supermercado, un hombre que espera su plaza en un aparcamiento, las palomas en el alféizar de su ventana, un obsequio de flores, su hijo comiendo pollo para llevar, un leve toque de su marido en el hombro mientras duerme.
Ver a Pansy enfrentarse a los placeres potenciales de la vida resulta a veces frustrante, hilarante y angustioso. Pero también se comparte rápidamente su rabia por la facilidad con la que otras personas se mueven por la vida, satisfechas de sus trabajos mundanos y riéndose de trivialidades.
«Siempre ha habido gente como Pansy», dice Leigh. «Habrás conocido a varias personas que se comportan de esa manera. Yo, sí». Se encoge de hombros y se ablanda. «Hay alguien muy cercano a mí que jamás soñaría con tener flores en casa. Alguien para quien la idea de un jardín es un insulto». Suelta una risita y luego se calla. «No quiero decir nada más».
Quizás más conocido gracias a su comedia costumbrista de 1977, Abigail’s Party (protagonizada por su entonces esposa, Alison Steadman), a Secrets and Lies [Secretos y mentiras], su oscarizada película de 1996 (también protagonizada por Baptiste), así como a Vera Drake (2004), su drama sobre abortos clandestinos, este hombre de 81 años se muestra a la vez encantador y difícil cuando nos encontramos en un lujoso hotel de Londres. Como autor que declara que «toda la historia» de su carrera ha consistido en resistirse al sistema de Hollywood, además de ser un socialista que apoya a Corbyn, parecen producirle sarpullidos tanto nuestro entorno elegantemente artificial como el propio proceso de la entrevista.
Mi tarea consiste en preguntarle sobre su vida, sus opiniones y la película que acaba de rodar. Pero es el tipo de artista que preferiría que su obra hablara por sí misma y, como miembro del grupo Hacked Off Campaign, campaña que lucha contra la intrusión de los medios de comunicación en la vida privada de la gente, es el tipo de figura pública que se estremece cuando le hago incluso la más educada e inocua de las preguntas sobre su infancia en Salford. Cuando admito que esto me deja un tanto bloqueado, no se apiada: «Ese es tu problema, ¿no?».
«No quiero hablar de mi padre», dice cuando le pregunto si su fascinación por los enigmas de la vida cotidiana comenzó estudiando a la gente que aguardaba en la sala de espera de su padre, médico de cabecera en los años 50. «Vivíamos encima de la consulta, hasta que tuve 12 o 13 años», responde. «Así que pasaba por esa sala de espera cuando volvía del colegio. Pero sería pretencioso, falso, deshonesto o equivocado por mi parte decir que sabía algo en detalle de los pacientes de la consulta de mi padre».
«Mi único recuerdo real es el de los hombres que tosían hasta echar los higadillos, porque era el Norte industrial antes de las leyes por un aire más limpio. La bronquitis crónica afectaba a tanta gente – lo demuestra con un profundo ladrido como de pulmones desgarrados – que era lo único que oía».
Nacido en 1943 en Hertfordshire (mientras su padre servía en el ejército durante la guerra), Leigh asistió al instituto de Salford, donde desarrolló su pasión por el teatro. Sin embargo, en una entrevista de 2014 con Alan Yentob para el programa Imagine de la BBC1 describió «terribles peleas a gritos» con su familia en casa. Dijo que su padre se oponía firmemente a su dedicación a las artes.
A los 14 años, su padre le llevó a ver a un psiquiatra de la Seguridad Social, creyendo que sus inclinaciones artísticas significaban que «estaba yo mentalmente mal por algo». Cuando el psiquiatra le dijo al padre de Leigh que estaba bien, le prohibió seguir asistiendo a las sesiones. Pero Leigh siguió yendo y, cuando su padre se enteró, amenazó con dar de baja al psiquiatra.
A pesar de faltar regularmente a clase – «sólo para escabullirme, no diré más»- y de suspender todos los exámenes de bachillerato excepto tres, Leigh consiguió una beca para estudiar en la RADA [Royal Academy of Dramatic Art], quitándose de encima las objeciones de su padre, que tachaba sus ambiciones interpretativas de «locuras de niña obsesionada con el teatro».
«La suerte ha desempeñado un papel muy importante en mi carrera», dice hoy. «En los años 60 tuve la suerte de trabajar en el flamante Midlands Arts Centre de Birmingham. Tenían un club de arte para jóvenes de 16 a 25 años y mi trabajo consistía en hacer lo que yo quisiera con esos chicos, así aprendí a crear personajes como parte de un proceso de colaboración».
Lo que él describe como «la alegría, el placer, el privilegio» de ese proceso de colaboración lleva sustentado toda la obra de Leigh. Afirma que rara vez empieza un proyecto sabiendo cómo va a acabar, «lo que siempre ha supuesto un reto a la hora de conseguir financiación». Leigh empieza a rodar lanzando algunas ideas a su reparto y trabajando con ellos en largas improvisaciones para desarrollar los personajes y el argumento. Así que nunca sabe cómo va a resultar una película cuando está asegurándose la financiación.
En sus memorias de 2024, Steadman recuerda que estaba «haciendo el tonto en casa» cuando se inventó por primera vez el monstruoso personaje de la azafata de Essex sobre el que la pareja construyó Abigail’s Party. «Adopté una vocecita ligera y ceceante y dije: ‘Sabes, Mike, me encantan las paredes blancas. Me encantan las paredes blancas, pero no me gusta nada que sea gris o marrón. Me gusta que las cosas sean luminosas y espaciosas’».
La animó a ella a seguir adelante, utilizando su típico enfoque de construir seres humanos tridimensionales. «Le hacía preguntas al personaje: ¿Cuál es tu comida favorita? ¿A qué hora te acuestas habitualmente? ¿Cuál es tu programa de televisión favorito? Se inventaba los pequeños detalles. Luego te pedía que salieras del personaje y hablaras de la persona desde un punto de vista objetivo».
Steadman y Leigh se casaron en 1973 y tuvieron dos hijos (Toby y Leo) antes de separarse en 1995. En sus memorias, Steadman le daba las gracias por «abrirme las puertas de la improvisación y permitirme ser creativa y encontrar mi lugar en este mundo».
Posteriormente, Leigh se fue a vivir con la actriz Marion Bailey, que aparecía en Vera Drakey Peterloo, de 2018, sobre la carga de caballería contra los manifestantes que demandaban reformas electorales). A pesar de la visión política en la que se basan esas películas, Leigh me cuenta que su trabajo «no se centra en temas concretos, sino en la gente». Por eso disipa las dudas sobre la apropiación cultural que suscita el hecho de que sea él un director blanco y Hard Truths esté ambientada en la comunidad negra del norte de Londres.
«Eres sólo el segundo periodista que me lo plantea, y es una sandez», afirma. «Absurdo. Mi proceso es siempre colaborativo, así que los actores participan mucho en la creación de los personajes. En resumidas cuentas, he hecho películas y obras de teatro sobre una gran variedad de tipos de personas. Gente moderna, gente del siglo XIX. Una obra sobre australianos griegos. Una película en Irlanda del Norte sobre gente de ambos lados de la divisoria. Británicos de todas clases. Hay personajes negros en todas mis películas. Esto comenzó con mi decisión de recuperar a Marianne. Es una actriz brillante, con un gran sentido del humor y de lo grotesco, con un gran amor por el lenguaje».
«No soy más que yo mismo haciendo lo que hago», continúa. «Son personas. Una familia». Suspira. «No me he sentado a pensar: son negros, son negros, son negros. A menos que tengas un verdadero problema, tampoco vas a pensar eso».
Aunque algunos aspectos específicos de Hard Truths son exclusivos de la comunidad negra, los temas de la película son universales. Yo me reí y lloré viendo a la familia de Pansy luchar por hacer frente a su rabia, y Leigh asiente cuando se lo digo. A lo largo de la entrevista, su mirada se ha ido suavizando en contraposición con su actitud más cascarrabias. Creo que es un cineasta profundamente compasivo. ¿Está de acuerdo? Me responde una última vez. «No me propuse hacer una ‘película compasiva’», dice. «Trata de personas enigmáticas, confusas, con múltiples capas, claras e inexplicables. Por lo tanto, eso te da la posibilidad de simpatizar o de ser crítico».
Me estrecha la mano calurosamente y llama a su publicista. «¡Este periodista dice que soy difícil de entrevistar!». Menea la cabeza y se ríe. «Y no lo soy. De veras que no».
Fuente: The i Paper, 24 de enero de 2025
Padres e hijos, el incómodo genio de Mike Leigh
Jim Hoberman
Una mañana de primavera en una tranquila calle de los barrios residenciales del norte de Londres. En el interior de una casa inmaculada -de hecho, compulsivamente limpia-, se despierta gritando una mujer negra de mediana edad llamada Pansy (Marianne Jean-Baptiste). ¿Cuál era su pesadilla? ¿Está viviendo una? ¿Podría ella ser la pesadilla? Hard Truths, [Mi única familia] la primera película de Mike Leigh en seis años, tiene un título que se presta a múltiples significados y una protagonista cuya complejidad los atrae.
A punto de cumplir 82 años, Leigh no sólo es el mejor cineasta británico vivo, sino también el más dickensiano. Sensible a las desigualdades sociales y algo didáctico, está profundamente comprometido con lo que George Orwell denominó el «culto al “carácter”» de Dickens -o, como diría Leigh, «actores de carácter». Puebla su mundo, casi siempre Londres, con una vívida variedad de solitarios espeluznantes, extranjeros chiflados, babosos hoscos, luchadores grotescos, borrachos desaliñados, adolescentes alienados e inadaptados descontentos, junto con una dosis de tipos robustos y alegres que son la sal de la tierra.
Aunque es claramente un hombre de izquierdas, Leigh (como Dickens) se interesa menos por la sociedad que por la naturaleza humana. Algunos de sus personajes son grandes creaciones: Johnny, el autodidacta nihilista y locuaz de Naked [Indefenso], la abortista del mismo nombre de Vera Drake, Poppy, la implacable maestra de guardería que anima Happy-Go-Lucky [Happy, un cuento sobre la felicidad].
Un estudioso del realismo socialista podría calificar a Poppy de «heroina positiva» poco convencional, en innata sintonía con el bien común. No es el caso de Pansy, interpretada por Jean-Baptiste con agónica convicción. Antípoda de una Poppy siempre alegre y naturalmente altruista, Pansy es paranoica, pesimista y obsesiva, una quejica de lengua ácida dada a invectivas hilarantes, aunque sin humor. A los cinco minutos de empezar Hard Truths, ya está machacando a su silencioso marido y a su hijo con una diatriba contra los perros cuyos dueños los envuelven en abrigos, los bebés con bolsillos en los bodies y los benefactores del vecindario: Es imposible entrar y salir del supermercado, se enfurece, sin toparse con «alegres y sonrientes trabajadores de ONGs que merodean por ahí pidiendo el dinero que tanto te ha costado ganar».
Dickens extrajo material de sus traumas infantiles. También Leigh, que ha hablado de las «peleas a gritos» en familia que tuvo que soportar cuando era niño y crecía en un barrio obrero de Manchester y en un hogar judío observante, hijo de un médico exigente y obstinado que, según Leigh, no sólo desalentaba su interés por el dibujo, sino que le prescribía psicoterapia para curar sus ambiciones artísticas. Las cenas familiares, le contó Leigh a un entrevistador, le dejaron a su cine «munición como para toda una vida».
Leigh rodó su primer largometraje, una comedia dramática provocadora titulada Bleak Moments, en 1971, y más de una década después, el segundo, cuando, tras un extenso trabajo en la televisión británica, apareció con un trío de largometrajes serio-cómicos, con el impulso de los actores, todos ellos sobre la vida doméstica de londinenses de clase trabajadora y desclasados. Primero llegó Meantime, en 1983, seguida de High Hopes, [Grandes ambiciones] en 1988, y Life Is Sweet [La vida es dulce], en 1990. Todas criticaban explícita o implícitamente la economía de oferta de Margaret Thatcher, pero la praxis de Leigh era al menos tan radical como su política. Sus películas, como las del pionero independiente John Cassavetes, eran genuinamente experimentales: sus guiones se basaban en improvisaciones colectivas y se perfeccionaban durante semanas o incluso meses de ensayos, un proceso que Jean-Baptiste, al describir su trabajo en Hard Truths, ha comparado con el psicoanálisis.
Naked, esa obra maestra desoladora, divertida y a menudo repelente de Leigh de 1993, desempolvó un conocido tropo del cine británico: el «joven airado». Encarnado por David Thewlis, el nuevo antihéroe sin hogar de la película despotrica hasta el final de la noche, explotando sexualmente a cualquier mujer que tenga la suerte de cruzarse en su camino. Thewlis ganó el premio de interpretación en el Festival de Cannes de 1994, mientras que Leigh fue galardonado con el de mejor director y se convirtió en un fijo de los festivales. Su siguiente película, Secrets and Lies [Secretos y mentiras], era una comedia dramática en la que una adoptada negra (Jean-Baptiste en su primer papel en el cine) descubre a su madre biológica blanca; ganó la Palma de Oro en Cannes y obtuvo cinco candidaturas a los Oscar.
A lo largo de la década de 1990 y en el siglo XXI, Leigh continuó realizando películas semi-cómicas de conjunto con conciencia de clase, ambientadas todas ellas, salvo Vera Drake, en el Londres actual. Al mismo tiempo, Leigh amplió su obra para incluir «películas de tradición» británica. La inesperada y deliciosa Topsy-Turvy contaba la historia de Gilbert y Sullivan en la creación de The Mikado; Mr. Turner recompensaba a Timothy Spall, habitual de Leigh y simpático trol, con el papel de J.M.W. Turner, el visionario pintor decimonónico; Peterloo, la producción más ambiciosa (y, con diferencia, la más costosa) de la carrera de Leigh, ensayaba la épica histórica, con el auténtico dialecto del Lancashire.
En competencia con los caballeros imperiales del cine británico (Sir Richard Attenborough, Sir Carol Reed y Sir David Lean), Leigh recurrió a escenas multitudinarias mejoradas digitalmente para recrear una matanza de activistas reformistas de clase obrera en un campo a las afueras de Manchester a principios del siglo XIX. El baño de sangre inspiró The Mask of Anarchy [La máscara de la anarquía], el poema de protesta política de Percy Bysshe Shelley, citado más de una vez por Jeremy Corbyn: «Vosotros sois muchos, ellos son pocos». La película fue un éxito de crítica y un fracaso económico.
Tras realizar un drama de vestuario a gran escala, aunque estuviera centrado en la clase obrera inglesa, Leigh ha vuelto al realismo social basado en los personajes de sus primeras películas. No es que Hard Truths sea una película cómoda o pequeña: por íntima que sea, la película de Leigh posterior aPeterloo tiene sus propias cualidades épicas. Su uso de un cuidadoso encuadre de pantalla ancha confiere a este último relato de una familia disfuncional una cierta gravedad trágica, aunque se trata esencialmente de la historia de una persona cósmicamente infeliz, Pansy, presentada más o menos a medida que va transcurriendo su día.
Si una cena con Pansy consiste en un monólogo enfurecido sin parar, una mañana en su compañía es una loca aventura en la que insulta gratuitamente a la vendedora (y a dos clientes) de una tienda de muebles, se enzarza en una pelea de insultos en el aparcamiento y provoca una conmoción instantánea en la cola de la caja de un supermercado.
El comportamiento de Pansy, que al principio resulta gracioso en el sentido escandaloso de los Hermanos Marx, no lo es tanto en lo que respecta a los profesionales médicos cuya ayuda necesita de forma tan evidente. Pansy interrumpe groseramente un examen físico -se refiere al joven médico como «un ratón con gafas que me chilla»- y pone fin a una visita al dentista, gritando que está siendo sometida a «tortura» y que el tratamiento es «inaceptable».
Los detalles de la evidente enfermedad mental de Pansy nunca se explicitan; la cruda realidad es simplemente que la sufre. El sufrido marido de Pansy, Curtley (David Webber), un fontanero autónomo, y su solitario hijo Moses (Tuwaine Barrett), con los auriculares firmemente sujetos a los oídos, son emocionalmente insensibles, tan poco comunicativos ellos como voluble es ella. Chantelle, la hermana pequeña de Pansy, y su familia representan el contraste. Chantelle es madre soltera de dos hijas juguetonas y cariñosas, ambas veinteañeras. A diferencia de la estéril casa de Pansy, su apartamento está lleno de color, de texturas y plantas en flor.
Tal como corresponde a una película que se ocupa mucho de padres e hijos, Hard Truths se centra en el Día de la Madre. Chantelle consigue convencer a Pansy para que la acompañe a depositar flores en la tumba de su madre, un acto que inevitablemente desencadena una retahila de sus miedos y quejas por parte de Pansy. «¿Por qué no puedes disfrutar de la vida?», exclama exasperada Chantelle, provocando que su hermana le responda a gritos: «¡No lo sé!» Ahí está el quid de la cuestión. La escena es el preludio de una dolorosa cena familiar en casa de Chantelle en la que Pansy, entre cuyas fobias evidentemente están los ascensores, sube las escaleras, se niega a comer y sufre una especie de crisis nerviosa, mientras su marido y su hijo, acostumbrados a sus arrebatos de regañinas, aparecen como espectadores paralizados.
Naked, la película más sombría de Leigh antes de Hard Truths, se desarrolla en un Londres nocturno tan infernal como el de William Blake, pero aquí, como en otras películas de Leigh, la metrópolis es soleada, hasta modestamente bucólica. (El título de Life Is Sweet [La vida es dulce], una película que también se centraba en una familia en apuros, no era del todo irónico). Como muchas de las obras anteriores de Leigh, Hard Truths cuenta con una melancólica música de fondo que, desvinculada del drama, transforma a sus personajes y sus vidas cotidianas en objetos de contemplación. El maestro japonés Yasujirō Ozu, cineasta al que Leigh admira, hace algo parecido en sus dramas familiares.
Como Ozu, Leigh tiene tipos y tropos recurrentes. Hard Truths nos ofrece algunos de ellos: niños obesos y deprimidos, hermanas antitéticas, escenas reveladoras en el cementerio y percances en el lugar de trabajo. Estos últimos servían para acercar a las parejas de Life Is Sweet y la más tumultuosa All or Nothing [Todo o nada], de 2002. Aquí no es así. Momentos antes de que acabe Hard Truths, Moses experimenta un pequeño milagro de comunicación humana, amplificado porque ocurre bajo la estatua de Eros en Piccadilly Circus. Pero los últimos planos de la película pertenecen al infeliz Curtley y a la afligida Pansy, a los que se muestra en primeros planos separados.
La verdad más dura de todas no sería ninguna promesa de reconciliación o catarsis emocional para estas dos personas. Sin embargo, el hecho de que podemos ver sentir a Curtley y quizás reflexionar a Pansy, deja abierta la posibilidad de que aún pueda conquistarse duramente la verdad de sus vidas.
Fuente: The Nation, 12 de enero de 2025
Hard Truths capta las ansiedades de la Gran Bretaña de hoy
Claire Biddles
El día que vi Hard Truths [Mi única verdad], de Mike Leigh, se registró una rara alerta roja de tipo meteorológico donde vivo, en el centro de Escocia. La noche anterior, había ido al supermercado y me encontré con una escena de fin de semana que me hizo recordar marzo de 2020. Los clientes solitarios se alineaban en los pasillos preparándose para las 24 horas de encierro ordenadas por el Gobierno, con varias cestas apiladas con más comida, bebida y rollos de papel higiénico de los que se podría pensar que necesitaría cualquier hogar para tan poco tiempo. Sin embargo, había una sutil diferencia en el ambiente: mientras que los que se preparaban para el confinamiento conseguían mantener el pánico a raya, en la cola de enero de 2025 se escuchaban estallidos de ira y frustración. Yo también había sentido mi propia irritación -por la gente que discutía, por los que empaquetaban despacio, por la falta de tomates de última hora- a flor de piel.
Cinco años después de que el mundo quedara bloqueado por vez primera, los polvorines de la ira están por todas partes, desde los cargos políticos de más alto rango en el mundo hasta mi sucursal local del Lidl. Nunca he visto mejor compendio de esta tormenta de mierda emocional, compleja y profundamente contemporánea, que Pansy, el personaje interpretado en Hard Truths por la magistral Marianne Jean-Baptiste, cuya gran actuación se produjo en Secrets and Lies [Secretos y mentiras] la película de Leigh de 1996. Protagonista de la primera película de Leigh ambientada en la Gran Bretaña contemporánea desde Another Year en 2010 -y la primera con un reparto íntegramente negro-, Pansy es una londinense de mediana edad que se pasa el día buscando pelea con desconocidos, durmiendo a horas intempestivas y monologando sobre los desaires percibidos durante el día ante un marido dócil y un hijo en buena medida silencioso. Al principio, su constante indignación es, al menos en parte, como para reírse: la vemos elevar una queja sobre un empleado de una tienda hasta un grado absurdo, y quejarse cuando se le enfría la cena de que los perros lleven abrigos.
A medida que la película se adentra en la relación de Pansy con Chantal, su optimista hermana -interpretada por otra ex alumna de Secrets and Lies, Michele Austin-, Jean-Baptiste revela el dolor emocional que se esconde tras sus arrebatos de ira. Se queja de una «enfermedad», aunque no estamos seguros de si es física o mental: parece porosa, como si se hubiera filtrado en cada célula de su cuerpo. En el dentista, exasperada, se queja de que «me duele cuando hablo, me duele cuando como, me duele cuando bebo, me duele cuando me río». No puede estar hablando sólo de su mandíbula. Me siento muy sola», le confiesa a Chantal tras visitar la tumba de su madre, con gran dolor, pero también con algo parecido al alivio.
Esta sorprendente admisión de vulnerabilidad no conduce a una ruptura fácil. En lugar de arremeter, Pansy se repliega sobre sí misma y sus reacciones emocionales se estancan en sus dos situaciones más extremas. Quiere conectar, pero no sabe cómo, y no es la única. Su gregaria hermana admite que no sabe cómo ayudarla. Su hijo experimenta el mundo exterior a escondidas, con los auriculares contra el ruido puestos y la cabeza gacha en sus paseos diarios por Londres.
Al igual que en muchas películas de Mike Leigh, los personajes secundarios son clave para interpretar el paisaje emocional: en la peluquería de Chantal, una clienta interrumpe bruscamente una conversación fluida para ir a fumar un cigarrillo, como si hubiera olvidado momentáneamente cómo actuar en una situación social. En la película todos tienen momentos de repliegue sobre sí mismos o de arremetida contra el exterior que parecen casi instintivos, aprendidos y cultivados en el extraño mundo (anti)social que hemos vivido durante la última media década.
A lo largo de la carrera cinematográfica de Leigh, el director y sus actores han retratado a menudo el aislamiento de los personajes con respecto a su entorno mediante esta oscilación entre la ira y el retraimiento. En Naked (Indefenso), de 1993, David Thewlis interpreta a Johnny, un solitario profundamente desagradable que, al igual que Pansy, pasa sus días y sus noches emitiendo un continuo comentario de queja. Johnny envuelve su nihilismo en un intelectualismo de hombros caídos: se considera en un plano superior al resto de la gente por no entender que «Dios nos puso aquí sólo para entretenerse», pero no deja de ponerse en su camino, pinchándoles verbalmente hasta que reaccionan. Cuando su monólogo constante se recrudece hasta llegar a algo más agresivo, o cuando se detiene en la calle para soltar un grito, vemos la violencia desplegada que lleva consigo como un arma oculta. De vuelta a la habitación en la que está acuclillado, se enrosca sobre sí mismo, rechazando el mundo con su físico.
En Secrets and Lies, la mayoría de los personajes se lo guardan todo, salvo la Cynthia de Brenda Blethyn, que vive en un constante torrente de lágrimas de impotencia y disculpa. Su hermano Maurice, interpretado con gran empatía por Timothy Spall, tiene paciencia con los esfuerzos de su familia por resolver sus problemas, hasta que deja de tenerla: su arrebato final en una fiesta de cumpleaños nace de una gran frustración por la falta de comunicación y conexión. Pero, al igual que Pansy y Chantal, no tiene una vía clara para superar ese arrebato emocional.
En sus películas ambientadas en el presente, los personajes de Leigh están sumidos en la podredumbre social de su época. La visión del mundo de Johnny en Naked parece la quintaesencia de los 90, mitad ironía y mitad nihilismo a la sombra del sida y en el umbral del nuevo siglo. El furioso profesor de autoescuela de Eddie Marsan en Happy-Go-Lucky, [Happy, un cuento sobre la felicidad] de 2008, es el homólogo de Johnny en la era posterior al milenio, con un derecho masculino especialmente explosivo típico de la época. Maurice es el reverso de este terror machista: un hombre que busca la reconciliación amable sin las herramientas para hacerlo. Está furioso con su familia, pero también con una sociedad británica encorsetada que los convierte en analfabetos emocionales.
La forma única en que Leigh desarrolla sus películas con sus actores favorece esta expresión de los males de la sociedad a través de la caracterización. Sus actores crean sus personajes basándose inicialmente en personas que conocen, para luego darles cuerpo a través de un largo proceso de desarrollo, ensayo e improvisación, un método pionero en el periodo de la BBC de los años 70, que hoy hace que sus películas sean inusualmente difíciles de financiar. En una entrevista con Vanity Fair, Marianne Jean-Baptiste explicó que creó a Pansy basándose en aspectos de cinco personas de su vida, ‘y luego les damos dolor, angustia, decepción, éxito. Así se convierten en personas diferentes».
Mike Leigh ha negado que Hard Truths trate sobre la salud mental, o el COVID, o cualquier otra cosa particular de la actualidad. «Todo mi trabajo consiste en una incesante investigación sobre la gente», declaró a iNews, «el tipo de gente que ves en la calle. Siempre ha habido gente como Pansy».
Es cierto, por supuesto. La rabia y el aislamiento no son exclusivos de nuestro tiempo. Pero cualquier personaje creado a partir de la esencia de la gente que hoy vive debe contener una concentración de la rabia y el aislamiento particulares de hoy: un dolor emocional que va afectando a todo el mundo -a veces en silencio, a menudo no- en cargos políticos, en las redes sociales, en la calle o, de hecho, en la cola del supermercado local.
Fuente: Tribune, 1 de febrero de 2025
Hard Truths se estrena en España el próximo viernes, 28 de febrero.