Dos. El régimen de la entidad invasora y neocolonial llamada Israel califica de “terrorista” o “antisemita” a quien se atreva a combatirlo o denunciarlo, al tiempo de presumir que sus Fuerzas de Defensa (FDI) son “el ejército más moral del mundo” ( sic). Elijamos, por ende (y entre miles), un botón de muestra.
Tres. A mediados de febrero de 2024, en los jardines del complejo médico Nasser (ubicado en el sur de la franja de Gaza y uno de los últimos en actividad), soldados de las FDI abrieron una fosa común y arrojaron a dos niños cuyos gritos quedaron ahogados por la tierra que les echó una excavadora fabricada por Caterpillar, famosa empresa israelí (¡compre ahora!).
Cuatro. Meses después, pacientes y personal médico reabrieron la fosa. Aparecieron 392 cadáveres, y el de los niños con las manos atadas a sus espaldas.
Cinco. Así, cuando hechos como el referido son archiverificados (perdón, soy de la vieja escuela…), aparecen dos tipos de actitudes. De un lado, intelectuales a la violeta que, en sintonía con la semántica sionista, califican de “guerra” lo que a ojos de todo mundo es un genocidio. Y por el otro, los que apoyan la resistencia, despojándola de nombre, apellido y conducción política. O sea, las brigadas del brazo militar de Hamas, que evocan la memoria de Ezzeldin Al-Qassam (1882-1935), y las brigadas Al-Quds de la Yihad islámica (traducido, “brigadas de Jerusalén”).
Seis. Ahora bien, si la primera actitud resulta cómplice por omisión, parece que la segunda tiende a olvidar que los pueblos en lucha contra la opresión neocolonial (o frente a una invasión militar extranjera) se liberan echando mano a las armas.
Siete. Algo que, paradójicamente, frente a la escasa moral de su tropa (desertores, suicidados, objetores de conciencia), los altos mandos de las FDI empiezan a calibrar con mayor lucidez que sus mesiánicas dirigencias políticas. ¿Qué de nuevo hay en esto? Por definición y formación, el buen militar admite que si bien la política no es lo suyo, está poco dispuesto a que el mal político le dicte lecciones en el campo de batalla.
Ocho. Y allí, todas las teorías, profecías y cálculos políticos fracasan, con lo cual hablar de “victoria de Israel, derrota del pueblo judío” carece de sentido, porque lo primero es una hipótesis, y lo segundo, un oxímoron. ¿O alguien calificaría de victoria del “pueblo católico” la derrota del imperio francés en México?
Nueve. También hay que ponderar que cuando los grandes líderes y pensadores desaparecen (hechos), su legado queda sujeto a las lecturas de hinchas y devotos (interpretaciones). Así ha sido siempre, de Buda a Gandhi, de Confucio a Mao y de Jesucristo a Mahoma y Marx. Por ello, contados fueron los líderes que, poseyendo ambos atributos (político-militares), cambiaron el curso de la historia.
Diez. Dicho lo anterior, cedamos la palabra a quien hace 46 años, vislumbrando con extraordinaria precisión lo comentado, manifestó: “Señor Presidente: la determinación de Israel de continuar su política de agresión, expansionismo y asentamiento colonial en los territorios que ha ocupado con el apoyo de Estados Unidos constituye una grave amenaza para la paz y la seguridad mundial (…) La cuestión palestina es el núcleo del problema de Medio Oriente”.
Sigue: “(…) La base para una paz justa en la región comienza con la retirada total e incondicional de Israel de todos los territorios árabes ocupados y presupone para el pueblo palestino la devolución de todos sus territorios ocupados y la recuperación de sus derechos nacionales inalienables, incluido el derecho a regresar a su patria, a la autodeterminación y al establecimiento de un Estado independiente en Palestina, de conformidad con la Resolución 3236 de la Asamblea General”.
Y concluye: “(…) Pero no recuerdo nada tan similar en la historia contemporánea como el desalojo, la persecución y el genocidio que hoy perpetran el imperialismo y el sionismo contra el pueblo palestino, despojado de su tierra, expulsado de su propia patria, dispersado por el mundo, perseguido y asesinado. Los heroicos palestinos son un ejemplo impresionante de abnegación y patriotismo, y el símbolo viviente del mayor crimen de nuestra era” (pasajes del discurso de Fidel Castro en la Asamblea General de la ONU, 12 de octubre de 1979).