«En Yenin, las incursiones israelíes provocan la inevitable resistencia militar unida de la juventud palestina»

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"En Yenin, las incursiones israelíes provocan la inevitable resistencia militar unida de la juventud palestina"

En la madrugada del 23 de febrero, las fuerzas israelíes bombardearon un vehículo en el campo de refugiados de Yenín, matando a tres personas palestinas residentes en el campo. El objetivo del ataque con drones era Yasser Mustafa Hanoun, de 27 años, líder de la Brigada de Yenín, ostensiblemente el brazo armado de la Yihad Islámica Palestina (YIP), pero que en los últimos años ha funcionado como grupo paraguas de una serie de jóvenes palestinos que van desde la YIP hasta Hamás, Fatah e incluso el Frente Popular para la Liberación de Palestina (FPLP), de izquierda laica. Yasser Mustafa Hanoun murió en el acto en un atentado con bomba en el que también murieron Saeed Jaradat, de 17 años, y Majdi Nabhan, de 20, y otras 15 personas resultaron heridas.

En los últimos meses, junto con el bombardeo israelí de la Franja de Gaza, Cisjordania ha experimentado un fuerte aumento de las incursiones violentas de las fuerzas israelíes. Aunque el año 2023 fue el más mortífero para Cisjordania desde hace unos veinte años, con más de 500 víctimas, al menos una quinta parte de ellas eran sólo de la ciudad de Yenín.

Desde el 7 de octubre, soldados y colonos israelíes han matado a 410 personas palestinas en el territorio ocupado, 93 de ellas sólo en Yenín. El año pasado, la ciudad tuvo que arrasar un terreno a las afueras del campo de refugiados para construir un nuevo cementerio, ya que el cementerio comunal se había llenado demasiado… demasiado rápido.

El campo de refugiados de Yenín es un microcosmos del acoso de Israel a los palestinos que se atreven a resistir a sus políticas de desposesión y desplazamiento. En un momento en el que el ejército israelí planea una operación de contrainsurgencia a largo plazo en la Franja de Gaza como próxima fase de su guerra, Yenín ofrece una ventana de lo que podría estar por venir.

Lo que está en juego es la población palestina, no la población que resiste
Las incursiones del ejército israelí en Yenín y su campo de refugiados han sido casi incesantes desde el 7 de octubre. La mayor operación tuvo lugar entre el 12 y el 15 de diciembre, cuando los soldados israelíes sitiaron todo el campo durante 60 horas, la incursión más larga y violenta de este tipo desde que el campo fue casi destruido durante la operación Escudo Defensivo en 2002, durante la segunda Intifada [septiembre de 2000-febrero de 2005].

Al final de la ofensiva, el portavoz del ejército israelí afirmó haber detenido a 14 personas buscadas y «eliminado a 10 terroristas» en el campamento. Pero según testigos presenciales y residentes, al menos 12 palestinos murieron –10 de ellos civiles y no combatientes, entre ellos un niño– y al menos otros 42 resultaron heridos por el fuego israelí, los gases lacrimógenos y los drones de ataque.

«No es posible decir éste es un combatiente y aquél no«, dijo (a +972) Sami, un hombre de unos 30 años que prefirió utilizar un seudónimo por temor a medidas punitivas del ejército israelí, mientras se desarrollaba la invasión en la noche del 13 de diciembre de 2023. «Todos somos objetivos», añadió, mientras jeeps militares patrullaban las calles fuera del campo de refugiados.

Unas horas después de que el ejército se retirara en la mañana del 15 de diciembre, Umm Imad Ghrayeb, de 72 años, caminó por las calles embarradas y en ruinas del campo por primera vez en tres días. No sabe por dónde empezar a explicar las horas de horror que ha soportado.

«Sólo estábamos nosotros, las personas ancianas, y mi marido ni siquiera puede mantenerse en pie», dice Umm Imad Ghrayeb. «El ejército derribó las puertas de nuestra casa, aunque las habíamos dejado abiertas para demostrar que no teníamos nada que ocultar».

Como docenas de otras familias, los soldados encerraron a Umm Imad Ghrayeb y a su marido en una habitación al tiempo que el ejército transformaba la casa en una base militar. Mientras tanto, los disparos y los bombardeos continuaban alrededor de su casa. «Lo único que oíamos eran fuertes estampidos, uno tras otro».

El ataque de diciembre no fue una simple operación de búsqueda y captura, ni siquiera contra combatientes de la resistencia, como afirmó el ejército israelí. Al menos mil palestinos –todos hombres y niños, principalmente jóvenes, incluso quienes padecían enfermedades crónicas– fueron detenidos durante las 60 horas que duró la invasión. Finalmente, la mayoría fue liberada, pero no sin antes ser llevados al campo militar de Salem, al noroeste de Yenín, o sometidos allí a brutales interrogatorios.

A menudo, a las personas sometidas a estos interrogatorios se les vendaban los ojos, se les desnudaba y se les dejaba sentadas en posturas incómodas, a menudo a la intemperie bajo el frío y la lluvia. Algunas de las personas detenidas dijeron que los soldados les habían cubierto con una bandera israelí durante su detención; vídeos posteriores corroboraron estos relatos.

Desde una casa del campo, los soldados publicaron vídeos en sus cuentas de TikTok y de las redes sociales, en los que aparecían fumando alegremente shisha en un salón, mientras los palestinos con los ojos vendados eran obligados a sentarse en el suelo.

En lugar de describir los abusos sufridos, las y los residentes del campo siempre se hacen la misma pregunta: «¿Por qué?». Juntando las palmas de las manos y consiguiendo mantener una sonrisa en su rostro, Umm Imad Ghrayeb recuerda con voz temblorosa: «Todo lo que hacíamos era rezar: Oh, Dios, ayúdanos. ¿Qué otra cosa podíamos hacer, querida?».

«Si nos vamos, ¿quién se quedará?»
Mientras la gente residente del campo de Yenín soportaba una campaña de terror, los combatientes de la resistencia palestina se enfrentaban a los soldados israelíes desde el exterior del campo. También se juntaron jóvenes desarmados de las zonas vecinas, algunos lanzando piedras, otros vigilando y otros insultando en voz alta a los soldados.

Cuando pregunté a algunos de los jóvenes palestinos por qué estaban en la calle durante la invasión, cuando sabían que no podrían entrar en el campo asediado, muchos respondieron con un único comentario: «Al menos lo estamos intentando» y «Quizá podamos llamar la atención de los soldados sobre nosotros, para disminuir el impacto de la violencia sobre los residentes del campo».

Con los combatientes de la resistencia armada ya fuera del campo, la población refugiada se encontró desprotegida y a merced de los soldados israelíes. El ejército sitió la zona, bloqueando el flujo de mercancías y cortando los suministros de agua y electricidad. «No se permite la entrada de las necesidades básicas de un ser humano», dijo Eli, que también prefirió utilizar un seudónimo, mientras observaba los jeeps militares desde lejos.

«Miren el campamento», dijo Sami al caer la tarde del 13 de diciembre, mientras los militares se acercaban a un grupo de jóvenes reunidos cerca de un dispensario adyacente al campamento. «No se permite la entrada a nadie. No hay ambulancias. Ni leche para los bebés. Ni siquiera pan», dijo.

Para empeorar las cosas, los soldados israelíes, incluidos los francotiradores, impidieron la entrada de periodistas y ambulancias al campamento. Cualquier intento de acercarse al campamento era respondido con agresiones por parte de los soldados israelíes, que disparaban munición real directamente contra el personal médico y los periodistas.

En el interior del campo, las fuerzas israelíes dañaron gravemente muchos edificios al desplazarse de una calle a otra. Nash’at Samara, junto con su mujer y sus hijos, se encontraba en casa de su hermano fuera del campo cuando comenzó la invasión. Sólo pudo regresar a su barrio cuando el ejército se retiró. No encontró sa casa, sino las ruinas de su casa: había sido volada, los azulejos de su cocina se habían desprendido de las paredes y las posesiones de su familia habían sido saqueadas.

«¿Por qué destruyeron nuestra casa?», nos pregunta mientras caminamos entre los escombros de su cocina. Mirando la comida, ahora en el suelo, dice con dolor en la voz: «La resistencia luchaba en las calles, o fuera, no en las casas, y desde luego no en la nevera».

«El objetivo es la humillación», dijo Walid Abu el-Fahed, de 45 años, sobre la invasión. Lo dijo el día en que las fuerzas israelíes se retiraron, mientras conducía su coche para recoger los rastros de destrucción que habían dejado en el campo.

Sin embargo, más allá de la humillación, estas prácticas sirven para desalojar a la población palestina. Para el ejército israelí, las invasiones y las operaciones militares en viviendas civiles, hospitales o escuelas, además de las demoliciones de casas y los pogromos de colonos, se han convertido en prácticas cada vez más habituales, contribuyendo todas ellas a la desposesión y el desplazamiento deliberados de las y los palestinos.

En los 116 días transcurridos entre octubre de 2023 y enero de este año, Israel desplazó a 2 792 personas palestinas en Cisjordania. Esto representa un aumento del 775% en el número de personas excluidas de un hogar en comparación con el número de personas desplazadas en los primeros nueve meses de 2023. Además, al igual que en Gaza, la mayoría de las y los palestinos muertos en Cisjordania no son combatientes de la resistencia sino civiles, de los que casi un tercio son niños y menores.

No obstante, muchas familias deciden permanecer en sus hogares, a pesar de las dificultades. «Nos quedamos porque necesitamos permanecer en nuestra patria», explica Abu el-Fahed, mientras sus hijos juegan en el asiento trasero del coche que conduce por las calles arrasadas del campo de refugiados de Yenín. «Si me voy con mis hijos, si ella se va con los suyos y si él se va con los suyos, ¿quién quedará?», se pregunta Abu el-Fahed.

Nacimiento de la resistencia
«Nací bajo la ocupación y con soldados, y moriré bajo la ocupación y con soldados», dijo Eli mientras la invasión y el asedio continuaban por tercera noche. «Los disparos, las matanzas, la sangre, esa es la vida de toda la población palestina», continuó exasperado.

La última vez que Israel llevó a cabo una operación de esta envergadura fue en el punto álgido de la segunda Intifada, en 2002. Aquella incursión -parte de la Operación Escudo Defensivo, durante la cual las fuerzas israelíes invadieron varias ciudades palestinas de Cisjordania durante un mes- provocó la destrucción de infraestructuras e instituciones palestinas con un coste estimado de 361 millones de dólares, según el Banco Mundial.

Además de las pérdidas materiales, la invasión creó una generación de palestinas y palestinos traumatizados que no sólo quedaron profundamente conmocionados por los acontecimientos de aquel año, sino que desde entonces han tenido que crecer con la continua violencia militar israelí. En aquel momento, los grupos de derechos humanos advirtieron del impacto negativo que la invasión de 2002 tendría en los niños y los jóvenes.

Más de veinte años después, el ejército israelí sigue realizando incursiones regulares e intensificadas en las ciudades palestinas de Cisjordania. El crecimiento de los asentamientos también está aumentando, y con él el ritmo y la gravedad de los ataques de la población colona a la palestina. La población colona sigue gozando de una impunidad casi total ante el sistema judicial israelí. Las detenciones arbitrarias y las humillaciones en los puestos de control militares israelíes siguen siendo la norma, y las ejecuciones extrajudiciales se han convertido en el modus operandi de los últimos años.

Para la población de Cisjordania, la intensificación de los ataques israelíes se produjo sobre todo tras la Intifada de la Unidad de mayo de 2021, durante la cual las y los palestinos «entre el río y el mar» se levantaron contra el gobierno israelí y las fuerzas de ocupación. Israel lanzó entonces la operación «Romper la ola», una serie de operaciones militares en toda Cisjordania en las que se utilizó la fuerza letal contra la población y se cometieron ejecuciones extrajudiciales, ilegales según el derecho internacional.

Por ello, no es de extrañar que la determinación de la juventud palestina para participar en acciones militares contra el ejército israelí no haya hecho más que aumentar. Tras la Intifada de la Unidad, un gran número comenzó a participar en la resistencia armada, a menudo uniéndose a grupos locales que no estaban alineados con los principales partidos políticos palestinos.

«No olvide que los niños de 2002 son ahora la resistencia», nos dijo Abu el-Fahed, un residente de Yenín, pocas horas después de que el ejército se retirara durante la invasión de diciembre. Aún recuerda la brutalidad y el miedo de aquellas semanas. «Israel intentó desplazarnos en 2002», recuerda. «Destruyeron nuestras casas, nos detuvieron en masa y nos mataron».

Esta realidad inevitable no es un secreto ni algo inesperado para la población palestina en general, y para la de Yenín en particular. «Lo que ellos destruyan, nosotros lo reconstruiremos, y nuestros hijos serán líderes», dice Abu el-Fahed.

Pero para formar líderes, las y los niños tienen que seguir vivos. Aunque Israel llevó a cabo su operación de diciembre de 2023 con el pretexto de atacar a presuntos combatientes palestinos, utilizando los atentados del 7 de octubre de Hamás en el sur de Israel para justificar la mortífera incursión, al menos una quinta parte de la gente muerta en Yenín eran niños y menores.

«Nos matarán de todos modos”
El 30 de enero de 2024, fuerzas israelíes encubiertas llevaron a cabo una operación de asesinatos en el hospital Ibn Sina de Yenín. Poco después del amanecer, soldados de la tristemente célebre unidad Duvdevan [«unidad de élite» subordinada a la zona de Cisjordania] –disfrazados de personal médico y pacientes palestinos– entraron en el hospital, apuntaron con sus armas a los verdaderos trabajadores sanitarios y pacientes y se dirigieron a la tercera planta del hospital.

Allí, los infiltrados asesinaron extrajudicialmente a Basel al-Ghazzawi, un combatiente de 18 años de la brigada de Yenín, que recibía tratamiento por las heridas que había sufrido durante un asalto anterior del ejército israelí a Yenín. Israel llevaba año y medio intentando asesinarlo.

Otros dos hombres que visitaban a Basel al-Ghazzawi también fueron asesinados: su hermano de 23 años, Mohammed al-Ghazzawi, que es uno de los cofundadores de la Brigada de Yenín, y su amigo, Mohammad Jalamnah, de 27 años, que es un conocido combatiente de la Brigada. Según periodistas locales sobre el terreno, la unidad israelí encubierta mató a los tres hombres con armas de fuego con silenciador.

Aunque estos hombres eran combatientes activos de la brigada de Yenín, su asesinato en el hospital Ibn Sina no sólo fue ilegal, porque se trató de una ejecución extrajudicial, sino que también violó la Convención de Ginebra. Y lo que es aún más preocupante, este ataque es una señal de la escalada de crímenes descarados de Israel en Cisjordania.

En octubre de 2022, entrevisté al destacado combatiente de la resistencia palestina Nidal Khazem, preguntándole por qué había decidido tomar las armas a pesar del riesgo que corría su vida. Nidal Khazem respondió muy tranquilo: «[El ejército israelí] viene aquí, mata a nuestros amigos y familiares, maltrata y humilla a las mujeres y nos niega el acceso [al culto] en Al-Aqsa». Este sentimiento es compartido por la mayoría de los combatientes de la resistencia a los que he entrevistado durante los dos últimos años en Cisjordania, todos comparten la misma opinión: «Nos van a matar de todos modos.»

Nidal Khazem murió unos meses después, en marzo de 2023, en un asesinato extrajudicial llevado a cabo por fuerzas israelíes encubiertas de la unidad Duvdevan. Yousef Shriem, otro combatiente de la resistencia y amigo íntimo de Nidal Khazem, también fue asesinado. Un tercer muchacho, de 13 años, también fue asesinado mientras circulaba en bicicleta por Yenín durante la operación.

En julio de 2023, sólo tres meses después del asesinato de Nidal Khazem y Yousef Shreim, Israel llevó a cabo otra invasión destructiva del campo de Yenín utilizando aviones no tripulados, un helicóptero armado y artillería pesada de tierra. Durante dos días, el ejército israelí intentó en vano mantener su dominio sobre el campo de refugiados, bajo el fuego de los combatientes de la resistencia con sólo una fracción de su capacidad y recursos militares.

Durante sus mortíferas incursiones en campos de refugiados, ciudades y pueblos palestinos, el ejército israelí mató a más civiles que militantes palestinos. Israel no sólo ha sido incapaz de detener el crecimiento de los grupos de resistencia armada en el campo de refugiados de Yenín, sino que ha provocado el surgimiento de una resistencia armada más importante en varios distritos, como Tulkarem, Nablus, Ramala, Hebrón, Tubas y Jericó.

Los grupos de resistencia armada parecen ser la única protección de la población palestina, a pesar de su pequeño tamaño y su falta de armas. Al intentar erradicarlos, Israel está allanando el camino para la creación de una comunidad palestina totalmente desprotegida, ya sean personas ancianas, jóvenes o enfermas, que es presa fácil de uno de los ejércitos más avanzados del mundo. Incapaz de limitar la resistencia o de apuntar a los combatientes con eficacia, el ejército israelí ha recurrido a intentos de asesinato extrajudicial en los momentos en que los combatientes son más vulnerables y no están en combate.

«Lo que han hecho en el campo de Yenín es una imitación de Gaza, desde humillar a los hombres y desnudarlos hasta atacar la mezquita y destruir las casas», resume Abu El-Fahed, señalando los edificios grises que antes eran casas en el campo.

Un único objetivo: liberar Palestina
A diferencia de lo que ocurre en Gaza, los grupos armados palestinos de Cisjordania no tienen una estructura única para la confrontación armada. Más bien, son grupos de hombres de la comunidad, vecinos, parientes y amigos de la infancia que se enfrentan no sólo a un ejército poderoso, sino también a un ejército que aplica políticas discriminatorias que refuerzan la persecución y el apartheid.

«¿Qué significa estar [afiliado a] Hamás o a la Yihad Islámica Palestina?», nos preguntó un combatiente de Hamás de unos treinta años, al que llamaremos «A.», sentado en una pequeña sala de estar del campo de refugiados de Yenín a mediados de octubre. Su respuesta: «Significa poder comprar un arma». Otro combatiente a su lado asintió con la cabeza.

El otro hombre, «B.», había abandonado las fuerzas de seguridad palestinas de la Autoridad Palestina -donde era oficial- a principios del año pasado. Aunque los dos hombres pertenecen a facciones políticas rivales, uno de Al Fatah y el otro de Hamás, forman un único batallón bajo la égida de la brigada de Yenín.

«Para la Yihad, no es una cuestión de poder o de dinero», nos dijo un tercer combatiente, «C.», de apenas 20 años y el más joven del grupo, sentado junto a los dos hombres. «El objetivo es el mismo: liberar Palestina para que podamos vivir libremente. Por eso lucho con [la Yihad], pero no es por ellos».

Los hombres subrayaron colectivamente -ya sea Hamás, Fatah, Yiohad o cualquier otra asociación facciosa- que en última instancia pertenecen a la misma comunidad que busca protección frente al asalto continuo e intensificado contra sus vidas por parte de las autoridades, el ejército y los colonos israelíes.

«Entiendan que para nosotros son instrumentos para un enfrentamiento», explica A. «Somos gente modesta y por eso tenemos que encontrar dinero para comprar un arma y poder defendernos».

Para los combatientes de la resistencia palestina en Yenín y en otros lugares de Cisjordania, la afiliación política como mecanismo de división es cosa del pasado. Ya no se trata de una oposición entre Hamás e Israel o de ataques de lobos solitarios, sino de una lucha común contra la ocupación israelí, que ha llegado al colmo de sus prácticas agresivas en el genocidio en curso de los palestinos.

Aunque las orientaciones políticas varían de una parte a otra de la franja de Gaza, Israel trata a los palestinos de la misma manera en todas partes. «Somos una reserva de objetivos para [el ministro israelí de Seguridad Nacional, Itamar] Ben Gvir y [el primer ministro, Benyamin] Netanyahu», explica «D.», un combatiente de unos cuarenta años, mientras observa dos jeeps israelíes cercanos, listos para cargar hacia el centro de la ciudad en cualquier momento.

«El ejército israelí está fracasando en Gaza[1] y ha venido a ganar victorias en Yenín», continúa. «Es para que los medios de comunicación israelíes puedan mostrar a su población que están logrando sus objetivos».

Para las y los palestinos de Cisjordania y Gaza, la lucha por la justicia y la libertad continúa. Cuanto más intensifica Israel sus violentas operaciones militares con el pretexto de reprimir la resistencia, más parece avivarla.

«Esta ocupación no tiene ningún impacto en nosotros ni en nuestra voluntad de enfrentarnos [a Israel]», nos dijo «E.», de 18 años, mientras se reunía con amigos y vecinos para mantener su presencia en las calles en medio de la campaña de terror de Israel en Yenín en las violentas tardes de mediados de diciembre.

«Creen que somos ramas rotas, pero si siguen presionándonos, somos bombas de relojería que van a explotar», dijo.

(Artículo publicado en el sitio web israelí +972 el 27/02/2024)

Mariam Barghouti es una escritora palestina residente en Ramala.

Al’Encontre

Traducción: viento sur

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Notas
[1] «Al borde de la inanición», los hambrientos palestinos son el blanco de los disparos del ejército israelí. El 27 de febrero, los responsables de la Oficina de Coordinación de Asuntos Humanitarios de Naciones Unidas (OCHA), Ramesh Rajasingham y Martin Griffiths, dirigiéndose al Consejo de Seguridad, afirmaron: «En diciembre, se predijo que toda la población de Gaza, es decir, 2,2 millones de personas, se enfrentarían a altos niveles de inseguridad alimentaria aguda en febrero de 2024, la mayor proporción de personas que se enfrentan a este nivel de inseguridad alimentaria jamás registrada en el mundo. Y aquí estamos, a finales de febrero, con al menos 576.000 personas en Gaza -una cuarta parte de la población- al borde de la inanición; con uno de cada seis niños menores de dos años en el norte de Gaza sufriendo desnutrición aguda y emaciación; y con casi toda la población de Gaza dependiendo de una ayuda alimentaria humanitaria lamentablemente inadecuada para sobrevivir… El hambre y el riesgo de inanición se ven exacerbados por factores que van más allá de la simple disponibilidad de alimentos. Los servicios inadecuados de agua, saneamiento y salud crean un ciclo de vulnerabilidad, en el que las personas desnutridas -especialmente entre las decenas de miles de heridos- se vuelven más susceptibles a enfermedades que agotan aún más las reservas nutricionales del organismo… Nuestros esfuerzos siguen viéndose obstaculizados por el cierre de pasos fronterizos, las severas restricciones a la circulación, la denegación de acceso, los engorrosos procedimientos de control, los incidentes con civiles desesperados, las manifestaciones y la ruptura de la ley y el orden, las restricciones a las comunicaciones y a los equipos de protección, y las rutas de suministro intransitables debido a las carreteras dañadas y a las municiones sin detonar. »

La intervención subraya que «los riesgos de seguridad siguen siendo un obstáculo importante» para la entrega de ayuda alimentaria. La desesperación de una población hambrienta se ve agravada por la brutalidad represiva y criminal de las fuerzas de ocupación.

El 29 de febrero, por ejemplo, la BBC escribió: «Se cree que más de 100 palestinos han muerto mientras esperaban ayuda en el norte de la Franja de Gaza… Un periodista en la ciudad de Gaza dijo a la BBC que los tanques israelíes habían disparado contra una multitud que buscaba comida… Vídeos explícitos colgados en las redes sociales muestran a los muertos en la ciudad de Gaza, cargados en camiones vacíos de ayuda humanitaria y en un carro tirado por un burro. Este incidente se produjo pocas horas antes de que el Ministerio de Sanidad de Gaza anunciara que más de 30 000 personas, entre ellas 21.000 niños y mujeres, habían muerto desde el inicio de la guerra entre Israel y Hamás. Otras 7 000 están desaparecidas y 70 450 han sido tratadas por heridas en los últimos cuatro meses, según el ministerio.» (Red. Al’Encontre)

 

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