El Sudamericano
Daniel Guerin: Fascisme & Grand Capital. (Fascismo y Gran Capital), 1936. Libraire François Maspero. 1945. Editorial Fundamentos. Madrid, 1973.
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«…el fascismo no es solamente un instrumento al servicio del gran capital, sino al mismo tiempo, una rebelión mística de la pequeña burguesía empobrecida y descontenta.»
«Las clases medias y el proletariado tienen intereses comunes contra el gran capital, pero su «anticapitalismo» no coincide por completo, y si la burguesía utiliza, agravandola en lo posible, esa divergencia de intereses, no la inventa. Por eso es imposible reunir a la pequeña burguesía y al proletariado en torno a un programa común que satisfaga a ambos. Uno de los dos tiene que hacer concesiones. El proletariado puede hacer algunas, es cierto. Debe de procurar que sus ataques contra el gran capital no dañen al mismo tiempo a los rentistas modestos, a los artesanos, a los comerciantes individuales o a los agricultores que labran su propia tierra. Pero en ciertos puntos esenciales no puede transigir, pues, si para no enfrentarse con las clases medias, lo hiciera, renunciaría al mismo tiempo a herir de muerte al capitalismo.»
«El pequeño burgués es normalmente de temperamento pacífico. Mientras su situación económica es soportable o mientras tiene esperanza de poder mejorarla, respeta el orden imperante y confía en mejorar su situación por medio de reformas. Pero cuando tiene que abandonar toda esperanza de mejora por medios legales y pacíficos, cuando se da cuenta de que la crisis que sufre no es pasajera, sino que es una crisis de todo el sistema social y que sólo puede resolverse mediante una transformación radical de ese sistema, entonces «se vuelve rabioso» y está «dispuesto a tomar las medidas más extremas»1.
Pero su heterogeneidad, su situación intermedia entre las dos clases fundamentales de la sociedad: la burguesía y el proletariado, impiden a las clases medias tener una política propia. Su rebelión no tiene un carácter autónomo y estará orientada por la burguesía o por el proletariado.
Y aquí encontramos la cuestión fundamental: ¿por qué las clases medias, arruinadas y expoliadas por el gran capital, no dan la mano a la clase revolucionaria y anticapitalista por excelencia que es el proletariado? ¿Por qué no se hacen socialistas?
Siempre han existido entre las clases medias y el proletariado organizado divergencias y antipatías que la burguesía, con un arte consumado, ha sabido mantener y avivar.
1. Desde los primeros tiempos del capitalismo, las clases medias están en conflicto con la gran burguesía industrial y financiera, y después de la guerra mundial de 1914-1918 se hacen francamente anticapitalistas. Pero su anticapitalismo es bien diferente del proletariado. Este quiere destruir el motor esencial del beneficio: la explotación de la fuerza de trabajo, la apropiación capitalista de la plusvalía. Por esto ataca al sistema en conjunto y se propone como meta la socialización de los medios de producción. Las clases medias no son víctimas de la explotación de la fuerza de trabajo, sino, primordialmente, de la competencia y de la organización del crédito. Por eso su anticapitalismo es reaccionario, pues en lugar de querer llevar la evolución hasta sus últimas consecuencias: la socialización de los medios de producción, sólo piden que la historia «dé marcha atrás»2. «Lo que desean es una economía poco dinámica, poco progresiva, rutinaria (…). Quieren que el Estado reglamente la libertad y la actividad económicas: para disminuir la capacidad de sus adversarios»3. Sueñan con una capitalismo inofensivo, desembarazado de los abusos de la concentración, del crédito, de la especulación.
Por el contrario, los técnicos y empleados de los grandes consorcios industriales tienen aspiraciones que pueden ser compatibles con las del proletariado: «Muchos quisieran, –escribe Hérisson–, la estatización de estas grandes empresas que no han sabido atraérseles. Esperan que siendo funcionarios tendrían mejores ingresos, mayor prestigio y mayor seguridad. Son de un anticapitalismo mucho más socialista que los comerciantes.4».
Mientras el proletariado rompe los marcos, demasiado estrechos, de la propiedad privada, las clases medias se agarran al clavo ardiendo de la propiedad privada. Y la burguesía capitalista que diariamente las expropia sin piedad, se presenta como la defensora de esa propiedad privada sacrosanta y aterroriza a las clases medias con el socialismo, «negador de la propiedad».
2. Además, las clases medias se encuentran sentimentalmente vinculadas a sus privilegios de clase, y después de la primera guerra mundial su empobrecimiento creciente no hizo, sino exasperar ese sentimiento. El pequeño burgués siente una repugnancia invencible por la clase obrera, por la condición proletaria. En Mein Kampf, Hitler confiesa: «Para las personas de condición modesta que han superado una vez este nivel social, es algo insoportable tener que caer en aquella situación de nuevo». Las clases medias se resisten furiosamente a la proletarización. «Cuanto más amenazadas se encuentran en su propio valor esencial, más se esfuerzan en consolidar su posición. El más ínfimo de los funcionarios o el tendero comido de deudas, siguen considerándose como miembros de una clase superior al proletariado, aunque ganen menos que la mayoría de los obreros industriales»5. El «proletario de corbata», a quien su patrono ha inculcado «un falso sentimiento de respetabilidad burguesa»6, es hostil al obrero; le envidia porque gana más que él y al mismo tiempo trata de diferenciarse de aquél por todos los medios. No perdona al socialismo proletario su intención de suprimir las clases; es decir, sus ilusorios privilegios de clase. Pensando en cómo escapar de la proletarización que le acecha, no puede sentir ninguna simpatía por un régimen socialista que, según él, acabaría de proletarizarle. Por el contrario, está dispuesto a escuchar a quienes prometan salvarle de la proletarización o, si ya ha caído en ella, a quienes prometan «desproletarizarle».
3. La burguesía capitalista trata de utilizar a las clases medias contra el proletariado organizado. Utiliza el hecho de que toda alza de salarios obtenida por los sindicatos grava los costos de producción de las pequeñas empresas más que los de los consorcios. Excita al tendero contra las cooperativas obreras, como hizo después de la guerra en Alemania e Italia, donde el movimiento cooperativo había alcanzado un considerable auge.
4. La noción de lucha de clases, fundamento del socialismo proletario, es completamente extraña al pequeño burgués. Para él, el explotador capitalista «sigue siendo anónimo, invisible, disimulado tras el telón de las transacciones libres»7. Cuando defiende sus intereses amenazados, lo hace con la misma mentalidad que el capitalista contra el que lucha: un individuo contra otro, Hay conflictos de intereses, no hay lucha de clases. Su posición intermedia entre la burguesía y el proletariado explica también que las clases medias condenen toda lucha de clases, tanto la de la burguesía contra el proletariado como la del proletariado contra la burguesía. Creen que la colaboración de clases es posible, que existe un «interés general» por encima de los antagonismos de intereses. Y cuando hablan del interés general, se refieren a sus propios intereses, a sus intereses intermedios entre los de la burguesía capitalista y los del proletariado, Sueñan con un «Estado por encima de las clases» que no esté sometido a la burguesía ni al proletariado, que por consiguiente esté a su propio servicio. Ahora bien, mientras el proletariado no disimula sus armas ni sus objetivos y se declara partidario de la lucha de clases, la burguesía capitalista utiliza la máscara de la colaboración de clases y de este modo separa a las clases medias del socialismo.
5. Otro motivo de desacuerdo entre las clases medias y el proletariado es la idea de nación. Mientras el obrero que no posee, sino la fuerza de sus brazos, «no tiene patria», según la famosa expresión de Marx, el pequeño burgués da a todo lo que posee el nombre de patria. Defender la patria es para él defender sus bienes; su taller, su comercio, sus títulos de la Deuda. Mientras el proletariado es proclive al internacionalismo, la burguesía capitalista, para la que el dinero no tiene patria, se disfraza de «nacional» y seduce así a las clases medias.
Sobre todo después de la guerra de 1914-1918, el nacionalismo de las clases medias estaba sobreexcitado, en Italia, por la decepción de la «victoria mutilida», en Alemania por la humillación de la derrota. Los pequeños burgueses italianos o alemanes estaban convencidos de que su miseria tenía por causa principal «la injusticia de los tratados» o el «Diktat» de Versalles. En vez de odiar a los verdaderos responsables de su miseria, los capitalistas de su propio país, dirigen sus tiros contra la «plutocracia internacional». Anticapitalismo y patriotería, liberación nacional y liberación social se confunden en su espíritu, Por el contrario, en aquella época, los trabajadores, hartos de la guerra y entusiasmados por la revolución rusa, rechazaban el ídolo sangriento de la «patria» poniendo sus esperanzas en la Internacional.
Pero a pesar de todos estos malos entendimientos y antipatías, mantenidos y agudizados hábilmente por la burguesía capitalista, el proletariado socialista, en Italia como en Alemania, hubiera podido neutralizar y hasta llevarse con él a una gran parte de las clases medias. Hubiera podido hacerlo sin negarse a sí mismo, sin hacer concesiones que hubieran alterado fundamentalmente su programa. Las clases medias habrían superado su repugnancia si la clase obrera se hubiera mostrado audaz, resuelta a transformar radicalmente el orden social, a encontrar una salida a su desgracia. Pero, ni en Italia ni en Alemania, los partidos obreros quisieron o pudieron luchar contra el sistema en vigor.»
«Los jefes fascistas, en todos los escalones de su jerarquía, están hechos a la imagen y semejanza de sus tropas: pequeños burgueses o proletarios que han roto con su clase. De los 308 jefes fascistas italianos (mandos del partido o de los «sindicatos»), 254 proceden de la pequeña burguesía. Mussolini empezó a trabajar como maestro rural, pero en ocasiones presume de proletario. «A los veinte años, cuenta a los obreros de las Acerías Lombardas, ya trabajaba yo con mis manos. Trabajé como peón y luego de albañil». Pero Benito Mussolini es un proletario de una especie muy singular. Angelica Balavanova, que le conoció por aquel entonces, le llamaba «vagabundo desclasado». Individualista exasperado, desprecia aquella clase a la que sólo pertenece temporalmente.
Hitler, hijo de un financiero de Aduanas, sueña con ser arquitecto. También se ve momentáneamente obligado a hacer un trabajo manual: «En Viena, cuentan sus panegiristas, trabajó como peón en la construcción, vivió con los obreros y luchó con ellos». Pero es un extraño proletario. Sus compañeros de trabajo –confiesa en Mein Kampf– sólo le inspiraban repugnancia y estuvo a punto de «saltar» de un andamio por haberse negado a obedecer a la disciplina sindical.
El ‘Duce’ y el ‘Führer’ son bien representativos de sus tropas. Aun en pleno éxito siguen conservando un cierto aire plebeyo que halaga y tranquiliza a sus partidarios.»
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NOTAS:
1 León Trotsky: ¿Adónde va Francia?, 1934
2 Marx y Engels: Manifiesto Comunista
3 Hérisson: op. cit.
4 Ídem.
5 H. de Man: op. cit.
6 Marcel Déat: Perspectivas socialistas, 1930
7 Ídem.