Jaime Castán
Los precios de los hoteles han subido en un año un 10,6% de media en todo el Estado español y superan los 150 euros por noche. Acumulan un incremento del 35% en relación a los precios pre pandemia. Mientras tanto, las camareras de piso se dejan la vida limpiando habitaciones a 2,5 euros.
La industria hotelera se ha sumado al carro de subir los precios, aprovechando la inflación de los últimos años, y pasar la noche en un hotel ya cuesta más de 150 euros de media este 2024 —según los datos del primer semestre de este año recopilados por el Barómetro del Sector Hotelero—. Estamos hablando de un 10,6% más de los 135 euros por noche que costaba de media el pasado 2023, y acumulan un incremento del 35% en relación a los precios pre pandemia.
Entre los lugares turísticos más caros se encuentra Marbella en primer lugar, con un precio medio por noche alcanza los 248 euros; seguida a bastante distancia por Barcelona con 189 euros. Si bien los mayores incrementos en los precios se dan en Madrid con un 16% más, Bilbao con el 15,1% y Málaga con el 14,4%. Incrementos que están muy por encima del aumento de los salarios, que el pasado año apenas superó a la inflación con el 3-4% de incremento en función de los acuerdos colectivos.
Mientras tanto, las camareras de piso, encargadas de limpiar las habitaciones de los hoteles, continúan en una situación de subempleo y absoluta precariedad, cobrando una media de 2,5 euros por habitación. Tal y como denunciaban estos días “las Kellys” de Barcelona en sus redes sociales, como trabajadoras en su mayoría mujeres y migrantes, que ven afectada su salud por el volumen y ritmo de trabajo que les imponen los empresarios del sector.
La patronal hotelera está haciendo caja, con unos precios inflados y altas tasas de ocupación, aprovechando la llegada masiva del turismo extranjero. Es una parte del modelo de turismo masivo, como sector central en la economía en el Estado español —12,8% del PIB en 2023—, que viene acompañado de empleos precarios, incluso subempleo como en el caso de las camareras de piso; el deterioro medioambiental y de la convivencia vecinal; o la restricción del acceso a la vivienda por la “turistificación” y la especulación inmobiliaria.