Estados Unidos sigue controlando las puertas del Sahel

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Las fichas del Sahel ocupan hoy un lugar especial en el tablero africano, especialmente Burkina Faso, Níger y Mali, que comparten muchas características recientes, especialmente los golpes de Estado militares y el despido de los colonialistas franceses.

En julio del año pasado Mohamed Bazum, presidente de Níger, fue derrocado por un golpe de Estado perpetrado por el general Tchiani. Tras la toma del poder, se tensaron las relaciones con los colonialistas. Al igual que Burkina Faso y Mali, Níger ha roto sus vínculos con Francia. Una serie de acontecimientos han vuelto execrables las relaciones entre París y Niamey.

El año pasado Francia se mostró intransigente con el nuevo gobierno militar. Pensó que podía contar con los 1.200 efectivos militares que tiene Estados Unidos en el país para que no les expulsaran.

Al principio, Estados Unidos hizo lo mismo. Pero no rompió completamente sus lazos con el nuevo gobierno porque tenía sus propios planes. Nombró un embajador el día después, casi como un reconocimiento oficial de los golpistas, y varias delegaciones diplomáticas han viajado a Niamey estos últimos unos meses.

El martes llegó la última, encabezada por Molly Phee, secretaria de Estado encargada de Asuntos Africanos. Primero se entrevistó con el primer ministro Lamin Zeine y luego con el general Tchiani.

Phee ya estuvo en Níger hace unos meses prepararando el terreno. Pero no es más que un florero diplomático. Lo que destaca en la delegación estadounidense es la presencia de Celeste Wallender, subsecretaria de Defensa encargada de los asuntos de seguridad internacional, y del general Michael Langley, jefe del Africom.

La composición de la delegación estadounidense demuestra que Estados Unidos está decidido a mantener relaciones cordiales con los militares nigerinos en un momento en el que la influencia de Rusia no hace más que aumentar en el Sahel. Washington tiene importantes intereses en Níger, empezando por una base militar en Agadez que desempeña un papel estratégico.

Agadez: un cruce de caminos en medio de las arenas del desierto

Las puertas de entrada y salida del Sahel están en Agadez. Desde que en 2011 la la OTAN destruyó Libia, por sus calles polvorientas ya no circulan turistas. Se acabaron las fotografías delante de la gran mezquita de barro.

Agadez siempre fue un cruce de caminos, de rutas comerciales y de contrabando, a donde llegaban las caravanas procedentes del norte de África con dátiles y sal, y también otras del sur con sus filas de esclavos, encadenados unos a otros.

Esta ciudad fronteriza está poblada por contrabandistas expertos, a los que contratan los inmigrantes subsaharianos que quieren llegar a las costas del Mediterráneo.

Los camellos modernos son las furgonetas robadas en Libia y matrículadas de nuevo antes de ser vendidas por unos diez millones de francos CFA. Hace unos años también se veían camionetas procedentes de Argelia, pero eso fue antes de que se cerrara la frontera. Hace dos años abundaban los coches sin matrícula, pero han desaparecido en los últimos meses.

También se ven muchos inmigrantes que viven en guetos y engordan la economía subterránea. En Agadez los llaman “ovejas”. A cambio de un precio, los alimentan, los albergan y luego los transportan a la frontera con Libia o Argelia… si la furrgoneta no padece una avería y si no se tropiezan con una patrulla militar. El tal caso, los transportistas los abandonen en el desierto… después de despojarles de todo lo que llevan encima.

La cocaína es otro cargamento lucrativo que desde hace unos diez años llega procedente de América Latina, a través de Nigeria, para luego continuar su viaje hacia el Mediterráneo. Algunos vecinos de Agadez han amasado inmensas fortunas gracias al transporte de los alijos por el desierto, sembrando la corrupción en todas y cada una de las escalas de las oficinas públicas. Hace dos años la policía capturó un alijo de más de 200 kilos de cocaína que transportaban en un vehículo perteneciente a la alcaldía de Fachi, un oasis en el desierto de Teneré.

El hachís es el antepasado de las carreteras modernas y de la ruta sahariana que une el Atlántico con Egipto. Muchos jóvenes contrabandistas aprenden a conducir al volante de furgonetas cargadas de hachís y encuentran caminos en el desierto sin necesidad de GPS.

Cuando el transporte no es posible, las camionetas y sus conductores se pueden poner al servicio de los yihadistas.

Hace unos años, durante una feria de criadores de ganado en el norte, un funcionario de aduanas y un traficante tuareg se enfrentaron con billetes ante un público divertido y seducido. Era una metáfora de la vida clandestina en Agadez.

Pero la cocaína, el hachís, los inmigrantes y las furgonetas palidecen ante la nueva delicia de Agadez: el oro de Djado, a más de 700 kilómetros al noreste, en pleno desierto. Brilla ante los ojos de los contrabandistas del desierto.

Es lógico que en la ciudad haya una base militar estadounidense, cuyos oficiales no tienen entre sus misiones acabar con el contrabando, ni con las drogas, ni con las las armas, ni con los yihadistas.

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