¿Es posible ayudar directamente a los palestinos?

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«No podemos evitar la angustia cuando nos disponemos a donar. ¿Cómo eliges a quién enviarle dinero? ¿Qué criterio utilizas para decir a esta familia le doy y a esta no?», reflexiona José Ovejero en su diario sobre una de las formas que existen para ayudar a los habitantes de Gaza: la ayuda directa.

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El humo se eleva tras un ataque aéreo israelí en el barrio de Sheikh Redwan de la ciudad de Gaza. MOHAMMED SABER / EPA / EFE

31 de agosto

Feijóo promete devolver España a los españoles. Es decir, que los millones de votantes de izquierda y centro izquierda no son españoles. Solo hay una España: la de derechas. ¿De qué me suena esto?

Digo yo que si empezasen por devolver lo malversado ya estarían prestando un buen servicio a sus españoles y a los demás.

1 de septiembre

Descubrimos la página de ayuda directa a habitantes de Gaza https://hopepalestina.com/, leemos algún artículo sobre la plataforma y nos decidimos a donar. Nos parece buena idea hacer donaciones directas si hay un mínimo de garantías de que la ayuda llegue a quienes la necesitan, sin que una parte considerable del dinero se dedique a gastos de administración y funcionamiento, aunque en muchos casos esto sea necesario –por ejemplo en la ayuda a refugiados, ayuda alimentaria de emergencia, etc.–.

¿Es posible ayudar directamente a los palestinos?

Pero no podemos evitar la angustia cuando nos disponemos a donar. ¿Cómo eliges a quién enviarle dinero? ¿Qué criterio utilizas para decir a esta familia le doy y a esta no? Empiezas a leer las historias de cada persona o familia que ruega que la ayuden a sobrevivir y te parece una decisión imposible. Aunque no querríamos ese poder – tener en nuestras manos quién recibe nuestra ayuda para sobrevivir–, tiene una ventaja: genera atención hacia el sufrimiento individual; las víctimas dejan de ser números para ser personas concretas en situaciones concretas. Al final, nos decidimos por quienes menos han recibido hasta ahora. Pero no podemos decir que nos quedemos satisfechos. Lo que es bueno, por otro lado.

También existe la posibilidad de apadrinar a una persona o a una familia. Eso te compromete a comunicar con ellos, escribiendo mensajes, quizá conversando por videoconferencia, acompañarlos desde lejos, escucharlos. Para que los padrinos potenciales no tengan miedo a dar el paso, que implica una responsabilidad a largo plazo, algunas personas que ya lo hacen explican que es una experiencia maravillosa y enriquecedora. No negaré que la explicación nos incomoda: nos parece que pone el foco en el padrino, cuando sus emociones o su aprendizaje deberían ser absolutamente secundarios. La cuestión es si puedes de verdad beneficiar a tus apadrinados: ¿estás preparado para apoyar personalmente a personas que viven en situaciones tan dramáticas? ¿No necesitas una auténtica formación para responder a sus narraciones sin retraumatizarlos? ¿Bastan nuestra buena voluntad y nuestra empatía si te cuentan, por ejemplo, que al hermano pequeño lo ha matado un francotirador cuando estaba en la cola de reparto de alimentos?

En cierta ocasión estuve en una reunión con un representante de Médicos Sin Fronteras, bastante desencantado con el trabajo de las ONG en África. Llegó a decir que a veces pensaba que su trabajo hacía más mal que bien. Una participante en la reunión dijo que de todas formas había que hacerlo porque no podíamos quedarnos con los brazos cruzados. Pensé que para aquella mujer era más importante la satisfacción de actuar que el resultado de su actuación para los supuestos beneficiarios.

No digo que sea el caso de los padrinos y madrinas de Hope. Seguro que hay gente mucho más capacitada que nosotros, con más habilidad para ayudar en situaciones así. De cualquier manera, no nos decidimos a dar el paso.

Uno de los libros que estoy leyendo es quizá el más insoportable que haya caído en mis manos. Se trata de una colección de relatos de Tadeusz Borowski en los que narra su estancia en Auschwitz. Alba Editorial publicó hace más de veinte años un libro suyo que supongo que es el mismo que estoy leyendo yo en inglés. Lo insoportable no es solo asistir a la vida cotidiana en el campo de exterminio –lo que en sí mismo es siempre estremecedor–. Lo que vuelve la lectura particularmente difícil de digerir es que te lo cuenta alguien que sí, era un prisionero y por tanto digno de compasión, pero por otro participaba voluntariamente –aunque habría que matizar qué significa ser voluntario en esa condiciones– en la tarea de recibir los trenes de deportados y dirigir a parte de ellos a la cámara de gas. No, ni siquiera eso es lo terrible. Lo verdaderamente terrible es asistir a su alegría cuando llegaba un convoy, porque significaba que él y sus compañeros iban a poder quedarse con la comida de los recién llegados, quizá también con sus zapatos, con alguna prenda de ropa si se lo permitían los guardianes nazis. Es difícil aceptar que alguien te cuente su alegría, su avidez, su brutalidad, su indiferencia realizando acciones de tal crueldad. Te arroja a lo más oscuro del ser humano en su deseo de sobrevivir; cuando sientes con la víctima tienes la sensación de que el mal está fuera, de que en el libro se abre un espacio protegido de entendimiento y comprensión entre ella y tú; pero cuando ésta realiza acciones tan repugnantes se hunden las murallas que te protegían del terror; también porque sabes que tú podrías haber sido uno de esos presos privilegiados que podían sobrevivir a costa de sacrificar a cientos, a miles; y, si no tú, tus amigos, tus familiares, casi –casi– cualquiera.

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