Georgia: los imperialistas tiran la piedra y esconden la mano

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El fracaso en la Guerra de Ucrania ha llevado a los imperialistas a tentar otra vez las fronteras de Rusia en el Cáucaso, que es un hervidero desde la desaparición de la URSS en los noventa. Han estallado guerras dentro y fuera de las fronteras de Rusia, empezando por Chechenia y siguiendo por Nagorno-Karabaj.

Lo mismo ocurre ahora en Georgia, otro foco de desestabilización que comenzó con la “revolución rosa” de 2003. A lo largo de 20 años el espionaje occidental ha perfeccionado la metodología de los golpes de Estado. En Georgia han creado unas 20.000 ONG para reforzar sus tentáculos sobre el país.

Como en otros países, en Georgia la intrincada red de ONG foráneas es una gangrena política y social a la que el Parlamento de Tbilisi ha intentado poner límites, creando un registro de agentes extranjeros. Cuando más de un 20 por cien de los fondos de una organización local proceden de fuera, debe inscribirse en el registro e identificar a los donantes.

Hasta el más torpe puede entender que algo así no hace más que mejorar la transparencia de las asociaciones y colectivos sociales. No hay argumentos para oponerse a ello. Tampoco es algo característico de Rusia, como dicen los medios de intoxicación occidentales. Incluso en 1938 Estados Unidos creó algo parecido: la ley FARA sobre el Registro de Agentes Extranjeros.

Sin embargo, en las calles de Tbilisi los imperialistas han desatado una campaña de desestabilizadora contra el registro, para lo que no dudan en invocar la “democracia” en lo que no es más que un intento de ocultación de los manejos imperialistas en el Cáucaso.

Lo que las movilizaciones de Tbilisi demuestran es que las potencias occidentales no quieren que se vea su larga mano sobre Georgia, a la que quieren convertir en una segunda Ucrania.

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