En la reformulación de la Doctrina Monroe, América Latina resiste y Europa se entrega. Farruco Sesto

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Se cumplen doscientos años del planteamiento oficial de la Doctrina Monroe, que se concretó en la famosa frase: “América para los americanos”, pronunciada en diciembre de 1823, en una intervención ante el Congreso, por el presidente norteamericano que le dio nombre.

Era la época donde una potencia naciente, los Estados Unidos de América, tal como se autodenomina, (aún en plena juventud, pero ya con una genética imperial presionando su desarrollo a futuro) comenzaba a disputarle, geopolíticamente, los espacios del continente al imperio británico, así como a las otras potencias europeas que habían conquistado y habían colonizado, justamente, esos espacios. Era un problema de marcaje del territorio de caza, como en el caso del depredador que les dice a los otros: este lugar es mío, está destinado para mí y, en consecuencia, ustedes ya no tienen nada que hacer aquí.

De esta manera, los EUA le ponían una señal de stop a Europa: Cuidado con seguir interviniendo en esta parte del mundo. A partir de ahora, América será para los americanos. (O sea, ellos)

El verdadero significado de esa frase, de aromas coloniales e imperiales, se refleja en el tipo de relación de los EUA con el resto de los países de América Latina y el Caribe durante estos doscientos años. Una historia terrible y sangrienta, cuyo resultado, cuando se califica y cuantifica, es espantoso.

Es tan conocido, que no vale la pena hacer el recuento de los países invadidos, las democracias intervenidas, las dictaduras impuestas y alentadas, los presidentes destituidos, los líderes asesinados, los territorios anexionados (que lo diga México, que perdió la mitad de su territorio) y todos los desmanes de explotación y control que las fuerzas imperiales norteamericanas desarrollaron en estos dos siglos contra los pueblos americanos. Todo eso como consecuencia directa de aquella autoproclamada hegemonía territorial.

Ahora bien, y aquí comienza la segunda parte de este análisis, ¿hasta que punto se pudiera afirmar que sigue vigente, tal como fue expuesta, la doctrina Monroe? A nuestro juicio, así se mantuvo hasta mediados del siglo pasado, pero a partir de una determinada situación histórica y geopolítica, que tuvo que ver con el desarrollo de la Segunda Guerra Mundial, concentrada fundamentalmente en el continente europeo, el postulado de “América para los americanos”, comenzó a sufrir una transformación profunda, que, sin anular el postulado inicial, al ampliar su ámbito le dio otra fuerza aun más contundente si se quiere.

¿En que consiste esa transformación? ¿Acaso los EUA variaron en algo su posición con respeto al espacio americano, comprendido entre el Círculo Polar Ártico y el extremo sur de la Patagonia? No, y aquí se precisa ser enfático: lo EUA no modificaron su criterio de que América Latina y El Caribe son territorio bajo su tutela. El gran cambio que se produce, y esto es lo que le da esa otra dimensión aun más dramática a todo el asunto, es que, en la reconsideración no escrita, la propia Europa desaparece como posible contendiente y pasa a convertirse en un nuevo espacio dominado o a dominar.

Tal situación, que comenzó a cocinarse a lo largo del siglo XX, se completó e hizo evidente en lo que llevamos del XXI. Pues si los países suramericanos conforman aún, desde el punto de vista de los EUA, su famoso patio trasero, lo cierto es que la vieja Europa se convirtió también en otro patio suyo adicional, tal vez el delantero, lo cual parece aceptar en forma sumisa.

Una sumisión que es demostrable en lo militar, en lo diplomático, en lo referente a la política internacional y sus directrices (por ejemplo, en la complicidad con las “sanciones” a otros países del mundo), en lo financiero, así como en las grandes líneas de la comunicación y la cultura. Pero, sobre todo, en la renuncia implícita a proyectarse cómo un polo libre e independiente en el mundo pluripolar que está naciendo.

Por todo lo cual, una reactualización de la Doctrina Monroe en el tiempo presente, podría resumirse en la frase “América y Europa para los (norte) americanos”. Con la diferencia de que, mientras los pueblos suramericanos están en rebeldía y resistencia siempre, con fuerte ánimo de lucha y de victoria, los gobiernos europeos, por el contrario, decidieron aceptar, con esa singular mansedumbre ya descrita, su triste papel subordinado.

(Publicado en NÓSdiario, originalmente en gallego)

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