Fuente: https://periodicogatonegro.wordpress.com/2024/04/30/en-todas-mis-pesadillas-fui-un-trabajador-critica-del-trabajo-y-el-mundo-que-lo-engendra/ 30/04/24
1.
Ya no trabajamos con la orgullosa conciencia de que somos útiles, sino con la humillante y angustiosa sensación de que gozamos de un privilegio otorgado por una efímera gracia del destino, un privilegio del que quedan excluidos varios seres humanos por el mero hecho de ser nuestro; un simple empleo
Simone Weil – Reflexiones sobre las causas de la libertad y la opresión social
Cuando ser explotado por el capital se ha convertido en un privilegio reservado a una minoría, la vieja lucha de clases en torno al trabajo pierde todo sentido
Anselm Jappe – Las aventuras de la mercancía
Podríamos decir que este escrito surge, como mínimo, de dos necesidades. La primera es una cuestión de contexto: criticar el trabajo en un presente en el cual 4.061.000 de personas están sin o buscando más trabajo resulta delicado. Sin embargo, es ese mismo contexto el que vuelve necesario pensar qué es el trabajo.
Lo curioso de la situación es que de esas cuatro millones de personas que buscan trabajo, el 75 % (tres millones) ya tienen un empleo pero no les alcanza para vivir. Es decir que no solamente existe gente que no encuentra trabajo, sino que los trabajos que se consiguen no son suficiente para acceder a la canasta básica, producida esta también por trabajo humano.
Mientras sucede un aumento de precios de las mercancías de consumo, los salarios e ingresos de las personas se quedan atrás con respecto a dicho aumento, llamado “inflación”. De ello resulta que hay que trabajar más tiempo por menos dinero para comprar cosas cuyo precio sigue aumentando.
Los objetos muertos de las góndolas se vuelven más valiosos que las personas vivas que los producen. Los objetos muertos creados por el trabajo humano se nos enfrentan como ajenos y no podemos acceder a ellos a menos que tengamos dinero, es decir, a menos que trabajemos. Bienvenidxs al capitalismo.
Esta situación racionalmente-irracional merece ser pensada. Los sueños de la razón han producido un monstruo artificial que se alimenta constantemente de nuestra energía y sueños. Toda esta “crisis” económica que estamos atravesando (una vez más) no resulta de una mala gestión de gobiernos anteriores, ni tampoco de un problema de distribución de las ganancias e impuestos, sino de la propia lógica y dinámica estructural del capitalismo.
La imposibilidad de pensar sin mercancía nos presenta la situación como una anomalía, cuando en realidad esta es la normalidad de un sistema económico orientado no a la satisfacción de las necesidades reales, sino a la producción de mercancías para el mercado anónimo y el uso del dinero como mediador universal. La cosificación de las personas y la personificación de las cosas no son el resultado de problemas externos o malas administraciones, sino una condición fundamental del propio sistema.
El mundo se encuentra realmente invertido y no somos capaces de entender por qué. No sabemos por qué trabajamos pero lo hacemos, no sabemos por qué existe el dinero pero lo utilizamos, y así, día a día, alienamos toda nuestra energía vital y creativa en un monstruo amorfo-artificial-espectral.
Es en los momentos de “crisis” en donde más evidentes se muestran las miserias estructurales de la sociedad en la que vivimos. Por ello, un texto que se pregunte qué es el trabajo, por qué trabajamos, por qué hay gente que quiere trabajar y no puede, resulta fundamental.
En un mundo que ha hecho del trabajo la actividad según la cual las personas se valoran a sí mismas, criticar al trabajo resulta un acto de locura y valentía. ¿Quién no dijo alguna vez: “gracias a Dios ando con mucho trabajo”. Lo gracioso es que, como veremos también más adelante, Dios y el trabajo están muy emparentados. ¿Quién no sintió culpa de no ser “productivo”? ¿Quién no siente culpa cuando falta al trabajo?
A su vez, en un mundo donde no trabajar implica no poder acceder a comida, ropa, casa ni transporte, tener trabajo resulta una bendición, una especie de privilegio. Si trabajo me matan y me matan si no trabajo, reza la frase. Sin embargo, nos engañaríamos si dijéramos, como lo hacen casi todas las corrientes políticas de izquierda a derecha, que el problema se soluciona generando más puestos de trabajo o proclamando volver a trabajos dignos y no precarizados como ahora.
Convencidos de que el trabajo resulta positivo y necesario, y que su degradación o precarización se debe a una “mala gestión” de los gobiernos y burguesías, se evocan memorias donde el trabajo era la columna vertebral de la sociedad, épocas en donde la clase trabajadora era feliz porque podía acceder a un trabajo en blanco, al consumo, a vacaciones, a plazos fijos y a comprar una vivienda, a una cierta estabilidad.
Esas lecturas ya no nos satisfacen, ni nos conmueven. Insistimos en creer en que otro mundo en donde las personas no se tengan que vender es posible. Reflexionamos y creemos que la actual precarización del trabajo y de la vida en general son la consecuencia lógica de una economía separada, autorreferencial y abstracta, ubicada por encima de las personas que la alimentan. El trabajo (y el dinero como expresión abstractamente material del mismo) es la actividad social específica que alimenta, confirma y refuerza dicha separación.
El desempleo, la precariedad laboral, la inflación, el endeudamiento, la pobreza, la contaminación, la obsolescencia programada, el gatillo fácil son consecuencias propias de la dinámica interna de un sistema fetichista basado exclusivamente en la valorización del capital. Actualmente, el mayor problema en la actualidad consiste en la poca necesidad de emplear trabajo humano para reproducir el ser social. El trabajo muerto de las máquinas ha reducido al mínimo el trabajo vivo de los humanos.
A su vez, en el capitalismo, es solamente el trabajo vivo, el trabajo humano, el que produce “valor agregado”, es decir, plusvalor. Sin trabajo no hay valorización del Capital porque no se produce valor nuevo, y así sobreviene la crisis. El trabajo es el Capital en movimiento y no su contrario. El Capital, es decir, el dinero que busca ser más dinero, solamente se realiza mediante el trabajo humano. El trabajo es una actividad específicamente capitalista.
Pero, contradictoriamente, gracias a la incesante innovación tecnológica propia de la lógica de la competencia empresarial de mercado, el trabajo humano es cada vez menos necesario. De allí que el propio sistema empuja a una porción cada vez más grande de la población a la inactividad forzada. No por algo, históricamente, la gestión de la pobreza y el desempleo ha sido una preocupación fundamental por distintos economistas y políticos.
Desde esta óptica, buscamos entender al trabajo como una actividad social específicamente capitalista y no como una categoría humana ahistórica y natural. El trabajo es de por sí la actividad alienada transformada en mercancía para la producción de plusvalor. El problema no resulta de la gestión de dicho plusvalor sino en la actividad misma de trabajar como categoría económica capitalista.
El viejo movimiento obrero de los últimos dos siglos ha luchado no contra el capitalismo sino por su integración dentro del mismo, por un reparto más “equitativo”. La vieja lectura de la lucha de clases entre los proletarios con la misión histórica de afirmarse como clase trabajadora y tomar control de los medios de producción para recuperarlos del mal uso de la burguesía se ha demostrado una perspectiva más del fetichismo de la mercancía, un subproducto del pensamiento burgués.
Intentaremos argumentar, como ya se ha hecho tantas otras veces, que el objetivo no es afirmarnos como trabajadores, sino negarnos a serlo porque el trabajo es una mercancía. Una de las condiciones fundamentales de este sistema es que la propia fuerza vital de las personas se vuelva una mercancía. La opresión capitalista es sistémica y no personal. Obligadxs a trabajar debido a la imposibilidad de acceder de forma autónoma a los recursos naturales, una porción cada vez más grande de la población se somete a la dictadura del mercado de trabajo.
El propio Marx lo dijo: “El valor entra en escena como sujeto”. Dentro del capitalismo, ni el proletariado ni la burguesía son quienes determinan las condiciones de existencia, sino que es el valor. Ambos polos del mismo sistema se encuentran condicionados por el fetichismo de la mercancía y la lógica de valorización del Capital. Sin proletariado, sin trabajo, no hay Capital ni tampoco burguesía.
Esto no quiere decir que no exista la lucha de clases, ni que las condiciones materiales de las personas no varíen según su posición social, ni tampoco liberar de responsabilidad a los individuos. Estamos buscando una bocanada de aire fresco que permita actualizar la teoría a la altura de las circunstancias. El patriarcado productor de mercancías ha cambiado muchísimo desde sus inicios en el siglo XVIII, sin embargo, la teoría no le ha seguido el ritmo, y así nos encontramos dando vueltas en círculos.
La forma en que observamos la realidad influye en la forma en que nos relacionamos con ella. El descubrimiento de nuevos significados del mundo permite renovar las prácticas cotidianas. Toda interpretación genera una ética. Buscamos leer nuestra historia a contrapelo, incluso a contrapelo de la historia oficial de izquierdas para liberarla del pasado.
La memoria de todas las derrotas que acumulan los proyectos emancipatorios se vuelve un obstáculo cuando no sirve para pensar el presente. Repitiendo siempre las mismas fórmulas seguiremos en el infierno de lo ya conocido. La historia no se repite, y si se repitiera no sería historia. No podemos seguir repitiendo los mismos sermones y análisis que ya no conmueven a nadie.
0.
El trabajo es, por su propia esencia, la actividad inhumana no libre, asocial, condicionada por la propiedad privada y generadora de propiedad privada. Por tanto, la superación de la propiedad privada solo se hará realidad cuando sea entendida como superación del “trabajo»
Karl Marx, Sobre el libro de Friedrich List El sistema nacional de economía política
Por norma económica, no existe en la sociedad primitiva ninguna clase de pobres sin tierra. Si se produce la expropiación, ello es ajeno al modo de producción en sí mismo y se debe a la mala suerte de una guerra, por ejemplo, y no a una condición sistemática de la organización económica
Marshall Sahlins, Economía de la edad de piedra
Los antropólogos modernos, que tienen metido el gulag en el cerebro, rebajan dichas comunidades humanas a los movimientos que más se parecen al trabajo, y denominan recolectores a los pueblos que recogen y a veces almacenan sus alimentos favoritos. ¡Un empleado de banco llamaría a estas comunidades cajas de ahorros!
Fredy Perlman, Contra el Leviatán, contra su historia
La vida es un cuento contado por un idiota, lleno de ruido y de furia, que no tiene ningún sentido
Shakespeare, Macbeth
Mientras más grande es el espectáculo, más simple es el truco
Don Quixote Doflamingo – One Piece
Aunque lo hayamos olvidado, existió una época en la historia de la humanidad en la cual no era necesario trabajar para reproducir la vida. Hace mucho tiempo, la tierra, las montañas, los mares, los bosques, los ríos, los campos, las selvas no eran propiedad de nadie. Todo era de todes y nada era de nadie porque el movimiento de apropiación de lo vivo aún no había comenzado.
Una época en la cual aún no moraban los monstruos artificiales, donde no existían las fronteras civilizatorias. Tiempos donde la especie humana aún no se autopercibía superior ni ajena al resto de las formas de vida sino una parte más de todo el ecosistema. Una era en la cual la lógica de la escasez aún no había sido engendrada. Una época donde la Tierra era considerada la madre proveedora de la vida. En aquellos tiempos la abundancia primaba en el planeta Tierra.
El trabajo es tan viejo como el primer patriarcado del que se tiene registro: Sumeria. Aproximadamente cinco/seis mil años de existencia. Desde el momento en el cual un hombre fuerte se declara jefe-encarnación-divina y se asocia con otros hombres para apropiarse de un territorio, nace la escasez, nace la apropiación, nace un monstruo artificial.
Dicho monstruo se alimenta constantemente de sudor y sangre, de trabajo forzado y conquistas bélicas. Su hambre es voraz e insaciable, necesita poseerlo todo lo más rápido posible. Argumentando que no alcanza para todxs, se precipita, mediante el mito oficial y la violencia sistematizada, a acaparar todas las cosas que pueda. A su paso, las personas, tanto las que se encuentran arriba de la pirámide como las que están abajo, son material y espiritualmente esclavizadas por esta abominación social.
Algunos de los nombres de los monstruos fueron: Roma, Persia, Egipto, Grecia, Babilonia, Akad, China, Macedonia y muchísimos más. Todas esas grandes civilizaciones que nos han enseñado a glorificar no han sido más que pesadillas humanas surgidas en los últimos milenios de historia. Los primeros restos de homo sapiens encontrados datan de 315.000-200.000 años. No casualmente encontrados en África, la cuna de la humanidad, tal vez el continente más rico y más saqueado de la historia mortuoria.
De 315/200 mil años de vida de las comunidades humanas homo sapiens, el patriarcado solamente se ha manifestado en los últimos cinco milenios. Esto lo sabemos porque la escritura como forma de registrar las deudas y mitos de los leviatanes nace en Sumeria. Las comunidades anteriores al patriarcado no escribían sino que priorizaban la palabra oral y viva antes que la escrita y muerta.
¿Cómo habrán vivido nuestrxs ancestrxs los milenios anteriores al patriarcado? ¿Qué tanto sabemos del “comunismo primitivo” que algunxs han llamado o de las sociedades matrifocales anteriores al patriarcado? ¿Qué se ocultará detrás de la “prehistoria”, como la llaman lxs tecnócratas de izquierda y derecha? ¿Tendremos algo para aprender de nuestrxs ancestrxs? ¿Existió otra forma de habitar el planeta tierra que no fuese de una forma depredadora? Lamentablemente, poco sabemos de nuestros orígenes.
De lo que sí sabemos, y mucho, es de los monstruos, ya que, como dijimos, la escritura nace con ellos, y han tenido la costumbre de cristalizar su historia, desplazando del conocimiento todo lo que no ha sido escrito. Sus registros están plagados de amos, esclavos, dioses, héroes, trabajo, leyes, monumentos, traiciones, guerras, masculinidad y control sobre lo vivo. Ausencia total de lo femenino e infantil, relegados tras bambalinas.
En las escuelas nos han enseñado a admirar y glorificar a los grandes, duros e imponentes monumentos de las civilizaciones patriarcales anteriores, preservadas como reliquias de un pasado triunfal. Actualmente, nuestra sociedad también tiene sus monumentos a los cuales glorificar. Puntos geográficos dispersos por el territorio que mediante el urbanismo expresan constantemente la ideología que los justifica, el monólogo eterno de los Grandes Hombres y sus muertos.
¿Pero quiénes construyeron los monumentos? ¿Quiénes arrastraron las piedras, cortaron las maderas y levantaron los arcos del triunfo, las pirámides, las catedrales, los santuarios y las ciudades? ¿Sobre quiénes caminaban los césares, los faraones, los emperadores, nobles, los papas, los magistrados, los presidentes, los millonarios? ¿Quiénes preparaban la comida para alimentar a las legiones de la muerte? ¿Quiénes triunfaron y quiénes perdieron? ¿Existe algún documento de cultura que no sea, al mismo tiempo, un documento de barbarie?
Si bien el racismo y la xenofobia existían, no todas las civilizaciones los practicaban. Sí todas coincidieron en ser sociedades que excluyeron a las mujeres de las tomas de decisiones, reduciéndolas a las tareas de cuidados reproductivos y a meras propiedades intercambiables que, así como la tierra, mares y bosques adueñados, tenían que dar su fruto al Leviatán. Así mismo, las infancias y lxs ancianxs también fueron relegadxs de su potencialidad.
Actualmente, la sociedad capitalista, proyectando sus propias dinámicas jerárquicas, ha llamado “avanzadas” o “civilizadas” a todos los monstruos insaciables que cumplieron con los mandatos patriarcales de propiedad, acumulación, jerarquía, sacrificio y guerra. En contraposición binaria, todos los grupos humanos que no contasen con esas características civilizatorias han sido calificadas como “atrasadas” o “primitivas”, como si se tratase de una cierta “niñez de la humanidad”, gente que vivía constantemente amenazada por la naturaleza y la escasez.
Vale la pena detenerse en los términos “historia” y “prehistoria”. Todas las sociedades que no han dejado registros escritos, han sido calificadas de prehistóricas, es decir, pertenecientes a un período de la humanidad en donde la “historia” propiamente dicha no había aparecido. De esta forma, se las rebaja a un estadío inferior, subestimando la potencialidad y riqueza social de las mismas.
Por otro lado, tenemos a la “historia”. La misma se refiere, como ya dijimos, a la biografía de los monstruos del patriarcado. Esta expresa el camino, el progreso del movimiento apropiativo de la vida. Perlman, en su libro Contra el Leviatán, contra su historia, hace un juego de palabras que en la traducción al castellano se pierde. En inglés, historia es history, compuesta por dos palabras his, pronombre masculino que indica propiedad (de él), y por otro lado, story, que significa cuento o historia.
De esa forma, history en inglés significa “la historia de él”, ¿de quién? Del patriarcado, de los hombres fuertes. Si las mujeres aparecen en estos relatos es empuñando armas con formas fálicas, mujeres masculinizadas. Esta historia empieza con la escritura cuneiforme de Sumeria hace cinco mil años. Los nombres de los primeros monstruos fueron: Ur, Lagash, Uruk, Nippur, ciudades del imperio sumerio. La escritura nace con el movimiento de apropiación de una minoría sobre una mayoría porque solo con la escritura, con la cristalización de la palabra se pueden fijar las leyes, los castigos y las deudas.
Así, la historia, relatada por los vencedores, se nos presenta invertida. Tras milenios de opresión, se nos ha enseñado a admirar a las sociedades donde reinaba (y reina) la escasez, consecuencia de la apropiación de la riqueza natural. A su vez, se nos empuja a denostar y subestimar a las comunidades “prehistóricas”, ocultando una parte muy importante de la historia de la humanidad.
En realidad, nosotres no sabemos nuestra historia, sino que sabemos la historia del Leviatán, la historia de los patriarcas y por eso no hacemos otra cosa más que repetirla constantemente.
I.
Antiguamente, si alguien llamaba obrero a un artesano jornalero, había una pelea segura… Pero ahora les han dicho a los jornaleros que los obreros son la primera jerarquía del Estado, y todos insisten en querer ser obreros
M. May, Die Arbeitsfrage
Solamente mira a tu alrededor, ¿qué ves?
Dolor, sufrimiento y miseria
No es la forma en que el mundo fue planeado
es una lástima que no entiendas
¡Matándote para vivir!
¡Matándote para vivir!
Black Sabbath, “Killing yourself to live”
El principio moral fundamental es el derecho de los hombres al trabajo […] Según mi parecer, no hay nada más abominable que una vida ociosa. Ninguno de nosotros tiene derecho a algo semejante. En la civilización no hay sitio para gente ociosa
Henry Ford
Actualmente, tras 500 años de capitalismo como forma de vida globalizada, esta tendencia a mirar al pasado como algo lineal, ascendente, progresivo, dónde todo lo nuevo es siempre mejor que lo viejo, se ha afianzado. Incluso se ha afirmado, tras la caída de la URSS, el “fin de la historia”, el triunfo final del capitalismo como única sociedad deseable y posible.
La democracia capitalista como el peldaño más alto de la escalera del desarrollo humano, como estadio final de la evolución de la especie. El Leviatán moderno coronando el tortuoso camino hacia la perfección modernista. “Nadie es mejor que nosotros”. Ya lo sabemos: quien más se esfuerza por demostrar su superioridad, solamente logra demostrar su inferioridad.
Si bien desde que nace la civilización siempre se “trabajó”, en tanto que actividad condicionada por las condiciones materiales y estructurales de apropiación de los “recursos” por una minoría, en el patriarcado productor de mercancías el trabajo adquiere unas características particulares y específicas que lo vuelven único.
Esta unicidad lo vuelve característico solamente de un sistema social basado en la producción de mercancías. En ese sentido, las generaciones anteriores nunca habían trabajado en los términos que nosotrxs lo entendemos. Se estima, por ejemplo, que un campesino o siervo de la Edad Media durante el 1300 trabajaba solo 180 días al año, y, a excepción de los períodos de cosecha donde las jornadas de trabajo eran largas, solían hacerlo en jornadas cortas. Hasta el nacimiento del capitalismo, el trabajo era algo detestado y evitado por su fatiga. El mismo era considerado un mal necesario para pagar los impuestos a los amos y satisfacer las necesidades de los monstruos constantemente en guerra. Incluso la Biblia habla del trabajo como una maldición impuesta a la humanidad por sus pecados:
“Y a Adán dijo: Por cuanto obedeciste la voz de tu mujer y comiste del árbol del cual te mandé, diciendo: No comerás de él; maldita será la tierra por tu causa; con dolor comerás de ella todos los días de tu vida. Espinos y cardos te producirá, y comerás hierba del campo; con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado; pues polvo eres y al polvo volverás”.
Tras el pecado original de haber desobedecido a Dios y haber comido del fruto prohibido, Adán y Eva serán echados del paraíso. A Eva, la Mujer, la condenará a parir con dolor y a ser propiedad del hombre. La mujer ya no es mujer por sí misma sino en función del hombre. Por otro lado, a Adán, el Hombre, lo condenará a trabajar, a tener que sudar y sufrir para poder comer el pan, es decir, para poder reproducir su vida y la de su propiedad: la mujer.
Siguiendo esa línea, el lenguaje también es bastante ilustrativo con respecto al trabajo como negativo. La palabra labor, en latín, significaba, en origen “carga” y posteriormente “cansancio”, “fatiga”, “pena”, “sufrimiento”. En alemán, la palabra trabajo es arbeit, la cual, etimológicamente, significa “esfuerzo” o “sufrimiento”. En el caso del inglés, la palabra work tiene sus raíces en la palabra gótica wrikan, la cual sugiere “persecución”, “opresión”, “maldecir” o “imprecar”. En el ruso, al trabajo se le llama rabota cuya etimología proviene de otra palabra del protoeslavo, orbota, que significa “trabajo duro” o “esclavo”. Por último, tenemos la palabra “trabajar” en español que viene de tripalium, un elemento de tortura.
¿Qué ha sucedido entonces? ¿Por qué si Dios impuso como castigo el trabajo para los pecadores, hoy en día el pecado es no trabajar? ¿Cómo puede ser que las raíces de las palabras de distintos idiomas del mundo sean tan explícitas y a su vez tan opuestas a lo que actualmente se entiende por “trabajo”? ¿Acaso aún recordaban, por medio de historias, cuentos, canciones y leyendas transmitidas oralmente, un mundo en el cual no existía el trabajo? ¿Cómo es que las personas pasaron de evitar el trabajo por considerarlo indigno, una carga, una fatiga que agota y embrutece, un sufrimiento a evitar a toda costa a decir que “el trabajo dignifica o libera”?
Esta intervención sobre el lenguaje no resulta accidental, sino una necesidad de todo monstruo: la dominación subliminal por medio de las palabras. Las palabras crean realidad por ende quien determina el sentido de las mismas, determina la realidad. El lenguaje es el hogar del poder. Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo. Discernir el discurso del poder. La crítica del viejo mundo necesita de nuevas palabras, necesita ver que la historia está contenida en las mismas. Dejar de hablar en el lenguaje de los amos.
La ideología capitalista escondida en las palabras ha impregnado el mundo, y tras generaciones y generaciones ha invadido nuestros cuerpos. Devorando y destruyendo siglos y siglos de saber comunitario, vital, autorregulatorio. Su poder es tan fuerte que incluso ha contaminado a las distintas expresiones transformadoras o revolucionarias que supuestamente intentaban combatir al monstruo.
Nos referimos a los sindicatos obreristas, al reformismo en sus distintas variantes, al peronismo, las socialdemocracias viejas y nuevas, y fundamentalmente las diversas corrientes políticas derivadas del llamado “marxismo ortodoxo” como el leninismo, trotskismo, castrismo, guevarismo, estalinismo, maoísmo.
Dichas corrientes comparten un componente en común que se suele llamar “obrerismo”. El mismo consiste, básicamente, en la romantización del trabajo y su mundo. Desde esta perspectiva, no se trata de abolir el trabajo como relación social cosificante derivada del Capital, sino de “liberar” el trabajo, de hacerlo “digno” y de retribuirlo con salarios “justos”.
Las corrientes obreristas, en lugar de comprender al trabajo/proletariado como uno de los polos de las relaciones sociales históricas y específicamente capitalista, lo entienden como una categoría social ahistórica (“la humanidad siempre trabajó”), y busca defenderla del polo “malo”, el Capital/burguesía que “no trabajan” y que viven en la opulencia como la aristocracia feudal.
Así, en vez de buscar abolir el trabajo como relación social cosificante, como categoría económica propia y específica del patriarcado productor de mercancías, como forma de relación social necesaria para la reproducción de la propiedad privada, buscan gestionarlo en nombre del “progreso”, la “patria”, el “comunismo”, el “gobierno obrero”. Se pasa así, de la crítica a la reforma, se focaliza más en la forma que en el contenido, cayendo, nuevamente, en el binarismo. Se naturaliza lo no natural, se claudica a lo existente.
A pesar de los profetas del trabajo, sean de izquierda o de derecha, afirmamos que el proceso de industrialización sucedido en Inglaterra durante 1760-1840, marcando el comienzo del capitalismo como modo de producción dominante, fue un proceso de una violencia desgarradora sin antecedentes en las crónicas leviatánicas.
El mundo del trabajo y la fábrica llega como una bestia demoníaca. Su proceso consistió en la expropiación de tierras comunales al campesinado. El naciente modo de producción necesitó crear y domesticar un nuevo tipo de sujeto que se adecuara a sus características específicas. El resultado sería el proletariado.
Esta nueva clase social se diferencia considerablemente de todas las anteriores. En las sociedades precapitalistas, las relaciones de dominación se encontraban sujetas directamente al poder político-personal sobre las personas. El esclavo era propiedad del amo tanto como una silla. Este podía disponer de su propiedad como quisiera, incluso matarlo.
En el caso de las relaciones de servidumbre características del feudalismo, los siervos estaban sujetos al poder del señor feudal. Fuese bajo los nobles de Europa o los Daimyos de Japón, las clases poseedoras que contaban con ejércitos y tierras, los siervos se encontraban sujetos a su poder directo, viéndose obligados a entregar una parte de lo producido a cambio de protección.
En esas sociedades, los privilegios, la propiedad, la riqueza, el poder, se encontraban jurídicamente determinados por el nacimiento. Las clases sociales estaban determinadas de forma estática por el linaje de sangre. En cambio, en el capitalismo las cosas serán muy distintas.
A diferencia de sus ancestros que también vivieron dentro de patriarcados, el proletariado es “formalmente libre”. En el capitalismo, la clase trabajadora no está obligada por un poder personal: el rey, el faraón, el Dios, el amo, a venderse. La forma jurídica asume un significado universal, expresados en la igualdad, fraternidad y libertad de la Revolución francesa.
Dentro del derecho burgués, se establece que tanto trabajadores como capitalistas son iguales frente a la ley, libres de hacer lo que quieran con sus propiedades. La posición social no será consecuencia de un Dios o un rey. Será el Estado como representante general de las voluntades individuales el encargado de sostener esa “igualdad” ante la ley. Se dará el paso así de la Religión al Derecho y la Política como formas religiosas desprovistas de religión.
Formalmente iguales significa que en teoría son iguales pero en la práctica no. La ideología jurídica es una abstracción que busca regular y naturalizar las relaciones mercantiles entre las clases sociales al interior de un país. Los trabajadores ya no se encuentran atados a relaciones de dependencia personales, sino que ahora pueden trabajar para el capitalista que más les guste, e incluso cambiar entre uno y otro. Ya no se encuentran sujetos a ninguno en particular, sin embargo, sí se encuentran obligados a trabajar, a venderse, no ya por un poder externo y personal, sino por la estructura interna e impersonal misma de la sociedad en la que viven.
Otra característica particular de esta nueva clase social consiste en su desposesión. A diferencia también de sus ancestros, fueron expulsados de sus tierras, casas y talleres domésticos. Por medio de las Enclosure acts, actas de cercamiento, dictadas entre 1760 – 1840 por el parlamento de Gran Bretaña, la aristocracia comenzaría a apropiarse de las tierras comunales.
Durante el feudalismo, el campesinado pagaba impuestos con parte de su trabajo a las clases superiores, pero tenían tierras comunales que compartían y habitaban con sus hermanxs. Tenían una relación con sus territorios, allí cultivaban, cazaban, cantaban, amaban y se peleaban. También morían. Se desarrollaban y reproducían sus vidas en relación directa, no mediada, con el territorio.
Así, esta nueva clase social que se diferencia de todas las anteriores, no posee nada más que su fuerza vital y la prole que engendran. Las tierras y las herramientas ahora pertenecen a un nuevo tipo de amo que se diferencia de todo el resto de los amos: la burguesía y su método de dominación que es el capitalismo.
Esta nueva clase dominante también es particular y diferente a todas las anteriores. Hasta el capitalismo, la producción general estaba orientada al consumo y necesidad de la clase dominada y sus actividades: actos públicos o la guerra. La producción estaba orientada de manera inmediata a cubrir las necesidades simples de la clase dominada y las opulentas de la dominante. No existe una lógica de constante mejoramiento de la explotación para el aumento del rendimiento productivo.
En el capitalismo, en cambio, el refinamiento de la explotación, la búsqueda incesante de la ganancia para la reinversión del proceso productivo es la norma. La ganancia se busca, no tanto para vivir en la opulencia sino para ser reinvertida una y otra vez. El objetivo no es la satisfacción de necesidades sino la valorización del capital. Solo una pequeña parte de la ganancia se destina al consumo personal del capitalista.
Esta novedosa forma social surge de la mezcla de numerosas ideas y filosofías excretadas por monstruos anteriores. El dualismo platónico, el Derecho romano, el monoteísmo abráhmico, las ciencias, matemáticas y filosofías elaboradas por el mundo musulmán y griego, el Renacimiento europeo y su antropocentrismo mecanicista, el Protestantismo fanático del trabajo y el ahorro. Este cóctel ideológico sería el resultado del saqueo del mundo llevado adelante por las monarquías europeas.
Los saqueos de África y América le abrieron las puertas a los leviatanes que rondaban “del viejo mundo” a un “nuevo mundo” de riquezas jamás visto. Utilizando el racismo como pretexto para el saqueo de comunidades humanas y la esclavización de los pueblos nativos de dichos territorios, los reyes de Europa dieron el primer paso hacia la globalización del Leviatán. Literalmente, enormes contingentes humanos fueron deshumanizados, desarraigados y trasladados al “nuevo mundo” para trabajar en las nuevas tierras apropiadas por los monstruos artificiales.
Serán los administradores de los asuntos monárquicos, por medio de la deuda y el préstamo para alimentar a los ejércitos de la muerte –mantener un ejército en constante guerra es muy costoso–, que terminarán acorralando a los reyes en su propio juego. Y con toda esta acumulación de tierras y riquezas bajo su control, comenzarán a moldear al mundo a su imagen y semejanza. Mediante el paso de la monarquía a la democracia, con el Estado moderno, como herramienta política fundamental, lograrán esparcir su pestilencia por todo el mundo a velocidades impensadas.
Previamente a toda esta especie de idealismo materialista que se impuso mediante la fuerza del Estado moderno, la vida de las personas tenía una relativa independencia frente al trabajo al cual estaban obligadas. Aparte de la pesca, caza y cultivo, tareas más acompasadas con los ciclos naturales, desarrolladas en las tierras comunales, también existía el pequeño taller doméstico. Al revés de lo que sucedería después, aquí era el burgués quien alquilaba las herramientas del artesano, le brindaba las materias primas y compraba el producto final.
El trabajo no era más que un momento del día, les artesanes seguían siendo dueños de su tiempo. Elegían cuándo trabajar y cuándo parar, basándose en su propio criterio y no en cálculos económicos de producción que buscan valorizar constantemente el capital. Estas fluctuaciones del trabajo, como sabemos, no son positivas para los negocios y el comercio.
Es esta autonomía de lxs pobres lo que la burguesía busca destruir en los procesos llamados “acumulación originaria” y “Revolución Industrial”, procesos por demás inseparables. Procesos que resultan de una decisión política específica y no de un espíritu universal objetivo y necesario dentro del desarrollo evolutivo del ser humano.
Es en este preciso momento cuando nace la fábrica como herramienta de civilización para los pobres que trabajaban poco. La ideología capitalista se apodera del tiempo; nace el reloj moderno que divide al tiempo en segundos, minutos, horas. Todo puede ser dividido, medido, cronometrado, estandarizado, para sacar el mayor provecho. La vagancia, el peor pecado para el puritanismo mercantil.
La fábrica no es hija única, la misma nace con sus hermanas gemelas y también malditas. La cárcel y el manicomio, hechas a su imagen y semejanza, ocupadas de disciplinar y aislar a quienes se negaban o no podían trabajar para los nuevos amos en ascenso. El positivismo científico y militar se aplica al trabajo, comienza el parcelamiento total de las actividades. Las personas pierden control sobre su vida cotidiana. En el horizonte se asoma el reino de la separación, fragmentación, la dictadura de los especialistas y profesionales. El Leviatán moderno comienza a tomar la clara forma de una nueva máquina-bélico-laboral.
II.
Ni en griego ni en latín existía una palabra para expresar la noción general de “trabajo” o el concepto de trabajo en cuanto “función social general”. La naturaleza y las condiciones del trabajo en la antigüedad hacían imposible la aparición de semejantes ideas generales, así como la idea de una clase trabajadora
Moses Finley – La economía de la Antigüedad
La fuerza que posee la burguesía para explotar y oprimir a los obreros reside en los cimientos mismos de nuestra vida social, y ninguna transformación política y jurídica puede aniquilarla. Dicha fuerza es, en primer lugar y en esencia, el propio régimen de la producción moderna, a saber, la gran industria
Simone Weil – Reflexiones sobre las causas de la libertad y la opresión social
Mientras exista miseria habrá rebelión. Mientras existan Leviatanes morando por el mundo, existirán rebeldes intentando combatirlos o escapar. Por más que el monólogo del espectáculo capitalista intente ocultarlo, existió resistencia y rebelión contra el mundo del trabajo y la domesticación industrial que se estaba imponiendo.
Serán lxs luditas y las revueltas campesinas del Capitán Swing quienes tomarán cartas en el asunto y comenzarán a atacar a las máquinas y las fábricas. A lo largo del proceso de industrialización, sucedieron sabotajes, destrucciones a las máquinas, ataques y amenazas a los patrones. En 1778, por ejemplo, tuvo lugar, en la región de Lancashire, un episodio grande de destrucción de máquinas hiladoras. Esta práctica se generalizó durante varios años.
La introducción de innovaciones técnicas al proceso productivo no buscaba generar mejores condiciones de vida sino todo lo contrario. Dentro del capitalismo, la maquinaria se introduce al proceso productivo para maximizar el rendimiento de la explotación. Así, en menos tiempo se produce más, generando un abaratamiento de las mercancías, incluida la fuerza de trabajo, generando un desmerecimiento o descalificación de un oficio que llevaba años de práctica de obtener.
Frente a este mundo de la cantidad versus la calidad, de la producción en serie sobre la artesanía donde la actividad humana se vuelve un apéndice de la máquina, lxs desposeídxs comenzaron a romper la tecnología que les volvían aún más miserables. Odiaban las fábricas y su maquinaria porque estas representaban el advenimiento de un mundo de total desposesión.
Todos los cambios sociopolíticos que se dan en ese contexto trazarán el camino de la domesticación industrial de las personas. Literalmente, se estaba llevando adelante una transformación total de la forma de vivir y entender el mundo. La mentalidad economicista y cuantitativa comenzaría a infestar el mundo. La Revolución Industrial, el ascenso de las máquinas, apuntaba a desposeer a las personas de una de las pocas cosas que aún conservaban: el tiempo.
La visión obrerista no verá en estas revueltas contra las fábricas más que “infantilismo” o, en palabras de Marx, “un pretexto para la adopción de las medidas más reaccionarias y enérgicas. Faltaban tiempo y experiencia antes de que los obreros aprendiesen a distinguir entre la maquinaria y su empleo por parte del capital; y para que no dirigiesen sus ataques contra los instrumentos materiales de producción, sino contra la forma social en particular que son utilizados”. Por su parte, Engels lo llamará “el pecado juvenil del movimiento obrero”.
La tradición del movimiento obrero moderno se encuentra contaminada por el pensamiento y las perspectivas industrialistas del capitalismo. La clase explotada aún confía en el proyecto civilizatorio del capitalismo y su tecnología, reduciendo así la crítica de la misma a una cuestión de instrumentalización, es decir, una concepción de neutralidad de las máquinas cuyo fin, en último caso, dependerá de cómo sea utilizada.
La maquinaria capitalista producto de la lógica de la valorización incesante del Capital solamente tiene sentido y utilidad en una forma social que hace de la acumulación mercantil su fin primero y último. La tecnología engendrada por el Leviatán capitalista, hecha a su imagen y semejanza, solamente puede reproducir su lógicas y relaciones sociales cosificadas porque son producto de las mismas.
Cada patriarcado desarrolla la tecnología que necesita y la reproduce. Comprender a la tecnología como un simple conjunto de máquinas resulta una abstracción propia del pensamiento separado burgués. Antes bien, la tecnología particular de cada forma social de dominación es el producto de las relaciones sociales específicas e históricas del mismo.
El obrerismo, en cambio, idealizando la técnica capitalista, la separa de su contexto y promueve el “desarrollo de las fuerzas productivas” para evolucionar así hacia una sociedad comunista en donde la máquina será la que nos libere del trabajo. Esa esencialización del trabajo y la técnica nos vuelve prisioneros de las categorías económicas del propio sistema, reproduciendo así, el mismo mundo que se busca transformar.
Uno de los mayores aportes de Marx, tal vez sea el de haber descartado la perspectiva de una “esencia humana” a la cual regresar. En su lugar, propuso disolver dicha esencia en su existencia particular e histórica. “Tal y como los individuos manifiestan su vida, así son”. Las personas son productoras y el producto de la forma social en la cual viven y se desarrollan.
Separar la tecnología de la sociedad misma que la ha engendrado resulta una abstracción binarista que, nuevamente, separa entre medios y fines. La fábrica, la cárcel, la cadena de montaje, el automóvil, el celular, los algoritmos son productos propios de una forma social determinada, específica, particular e histórica, no son naturales. Pretender salvaguardarlas de dicho contexto para aplicarlas a una sociedad socialista, comunista, anarquista o como se la quiera llamar, es un sinsentido.
Siglos de ideología capitalista y desarraigo de tradiciones humanas en relación directa con la naturaleza han logrado instalar la idea de que el ser humano siempre trabajó, equiparando el trabajo al gasto fisiológico de energía que, en relación con la naturaleza, le conlleva a las personas reproducir su vida.
Un campesino feudal que pesca para alimentar a su familia y la de la comunidad en la que habita, por ejemplo, no está trabajando, sino que está reproduciendo su vida de forma directa, realizándose en tanto que individuo en una comunidad. Su energía vital se encuentra orientada a la satisfacción de las necesidades y no hacia la producción de mercancías para el mercado anónimo. El tiempo que le lleva realizar dicha tarea no se encuentra cronometrado y medido para calcular su “valor” y así, recibir a cambio, un valor equivalente expresado en forma de dinero para posteriormente comprar lo que necesita para reproducirse.
Es solamente en el capitalismo en donde el gasto de energía humana es separado de su contexto real para aislarlo y medirlo. El trabajo se revela así como una actividad abstracta, no en el sentido de fabricar algo que antes no existía, sino en aislar algo ya existente, arrancarlo de su contexto y medirlo como un objeto en sí.
De esta forma, se niega el contenido particular de cada actividad, focalizándose en la única cosa que tienen en común todos los trabajos: el “gasto de cerebro, músculo, nervio, mano” en el tiempo. No importa si el dinero se obtuvo vendiendo una silla, dando dos horas de clases o arreglando una pared, sino cuánto tiempo de vida humana, en determinada economía, se consumió durante el proceso de producción.
Con el nacimiento de la fábrica, literalmente se pasa del trabajo artesanal doméstico, el cual escapaba al control de los propietarios, hacia una estructura cerrada y específicamente construida para trabajar bajo el régimen militar industrial. A su vez, el trabajo del campesinado, indefectiblemente atado a los tiempos y ciclos naturales del ecosistema, empieza a ser intervenido por la tecnología, pudiendo producir más con menos mano de obra.
La reproducción de la vida ya no es directamente vivida, sino mediada por el mercado y el trabajo que lo alimenta. Se separa, en tiempo y espacio, al trabajo de las demás actividades sociales. La lógica del valor comienza a modificar la vida cotidiana de las personas, transformando la concepción misma del tiempo.
Las actividades para reproducir la vida empiezan a desligarse de los ciclos naturales de las estaciones para convertirse en trabajo. El tiempo cíclico y natural del universo es negado por el tiempo lineal y monótono de la mercancía. Se deja de producir para reproducir y se comienza a producir para acumular. El tiempo de las cosas ha llegado y planea conquistar el mundo.
No buscamos hacer una apología del primitivismo ni un romanticismo idealista sobre formas de vida anteriores al capitalismo. Sino que intentamos comprender que las tecnologías creadas por las personas afectan las formas en que las mismas se relacionan y habitan el mundo. Es probable que el nuevo mundo que deseamos construir se base más en la simpleza y el acompasamiento con los ciclos naturales que con la hiper-tecnologización de la vida, sin por ello, descartar la técnica y los conocimientos acumulados.
La total negatividad de los luditas y los campesinos ingobernables los volvía completamente irrecuperables. Las máquinas destruidas representaban pérdidas escandalosas a los patrones. La férrea resistencia al mundo del trabajo necesitó de drásticas decisiones gubernamentales. En febrero de 1812 se aprueba la framebreaking bill, una ley que castigaba con la pena de muerte o el exilio a quien destruyera máquinas. Para el año 1817 ya no quedaría resistencia al nuevo mundo.
A su vez, mientras estos movimientos radicales herederos del levantamiento milenarista eran aniquilados, se comenzaban a tolerar y legalizar los sindicatos obreros. Se pasaba así de la crítica del mundo del trabajo a la aceptación del mismo. Ya no era necesario combatirlo y negarse a trabajar, sino negociar su precio y condiciones. El espíritu industrialista comenzaba a adoptarse entre lxs desposeídxs.
El Estado comienza a gobernar con una nueva lógica. Nace la legislación contra la vagancia. Prohibido vagar y mendigar. Prohibido no ser productivo. Obligación a trabajar, prohibido vivir. En el territorio dominado por el naciente Estado argentino, estas legislaciones se conocerán como la Ley de Leva y la papeleta de conchabo.
Leyes para combatir el nomadismo, el vagabundeo y la delincuencia rural. Todo varón –recordemos que las mujeres se encuentran recluidas al interior del hogar junto con las infancias– entre 18 y 40 años que no tuviese propiedad, careciera de domicilio fijo, que no pudiera demostrar ocupación alguna mediante la papeleta de conchabo, sería detenido, puesto a disposición de las autoridades y destinado al desarrollo de obras públicas o a cumplir servicio militar en la frontera con el indio. Trabajo y servicio militar como castigos por la libertad.
La ideología del patriarcado productor de mercancías nos dice “la humanidad siempre ha trabajado”, intentando naturalizar el trabajo como una categoría ahistórica que corre en paralelo con el desarrollo de la historia humana. Sin embargo, la historia, y sobre todo la “prehistoria”, nos enseñan que el trabajo es una forma de relación social históricamente específica que nace con el patriarcado, y que en el capitalismo se vuelve un elemento central. Aunque nosotres lo hayamos olvidado, nuestros antepasados no trabajaban para vivir sino que fueron obligados a trabajar.
III.
Masticando esta siniestra heredad,
prisionero estoy en mi ciudad natal
donando sangre al antojo de un patrón
por un misero sueldoCon el cual no logro esquivar
el trago amargo de este mal momento.
Mientras el mundo, policía y ladrón,
me bautizan sonriendo, gil trabajadorHermética, “Gil trabajador”
Al atribuir el poder creativo al Capital y no a su propia actividad, abdican de su actividad, de su vida cotidiana en beneficio del Capital, lo que significa que las personas se entregan a sí mismas, a diario, a la personificación del Capital: el capitalista
Fredy Perlman, La reproducción de la vida cotidiana
Cada vez que escucho el golpe del látigo, mi sangre se hiela,
Recuerdo en el barco de esclavos, como brutalizaban nuestras almas,
Ahora dicen que somos libres, solo para estar encadenados en la pobreza,
Dios mío, creo que es analfabetismo,
Es solo una máquina la que hace el dinero
Bob Marley and the Wailers, “Slave Driver”
En el mismo momento en que las personas son apartadas de los recursos y herramientas, nacen el mercado y la Economía como esferas separadas y autónomas de la actividad humana. El progreso de la Economía es el progreso de la alienación. El sacrificio se vuelve la norma. Lo que llaman Progreso no es más que el progreso de la violencia sistematizada. El capitalismo se instituye como el reino de la separación.
En este reino las personas se encuentran separadas de la naturaleza en sus distintas formas: tierra, mares, bosques, lagunas, montañas, ríos, encerradas en ciudades de cemento cada vez más sucias y superpobladas. Separadas de sus congéneres en familias de apellidos paternos y que hacia afuera solamente se relacionan como consumidores y trabajadores aislados, imposibilitados de ejercer una comunicación directa porque las instituciones se la han arrebatado.
Separadas incluso de sí mismas y sus deseos, desoyendo a sus cuerpos y oyendo a sus mentes, encerradas en vidas privadas en apartamentos pequeños. Productos y productores de una historia sobre la que no se tiene control en absoluto, la vida es indirectamente vivida. No se vive sino que se trabaja para obtener los medios para vivir.
A despecho del obrerismo reinante de los siglos XIX y XX, y que aún al día de hoy tiene a sus exégetas; a contracorriente de la ideologización de la clase desposeída que se enamoró del mito de la liberación de la humanidad por medio de la tecnología, las fábricas y el trabajo; a pesar del romántico ideal del trabajador fabril masculino con overol engrasado, sostenemos que el Capital y el Trabajo son las dos caras de la misma moneda. Juntas han llegado, juntas morirán. La lucha anticapitalista es contra el trabajo y la competencia empresarial y por la promoción del apoyo mutuo y la cooperación como formas de vida.
En el reino de la separación el único lenguaje que se habla es el del dinero. Falso unificador de las actividades separadas, lazo ficticio entre las personas. El dinero no es más que la expresión material de una abstracción social: el valor, y el valor solamente es generado por el trabajo humano. Así, haciendo las funciones de equivalente general de todas las mercancías, el dinero se presenta como el rey del reino separado.
Fetiche por excelencia, en el dinero se encuentran cristalizadas las relaciones sociales del mundo del trabajo. Su poder es tal que poseer mucho dinero permite comprar tiempo de trabajo, comprar energía humana y por ende mandar e imponer las condiciones. Tiempo es dinero y dinero es tiempo. El secreto del dinero y su poder cegador es que le permite ocultar, tras su oscuro brillo, la violencia histórica que necesitó y necesitan las relaciones de producción capitalistas.
Expresión de relaciones sociales alienadas, el dinero se presenta así como cosificación del trabajo de una población. Toda la sociabilidad de las personas se objetiva y se opone a ellas bajo la forma de una cosa sobre la cual no tienen ningún control. El dinero, expresión específica de un determinado tipo de relación social, es portador de una cualidad social solamente porque las personas han enajenado su propia vitalidad.
La realidad se encuentra efectiva y no metafóricamente invertida: son las cosas las que dominan a las personas. Las mercancías producidas, sean zapatillas o cuatro horas de clase en un colegio, o ser mozo en un restaurante, llevan “valor agregado”, es decir, tiempo de trabajo humano adherido. Alguien tuvo que dedicar la energía de su vida para producirlas; a cambio de su energía creativa, recibió dinero. La tierra, las fábricas, las escuelas, los restaurantes, las oficinas, (el Capital), no producen por sí mismas, sino que necesitan ser regadas con sudor, con tiempo de vida, con energía pulsional de una persona (el Trabajo).
El trabajo se revela así como una relación social específica que reproduce el reino de la separación. Las tareas para la reproducción social se encuentran tan fragmentadas en pequeños pasos que ya nadie comprende el resultado de sus acciones, así como nadie es responsable de nada tampoco. Es el dinero el encargado de conectar y nublar la separación entre los medios de producción y la energía que los pone en movimiento.
Día a día, el discurrir de ese billete, que por su esencia abstracta está tendiendo a la virtualidad en las pantallas, cosifica, mistifica, oculta y naturaliza la dominación. Donde hay dinero hay escasez porque esta es, justamente, su esencia. El dinero en cuanto forma social de la riqueza es contraria a la comunidad. En la sociedad de la falsa abundancia, la riqueza consiste en poseer objetos muertos.
El salario no es una cantidad de plata, sino una forma de relación social de dominación y dependencia. El salario nunca alcanza porque esa es su función. No se paga el total del trabajo realizado sino el costo de la reproducción del asalariade. Siempre hay que volver a ganar el salario, nadie puede emanciparse con un salario porque siempre va a ser insuficiente, allí radica el siniestro truco capitalista.
A su vez, el salario es una forma de jerarquizar a la clase trabajadora. Hacia adentro de la empresa o del Estado y hacia afuera en la sociedad. El dinero abre muchas puertas al consumo y su ausencia cierra muchas otras. El salario, fundamentalmente, jerarquiza hacia dentro del hogar. Actualmente la mujer ha ingresado al mercado laboral después de luchas y reformas, estando, en muchos casos, doblemente explotadas: en el trabajo y en las casas.
El capitalista paga el salario al trabajador para que reproduzca su vida pero la vida no se reproduce por sí sola, sino que alguien debe hacerlo. Históricamente han sido las mujeres las relegadas a dicho trabajo. Aceptadas en la fábrica en los comienzos del capitalismo durante las jornadas laborales de 14/16 horas diarias, período llamado de “explotación absoluta”, en donde la expectativa de vida era de 40 años y la reproducción de la clase trabajadora muy baja, fue necesario ajustar las tuercas, mejorar la calidad de vida del obrero y reducir a las mujeres al trabajo de cuidadoras de los futuros explotados.
Se necesita mucha producción de proletarixs, siempre debe existir un porcentaje de la población desocupada para ejercer presión hacia abajo de los salarios. Frente a la desesperación de no tener trabajo, las personas tendemos a vendernos por poco dinero, compitiendo así con nuestrxs hermanxs. En los únicos momentos en donde existió el pleno empleo fue en los períodos de guerra entre Leviatanes, otro proceso necesario del Capital para sostener la depredación terráquea.
Limpiar la casa, comprar y preparar la comida, complacer al varón, sostener la crianza de les niñes ha sido el trabajo invisibilizado sobre el cual se ha erigido todo el sistema capitalista. El trabajo para la producción de la mercancía fundamental del patriarcado asalariado, el trabajador en sí mismo, ha sido consecuentemente ocultado, tanto por patrones como por explotados. El salario, dentro del hogar, convierte al varón en supervisor del trabajo no pago de la mujer y genera su dependencia hacia este. Los cuerpos gestantes han sido social e históricamente obligados a parir y criar.
Sospechamos que es gracias al mundo del trabajo, el del movimiento incesante de la valorización del Capital, el que desmerece todas las actividades que no pueden ser supeditadas a la lógica de la valorización. Resulta lógico que así sea, dado que “el valor es el hombre”.
El patriarcado productor de mercancías se caracteriza por una clara escisión de géneros producto de su lógica de valorización. Así, lo femenino, representado en las mujeres, todas descendientes de la corrupta Eva, es degradado en favor de lo masculino, representado en los hombres, todos descendientes del pecador Adán.
La feminización de las tareas de cuidado: cocina, crianza, cuidados, sanación, sexualidad, sentimientos, lágrimas, refugio, hogar, interior se complementa con la masculinización del trabajo: dureza, rapidez, competencia, intervención, racionalidad, cálculo, protagonismo, exterior. Todo lo susceptible de crear valor será de carácter masculino y por eso mismo considerado “trabajo”.
Su contracara, la reproducción de la vida cotidiana, conformada por actividades que no pueden ser incorporadas bajo la lógica del valor, serán atribuidas a las mujeres y consecuentemente desmerecidas. Si bien actualmente muchas mujeres han ingresado al mercado del trabajo abstracto, las mismas siguen siendo responsables de la mayoría de las tareas de cuidado, y dentro del mercado laboral suelen percibir menos retribución monetaria u ocupar menos cargos de jerarquía. Y las que han ocupado una posición de poder dentro del sistema capitalista, suelen hacerlo en base a una masculinización propia. Como dijo Shakira: “Las mujeres ya no lloran, las mujeres facturan”.
Es el trabajo capitalista el que desmerece los cuidados domésticos, internos y las tareas de reproducción diarias: cocinar, limpiar, bañarse, criar a las niñeces, cuidar a les ancianes. Confucio decía que quienes no puedan soportar las pequeñas tareas no podrán realizar grandes proyectos. Intuimos una sensibilidad comunista que se nutra de lo pequeño, de lo simple, de lo interior, de lo femenino.
IV.
El Capital es él mismo la contradicción en proceso que tiende a reducir el tiempo de trabajo a un mínimo, mientras que, por otro lado, pone el tiempo de trabajo como única medida y fuente de riqueza
Karl Marx, Contribución a la Crítica de la Economía Política
Como una hoja, el espíritu debe golpear con la fuerza de un sable para cortar las ilusiones de este mundo impermanente
Kōbō-Daishi, 774–835
Mucho tiempo ha pasado desde los comienzos de la Revolución Industrial y la expansión de su necrótica pestilencia. Las luchas han sido intensas y el sistema se ha visto obligado a mutar constantemente para no perecer. Liberalismo, taylorismo, capitalismos de Estados rojos, keynesianismo, fordismo, socialdemocracia, toyotismo, fascismo han sido las distintas formas de organizar el trabajo y gestionar el plusvalor generado por la clase desposeída y trabajadora.
Las distintas crisis estructurales, o mejor dicho reestructuraciones del sistema capitalista, le han permitido al monstruo continuar sobreviviendo. El movimiento obrero de principios del siglo XIX y a lo largo del siglo XX ha sido completamente derrotado. Su derrota fue más bien política, ya que su programa era un subproducto de la forma social capitalista.
De allí las loas al trabajo, la edificación del obrero fabril varón, del héroe militar y conquistador, del sindicato como nuevo organizador social o del Partido revolucionario orientado hacia la toma del poder identificado con el Estado. La fe en el industrialismo, la ciencia objetiva, la planificación de la economía, el socialismo científico, la centralidad de la humanidad en el misterio universal, y el trabajo, sobre todo el trabajo.
Hoy la clase obrera con centralidad en la fábrica o la oficina corporativa que se la pasaba trabajando hasta el punto en que su identidad estaba totalmente definida por el trabajo ha sido desarticulada por el mismo sistema que la vio nacer. De allí los discursos anacrónicos y aburridos de la izquierda tradicional que aún sigue hablando de trabajo digno y partido revolucionario.
En consonancia con la fe en el incesante avance tecnológico y el espíritu productivista de la burguesía, el movimiento obrero se subiría a la locomotora del progreso, confiando en que las estaciones finales de la historia serían el comunismo y la anarquía. Creyendo estar nadando a favor de la corriente, intentando realizar la revolución sin criticar las categorías fundamentales del sistema capitalista, bajo discursos moralistas, las estaciones terminaron siendo la brutalidad y la dictadura.
Desde ese punto de vista, el problema se reduciría no a la abolición sino a una gestión diferente de las mismas cosas, por ende, a la integración y reforma del sistema de explotación. Separando así entre medios y fines, el movimiento obrero se encontraba derrotado de antemano, confundiendo al Capital con una cosa a poseer y no como una forma específica, histórica y transitoria de actividad humana.
La derrota se encuentra evidenciada hoy en día por la caída de todos los “socialismos reales” de Europa del Este, que no resultaron ser más que formas capitalistas que aún continuaron presas del fetichismo de la mercancía y la lógica de la valorización. Estos países “atrasados” en referencia al mercado mundial, atravesaron una modernización atrasada que sería constantemente camuflada bajo el consumo de su mercancía predilecta: la ideología obrerista. Esos experimentos tampoco fueron capaces de pensar un mundo sin las categorías capitalistas: trabajo, dinero, Estado, capital, salario, democracia, clases sociales.
Actualmente, uno de los mayores problemas del sistema no consiste en encontrar gente que quiera trabajar sino en conseguir trabajo para la gente. La tendencia capitalista a disminuir constantemente los costos de producción y aumentar continuamente la producción mediante los avances tecnológicos está conduciendo a que el trabajo sea cada vez menos necesario.
Cada vez se necesitan menos trabajadores, y al mismo tiempo, cada vez hay más personas necesitando trabajo. Sin embargo, no existe capitalismo sin trabajo asalariado. La propia lógica del Capital le imposibilita asimilar esta fuerza de trabajo. La automatización de la producción necesita cada vez menos del trabajo humano. Sin embargo, es solo este tipo de trabajo el que genera plusvalía, ganancia, inversiones, trabajo y “crecimiento de la Economía”.
El movimiento por la abolición de la sociedad separada, por la anarquía comunista, por la autorregulación de la vida y las comunidades busca evidenciar estas contradicciones y denunciarlas a viva voz. Hacer que la vergüenza se vuelva aún más vergonzosa , exponiéndola. El movimiento por la negación del patriarcado mercantil busca destruir la Economía y el trabajo, entendiendo que el Capital es una forma de vida cotidiana, es decir, un conjunto de actividades conscientemente inconscientes realizadas por las personas todos los días de su vida.
No hay ningún centro que conquistar, sino un centro que hay que dejar de alimentar, construyendo una nueva vida cotidiana, una nueva forma de habitarnos en la Tierra. En tanto que cosmovisión, el Capital se encuentra dentro de nuestros cuerpos, así como las tierras que se vuelven Propiedad; nosotres también estamos invadidas con su lógica. Nosotres alimentamos, día a día, al monstruo que amenaza con devorarse al planeta Tierra.
El Leviatán capitalista no tiene poder propio sino que somos nosotres quienes lo alimentamos. Las tierras no producen por sí mismas, los subtes no se manejan solos, les estudiantes no se educan soles, las oficinas no funcionan solas, las fábricas no producen solas, les niñes no se crían soles, las calles no se limpian solas, las cocinas no cocinan solas. Sin trabajo, la máquina capitalista no funciona. Ese es nuestro mayor poder: nosotres somos les productores. Tenemos la capacidad de dejar de trabajar, tenemos la capacidad de dejar de ser lo que la realidad nos obliga a ser.
Por eso nos machacan tanto con la “ética” del trabajo y su supuesta dignificación. Tampoco estamos diciendo que en el trabajo sea imposible pasarla bien porque no es cierto. Una de las contradicciones internas del sistema es que, a su vez que nos cosifica y oprime, no puede hacerlo del todo, es decir, la vida de las personas no se encuentra completamente cosificada ya que el mismo necesita aún de la colaboración de la clase desposeída. Por eso el mayor esfuerzo del Estado consiste en convencernos de que este es el mejor mundo posible, las reformas y concesiones proceden de esa necesidad también.
En el trabajo gastamos la mayor parte de nuestra energía creativa, lo más valioso que poseemos (y tal vez lo único). También entablamos vínculos con personas que comparten el mismo destino y con los cuales compartimos y crecemos como seres humanos. En el trabajo también desarrollamos habilidades y superamos retos: negociar, cooperar, aprender y enseñar. Dentro de lo malo se encuentra lo bueno.
Sin embargo, estructuralmente y por ende, históricamente, el trabajo es una actividad no libre, sino obligada. No importa que ahora podamos elegir la carrera que queramos estudiar, que los centros universitarios se hayan democratizado y permitido el acceso a las distintas franjas de la clase desposeída a cargos ejecutivos o bien pagos.
Más allá de las reformas, el trabajo implica competir y no cooperar, implica la fragmentación de la comunidad en esferas separadas e independientes de las mismas personas que las expresan, implica ser espectadores impotentes de una forma específica de organización social que contamina el ecosistema y que no se llega a comprender en su totalidad.
La estructuración capitalista de la economía de los Estados-nación, consiste en células productivas individuales en forma de empresas privadas, separadas y formalmente independientes unas de otras. En tanto y en cuanto cada una prosigue su interés particular, la satisfacción de las necesidades humanas termina siendo un subproducto de la producción de valor de cada empresa. De allí que sea el valor el sujeto dentro del capitalismo.
Así, la regulación de los factores económicos es tomada en base a una economía abstracta que se basa en la propiedad privada y el trabajo que genera valor. Las actividades laborales de cada célula empresarial en particular afecta a la actividad laboral de otras unidades solamente mediante las cosas producidas por estas. La distribución de inversiones y recursos es decidida en base a los mismos valores abstractos de la economía capitalista, de allí radica la imposibilidad de regularla para el bien común.
La crítica al capitalismo tiene que ser en cuanto que sistema inherentemente cosificante y no una crítica reformista de que el problema es que la burguesía se apropia del plusvalor; no es una crítica moral, el capitalismo efectivamente funciona así, para eso existe, es su forma, no es una cuestión de “ambición” sino que la propia lógica de valorización se personifica en las personas en base a las mercancías que poseen: unxs poseen medios de producción, otros solamente fuente de trabajo y se relacionan en tanto que personificaciones de cosas en el mercado.
Los márgenes están puestos, las reglas del juego son claras, quien no trabaja, quien no produce, quien no se vende, no come. Lo lamentamos por quienes llegaron tarde a la repartija del botín. La tierra, las herramientas, la tecnología tienen dueños y están dispuestos a contratarte. Si eres obediente y productivo, sacrificado y calladito, en el cielo, después de la muerte, encontrarás tu recompensa.
Quien no trabaje pero reciba un subsidio o una jubilación, será visto como una carga, como un costo. Lo cierto es que, dentro del mundo de la Economía, dentro de esas interminables planillas de excel, dentro de esos irrealmente reales números de las pantallas, dentro de esa lógica que domina el mundo, lo es, ya que gasta más dinero del que ingresa. De allí, por ejemplo, la reforma laboral que está generando estallidos en el territorio dominado por el Estado francés.
El movimiento por la reapropiación de la vida lucha contra la degradación a la cual se ha autorreducido la especie humana. Degradación que proyecta hacia todo lo que le rodea. Degradación producto de formas de vida industriales, mercantiles, estatales, históricas. Formas de vida patriarcales que siendo solamente una parte se creen el todo. Cinco milenios de negación del apoyo mutuo como forma de vida.
Lxs salvajes se encuentran a la puerta del Leviatán civilizatorio. Los salvajes comienzan a recordar sus orígenes y sacarse la armadura. Empiezan a comprender que no estamos separados de la Tierra, que todos los seres vivos no “pueblan” la Tierra, sino que son parte de la misma, parte de su movimiento autorregulador.
Lxs salvajes quieren abandonar, debilitar y atacar al Leviatán, no reformarlo, conquistarlo, conducirlo, adornarlo. Nuestros ancestros han sido engañadxs numerosas veces para que lo olvidemos. Lxs salvajes buscan destruir la separación porque saben de la autorregulación de la vida que se intenta ocultar. Saben de su esencia autopoyética, autoorganizativa. Saben que el Leviatán es un quiste en el devenir de lo vivo, un monstruo vacío e insaciable que tritura todo lo que toca. Saben que lo que se estanca se pudre.
Los anárquicos salvajes gritan a viva voz: podemos dejar de trabajar, podemos dejar de competir, podemos dejar de vivir así. La comunidad nos espera. Lo bello es simple.
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