Hay una frase hecha o, mejor dicho, una expresión de uso muy extendido, que habla del “abanico de las izquierdas”. Pero la verdad es que, en la mayoría de los países de Nuestra América, así como en otras partes del mundo, no es verdad que las izquierdas constituyan un abanico, sino, a lo sumo, pedazos, fragmentos destrozados, de un posible abanico que nunca existió, que yacen desordenados en el fondo de un cajón. Cada uno de esos pedacitos alienta en en el espacio de lo menudo, ensimismado con sus miles de razones y bien pensados argumentos, para constituirse como universo aparte.
Esa es la experiencia que se vive. Lo normal en el paisaje de la izquierda. De tal manera que solo en ocasiones ocurre, como ha pasado en México y Brasil, que la fuerza de los liderazgos, conectada con la inmensa fuerza del pueblo en movimiento, logran articular una unidad coyuntural, en el momento de impulsar una candidatura con posibilidades de victoria. Es lo que podríamos denominar una valiosa, y oportuna, unidad no estructural.
Llama por eso la atención el extraño caso de Venezuela, donde la unidad de la izquierda no es un logro político de la coyuntura, sino que, por el contrario, es una unidad sólida, estable, profunda y arraigada. Como para todos los tiempos. Una unidad, en este caso sí, estructural, a prueba de todo. Pero que, por cierto, no está sola, sino que se integra, como una pieza más, en un complejo de unidades de mayor amplitud: La unidad del pueblo. La unidad de los trabajadores. La unidad de los patriotas, La unidad de los revolucionarios. La unidad cívico militar.
La pregunta puede surgir: ¿Unidad de qué? ¿Y para qué?. La respuesta es simple: Unidad de propósitos. Una gran unidad necesaria para llevar adelante un proyecto con raíces históricas que viene de lejos y donde multitud de hombres y mujeres de distintas generaciones, lo dieron todo, y en ocasiones hasta la vida misma.
Pero eso no siempre se entendió así. En las últimas décadas del siglo pasado, la desunión era proverbial. La experiencia, que muchos la vivimos, era que cada partido, cada organización, tiraba por su lado, sin que hubiera forma de unificar esfuerzos. Tuvo que venir en un determinado momento una fuerza motor como la de Chávez, con el proyecto bolivariano como estandarte y el objetivo de refundar la patria. Y tuvo que entrar en escena aquella capacidad suya de convencimiento con base a los hechos, para que la conciencia de la necesidad de estar unidos, se fuera consolidando en el alma colectiva. Hasta convertirse en lo que hoy es: la unidad como una pieza única, poderosa, inquebrantable. La unidad de la izquierda. La unidad del pueblo
Es, en verdad, muy hermoso, política y espiritualmente, saberlo así. Me consta. Saber que, desde la diversidad, se ha podido venir encauzando esa confluencia de voluntades en un solo caudal para conseguir ese gran objetivo unificador que es la emancipación de la patria. Una emancipación, hay que decirlo, no solo en el tema de la soberanía, donde ya se ha avanzado de manera innegable, tal como lo demuestra la presencia independiente de Venezuela en el escenario mundial, sino también en todos los demás factores que le dan base a lo nacional: particularmente lo económico y productivo, lo cultural, lo científico, lo militar. Con una sociedad muy democrática. Y un estado fuerte.
Chávez y Bolívar, o por mejor decirlo, en el orden histórico, Bolívar y Chávez, sus visiones, sus proyectos, sus experiencias, su legado activo, fueron las claves de este logro unitario que hace de Venezuela un caso singular.
La unidad era en Simón Bolivar una obsesión. “Mis últimos votos son por la felicidad de la patria. Si mi muerte contribuye para que cesen los partidos y se consolide la unión, yo bajaré tranquilo al sepulcro.” Así lo dijo en su última proclama , siete días antes de morir.
Y en Chávez, que fue, sin duda, el más grande de los bolivarianos, también lo era. Así, en su mensaje del 8 de diciembre de 2012 expuso con mucha fuerza: “Los enemigos del país no descansan ni descansarán en la intriga, en trata de dividir, y sobre todo aprovechando circunstancias como estas, pues. Entonces, ¿cuál es nuestra respuesta? Unidad, unidad y más unidad. ¡Esa debe ser nuestra divisa! Mi amada Fuerza Aérea, mi amada Guardia Nacional, mi amada Milicia. ¡La unidad, la unidad, la unidad! El Partido Socialista Unido de Venezuela, los partidos aliados, el Gran Polo Patriótico, las corrientes populares revolucionarias, las corrientes nacionalistas. ¡Unidad, unidad, unidad! ¡Unidad!
Pienso que los enemigos de la Revolución Bolivariana saben, o deben saber esto. Y también, por supuesto, los amigos.
(Publicado en NÓSdiario, originalmente en gallego)
El singular caso de la unidad de la izquierda en Venezuela. Farruco Sesto