Desinformemonos Alicia Alonso Merino
La primera vez que escuché nombrar Aotearoa fue a una pareja de origen palestino que viajaba en la Flotilla de la Libertad, rumbo a Gaza, cuando nos presentamos y me dijeron su lugar de residencia. Creo que ante el estupor de mi rostro, en seguida añadieron: Nueva Zelanda.
Aotearoa -la tierra de la nube blanca- es el nombre originario con el que los maoríes llamaban a la gran isla polinesia antes de la colonización británica iniciada a mediados del siglo XIX y que se está intentando recuperar para reflejar mejor la cultura originaria del país. Como es de suponer, los intereses económicos británicos basados en la minería y la agricultura, chocaron de frente con la cosmovisión maorí. Como toda colonización, las consecuencias en esta gran isla no fueron mejores: en menos de cien años la población maorí fue diezmada de 100.000 a 40.000 habitantes, usurparon sus tierras y asolaron con su cultura y su lengua. Dejando como herencia un racismo estructural causante de mayores tasas de empobrecimiento, de acceso a la educación, sanidad y otros servicios a las poblaciones originarias.
Este inmediato pasado colonial racista ha dejado también su impronta en el sistema penal. Uno de los principales problemas actuales es la sobrerrepresentación de la población maorí en las prisiones. Si en la actualidad las minorías indígenas en el país representan un 15% del total de la población, en las cárceles representan el 50% de la población masculina y el 70% de la femenina. Además una persona maorí tiene muchas más posibilidades de ir a la cárcel que otra persona no racializada, así como que sea condenada con una pena mayor por infracciones similares.
Para denunciar las condiciones de las prisiones, y el tratamiento de las personas Transgénero encarceladas, nació en el 2015 la organización Gentes contra las Prisiones Aoteaora (People Against Prison Aotearoa,1 en inglés y PAPA en su acrónimo). Con el tiempo las personas integrantes en este colectivo han comprobado que las cárceles no reducen los delitos, apartan a las personas de sus redes de apoyo, las inserta en un entorno de violencia, pretendiendo que salgan siendo mejores personas. Además las prisiones reproducen las desigualdades sociales y los desequilibrios de poder. También consideran que si las personas son tratadas con dignidad y respeto y se les brindan los recursos necesarios para sobrevivir y prosperar, podríamos vivir en una sociedad menos violenta y más pacífica. Por ello, se han convertido en una organización abolicionista de las prisiones que trabaja por un país más justo, seguro y equitativo.
Las gentes de PAPA buscan una transformación del sistema de justicia que consideran tiene que ir a la par de una transformación de los servicios sanitarios y sociales para poder abordar las causas que están detrás de una gran parte de los delitos. Por eso demandan una justicia transformadora, enfocada en las personas, las familias, las comunidades, que se responsabilicen de prevenir y responder a los daños que se producen. Una justicia que apoye la curación, la reparación y garantice la no repetición del daño. Una justicia que se base en los valores subyacentes de la cultura maorí, que suponen: tratar a todas las personas con humanidad, dignidad, respeto y compasión (Mana tangata); construir relaciones comunitarias (Whanaungatang); ser responsables, asumir las acciones y rendir cuentas desde una idea de reciprocidad, restauración del equilibrio y rectificar los daños causados (Haepapa) y ejercer cuidado, compasión y empatía (Aroha).
Para ello han establecido una extensa agenda con demandas a corto, medio y largo plazo en política criminal, sistema de justicia y sistema penitenciario. Los requerimientos incluyen entre muchas otras: acabar con la guerra contra las drogas descriminalizando las mismas, desfinanciar las policías, abolir la cadena perpetua y el confinamiento solitario, proporcionar transporte público a las prisiones, incrementar las visitas, establecer soluciones comunitarias para el daño y las violencias e instaurar la Tikanga Maori (que fueron los primeros sistemas legales y de costumbres en Aotearoa y se basan en priorizar las relaciones y la Whanaungatang para resolver los conflictos).
Si las grandes empresas y financieras que se lucran con el colonialismo capitalista generan más daño que el joven maorí que vende metanfetaminas, ¿por qué le tememos más a este último que a los ricos? Las gentes de PAPA lo tienen claro, la única salida socialmente aceptable y alternativa factible es la abolición de las prisiones.