Fuente: https://www.publico.es/sociedad/coronavirus-sintecho-confinamiento-casa-hospital-calle.html HENRIQUE MARIÑO @solucionsalina
Germán, una vida sin techo: «Ojalá coja el coronavirus para dormir en un hospital»
No puede confinarse en casa porque duerme en el banco de un parque. Sin hogar a los 65 años, se pregunta por qué la policía les regaña por estar en la calle en vez de hacerles la prueba del COVID-19. «Debería ser la primera preocupación del Gobierno».
MADRID
Los sintecho de Atocha viajan a ninguna parte. Ha vuelto la lluvia y ellos se sientan a la vera del jardín botánico. Plantas tropicales que medran en el antiguo apeadero, donde se siguen bajando cada día quienes no tienen casa. Una estación para cada estación: la antaño llamada del Mediodía refresca en verano y templa en invierno. Ahora, que ni se sabe qué tiempo es, seca las ropas húmedas en el andén de la supuesta primavera, porque en vez de salir el sol nos ha salido el coronavirus.
Germán tiene sesenta y cinco años, aunque algunos años pesan más que otros. Él parece ligero de cuerpo, pero esconde un fardo dentro. Lo insinúan los pliegues de su cara, que no son arrugas sino cuerdas. Se lleva la mano a la cara, tira de una y desenvuelve su vida.
«Yo cuando era niño trabajaba de mensajero en bicicleta».
Un crío de Medellín que luego tuvo tantos trabajos que no cabrían en una ETT: vendedor de libros, conductor de bus, taxista, instalador de gas… «Luego tuve que irme de Colombia por ideología».
– ¿Cómo por ideología?
– Discúlpeme, pero ese tema no lo puedo tocar.
Germán recibió asilo político en Ecuador y, dos años después, se instaló en un pueblo perdido en el mapamundi donde hacía un frío tremendo. «Sí, en el norte de Suecia, a ocho horas en bus de Estocolmo. Allí trabajé en una agencia de empleo, en un supermercado, en una ebanistería y en un taller de reparación de bicicletas». Parece que a Germán lo perseguía el ciclismo, aunque en realidad lo hostigaba la ideología. Eso dice él, como todo lo que sigue.
Dice, por ejemplo, que curraba sin contrato. O, mejor dicho, en prácticas, algo que no sorprende a este paso. O sea, ser becario a los sesenta.
«Allí se aprovechan de los refugiados. ¿Sabe usted lo que me trae a España? Un día resbalé en una calle helada, me caí y me fracturé la columna vertebral. Las ayudas que me daban no me alcanzaban para pagar el tratamiento médico, pero los dolores seguían. Por eso me salgo a España a buscar salud. Y aquí la estoy encontrando».
Germán duerme en un banco. No de dinero, sino de madera. Un banco junto a un parque. Un parque junto a una estación. Una estación sin viajeros, que es como un parque sin bancos.
«En abril empezaré a ir al fisioterapeuta».
¿Rehabilitará la primavera a Germán?
¿Respetará el coronavirus el ansiado tratamiento de sus vértebras?
¿Cuándo es abril?
«No me moveré del banco, porque la clínica está junto a la Puerta del Sol».
Germán vivió en una habitación que le ofreció una ONG en un piso compartido. Luego en una pensión de Callao con nombre de mujer. Compartió cuarto, mas salió escaldado de la experiencia. De convivir con un desconocido que colma de adjetivos y de la propia asociación que le proporcionaba alojamiento. «Tener un techo no quiere decir que estés contento, porque a veces te juntan con gente que bebe, se droga, pelea o roba. Las ONG quieren que uno se acomode a los hábitos del otro y así, en vez de progresar, vas en retroceso. Algunas hacen un bien aparente, pero a mí me han hecho mucho mal». Quizás él sea una persona complicada, o compleja, aunque eso deberían decirlo los otros.
«Llevo durmiendo en la calle desde el martes pasado porque no me trataron bien. Me querían mandar de Callao a Vallecas, pero no me reconocen para el metro y yo no puedo perder la fisioterapia». Germán asegura que no cobra ninguna paga. Nada le llega de Colombia ni de Suecia, donde vivió cinco años y cuatro meses, hasta que se vino a España con pasaporte sueco. Cuando da una fecha, detalla el día, el mes y el año. Y en su calendario vital hay muchas. «Llegué a Madrid el 2 de octubre de 2018», por ejemplo.
Almuerza en comedores sociales, y también indica la calle y el número donde se ubican. Suele ir a uno de Chamberí atendido por monjas, aunque a veces se desplaza a otro más lejano, perteneciente a una orden religiosa, para llevarse algo a la boca. «Cuando estoy de ánimos voy a Plaza de Castilla, caminando o colándome en el metro, pero no todos los días tienes la oportunidad de hacerlo. Y con una colada me siento mal, porque es como si estuviese robando algo».
Llegar a los sesenta para ser becario, colarse en el metro y dormir en un banco.
«Éste es mi chalé: una elegancia». Saca el móvil y muestra una foto.
«Y tiene piscina. La hice yo mismo con obra de ingeniería fina. ¡Mira qué bonita!».
Un banco de madera y unos cartones de cartón.
«Aquí tengo yo el despacho».
En él duerme desde hace una semana. Una semana loca de calor hasta que bajó la temperatura y llegó la lluvia. «Frío, el que usted quiera. No tengo una cobija. Duermo con la ropa que llevo puesta. Por suerte, los vecinos son buenos y hay una gente muy querida que me trae comida».
Por el jardín botánico de la estación de Atocha deambulan personas sin destino. Algunas portan una mochila. Otras, una bolsa con comida, que apuran antes de que llegue la hora. Cuando no había coronavirus, se confundían con los viajeros, al tren. Ahora, los invisibles pueden palparse, aunque siguen siendo unos intocables. Ahí están, esperando al bus que por la noche los llevará a un albergue de nombre kilométrico, pues seis son los kilómetros que los separan del Centro de Acogida de Emergencia para personas sin hogar Vallecas.
Germán lleva consigo un maletín, lo único que se ha traído de su despacho, al que regresará pronto. Porque no se subirá al bus, ni tampoco irá a un hostal o a un piso compartido. «Juntan a varias personas de cualquier manera, sin fijarse en su perfil. No puedes mezclar a una sana con una viciosa, ni a una honrada con un ladrón. Ahora duermo tranquilo en la calle, porque no tengo a nadie que me esté puteando ni buscando pelea».
– ¿Pero no le gustaría poder estar en una pensión?
– Claro. Ojalá consiguiera un buen sitio donde dormir. Mas tiene que ser cerca, porque si me sacan de acá no podré ir a fisioterapia. Cuando me fracturé las vértebras, me resultó una hernia discal. Aquí estoy con muletas, fíjate.
Germán enseña un par de fotos tomadas en Suecia. En una de ellas, posa con un andador.
El jardín botánico es el oasis de los sintecho. La calle, un desierto de asfalto por el que circulan buses con un solo pasajero.
La policía, como estos hombres sin hogar, se ha hecho más visible. «Ayer vinieron unos agentes al parque y tomaron nota, como si fuera a aparecer el Samur Social, aunque luego no se presentó nadie».
Lo dice con pesar. Un decir más voluminoso que el fardo que lleva dentro.
«Ojalá me coja un coronavirus y me tengan que sacar del banco y llevarme a un hospital. Yo sé que me moriría, pero ojalá se me venga rápido. Y que me muera. Y que así se den cuenta de la discriminación y el racismo que sufro. ¡Mira, ya está lloviendo!».
Las gotas repican en el lucernario.
«Ojalá coja el coronavirus para dormir bajo techo en un hospital».
Oscurece.
«O para irme de este mundo a descansar».
– ¿No querrá usted eso?
– Yo sí. ¿Por qué no? Estoy cansado. Con el estrés que te emana del racismo y la humillación, te dan ganas de viajar ya. Esto no da tregua. ¡Que me lleve el coronavirus!
– ¿Y en la calle ha sentido miedo?
– ¿De que me coja el coronavirus? Si yo lo estoy anhelando…
[Le preguntaba por otros miedos, pero Germán parece temer más a la vida que a la muerte]
– ¿Echa de menos Colombia?
– Hombre, yo sí quisiera volver…
– Si pudiese, ¿lo haría?
– Cuando se componga la situación en Colombia, yo regreso. Toda persona desea morir en su pueblo. Volver a la tierra en la que nació. Uno quiere a su país como a la mamá.
Pero Germán, ahora mismo, sólo puede regresar al coronavirus.
«La primera preocupación del Gobierno debería ser recoger a los habitantes de calle y luego atender a todos los demás. ¿Por qué no piensan en hacernos pruebas y en poner en cuarentena a los contagiados? Algunos podemos estar infectados, pero no hay humanidad… Si la policía nos ve, lo único que hace es regañarnos porque no podemos estar fuera, cuando nosotros vivimos aquí. ¿Quién entiende eso?».
Los llaman sintecho. Germán se llama habitante de la calle.
«Usted puede estar hablando ahora mismo con un contaminado».
Próxima estación, desesperanza.
«Usted puede estar hablando con un muerto».
Seis pautas para prevenir las infecciones por coronavirus
Los casos de coronavirus continúan aumentando en España, especialmente en la Comunidad de Madrid, el País Vasco y La Rioja. Además de las medidas adoptadas por los Ejecutivos autonómicos y central, recordamos las indicaciones de Sanidad para evitar la propagación del Covid-19.
1. Lavarse las manos frecuentemente con agua y jabón
Lavarse las manos es una de las principales recomendaciones para evitar los contagios de coronavirus, ya que la correcta higiene es una medida esencial para prevenir cualquier tipo de infección. La explicación se encuentra en los efectos que tiene el jabón sobre el virus.
2. No realizar viajes innecesarios
Los viajes de Italia a España han quedado suspendidos hasta el día 25 de marzo, así como los del Imserso, pero además, el ministro de Sanidad, Salvador Illa, ha recordado la importancia de evitar cualquier tipo de desplazamiento que no sea necesario «por responsabilidad».
3. Al toser o estornudar, taparse la boca con el codo
Es recomendable evitar taparse la boca con las manos a la hora de toser o estornudar y hacerlo siempre cubriéndose con el antebrazo o con un pañuelo desechable.
4. Evitar tocarse los ojos y la boca
Las manos facilitan la transmisión del virus, por lo que conviene evitar el contacto de las mismas con los ojos y la boca.
5. Usar pañuelos desechables y tirarlos después
Las secreciones se deben eliminar con pañuelos de papel, de los que hay que desprenderse después de su uso.
6. Las personas con síntomas deben quedarse en su casa
Aquellos que padezcan tos, fiebre y sensación de falta de aire deben quedarse en su domicilio y llamar a los servicios sanitarios marcando el 112 o al número que ha habilitado cada comunidad autónoma para que se les tomen las muestras necesarias y se les indiquen las recomendaciones oportunas.