Estrategias político-militares. Nuestra memoria. No olvidar de

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ESTRATEGIAS POLÍTICO-MILITARES. NUESTRA MEMORIA. NO OLVIDAR DE DONDE VENIMOS por Iñaki Gil de San Vicente

Boltxe

«La palabra “terrorismo” se utiliza en la mayoría de los casos para describir la violencia revolucionaria. Esta es una pequeña victoria para los campeones del orden, en cuyas filas, de ningún modo resultan desconocidos los usos del terror […] Sin duda, hay momentos históricos en los que la lucha armada es necesaria para lograr la libertad de los seres humanos.»

Michael Walzer: Guerras justas e injustas, Paidós, Barcelona 2001, pp. 269 y 280.

«De este modo abordamos, ya en 1949, el tema del “terrorismo” (1949), y luego hemos insistido tanto en él como en la tortura; y esto tanto en la literatura como en el teatro; y así mismo en nuestra vida social y política. Por cierto, que en algún momento de tantos, yo dije algo que muy bien se puede recordar hoy, y que siempre viene a cuento cuando oímos las opiniones bien-pensantes “contra el terrorismo”, y es que se llama terrorismo a la guerra de los débiles y guerra –y hasta “guerra limpia”– al terrorismo de los fuertes.»

Alfonso Sastre: Los intelectuales y la utopía, Debate, Madrid 2002, p. 39.

«Tomado en el más estricto sentido del término, el pacifismo es sumamente inmoral. Casi todo el mundo está de acuerdo con la necesidad de emplear la violencia en circunstancias extremas y excepcionales. La Carta de las Naciones Unidas autoriza la resistencia armada contra una potencia ocupante.»

Terry Eagleton: Por qué Marx tenía razón, Península, Barcelona 2011, p. 177.

1. ¿EN QUÉ CONDICIONES SURGE LA LUCHA ARMADA EN EL PAÍS VASCO? ¿HABÍA OTRA OPCIÓN?

En la mitad de la década de 1950 se habían esfumado definitivamente varias esperanzas sobre la posible democratización política: el imperialismo y la Iglesia apoyaban la dictadura; el PNV no la combatía y la burguesía «nacionalista» sobrexplotaba salvajemente al proletariado amparada por la dictadura; la izquierda estatalista estaba desmantelada; las grandes huelgas iniciadas en 1947 habían sido derrotadas; la opresión lingüístico-cultural era implacable y el euskara retrocedía rápidamente; la autarquía era un fracaso y la pobreza crecía…

A finales de esa década la dictadura acató las órdenes de los tecnócratas del FMI con el Plan de Estabilización; para comienzos de los años 60 el franquismo respiraba de nuevo, pero para entonces se habían producido profundos cambios sociales: una «nueva» clase obrera comenzó a resistir y con ella se fue creando un «nuevo» pueblo trabajador; la vieja izquierda que había luchado entre 1936 – 1945 perdía su escasa fuerza y empezaba a ser desplazada por una juventud combativa; las caóticas barriadas populares, pegadas a las fábricas, se coordinaban y surgían embriones de movimientos populares, entre ellos los de la recuperación lingüístico-cultural; algunos pocos curas se comprometieron con el pueblo…

Internacionalmente las guerras de liberación nacional antiimperialista ofrecían una visión fresca muy superior al cetrino dogmatismo del PCE y de otros grupitos. La crisis capitalista de 1967, el mayo del 68, etc., fueron el desencadenante del proceso. Durante este devenir, los debates sobre la lucha armada, sobre sus múltiples métodos, sobre sus relaciones con otras formas de lucha, etc., fueron permanentes, pero siempre se mantuvo el principio del derecho/necesidad del recuso a la violencia defensiva contra la dictadura y, más profundamente, contra el capital, aunque otra cosa era cómo y cuándo se practicase. Los debates eran inseparables de otros sobre socialismo, independencia, lengua y cultura, etc. ¿Había otras opciones? Sí, desde luego. Muchas organizaciones de izquierda rechazaban la práctica armada, aunque no caían en la aberración moral del pacifismo, pero en aquellas condiciones históricas los grupos armados proliferaron en los países imperialistas, desde Estados Unidos hasta Japón, pasando por Europa.

Centrándonos en Euskal Herria, una razón fundamental por la que la lucha armada arraigó –en realidad, reapareció– hay que buscarla en el desarrollo histórico del capitalismo en cuanto modo de producción dominante en lo político, que no solo en lo económico. Como todas las burguesías, la vasca supo al menos, desde el siglo XV, que necesitaba del poder político-militar para acelerar su expansión económica. Ese poder solo podía obtenerlo aceptando la dominación político-militar española y francesa, y así lo hizo, sobre todo desde el siglo XVI cuando el ejército español invadió lo que quedaba de Estado navarro. Desde entonces el capitalismo en tierras vascas ha dependido y depende de la fuerza político-militar franco-española, y ahora de la OTAN, además de las burocracias socioeconómicas y culturales de esos Estados y de la Unión Europea, que garantizan de algún modo, mal que bien, las condiciones de reproducción ampliada del capital tanto contra las resistencias del proletariado vasco, es decir, contra la lucha de clases interna, como contra la competencia mundial.

Como veremos en las respuestas que siguen, este punto es crítico porque, junto a la lógica misma de la explotación asalariada y del fetichismo de la mercancía que, en lo básico, aseguran la vida del capital gracias a su sorda coerción cotidiana, invisible pero real, junto a esto, la audible y visible coerción, las violencias múltiples que apuntalan la civilización burguesa, están centralizadas estratégicamente por el aparato político-militar franco-español. Más aún, este aparato también centraliza muchas de las tácticas relativamente autónomas de sojuzgamiento y explotación, cuya autonomía relativa funcional a la necesidad de la ganancia capitalista se reduce casi del todo según la gravedad de las crisis socioeconómicas y políticas mostrando su dependencia estructural del Estado.

2. ¿HA HABIDO UN CONTEXTO DIFERENTE EN EL PAÍS VASCO PARA UNA MAYOR RESISTENCIA A LA RESISTENCIA ARMADA? ¿CÓMO FUE ESTO?

Es la ley del desarrollo desigual y combinado la que explica por qué la lucha armada ha durado tanto, llegando en un momento a ser practicada por cuatro organizaciones diferentes, hasta el punto de que no ha sido vencida policialmente. El desarrollo del capitalismo vasco ha sido extremadamente convulso, violento, tenso, porque tuvo que vencer militar y políticamente las tenaces resistencias de la inmensa mayoría de la sociedad a la liquidación del llamado Sistema Foral. Este era una forma de dominación y explotación tardofeudal patriarcal y católico, frecuentemente feroz en sus represiones, pero que atemorizada por las revueltas populares no tenía más remedio que garantizar de alguna manera las necesidades básicas del pueblo trabajador del período, centradas en defensa de las tierras comunales, de los bienes municipales y provinciales, de la fijación de precios máximos, de obligaciones de asistencia oficial por hambrunas, de la no conscripción militar, de la no tortura, etcétera.

La historia vasca no es excepcional ni única. Las resistencias de los pueblos en defensa de sus tierras y regulaciones propias, determinadas en cada época por el poder de las clases dominantes, ha sido una constante ante el avance exterminador del capitalismo. De entre las muchas referencias que Marx y Engels dejaron sobre estas resistencias, ahora destacamos la del libro III de El Capital, en su capítulo XX dedicado a la expansión del capital comercial, donde se analiza la gran capacidad de resistencia de los «sistemas nacionales de producción precapitalista», basados mayormente en las comunas, en las interacciones entre la pequeña producción doméstica y local, etc. Marx cita a India y China como grandes ejemplos. Luego vino el debate de Marx sobre el potencial revolucionario de la comuna campesina rusa…

Sus diferencias con Euskal Herria son obvias, pero aun así la sociedad vasca tuvo una gran extensión de diversas formas de propiedad comunal y pública, que inevitablemente dejaron su huella profunda en el complejo lingüístico-cultural y en las relaciones sociales cotidianas. Salvando todas las distancias, de la misma forma en la que el colonialismo europeo empleó toda clase de violencias atroces para intentar destruir a India y China, y dominar a Rusia, del mismo modo, pero a una escala infinitamente más pequeña, la alianza entre la burguesía vasca y el poder franco-español militarizó la sociedad para imponerse políticamente desde finales del siglo XVIII, habiéndolo intentado con anterioridad.

La lucha de clases en Euskal Herria, desde al menos el siglo XV, ha mostrado una y otra vez la existencia de dos grandes modelos antagónicos de nación: uno, muy poco desarrollado, impreciso, borroso en sus contornos por las limitaciones sociohistóricas; y otro mucho más preciso y concreto debido a que dispone de la propiedad, del poder y del monopolio de la violencia. El primero podemos definirlo como «nacional-popular» según la terminología gramsciana, aunque es más enriquecedor el término usado por Marx de «nación trabajadora». El segundo, como burgués. Naturalmente, entre ambos extremos fluctúan modelos cuyas demarcaciones dependen de la misma evolución de esa lucha interna y, en segundo lugar, externa, es decir, de las contradicciones del capitalismo tal cual existía en cada fase sociohistórica en la que encuadraba esa pugna.

Es fundamental decir que la defensa y recuperación del complejo lingüístico-cultural euskaldun también ha dependido y depende en su raíz del devenir de ese conflicto siempre vivo a pesar de sus períodos de aparente extinción, que vertebra de mil modos la totalidad de la civilización del capital. Otro tanto debemos decir de la lucha contra el sistema patriarco-feudal primero y luego patriarco-burgués, clave para la acumulación ampliada de capital y la eficacia del aparato político-militar. Las resistencias de la mujer trabajadora han sido constantes en estas luchas marcando sus formas y contenidos. Mujer trabajadora, lengua y cultura popular, y defensa de lo común, forman una constante de resistencia a lo largo de las machinadas desde el siglo XV hasta el presente.

Teniendo esto en cuenta, no le resultó fácil en la parte de Euskal Herria bajo dominación española, en la que durante todo el siglo XIX se sucedieron tensiones extremas y guerras de resistencia nacional que la historiografía española ha intentado negar como tales con el ardid de llamarlas «guerras carlistas» o dinásticas. En realidad, eran guerras de clases en las que el bloque burgués contaba con el ejército español, masivamente extranjero en tierras vascas. La derrota político-militar del Sistema Foral fue definitiva en el último cuarto del siglo XIX, pero aun así era tal la resistencia pasiva popular y la diferencia administrativa entre Hegoalde y el Estado español que este no tuvo más remedio que ceder parte de su poder impuesto por las armas a las Diputaciones para lograr administrar el país: eran el Régimen Foral y los Conciertos Económicos mediante los cuales la burguesía ya vasco-española integraba en su estructura de poder a sectores burgueses foralistas y carlistas.

Surgía así una nueva unidad de clase burguesa –con sus diferencias internas– decisiva para mantener el capitalismo hasta hoy gracias sobre todo a la sorda coerción inherente al fetichismo del capital, a la aplastante presencia militar actuante contra la lucha nacional de clases y a la tarea diaria del reformismo político-sindical y cultural defensor del franco-españolismo impuesto al pueblo vasco. Destruido el Sistema Foral, la burguesía empleó estos y otros métodos para abrir una senda a la expansión industrial caótica y atroz, en un régimen que no tenía nada de democrático en un contexto largo de protestas, marchas y manifestaciones, huelgas, huelgas generales e insurrecciones, intervenciones militares, dictaduras y semi-dictaduras, contrarrevoluciones y golpes de Estado que impusieron el contexto en el que, como hemos visto más arriba, surgieron diversas luchas armadas, así como otras formas de violencia defensiva, desobediencia y boicot pacífico, etc.

Un pueblo pequeño, con una lengua preindoeuropea, con una cultura popular y hábitos sociales muy influenciados aún por los restos simbólicos y referenciales del auzolan y de la batzarra, del trabajo colectivo en tareas comunes, etc., este pueblo se encontró en menos de un siglo, desde la última derrota «carlista» en 1876, lanzado brutalmente al torbellino de la industrialización salvaje, sin derechos ni defensas legales. La ley del desarrollo desigual y combinado permite comprender cómo lo nuevo insufla vida a lo antiguo, cómo la industrialización puede reactivar formas autoorganizativas del pueblo trabajador que, en lo básico, se emplearon en pasados conflictos: en las dos guerras llamadas «carlistas», en las huelgas e insurrecciones entre 1890 – 1923, en las luchas bajo la dictadura de 1923 – 1931, en los años anteriores a 1936 y en varias fases desde 1945: se estaba gestando una crisis explosiva que, tras la nueva derrota en la guerra de 1936 – 1945, dio paso a diversas experiencias armadas hasta la aparición de ETA en 1959, una década antes de la recreación del IRA.

Muchas izquierdas revolucionarias se sorprenden cuando, estudiando Euskal Herria, descubren la raigambre de la autoorganización, profundamente anclada en los hábitos culturales cotidianos del pueblo obrero, que terminaron imponiéndose al verticalismo dirigista de las organizaciones de izquierda estatales. Este verticalismo fue dominante en los primeros años de la lucha de proletariado industrial entre finales del siglo XIX y comienzos del XX, pero fue desplazado por la capacidad de respuesta autoorganizada palpable desde 1931 y decisiva en el verano de 1936 para aplastar el fascismo en las grandes barriadas industriales.

Tampoco aquí hay algo exclusivo del proletariado vasco: ya en 1902 Lenin admiraba en el ¿Qué hacer? la experiencia de lucha del campesinado ruso contra el zarismo; la teoría de la espontaneidad de Rosa Luxemburg, por ejemplo, partía de esa misma admiración, y prácticamente la totalidad de revolucionarias y revolucionarios de las luchas anticoloniales y antiimperialistas reconocen la eficacia de la autoorganización popular. Nada de esto anula la función de las organizaciones militantes, de las llamadas «vanguardias» que se han ganado su influencia a pulso, con heroísmo fascinante, reforzando la autoorganización desde ella misma.

Debemos insistir en que la síntesis concreta en el caso vasco de la ley del desarrollo desigual y combinado es la formada por el antagonismo entre la conciencia nacional de clase de amplios sectores obreros y populares, y el imperialismo franco-español en un contexto estructuralmente militarizado, en el que las violencias del imperialismo franco-español también tienen materialidad simbólico-cultural que llega incluso al chauvinismo despectivo cuando no al racismo.

La naturaleza inconciliable de este antagonismo surge de la intolerancia esencial del imperialismo franco-español a todo reconocimiento de derechos cualitativos de Euskal Herria. Tal intolerancia adquiere sus expresiones más violentas en lo relacionado con el contenido liberador inherente a la cultura popular vasca tan cargada de hábitos autoorganizativos esencialmente unidos a la práctica popular cotidiana del complejo lingüístico-cultural. No es por tanto extraño que conforme la opresión nacional se endurece, se incrementan, a la vez, las resistencias que pueden saltar de la cantidad de protestas múltiples a la cualidad de algunas expresiones de lucha armada.

Esta es la razón fundamental por la que, por un lado, hay tantas expresiones diferentes de respuestas y propuesta políticas y culturales masivas y polifacéticas; por otro lado, se mantiene una lucha de clases en su sentido obrero y popular fluctuante pero innegable; y, por último, aunque ha concluido la forma de lucha armada practicada en los últimos años, aparecen autodefensas en manifestaciones reprimidas, protestas activas contra la impunidad fascista, contra la estrategia carcelaria de exterminio, contra la prepotencia cínica de la gran banca…

3. ¿QUÉ HA APORTADO LA ESTRATEGIA POLÍTICO-MILITAR AL PROCESO DE LIBERACIÓN DE EUSKAL HERRIA?

Es muy correcto que la pregunta sea sobre la estrategia político-militar en vez de sobre la lucha armada a secas, porque de este modo se ofrece una perspectiva totalizante y dialéctica de las contradicciones de la realidad, no cayendo en la trampa de focalizarlo todo en el término tan manipulable de lucha armada. Toda, absolutamente toda estrategia política tiene un contenido militar que aparecerá más o menos explícito según los casos, pero que está en su núcleo al margen de que se practique o no. Una de dos: o miente quien sostenga que su estrategia política no tiene nada que ver con lo militar, o solo tiene una táctica reformista que oculta detrás de su supina ignorancia de la historia humana. Ni una, la mentira, ni otra, la ignorancia, son argumentos.

Para finales del siglo XIX se habían concretado las cuatro grandes diferencias que separan absolutamente la estrategia político-militar revolucionaria de la táctica reformista: aceptar o rechazar la teoría de la explotación asalariada, de la ley del valor y de la plusvalía, etc.; aceptar o rechazar la teoría del Estado y de la democracia burguesa como garantes de esa explotación; aceptar o rechazar la visión materialista de la historia que entre otras cosas es atea e inmanente; y aceptar o rechazar la dialéctica como arma revolucionaria basada en la unidad y lucha de contrarios y el principio de negatividad. Las cuatro diferencias tienen sus respectivas conexiones particulares con violencias específicas, y en su conjunto con lo militar en cuanto antagonismo con el capital como relación social de explotación.

Ahora no podemos explicar las relaciones entre el capitalismo militarizado vasco y la cuádruple demarcación absoluta entre revolución y reformismo, o más exactamente entre independentismo socialista y opresión nacional. La síntesis de las cuatro se plasma en dos cuestiones vitales: ¿se puede o no se puede conquistar la independencia socialista solo y exclusivamente por métodos legales?, y ¿qué hacer si la respuesta es negativa, es decir, si se tiene la certidumbre de que el capital jamás se va a suicidar mansamente? Está claro que queda la tercera opción: excluir el contenido socialista de la independencia y reducirla a una soberanía burguesa sujeta al dictado del imperialismo. Pero aquí no contemplamos esta huida hacia la nada.

Desde esta perspectiva, la estrategia abertzale reforzó la praxis del pueblo trabajador en cuatro cuestiones decisivas.

Una, la lucha contra la explotación asalariada demostrada con hechos como el alto número de luchas y huelgas, de delegados sindicales no integrados en el sistema, las relaciones entre la lucha obrera y la de los movimientos populares, etc. Este avance fue desplazando a la mayoría sindical reformista, creando las condiciones para la radicalización de sectores obreros, ampliando el sindicalismo de confrontación y lucha a franjas trabajadoras no sindicalizadas, etc. A pesar del giro interclasista de la dirección abertzale buscando acuerdos con la burguesía autonomista y la reciente ampliación de ese giro hacia la socialdemocracia y el eurocomunismo y sus correas sindicales, a pesar de esto, es incuestionable que la estrategia político-militar ayudó a crear una vanguardia proletaria dentro del pueblo trabajador que hoy, ahora, empieza a mostrar su fuerza.

Dos, la estrategia abertzale logró deslegitimar el Estado y la monarquía militar como ninguna otra fuerza en la península: en Hego Euskal Herria, el Estado español y su tramoya parlamentaria no se han mantenido gracias a la decreciente legitimación que tenía en los sectores unionistas de la población vasca, claramente en retroceso, sino a la presencia palpable y a la vez difusa de sus fuerzas militares, incluidas en ellas las policías regionales y la industria de la seguridad, y al apoyo incondicional y permanente de la burguesía local y sus medios de alienación y cooptación. No debemos olvidar la tarea legitimadora del Estado realizada por la industria cultural, la universitaria, la del deporte asalariado, etc. Desde hace unos años sufrimos una contraofensiva que busca relegitimar al Estado y su democracia por todos los medios, también aprovechándose de los llamamientos a la paz, la normalización, la convivencia, etc., del soberanismo abertzale. La paz como absoluto kantiano es imposible en el capitalismo, todo lo más que puede lograr el reformismo es que la burguesía reduzca un poco la intensidad y alcance de algunas de sus violencias en formas de explotación que no son imprescindibles para el aumento de su tasa de ganancia, nada más.

Tres, la estrategia abertzale destrozó el esencialismo reaccionario de la burguesía autonomista y regionalista, sacando a la luz su naturaleza capitalista, obligándole a reconocerlo explícitamente a pesar de las liturgias de masas creyentes del Alderdi Eguna y de los sermones de EITB. También ha ayudado sobremanera al descrédito de la Iglesia, organización político-empresarial a las órdenes de un Estado extranjero, el Vaticano, aliado estratégico del imperialismo franco-español. Unido a los dos méritos anteriores, ha ayudado a la emergencia de un potente movimiento revolucionario de mujeres que avanza en la destrucción práctica del terror sexo-patriarcal sostenido en el esencialismo y en la religión, con efectos liberadores casi incalculables. La recuperación de colectivos de izquierda abertzale también tiene que ver con la inmanencia del materialismo histórico aplicado hasta hace unos años: es la lucha de clases interna a Euskal Herria y, a escala más amplia, interna al capitalismo mundial, la que decide el presente y el futuro de nuestro pueblo.

Cuatro, la estrategia abertzale facilitó que la militancia y los sectores conscientes empleasen la ley de la contradicción en su vida cotidiana, superando la metafísica y el positivismo. Mientras que el intelectualismo progre deambulaba como un pato mareado alrededor de los autores encumbrados por la industria cultural, la militancia abertzale impulsaba la autoorganización popular, denunciaba la contrainsurgencia del plan ZEN, derrotaba la nuclearización, rechazaba la OTAN y su base de tiro, humillaba la trampa constitucional, derrotaba a las narco mafias protegidas por el Estado, recuperaba el euskara, creaba medios de prensa crítica, luchaba por la Amnistía y denunciaba la tortura, frenaba a la patronal, mejoraba las infraestructuras, llevaba la contradicción a instituciones y parlamentos, era internacionalista y antiimperialista, creó contrapoder en problemas estructurales… La dialéctica son las masas en acción y por eso no hay que popularizarla, porque asusta a la burguesía. Desde mediados de los años 90 la dialéctica de la unidad y lucha de contrarios fue desapareciendo para terminar imponiéndose el sentido común, el pragmatismo y la mortaja de la no contradicción.

4. ¿EN ALGÚN MOMENTO DEL PROCESO DE LIBERACIÓN LA LUCHA SE CONVIRTIÓ EN UNA FORMA INTRANSIGENTE? ¿POR QUÉ?

La pregunta no precisa si se refiere a los supuestos efectos negativos que ha podido tener la estrategia político-militar o a la lucha armada sobre el proceso de liberación vasco, si bien habla de modo de lucha, pudiendo dar a entender que se refiere a la lucha armada. Teniendo esto en cuenta, la mejor manera de responder a la pregunta es analizar qué repercusiones negativas han tenido las sucesivas doctrinas, sistemas, estrategias y tácticas de contrainsurgencia aplicadas por el Estado contra la cuádruple característica de la izquierda abertzale. Tengamos en cuenta que la «derrota del terrorismo» era el primer objetivo oficial de estas doctrinas, fachada cierta que ocultaba el verdadero fin: acabar con el independentismo socialista como paso para borrar la conciencia nacional de clase.

Hay que decir que ninguna de las sucesivas contrainsurgencias aplicadas fue –sigue siendo– creación exclusiva de los aparatos represivos de los Estados español y francés, sino que todas ellas recibieron «consejos» de otros servicios imperialistas: creación de «gestos por la paz», «madres por la paz», «manos blancas», «asociaciones de víctimas», «prensa libre», fundaciones «sin ánimo de lucro» en pos de la «convivencia», centros de «resolución de conflictos»…; ayudas en métodos de interrogatorios y torturas, seguimientos, control y vigilancia, infiltración, provocación, guerra sucia…; formas de guerra cultural, manipulación psicológica, mentiras, bulos y rumores… Todo vale.

Centrándonos en los cuatro puntos vistos, hemos de decir que no empezaron a tener problemas debido a los golpes del capital todos a la vez, en bloque y al unísono, sino por separado y con ritmos diferentes porque empezaron a recibir de manera desigual los diferentes zarpazos y dentelladas lanzados por la contraofensiva general del capitalismo mundial y sus materializaciones concretas en los Estados francés y español. Como sabemos esa contraofensiva que vulgarizamos con el nombre de neoliberalismo empezó con el golpe militar de Pinochet en Chile en 1973, dentro del Plan Cóndor que exterminó físicamente el grueso de la izquierda revolucionaria en Nuestramérica. Poco después, desde 1975 el proletariado de Alemania Federal empezó a sufrir golpes similares –el monetarismo– pero adaptados a la «democracia occidental», luego le seguirían la reducción de derechos sindicales en Estados Unidos, Gran Bretaña y el resto del mundo capitalista.

Desde antes de la muerte del dictador Franco, el reformismo político-sindical empezó a denunciar la radicalidad del movimiento obrero vasco, diciendo que la lucha armada debilitaba su fuerza. En la historia de ETA se había debatido que la represión dificultaba la creación de un potente sindicalismo abertzale y se tomaron medidas al respecto. Los ataques al proletariado vasco vinieron desde todos los frentes: desmantelamiento industrial, intentos de acabar con el marco vasco de relaciones laborales, defensa de los Estados español y francés como únicos garantes de mejoras sociales, rechazo casi total de cualquier lucha o huelga larga y de casi todas las huelgas generales, indiferencia o rechazo de la lengua y cultura vasca en la lucha obrera, negativa a estrechar lazos con el movimiento popular y vecinal, lucha contra el «terrorismo», etc. Aun así, en Hegoalde el sindicalismo español sigue retrocediendo y se recompone también en Iparralde un «nuevo» sindicalismo abertzale que se autoorganiza para combatir las nuevas formas de explotación.

Si el capital no ha logrado todos sus objetivos en el ataque al proletariado, tampoco el Estado ha conseguido dotarse de una legitimidad «democrática» a pesar de los sucesivos planes de contrainsurgencia que comenzó a aplicar desde finales de los años 70, antes del gobierno del PSOE. Es cierto que ahora no se ven en las calles tantos controles de las fuerzas armadas españolas, pero su presencia es innegable. La vigilancia física, que no ha desaparecido, ha sido reforzada masivamente por las nuevas tecnologías de control que llegan a lo más íntimo de la cotidianeidad. El endurecimiento de las «represiones blandas» –ley Mordaza, etc.– tiene efecto-rebote contra la débil legitimidad estatal y contra la cada vez más cuestionada omnipotencia de las policías autonómicas y forales. Si bien es cierto que el apoyo de EH Bildu al gobierno español mitiga en algo la profunda ilegitimidad del Estado en el pueblo trabajador, no es menos cierto que el imparable empeoramiento de las condiciones de vida, trabajo, derechos y libertades vuelve a debilitarlo.

Por ejemplo, también se produce un efecto-rebote al conocerse la tramoya político-económica interna que sostiene a ese bodrio maniqueo, intelectualmente plano y con trozos plagiados, que es la novela Patria. Estamos ante otro de tantos métodos de guerra cultural que repite los mismos errores de aquel montaje que fue la declaración de Donostia como capital de la supuesta «cultura europea» en 2016, por citar un solo caso del empleo de la ideología imperialista como arma de contrainsurgencia.

A los fracasos relativos del imperialismo franco-español contra el movimiento obrero y contra la legitimidad del independentismo socialista, hay que unirle también su fracaso en el intento de acabar con la (re)construcción a modo de ave Fénix de la izquierda abertzale tras el bajón sufrido entre 2011 y 2016. La orfandad teórica que minó la solidez de la militancia desde finales de los años 90 está siendo superada gracias a que el arraigo del materialismo histórico pudo dar respuestas básicas a los nuevos ataques burgueses arriba vistos. Fue una tarea ardua, sistemática y paciente llevada a cabo por grupos de militancia crítica que ahora, bajo el impacto terrible de la Covid-19, está demostrando sus méritos y eficacia en los debates para concretar la aún imprecisa estrategia revolucionaria que dirija la lucha contra el «nuevo» capitalismo.

Semejante labor también está facilitada por la pervivencia en sectores concienciados de la ley de la unidad y lucha de contrarios, que en lo social explica la objetividad de la lucha de clases al margen de la subjetividad fetichizada. La Covid-19 confirma la emergencia de lo nuevo, el salto cualitativo, el principio de concatenación universal, etc., elementos sustanciales de la dialéctica, y por ello mismo la interpenetración entre la crisis socioeconómica y la crisis sanitaria como elementos definitorios de la crisis política de legitimidad del capitalismo. Así se comprende mejor el valor crucial de la praxis como momento de opción revolucionaria organizada después años de bombardeo ideológico sobre la «paz».

Este repaso rápido de los cuatro componentes esenciales de la estrategia revolucionaria desde finales del siglo XIX –teoría de la explotación, teoría del Estado, materialismo histórico y dialéctica – , muestra que las movilizaciones y reivindicaciones que el pueblo trabajador ha sostenido con su compromiso diario no han sufrido un fuerte desgaste por la sistemática campaña «anti-terrorista». Más bien, han sido los cambios introducidos por el capital desde hace más de tres décadas, y el mismo agotamiento de las formas de lucha contra el Estado keynesiano y taylor-fordista, los que han pulverizado a las izquierdas ancladas en dogmatismos mecanicistas y metafísicos que daban y dan más importancia a los resultados electorales generales, a la presencia en las instituciones burguesas, que a la fuerza real de la clase trabajadora, con sus altibajos, demostrada durante décadas a pesar del bombardeo represivo.

5. ¿EXISTEN CONDICIONES PARA LA LUCHA ARMADA HOY?

La respuesta depende de lo que entendamos por «condiciones». En abstracto, algunas veces pueden darse «condiciones» para que surja algo parecido a la lucha armada, si por tal cosa se entiende la aparición de grupúsculos guiados por un voluntarismo subjetivista extremo con nulo o muy débil arraigo en el pueblo trabajador, y menos aún en el proletariado. Es más fácil que surjan grupos que no practiquen la lucha armada sino formas de sabotaje no violento, boicots, pintadas, concentraciones y escraches, etc., pero esto nos lleva a cuestiones que no podemos desarrollar ahora.

En concreto, hoy no hay condiciones para iniciar una lucha armada como la mantenida en los últimos tiempos por dos razones básicas: una, porque el grueso de la izquierda vasca no conoce con la suficiente precisión teórica y ductilidad práctica todos los recovecos de las nuevas formas de explotación, todas las violencias por ellas generadas, todas las ramificaciones sociales que surgen de ellas y cuyo conocimiento es necesario para iniciar una estrategia larga de enfrentamiento. Aunque en las dos últimas décadas y sobre todo desde 2007 el proletariado y el pueblo trabajador venimos sufriendo el nuevo salvajismo, y aunque los avances teóricos son innegables, todavía el promedio social interpreta la situación sociopolítica en buena medida según de los códigos anteriores.

Recordemos los años de preparación clandestina que mantuvo Ekin desde 1952 para dar el salto a ETA, y el tiempo que esta organización tardó en recorrer los niveles más bajos de acciones, desde pintadas y regadas de propaganda, hasta unas pocas bombas sin buscar daños, pasando por banderas y requisas a la burguesía desde 1965 antes de dar el salto decisivo en 1968. Durante este tiempo, la militancia se fue preparando, estudiando la realidad vasca, debatiendo y escindiéndose. Muchos tuvieron que aprender o mejorar la lengua y todos la verdadera historia popular de Euskal Herria. Trece años de estudio transcurren desde Ekin hasta la asunción de un socialismo sui generis por ETA en su IV Asamblea de 1965. La dictadura franquista y la extrema debilidad organizativa de las izquierdas, así como su descarado españolismo, dificultaron ese estudio, pero aquella juventud tenía voluntad de aprender, estaba cerca de la frontera con Iparralde, lo que facilitaba el acceso al conocimiento, y disponía de una excelente y dura memoria militar heredada de tantas guerras.

Y dos, porque la apología de la «paz», el abandono de la ética de la resistencia y del derecho a la rebelión, así como el desmantelamiento de las estructuras que se ha llevado a cabo en la última década, unido al debilitamiento teórico anterior, han enfriado casi por completo el clima psicopolítico necesario para un cuestionamiento radical de la obediencia inconsciente de las masas. Si bien, como hemos visto arriba, el Estado no ha logrado victorias estables que le garanticen un largo período de «normalidad social» con la que explotar tranquilamente al pueblo trabajador, no es menos cierto que por ahora se ha debilitado la disposición psicológica de sectores para, al menos, apoyar de algún modo a quienes podrían seguir resistiendo. Si bien, como hemos visto, todo parece indicar la tendencia al alza de la radicalización autoorganizada fuera de los partidos que acatan la ley burguesa como único medio de acción política, todavía quedan sectores encadenados por la obediencia irracional, por el pragmatismo oportunista o por el sentido común como expresión del pensamiento dócil.

Hoy por hoy, apenas se teoriza sobre la esencia definitoria de la especie humana genérica: en el principio fue la acción para defender o conquistar la libertad y no el verbo para implorar perdón y dádivas.

6. ¿CÓMO HAN AFECTADO LAS ESTRATEGIAS DEL PAÍS VASCO A OTROS PUEBLOS OPRIMIDOS?

Dicho rápidamente, podemos discernir al menos cinco grandes influencias muy positivas:

La primera, el soplo de esperanza que alegró a las organizaciones clandestinas y a los sectores sociales que empezaban a enfrentarse al franquismo desde la década de 1960, cuando las todavía escasas pero heroicas luchas obreras en el Estado, como la de los mineros asturianos de 1962, eran reprimidas salvajemente y silenciadas por la dictadura. En este mismo año, las huelgas se extendieron por Catalunya, Andalucía, Madrid, Galiza… La declaración de Estado de excepción en ese 1962 en Bizkaia y Gipuzkoa fue un aviso de que las cosas empezaban a cambiar. La huelga de casi seis meses en la empresa vizcaína Laminaciones de Bandas en 1966 – 1967 fue seguida con gran interés por las clases explotadas. También. En aquellos años de plomo, las buenas noticias eran como lluvia en el desierto. La resistencia antifranquista empezaba a dejar de ser subterránea, difusa, para ir tomando consistencia, como se demostró con la huelga de SEAT en 1971 o en la del Ferrol en 1972.

La segunda, la militancia que por medidas de seguridad tenía que dejar Euskal Herria trasladándose a otros pueblos del Estado. Mucha de ella provenía de las escisiones sucesivas de ETA, lo que ayudaba a organizar la lucha en el Estado y a divulgar la causa vasca. Pero más importante fueron las relaciones y las alianzas que ETA-berri y ETA VI establecieron con organizaciones del Estado español y de Europa para crear partidos revolucionarios que tras una decantación terminaron asumiendo líneas maoístas y trotskistas que llegaron a tener bastante implantación en medios estudiantiles, populares e intelectuales. Con el tiempo, buena parte del apoyo que tuvo Herri Batasuna en las elecciones europeas provino del internacionalismo de estas organizaciones.

La tercera, el internacionalismo de ETA V en el Estado no solo para crear redes de apoyo para su estrategia político-militar sino contactar y relacionarse con personas y grupos revolucionarios, culturales, obreros y populares, con ejemplos muy conocidos. Estas relaciones, unidas a las anteriores, crearon las redes de solidaridad vitales para la lucha contra la represión, contra los consejos de guerra y los juicios en la Audiencia en Madrid, las redes de ayuda a las visitas a las cárceles de familiares de presos y presas, etc. Estas redes también se extendieron al Estado francés. Todo ello facilitó de algún modo los contactos con movimientos sociales, sindicatos y partidos, grupos culturales, etc., sobre todo en las naciones oprimidas.

La cuarta, sobre lo anterior más el aporte de las luchas obreras y populares en Euskal Herria, surgieron muchas relaciones internacionalistas para enfrentarse a opresiones comunes, como la larga lucha contra la nuclearización en la que el movimiento antinuclear vasco era referencial; otro tanto en la defensa de los derechos democráticos, laborales, sociales, contra la opresión nacional, contra la tortura y los inicios de la solidaridad antipatriarcal, etc.; recordemos el apoyo electoral a Herri Batasuna, pero no olvidemos la solidaridad teórica con debates sobre las diferencias político-organizativas entre la forma-partido verticalista y la forma-movimiento del MLNV, forma que fue uno de los secretos de sus victorias que ahora se olvidan o se niegan; relacionado con esto, recordamos la enorme aportación que supuso para muchos grupos del Estado la larga lucha vasca contra la heroína como arma de destrucción biológica; también reivindicamos los lazos político-culturales formados al calor del rock radical vasco y de la recuperación de la cultura popular…

La quinta, a otra escala estas relaciones u otras similares se establecieron con partidos y organizaciones revolucionarias de Nuestramérica, incluso con la participación de vascas y vascos en guerrillas con ejemplos admirables que honramos. También las hubo con grupos culturales y prensa de izquierda. En Europa la acción internacional del MLNV fue surtiendo efecto como se comprobó primero durante el consejo de guerra de Burgos de finales de 1971 y sobre todo contra los fusilamientos del 27 de septiembre de 1975.

Uno de los objetivos centrales de la llamada «transición democrática» fue debilitar en la medida de lo posible las relaciones internacionales de la izquierda abertzale, relaciones legales en el marco democrático del momento. Como casi la totalidad de las relaciones eran con grupos obreros y populares, organizaciones de izquierda, etc., la burocracia dirigente del PCE presionaba mucho a sus bases para que no se relacionasen con la izquierda vasca, presiones despreciadas por la militancia. Para debilitar la presencia internacionalista de la izquierda abertzale hizo falta: la criminalización y las sucesivas represiones e ilegalizaciones que golpearon a la izquierda vasca; el debilitamiento de los colectivos solidarios por la desindustrialización dirigida por el PSOE; el reflujo de la lucha de clases que ello acarreó y por efectos desmovilizadores del reformismo político-sindical; la reactivación del nacionalismo imperialista español…

Iñaki Gil de San Vicente Euskal Herria, 25 de septiembre de 2020

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