Fuente: https://www.sinpermiso.info/textos/entre-el-disenso-y-la-convergencia-algunas-claves-para-entender-el-escenario-politico-cubano-de-los Fabio E. Fernández Batista 20/06/2020
Entre el disenso y la convergencia: algunas claves para entender el escenario político cubano de los 50
A la profe Paquita, por sus sugerencias.
El 10 de marzo de 1952, el golpe de Estado protagonizado por Fulgencio Batista rompió el funcionamiento de la endeble democracia burguesa cubana. La asonada frustró la celebración de las elecciones planificadas para ese año en las que, según las encuestas, resultaba posible la victoria de Partido del Pueblo Cubano (Ortodoxo) frente a la Séxtuple Alianza, coalición política estructurada en torno al Partido Revolucionario Cubano (Auténtico).(1) Buena parte de la ciudadanía veía el proceso eleccionario como la plataforma para descabalgar del poder al autenticismo, cerrar definitivamente la puerta al regreso batistiano, dar inicio a la política de moralización cívica inspirada en la prédica de Eduardo Chibás y llevar a vías de hecho los contenidos progresistas recogidos en la Constitución del 40. Un terremoto sacudió al país justo cuando al nacional-reformismo cubano parecía haberle llegado su ahora o nunca.
La fragilidad de la institucionalidad republicana y la desmovilización efectiva de buena parte de los sectores populares — no pueden olvidarse aquí los efectos de la política represiva desplegada por los auténticos en el marco de la Guerra Fría y la inseguridad propiciada por la proliferación de las bandas gansteriles — impidieron la vertebración de una resistencia eficaz frente al cuartelazo. Debe subrayarse, a su vez, que la consolidación golpista emanó también del apoyo brindado al pronunciamiento castrense por los núcleos de poder que marcaban el compás de la realidad cubana. El imperialismo norteamericano, la oligarquía y el Ejército identificaron a Batista –por segunda vez– como el hombre capaz de salvaguardar sus intereses e implementar los ajustes que requería para su supervivencia el sistema neocolonial, el cual estaba sumido –vale recordarlo– en una profunda crisis estructural.
Con la instauración del batistato se produjo un reacomodo de las fuerzas políticas internas. La base de tal proceso estuvo en la convergencia de dos fenómenos. De un lado, la descomposición de los partidos políticos tradicionales(2) –piénsese en la fragmentación del autenticismo y la ortodoxia(3)–; y por otro, la aparición de organizaciones representativas; en lo fundamental, de una nueva hornada generacional cuya formación política había estado marcada por los ecos de la Revolución del 30, la frustración del reformismo burgués encarnado en la Constitución del 40, la generalización de la violencia política a partir de la actividad de los llamados “grupos de acción”, la prédica chibasiana y el clima ideológico de sesgo anticomunista imperante en la segunda postguerra. A estos jóvenes les tocó interactuar, asimismo, con una república maltrecha, justo cuando se conmemoraba el centenario de José Martí, figura representativa de un proyecto de emancipación social que a todas luces distaba del escenario existente.
Otro elemento de fricción que emergió fue el relativo al contenido político y la proyección ideológica de las agrupaciones antibatistianas. En sentido estricto y más allá de la alusión masiva y prostituida que se hacía de la revolución como vocablo, puede establecerse con claridad la existencia de dos bloques que — y esto es lo más complejo — no son identificables plenamente con organizaciones concretas en toda su composición.
Uno apostaba por una salida no revolucionaria a la dictadura. Es decir, por la restauración de la “república del 9 de marzo” y a lo sumo por la aplicación del programa reformista auténtico-ortodoxo. El otro entendía que el desalojo del dictador era solo el primer paso, y que este debía abrir el camino hacia transformaciones profundas que reconfiguraran la dinámica insular en beneficio de las clases populares. La revolución por la que combatían Carlos Prío, Menelao Mora, Felipe Pazos y Humberto Sorí Marín no era la misma que anclaba en el imaginario de Fidel Castro, José Antonio Echeverría, Frank País y Armando Hart.
Como tercer punto de conflicto se manifestó la contradicción en torno a la vía de lucha óptima para alcanzar el triunfo. Mientras la OA, el DR y otras organizaciones privilegiaban las acciones urbanas e incluso el tiranicidio, dinámicas conectadas con las tradiciones generadas en el marco del proceso revolucionario de los años 30 y con el clima de violencia desatado tras la frustración de este; el MR-26–7 apostó, tendencialmente, por la idea de conformar un núcleo guerrillero que derrotara al Ejército y con ello partiera el espinazo del régimen. Concepción esta que terminó siendo la hegemónica, después de los agudos conflictos ventilados entre las “dos almas” de la agrupación comandada por Fidel Castro: el Llano y la Sierra.(5) Debe subrayarse, empero, que para 1958 la “tesis guerrillera” del MR-26–7 resultó asumida, al menos como aspiración, por buena parte de los grupos insurreccionales.(6)
La cuarta problemática que generó innumerables desencuentros entre las fuerzas de oposición, fue el método para garantizar la unidad. La fortaleza del batistato requería la conformación de una coalición capaz de optimizar los esfuerzos revolucionarios. Si bien esta idea constituyó una aspiración común, tal propósito jamás logró materializarse a plenitud, pues las concepciones en torno a las bases de la unidad soñada eran muy dispares. En las diferentes coyunturas por las que atravesó la insurrección, las diversas agrupaciones que disfrutaron de una posición más sólida pretendieron la subordinación efectiva del resto. En paralelo, las fuerzas más débiles y en desventaja se resistieron a tal esquema e incluso en los momentos cuando se reconocía la hegemonía de alguna organización el alineamiento con esta no resultaba absoluto. Una muestra de la compleja dinámica esbozada puede apreciarse en las iniciativas desplegadas en diversas oportunidades por el MR-26–7 y el DR; así como en los conflictos que hubo de sortear el primero –en especial el liderazgo de Fidel Castro– ante acciones y actitudes de fuerzas “aliadas”.(7) A su vez, los contextos propiciatorios de modelos de entendimiento más simétricos –como, por ejemplo, las circunstancias que llevaron a la firma de la Carta de México — (8) no derivaron en la estructuración de mecanismos capaces de limitar las pugnas, lo cual obstaculizó el establecimiento del necesario clima de cordialidad.
Pese a las agudas contradicciones existentes, es innegable el establecimiento entre las organizaciones insurgentes de espacios de concertación que anudaron compromisos de cara al futuro. La heterogeneidad de la oposición antibatistiana se expresó en la composición del gobierno provisional revolucionario, cuya integración comenzó a perfilarse en la segunda mitad del año 1958.(9)
La inclusión dentro del gabinete de figuras procedentes del espectro político moderado, verificada con la toma de posesión del equipo ministerial pocos días después del colapso de la tiranía, resultó manifestación de que los grupos opositores no revolucionarios habían acumulado, a su manera, méritos para incorporarse al nuevo poder emergente. Realidad esta que no niega el hecho de que su participación gubernamental también respondió al interés del núcleo duro del MR-26–7 –la agrupación hegemónica– de ubicar temporalmente en cargos de dirección, a pesar de los previsibles choques, a figuras confiables para las clases dominantes.
José Miró Cardona, Roberto Agramonte y Rufo López Fresquet, por solo citar algunos ejemplos, estuvieron en el primer gobierno de la Revolución porque ello convenía, pero también porque les tocaba estar, en tanto representantes de tendencias insertas, de una forma u otra, en el combate contra la dictadura.
De manera puntual, no puede pasarse por alto dentro de este análisis la exclusión de la que fue objeto el DR, resultado de sus agudas contradicciones con el MR-26–7 –no olvidar la dura carta que Fidel Castro le dirigió a Ernesto Guevara el 26 de diciembre de 1958 en relación con esta agrupación–(10) y de acciones propias muy complejas de valorar, como las desplegadas en los primeros días de enero de 1959.
A modo de cierre de este balance, es prudente examinar la situación en la que arribaron al año primero de la Revolución las fuerzas políticas en liza durante la Cuba de los cincuenta. Tal reflexión permite esclarecer el escenario primigenio en el que se desenvolvió el proceso de cambio en marcha, así como identificar dinámicas que definieron la configuración de al menos el primer lustro revolucionario.
Como es conocido, las fuerzas que daban sustento al batistato naufragaron en la confluencia de los años 1958 y 1959. El régimen fue incapaz de garantizarse una mínima dosis de supervivencia y sus principales personeros engrosaron las filas del naciente exilio contrarrevolucionario. En paralelo, los partidos probatistianos colapsaron al ritmo del espurio gobierno al cual habían unido su suerte. Parecido destino corrió la oposición que se prestó a la farsa electoral de noviembre de 1958 y que, en consecuencia, resultó objeto de la aplicación de la Ley №2 promulgada por el mando del Ejército Rebelde en octubre de 1958.(11) De tal modo, figuras como los ya aludidos Ramón Grau San Martín y Carlos Márquez Sterling vieron cerrárseles las puertas del juego político.
Una posición aparentemente más sólida, desde el punto de vista de su capacidad de acción política, disfrutaba el “ala derecha” de la Revolución, entiéndase los sectores no revolucionarios que se habían insertado dentro del entramado insurreccional. Sin embargo, rápidamente se hizo evidente la endeblez de estos actores. La inexistencia de sus aparatos partidistas –recordar, entre otros aspectos, el descalabro auténtico-ortodoxo–, la posposición de soluciones electorales para encauzar la dinámica política nacional y la concentración del poder real en el núcleo de figuras que orbitaban en torno al liderazgo radical del MR-26–7 hicieron que las atribuciones gubernamentales de los grupos conservadores no superaran la mera condición de formalidad jurídica.
De forma acelerada, resultó palpable que el proceso de toma de decisiones no emanaba, esencialmente, de las atribuciones que en teoría detentaban los viejos actores de la política republicana. En unos pocos meses, las figuras de talante más moderado dentro del gobierno fueron apartadas o se retrajeron del gabinete, a tono con la radicalización revolucionaria. La efímera presidencia de Manuel Urrutia puede asumirse como clara representación de este fenómeno. Vale apuntar, además, que la progresiva salida delineada ha de conectarse con la incapacidad de la clase burguesa cubana para mantener su sistema de dominación.
Sin duda alguna, el MR-26–7 irrumpió con absoluta solidez en el año 1959. Todos los elementos que lo caracterizaban pueden definirse como ventajas competitivas en relación con sus pares. Dicha formación tenía a su haber un grupo de elementos que le garantizaron una posición preponderante. El Movimiento había sido el gran protagonista del enfrentamiento a la dictadura, poseía un poderoso aparato militar y clandestino distribuido por toda la nación, contaba con el mayor número de hombres y en sus filas se hallaban las figuras icónicas de la insurrección. Asimismo, heredaba la carga simbólica de acciones como las del Cuartel Moncada y de héroes de la causa revolucionaria del calibre de Frank País. En paralelo, era la organización con el programa de acción perspectiva más acabado, La Historia me Absolverá, y disfrutaba del liderazgo de la figura de mayor fuerza dentro del campo político nacional: Fidel Castro.
Las ventajas señaladas se tradujeron, en 1959, en la hegemonía detentada por los más importantes dirigentes de MR-26–7 y la tendencia política que estos representaban. Nótese aquí la alusión hecha a los cuadros principales en vez de a la organización en sí, pues un elemento destacado dentro de la dinámica de los primeros años de Revolución fue el interés de Fidel por construir un frente que rebasará los marcos estrechos del MR-26–7.
Es decir, pese a la permanencia y actividad de la formación política, su fuerza esencial se trasladó a la centralidad disfrutada por su núcleo dirigente, al poder de convocatoria popular de este y a su vínculo con los cuerpos armados, a través de la filiación que poseían la mayoría de los combatientes y de la oficialidad.
Una situación diametralmente opuesta enfrentaba el DR, pues a las innegables ventajas de las que era portador, se le sumaban factores que lo debilitaban ostensiblemente. Su condición como segunda fuerza insurreccional, la posesión de un frente guerrillero en Las Villas y el capital político y simbólico heredado de la Federación Estudiantil Universitaria (FEU), las acciones heroicas del 13 de marzo y el martirologio de combatientes como José Antonio Echeverría y Fructuoso Rodríguez no compensaban su debilidad militar frente al MR-26–7, la falta de organización a lo largo de la Isla, el cierre de su espacio natural: la Universidad de La Habana, el relativo aislamiento dentro del campo opositor ante su reticencia a aceptar la hegemonía del Movimiento y la pérdida de sus principales líderes.(12)
Este complejo entramado determinó la inserción subordinada del Directorio en la construcción del poder revolucionario a lo largo del año 1959, lo cual se materializó, como ya se ha esbozado, en la limitada presencia de sus cuadros en las máximas esferas de dirección, de lo cual resulta muestra fehaciente la composición del gobierno provisional durante el Año I. Tales circunstancias generaron un escenario de fricciones con las fuerzas hegemónicas, que traspasó los compases inaugurales de la Revolución triunfante.
En primer lugar, ha de insistirse en las condiciones de clandestinaje y represión en las que se desarrollaba su actividad, como resultado de las políticas de Guerra Fría que la dictadura heredó de los gobiernos auténticos y fortaleció. La presencia en la isla del Buró de Represión a Actividades Comunistas (BRAC), conectado directamente con cuerpos de seguridad norteamericanos, demuestra la prioridad que se le concedió a la limitación de accionar del Partido.
Junto a ello, emergía el prejuicio anticomunista arraigado en buena parte de la ciudadanía, el cual no solo exteriorizaba el efecto de la propaganda, sino que también se sostenía en un verdadero “antipesepeísmo”, respaldado en la valoración crítica que existía sobre históricas decisiones de la formación marxista.
Al “error de agosto”,(13) los desencuentros con el Gobierno de los Cien Días y la coalición con Batista de cara a la Constituyente y las elecciones de 1940, se sumaban su crítica a las acciones del 26 de julio de 1953, la oposición a la vía armada como fórmula de lucha, la tardía y parcial asunción de esta como variante válida, y la prolongada presencia en el exilio de un grupo de sus más importantes dirigentes.
El año 1959 se inauguró con un PSP aislado, atacado por la derecha y criticado desde la izquierda. Sin embargo, tales circunstancias comenzaron a cambiar a partir de la conjunción de cinco variables. La radicalización de la Revolución, convergente con el proyecto último de los comunistas; la negativa del alto mando revolucionario a involucrarse en una activa campaña de descrédito contra esa formación, la presencia dentro del núcleo dirigente de figuras ideológicamente cercanas al Partido –piénsese en la proyección radical de Raúl Castro y Ernesto Guevara–, la progresiva salida del juego del “ala derecha” de la Revolución y la necesidad de cuadros para las tareas de administración y dirección política; fueron razones, todas estas, que le franquearon al PSP el acceso paulatino a importantes esferas de poder y los puntos de partida para un ascendente avance que encontró su consumación en el bienio 1960–1961, de la mano del acercamiento a la URSS y de la definición del socialismo como horizonte de la Revolución.
Para finales del Año I, la dinámica política cubana había cambiado radicalmente en relación con el contexto inaugurado por el cuartelazo del 10 de marzo de 1952. La lucha contra la tiranía creó condiciones que imposibilitaron la restauración de la república burguesa. La debilidad de la clase política tradicional –conectada con los intereses del imperialismo y la oligarquía nativa– permitió el ascenso del proyecto de transformación radical propugnado por las nuevas agrupaciones surgidas al calor del enfrentamiento al tirano y representativas del afán de cambio de la llamada Generación del Centenario.
La existencia de aspiraciones comunes entre estas organizaciones no facilitó, sin embargo, la conformación de una alianza plenamente eficiente durante la insurrección, lo cual derivó, más allá de las prácticas de concertación verificadas, en la presencia de conflictos que trascendieron la frontera del triunfo revolucionario e incidieron en la construcción del nuevo orden social que surgió de la debacle del batistato.
Empero, ha de subrayarse la capacidad de las fuerzas políticas nucleadas en torno a la Revolución para encontrar la ruta común que garantizó, junto al formidable apoyo popular, el avance del proceso de subversión social desencadenado. La convergencia en el torrente transformador neutralizó la hondura de los disensos.
NOTAS:
1. Lo que sí constituía una realidad incontestable era el seguro descalabro electoral de Batista.
2. Ver: Francisca López Civeira: “Cuba: Élites políticas y dependencia en los cincuenta”, en López Civeira, Francisca: Siglo XX cubano. Apuntes en el camino 1899–1959, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2017, pp. 185–202.
3. Si bien la historiografía tiende a identificar como agrupaciones tradicionales a los partidos Liberal, Demócrata y Republicano, resulta prudente ampliar –a partir de elementos conectados con la lógica de funcionamiento interno y las dinámicas de interacción de las formaciones partidistas con el entramado social — la composición de tal categoría. Más allá de ser organizaciones que no poseían una larga vida, el PRC (A) y el PPC (O) habían asumido en su accionar cotidiano buena parte de las prácticas y vicios que caracterizaban a las formaciones políticas cubanas desde el despegue de la República. Tal realidad permite definirlos también a ellos como partidos tradicionales.
4. Dentro de esta enumeración se incluyen figuras puntuales como Ramón Grau San Martín y Carlos Márquez Sterling, pues en el contexto de la debacle partidista acaecida en los cincuenta estos se convirtieron en centros de gravitación de determinados núcleos políticos. La endeblez de los aparatos organizativos que se conformaron en torno suyo justifica centrar la mirada en dichos personajes, en tanto líderes capaces de estructurar a su alrededor toda una red clientelar.
5. Ver, entre otros, a: Carlos Franqui: Diario de la Revolución Cubana, Ediciones R. Torres, Barcelona, 1976 y Enrique Oltuski: Gente del llano, Imagen Contemporánea, La Habana, 2001. Dentro de la estrategia de lucha impulsada por el MR-26–7 no puede obviarse la conexión establecida entre el desencadenamiento de la lucha armada y el despegue de la movilización de masas contra la tiranía.
6. No debe olvidarse, asimismo, la presencia en la época de una concepción tendente a identificar al Ejército como fuerza inexpugnable, lo cual desembocaba en la idea de que solo una, la alianza con elementos militares, podría garantizar el éxito revolucionario. En tal sentido, destacan las concepciones y proyección del MNR encabezado por Rafael García Bárcena.
7. En este sentido destaca la componenda que derivó en la firma del Pacto de Miami en noviembre de 1957.
8. Ver: Frank Josué Solar Cabrales: Entre la Carta y el Asalto: el complejo camino de la unidad, en:https://medium.com/la-tiza/la-unidad-no-es-hija-%C3%BAnica-i-fd56e7f844f2
9. La firma en julio de 1958 del Pacto de Caracas fue un momento importante dentro de la articulación del bloque opositor insurreccionalista y sentó pautas en el proceso que desembocó en la creación del gobierno provisional que debía sustituir a la dictadura.
10. Fidel Castro Ruz: La contraofensiva estratégica, Oficina de Publicaciones del Consejo de Estado, La Habana, 2010, pp. 343–345.
11. Disposición que inhabilitaba políticamente a las organizaciones y figuras asociadas a las maniobras electoralistas impulsadas por el régimen batistiano a finales del año 1958.
12. Un excelente análisis de las particularidades del DR, en especial desde el prisma de sus nexos con el MR-26–7, se encuentra en Frank Josué Solar Cabrales: Influencia de las concepciones y prácticas unitarias en las relaciones entre el Directorio Revolucionario y el Movimiento 26 de Julio (1955–1959), Editorial Universitaria, La Habana, 2017.
13. Término bajo el que es conocida la propuesta del Partido Comunista de suspender, en agosto de 1933, la huelga general contra el gobierno dictatorial de Gerardo Machado justo en el fragor de esta.
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