Este 2024, la editorial Libros del Asteroide ha publicado un libro escrito por el sudafricano Damon Galgut en 2010 y que fue finalista del Booker, al igual que lo fue El buen doctor, premio que consiguió finalmente en 2021 con La promesa. La obra que hoy nos ocupa, En una habitación ajena es en realidad la compilación de tres relatos que vieron la vida de manera independiente en la revista “Paris Review” y que, con posterioridad, se convirtieron en libro.
Con un estilo libre, para nada disruptivo, que alterna entre la primera y la tercera persona incluso en la misma línea, Galgut nos sumerge en sus propias experiencias, entre el recuerdo y la invención de la recreación, entre lo que muestra y él mismo se encarga de esconder. Tres son las historias que se narran bajo diferentes títulos que indican los papeles que el protagonista de las tres historias adopta: “El seguidor”, “El amante” y “El guardián”. Las tres tienen varios nexos en común, aunque se pueden leer de manera independiente: el mismo protagonista, de nombre “Damon”, el desarraigo, la búsqueda personal, los viajes y la relación con los otros.
“En una habitación ajena debes vaciarte para poder dormir”, es la frase del libro de William Faulkner, Mientras agonizo, que da título a esta obra y que aparece entre sus páginas. Con ella como punto de partida, Galgut ofrece una narración sorprendente, de una rara belleza, que habla, a veces con poca carga de profundidad emocional y algo de vacío existencial, de la propia otretad con respecto al mundo y la gente que habitamos.
¿Qué es una habitación ajena? Una habitación es un mundo íntimo, personal, de pertenencia. Lo ajeno es lo que no está en nuestro círculo, impropio, extraño… Así, Damon se muestra errante, sin rumbo determinado, a la deriva, sin anclajes, preparado para huir, estar en constante movimiento, no en vano se puede leer: “viajar es una especie de duelo, una forma de dispersarse”. Así son los caminos que inicia ese Damon que se pone varios disfraces; el de seguidor de otro, a cuyas órdenes se pliega; el de amante, en una relación homoerótica que no llega nunca a culminarse; el de guardián, acompañando a una amiga con tendencias suicidas en un viaje sanador… En apariencia frustrados intentos de alguien que se pierde entre la masa de seres humanos que le rodea, como uno más, sin que destaque nada en él, como tampoco sin que deje huella alguna allí por donde pasa. Todo parece superficial y liviano. Quizás sea porque él teme que ha perdido lo fundamental: la capacidad de amar.
Es obvio que Damon huye de si mismo. Ese inconformismo vital que muestra sin caretas elude cualquier intento de narrar al estilo de “libro de viajes” (atraviesa Grecia, India y ¿Cómo no?, África. Así en global, tal y como aparece que un sinfín de reseñas y entrevistas, cuando en realidad Damon pasa por Lesoto, Zimbabue, Malaui, Kenia y Tanzania). Sin embargo, de los tres episodios, destacaré el último, el que realiza por una India que retrata de una manera brutal, realista y vertiginosa, y en el que brilla la relación que mantiene con una amiga a la que intenta salvar en varias ocasiones. Pero, a continuación, escribiré sobre el segundo, ya que es el que destripa la noción de viaje desde otros ángulos.
“El amante” se inicia por tierras de Zimbabue. En este episodio se produce una serie de encuentros-desencuentros con un grupo de jóvenes mochileros, donde abundan las referencias a lo que viajar para Galgut significa. Se alude al viaje en grupo – resta peligro – y a la visión externa del turista que “ave de paso” contempla las incomodidades del viaje como algo horrible pero pasajero, sin percatarse de que lo que están experimentando forma parte del día a día de sus habitantes. En este pasaje me recuerda al tangerino Mohamed Chukri quien criticaba la visión sesgada que transmitían los escritores y artistas extranjeros que se asomaban por aquellas tierras, a los que les gustaban los escenarios por los que transitaban, pero no así sus gentes. El sudafricano con dosis de ironía alude a la “verdadera África” que ellos creen encontrar al lado del lago en Malaui, y no la horrible y peligrosa o la falsa y cara que ya han experimentado en otros lugares.
Es, también, un intento por escapar del tiempo: “Todo viaje de verdad empieza en un momento determinado. A veces, es cuando sales de casa, otras, cuando ya estás muy lejos de ella”. Y es, quizás en último término, una visión del viaje exenta de oportunidades de conocimiento, como si se temiera entrar en contacto con los otros de manera más profunda. El miedo a pertenecer aunque sea precisamente lo que Damon busca de una manera u otra.
El movimiento como sustituto del pensamiento logra que Damon eluda enfrentarse a sí mismo. “Escribo sobre mí, nada más, es lo único que conozco, y por ese motivo he fracasado siempre en todos los amores, que es como decir en el corazón mismo de mi vida”. Desde un “yo” presente narrador que se explica peor que ese otro que fue. Quizás sea esta una de las claves principales de la obra y no las que he mencionado más arriba: la memoria nos permite volver hacia aquel que fuimos, tratar de entender nuestras acciones/inacciones, nos da la oportunidad de recrear, al tiempo que pervertir, aquello que creímos vivir. Nos hace habitar y contemplar esa habitación, en el caso de Damon, un hombre sin casa, que sentía extraña. Y, a la postre, hacer balance.
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En una habitación ajena (In a Strange Room, 2010) de Damon Galgut. Ed. Libros del Asteroide, 2024. Traducción Cecilia Filipetto.