«Es indignante que España tenga que soportar el homenaje permanente y…

Fuente: El Diario/

El problema para la querella argentina es que en España se firmó un pacto de olvido en la Transición que se materializó en una Ley de Amnistía que complica mucho la persecución de estos crímenes.

No hay nada imposible. No puede existir el silencio, el ocultamiento de crímenes de lesa humanidad. La querella tiene que seguir porque no debe haber impunidad. Hay que trabajar por la memoria, por la verdad y por la justicia con todas nuestras fuerzas.

Pero en este momento, en el que se está discutiendo la exhumación de Francisco Franco, hay quienes sostienen que volver a estos temas es reabrir heridas en lugar de cerrarlas.

Volver a este tema es brindar salud a un pueblo. Los países necesitan una salud moral, espiritual e histórica para recorrer un camino realmente democrático. El camino debe estar basado en la verdad.

¿Cuánto de lo que se ha conseguido en Argentina –el enjuiciamiento y la condena de genocidas– tiene que ver con la presión social?

¡Todo! Llevamos 42 años en la calle, las Madres y los organismos de derechos humanos, acompañados por mucha gente que no quiere vivir en la impunidad. Tenemos unos testigos excepcionales –las víctimas–, abogados y abogadas comprometidos, un grupo de fiscales y fiscalas extraordinario que quieren hacer justicia y algunos jueces que están dispuestos a llegar hasta el final en esto. Porque no es fácil.

¿Hay un retroceso en libertades y derechos humanos en América Latina?

Sí, hay persecución y detenciones arbitrarias. Y ahora mismo en Argentina vivimos en un estado de terrorismo económico: la gente no tiene acceso a la vivienda, crecen la desocupación y los precios; la salud y la educación públicas están abandonadas… Todo esto lleva a una enfermedad colectiva: la desazón y la desesperación de no saber cómo llevar a la mesa comida para los hijos o cómo pagar los servicios básicos.

¿Y cómo se vive eso tras más de 40 años de militancia?

Con la certeza de que no se pueden bajar los brazos. Hay que seguir en la calle, denunciando, y pensar que no va a durar toda la vida esto. Darse la mano y caminar juntos es un logro. Y descubrir que hay mucha solidaridad dentro del pueblo nos impulsa.

Y si hablamos de la desaparición de su hijo, ¿hay reparación para ese dolor?

La reparación es la lucha. Y también los pequeños logros que vamos teniendo contra la impunidad. La acción permanente te ayuda a seguir adelante, a pelear porque no haya más generaciones que vivan una represión aberrante como la de la desaparición forzada de personas. Porque es el crimen de crímenes: quitarle a una persona todos sus derechos, pasar del ser al no ser.

Nora Cortiñas, una de las fundadoras de las Madres de Plaza de Mayo, durante la entrevista en Madrid.
Nora Cortiñas, una de las fundadoras de las Madres de Plaza de Mayo, durante la entrevista en Madrid.FERNANDO SÁNCHEZ

A veces se ha cuestionado a las Madres y a las Abuelas de Plaza de Mayo por hacer declaraciones políticas. ¿La lucha por los derechos humanos se puede desligar de la política?

El sistema es reaccionario, conservador, y hay que luchar contra él. Hay que hacer política. Las Madres asumimos las banderas de lucha de nuestros hijos e hijas porque son el motivo de su desaparición. Y las ideas detrás de esa dictadura cívico-militar-religiosa y económica que los desapareció siguen aquí. De lo que se sí debemos separarnos es del partidismo político, porque los organismos de derechos humanos tenemos que tener la libertad de opinar y actuar sin compromisos políticos.

Dar la vida y arriesgar la vida

Las madres que pusieron en evidencia a la dictadura argentina ante el mundo con sus pañuelos blancos se enfrentaban a la «ferocidad criminal» del gobierno militar. «Nos amenazaron. Mucho», recuerda. De hecho, tres de las mujeres que fundaron con Nora Cortiñas las Madres de Plaza de Mayo fueron secuestradas y asesinadas por el régimen arrojándolas sedadas al Río de la Plata. Pero ellas no cejaron. Siguieron yendo cada jueves. Siguen yendo cada jueves a la plaza.

Aquel arrojo de Nora hace 42 años la llevó a meterse en lo que, sospechaba, era un centro ilegal de detención. Y la militancia trajo para ella también una transformación personal. De aquella ama de casa dedicada de lleno a cuidar de los suyos a una mujer sin miedo enfrentándose al poder genocida, de madre de familia a madre pública.

¿Cuándo te convertiste en feminista? ¿O cuándo te diste cuenta de que lo eras?

Es algo que va sucediendo. Me di cuenta de que además de deberes en el hogar tenía también derechos. Me crié en un hogar patriarcal, me casé con un hombre muy bueno pero que también era machista. Las mujeres fuimos de a poco saliendo de nuestra invisibilidad para mostrarnos como somos y con toda la fuerza que tenemos. No queremos ser más que los hombres. Queremos la igualdad y el respeto.

¿También fueron cambiando sus ideas sobre el aborto?

Sí. Fui entendiéndolo a medida que pasaron los años y las experiencias. Las mujeres pobres son las que se mueren cuando tienen que hacerse un aborto. Porque nadie lo hace alegre ni livianamente. Si se regulara ese derecho las mujeres podrían tener el cuidado que merecen. Pero los intereses económicos y la Iglesia han hecho que Argentina no pudiera aprobar esa ley.

¿La Iglesia sigue condicionando las decisiones políticas? 

Sí, sobre todo en lo que tiene que ver con la ‘moral’. España y Argentina están hermanadas por el dolor que provocaron sus dictaduras cívico-militares, económicas y eclesiásticas. Pero en democracia la Iglesia no debería poder intervenir, y menos para proteger la memoria de los genocidas. Por eso la movilización pública es la clave, y España tiene ahora una gran oportunidad.

«Ya vamos», dice Nora Cortiña con tono dulce y decidido. La charla va a empezar y la reclaman. ¿No se cansa nunca? «A veces, a veces», se ríe de buena gana. «Tengo alguna fibra humana», bromea. «Yo no quiero ser una heroína. Quiero ser de carne y hueso, y llorar cuando tengo que llorar», dice ahora seria. Se disculpa un momento y rebusca en su bolso. «Me voy a pintar un poco los labios». Luego se acomoda el pañuelo blanco y sale rumbo a la sala donde esperan para escucharla. Y mientras se va dando pasitos firmes, Nora –Norita– es todo menos pequeña.

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