Fuente: https://kaleidoskopiodegabalaui.com/2020/06/14/eres-racista/
Un dependiente de una tienda en la India mató a una pareja de dalits por una deuda de 15 rupias, que equivale a 18 céntimos de euro. La pareja estaba comprando un paquete de galletas en la tienda y el dependiente les recriminó que tuvieran dinero para comprar y no para pagarle. La pareja no se quedó callada y le contestaron. El dependiente se fue a su casa, cogió un hacha, volvió a la tienda y les decapitó. El paquete de galletas estaba sin abrir al lado de los cadáveres. El dependiente fue detenido sin mostrar arrepentimiento. Le debían dinero. La pareja dejó tres niños menores de edad y otras dos hijas mayores, que ya estaban casadas. Una de ellas decía que no sabía qué iba a pasar con sus hermanos pequeños porque desconocía si la familia de su marido estaría dispuesta a acogerlos.
El estado indio les iba a indemnizar pero no sabía cuándo. Temía por la seguridad de sus hermanos. Estos ataques violentos contra miembros de castas inferiores suceden habitualmente. En el estado español apenas nos llegan ecos de esta violencia.
En general somos poco conocedoras de lo que sucede en muchos países donde se practica una violencia sistemática contra personas categorizadas como diferentes y racializadas. Excepto si sucede en Estados Unidos. La hegemonía política, económica y cultural es tal que gran parte de lo que hacemos, compramos y leemos está exportado de este país, que suele marcar el camino que transitaremos. Lo que allí sucede se convierte en noticia relevante a más de 4.000 kilómetros de distancia. Cualquier cosa. Por supuesto también la violencia de estado. El 25 de mayo de 2020 George Floyd murió asesinado por el exceso de celo de la policía de Mineápolis. Días después la indignación por lo sucedido se expandió por el mundo celebrándose manifestaciones antirracistas contra la violencia policial en varios países. Esa respuesta inmediata ante un atentado contra la vida causado por instituciones estatales me parece encomiable pero nos debería hacer reflexionar sobre por qué nuestra reacción es mínima o inexistente ante otros episodios de violencia, asesinato y brutalidad que ocurre en otros países, incluido el nuestro.
La atención mediática es uno de los motivos. Los medios generalistas y las redes sociales informan y debaten sobre la violencia racial en los Estados Unidos. Los videos de detenciones donde los funcionarios del estado se exceden en sus actuaciones, provocando lesiones y muertes, se reproducen con cierta frecuencia. El foco de luz ilumina claramente estas acciones de tal manera que la conciencia sobre esta violencia es alta. Además la tradición de lucha por los derechos civiles y la igualdad, con solidas organizaciones, favorece que la difusión de estos atentados contra los derechos civiles y humanos recorra miles de kilómetros, reproduciéndose las protestas en muchos países del mundo. Y por supuesto la hegemonía política y cultural que hace que nos enteremos de hasta un estornudo de Donald Trump. Este hecho hace que se produzcan dos fenómenos. Uno positivo y otro negativo. El positivo es que muchas personas se solidarizan y se conciencian sobre los derechos humanos y civiles. El negativo es que, paradójicamente, nos ciega ante los atentados a los derechos humanos más cercanos, y que nos cuestionan como sociedad.
El movimiento por los derechos civiles en Estados Unidos tiene muchas ramificaciones desde la lucha por los derechos de los indios y los latinos hasta los de las personas homosexuales, pero sobre todo es reconocido por la lucha por los derechos civiles y la igualdad de la población negra. Cualquiera puede recordar fácilmente a Malcolm X o Martin Luther King. Casi nadie a líderes indios, a pesar de la masacre que se cometió contra los pueblos indígenas de Norteamérica. Y es que tenemos asociado el racismo a los atentados contra la población negra. No solo recordamos la esclavitud, la servidumbre y los linchamientos en Estados Unidos. También el apartheid en Sudáfrica. Forman parte de nuestro mapa histórico sobre el mundo. De hecho, en el estado español cuando se pregunta ¿eres racista?, la imagen mental que aparece es la de una persona negra. La respuesta habitual es que no. Si se menciona a los gitanos, aparecen justificaciones del tipo no se quieren integrar, no quieren trabajar, son vagos, roban, no te puedes fiar de ellos, son sucios, peligrosos y propensos genéticamente a cometer delitos. La respuesta a la pregunta sigue siendo que no. No se consideran racistas a pesar de que los prejuicios y estereotipos sobre la población gitana son muy similares, muchos de ellos idénticos, a los que muchos estadounidenses tienen sobre las personas negras.
Es más probable que la sociedad española se manifieste por un atentado a los derechos humanos en Estados Unidos que contra la discriminación de la población gitana en el Estado Español o en la Unión Europea. Es muy probable escuchar un debate sobre el racismo en el que no se mencione una sola vez a la población gitana. Tenemos un argumentario asimilado, que pasa de generación en generación, que nos protege de la acusación de racistas. La culpa es de ellos. Estos prejuicios heredados no se cuestionan porque no se reconocen como tales. La sensibilidad que existe en parte del pueblo estadounidense hacia el racismo está asentada en una historia de reconocimiento, en un análisis histórico de hechos dramáticos donde la mirada racista es cuestionada y la asignación de responsabilidad se dirige a quien discrimina, a quien esclaviza y a quien lincha. Conocen su historia. Nosotras, por el contrario, ignoramos la nuestra. No sabemos qué son las leyes antigitanas. Desconocemos los 500 años de esclavitud en Rumanía. Apenas recordamos qué significó el holocausto para el pueblo gitano. Ni sabemos qué es La Gran Redada. En la Unión Europea se han construido muros para separar barrios gitanos de los no gitanos, se les ha perseguido en Italia y se les ha expulsado irregularmente de países como Francia, a parte de la discriminación cotidiana. Pocas voces, excepto las concienciadas, se levantaron en contra. Igual es hora de revisar nuestras creencias.