Trump nos muestra sin cortinas el funcionamiento del sistema. Las broncas, amenazas y desprecios que se realizaban en privado, ahora se hacen públicas, como si fuera un reality show, con cámaras y periodistas de testigos, y en directo ante los ojos de millones de personas. Se puede gritar, amenazar, extorsionar y abroncar a la vez que se menciona la diplomacia como la llave que resuelve todos los entuertos. Esta contradicción generar cortocircuitos en las cabezas de los espectadores. Te grito mientras glorifico la diplomacia para resolver nuestras diferencias. Te extorsiono mientras te critico que no quieras la paz. Muchas personas están perplejas ante este espectáculo pero la realidad es que el poder absoluto ha tratado siempre de esta manera a los débiles. Trump es la versión extrema de la política estadounidense desde el fin de la segunda guerra mundial. Pero es una versión de la misma canción. En estos días se habla de Estados Unidos como imperialista, como si en la época de Biden, Obama, Bush padre e hijo, Clinton, Reagan etc hubieran sido otra cosa. Howard Zinn o Noam Chomsky explicaron con claridad aterradora las estrategias y técnicas utilizadas por este país para conseguir sus objetivos. Y con esta frase estamos hablando de millones de muertos y países social, económica y políticamente arrasados. Hablan de valores compartidos pero de alguna manera Europa debe decir alto y claro que no comparte los valores de un país depredador. ¿O sí?
Es todo muy confuso porque nos hablan del mundo libre cuando se refieren al mundo occidental, pero esa libertad se ha construido en base a la servidumbre de otros mundos. Cuando se mencionan los valores europeos, uno no sabe a qué valores se refieren. Si son aquellos que permitieron que en algunos países europeos se levantaran muros para segregar al pueblo gitano. O aquellos que han permitido construir modernos campos de concentración de personas migrantes. O, quién sabe, aquellos que permitieron a la guardia civil española disparar balas de goma o botes de humo contra personas que se balanceaban dramáticamente entre las olas del mediterráneo, perdiendo la vida al menos 15 personas que querían llegar a la playa de El Tarajal. Todo esto ha sucedido en los últimos 25 años. No se produjo en la época nazi y fascista sino en el mundo libre occidental de la Unión Europea. Por eso es confuso cuando se habla de valores. ¿A qué se refieren? Estos valores, más excelsos, como la libertad, la igualdad o la democracia, están escritos sobre el papel pero se diluyen en la práctica. Y esta discrepancia tiene un efecto demoledor en la psiquis de la población europea, que no sabe distinguir entre la ficción y la realidad, y que, en muchas ocasiones, se resuelve validando y justificando comportamientos que atentan contra esos valores tan europeos. El mundo libre de los derechos humanos se derrumba ante las opiniones racistas, xenófobas y los apoyos a políticas de mano dura contra las personas migrantes, que permiten aceptar y, en algunos casos, aplaudir las miles de muertes en el meidterráneo o la criminalización y deshumanización de seres humanos vulnerables.
Trump dice que el mayor problema de Europa es la inmigración pero pensamos, los europeos, demasiado en Putin. Tenemos el punto de mira desviado. La definición de inmigración del magnate delincuente es que son criminales y violadores. Esto lo dice un condenado por la justicia estadounidense. Trump construye realidades dentro de la cabeza de sus simpatizantes, introduce imágenes vívidas directamente en el sistema límbico. No importa que sean falsas. Importa generar un tipo de comportamiento que lleve a miles de zombies a asaltar el capitolio. Los inmigrantes son los nuevos judíos, los negros, los gitanos. Son las víctimas propicias del siglo 21 sobre el que se construyen sistemas de odio. Europa debería defender la migración pero, obediente, la sitúa como un problema a resolver, fortificando las fronteras y persiguiendo a las migrantes. Las problemáticas que generan las poblaciones de migrantes se resuelven desde la integración, el trabajo, la vivienda digna, las sociedades abiertas, el respeto a la igualdad y no con guetos, ni persecuciones, ni policías ni fronteras ni campos de concentración ni discriminación. Las medidas contra la inmigración son el problema en sí y atentan contra los derechos fundamentales en los que se tienen que basar las sociedades libres e igualitarias. Lo que hacemos con las personas migrantes nos define como sociedad y no las frases grandilocuentes sobre el mundo libre y los valores de europeos compartidos con Estados Unidos, la madre drogada de las democracias. Demasiada narrativa de ficción frente a hechos tan descriptivos sobre quiénes somos.
Sí, hay que pensar en Putin. Los agresores nos sitúan ante la decisión clave sobre cómo podemos enfrentarlos, que a su vez deber ir alineada sobre lo que queremos ser y los valores que queremos defender. No es una decisión fácil. Lo más fácil es lo que Trump nos dice que hagamos. Armaros. Cread ejércitos y comprad armas. Ante lo cual, los líderes europeos no parecen tener una alternativa a la altura de lo que dicen, pomposamente, que somos. Ahora están pensando en cómo financiar las compras de las armas de Trump. No quiero decir que no tengamos que pensar en cómo defendernos ante una probable agresión, sino que la respuesta a las amenazas de los reaccionarios no puede basarse, principalmente, en la guerra o en la preparación para la guerra. Pero la clave sigue estando en la definición de quiénes somos porque esto nos indica lo que podemos y lo que no debemos hacer. La importancia de elegir unos medios coherentes con los fines que perseguimos es fundamental. Y esta es nuestra debilidad, ¿quiénes somos, los europeos? ¿podremos dar coherencia a nuestros actos? ¿qué es Europa? ¿lo que está en la cabeza de Orban y Meloni? ¿el mercado único? ¿la democracia? ¿la masacre de El Tarajal? Estamos viviendo como europeos uno de los momentos de mayor inestabilidad desde la guerra fría, en el punto de mira de un sociopata rubio, de cara rojiza y de metro noventa, como si nos hubiéramos convertido en la Nicaragua de los años ochenta o en el Vietnam de los años sesenta del siglo 20. Este proceso de decidir qué queremos ser nos abrirá las puertas del infierno, si triunfan las tesis reaccionarias, o se abrirá un mundo de posibilidades que igual, en el futuro, se le podrá adjetivar como libre.