El Sudamericano
Publicado en Hoc Tap, revista teórica del Consejo Central del Partido de los Trabajadores de Vietnam, Ediciones en Lenguas Extranjeras, Hanoi, 1965.
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En más de medio siglo de existencia el imperialismo hundió a la humanidad en dos grandes guerras mundiales y la enfrenta ahora ante el gravísimo peligro de una nueva guerra mundial con armas nucleares de tremendo poderío destructivo antes nunca visto. Los pueblos del mundo tienen por lo tanto la urgente tarea de esforzarse en luchar por la conjuración de un nuevo conflicto internacional impidiendo su estallido y por la defensa de la paz mundial. Lenin nos lo enseñó: “A partir del año 1914 las guerras imperialistas aparecían como la piedra angular del conjunto de la política de todos los países del globo terráqueo”; y agregó: “Eso es el problema de vida y muerte respecto a decenas de millones de seres humanos”1.
En nuestro tiempo, el problema de la guerra y la paz no sólo se relaciona con la suerte de decenas de millones sino de centenares de millones de personas. Frente a una cuestión de tanta importancia, naturalmente los comunistas no podían dejar de consagrarle su atención. Al contrario, se mantuvieron y se mantienen en las primeras filas de la lucha por la paz, hicieron y hacen todo lo posible para llevar resueltamente esa lucha hasta el triunfo definitivo.
Sin duda alguna esa lucha finalizará en un triunfo porque después de la segunda guerra mundial surgió una posibilidad que anteriormente no existía: la de impedir una nueva guerra mundial. Actualmente lo decisivo consiste en mantener una línea acertada por la defensa de la paz con miras a convertir esa posibilidad en realidad. En la actualidad sobre la cuestión de la guerra y la paz, se establece la aguda lucha entre dos caminos: el del marxismo-leninismo y el del revisionismo contemporáneo.
Para conseguir una línea acertada por la defensa de la paz es preciso partir de varias premisas objetivas. La primera consiste en estimar la naturaleza del imperialismo. La cuestión planteada es la siguiente: ¿Cambia la naturaleza agresiva y belicista del imperialismo? ¿Sigue siendo todavía o no el imperialismo origen de la guerra en la época actual?
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¿Podrá cambiar la naturaleza del imperialismo?
El revisionismo contemporáneo considera que el cambio cualitativo de los medios técnicos de guerra, concretamente la aparición de las armas nucleares, originó tan profundos cambios revolucionarios que se debieron revisar muchas leyes fundamentales del desarrollo de la sociedad y muchos principios fundamentales del marxismo-leninismo. Evidentemente incluye el problema de la naturaleza del imperialismo.
Según el revisionismo contemporáneo, con la acumulación de armas nucleares por parte de las potencias, con los cohetes intercontinentales, capaces de llevar ojivas nucleares hasta cualquier lugar del globo terráqueo sin que ninguna fuerza pueda obstaculizarlos, una nueva guerra mundial significaría el último día de la humanidad, la destrucción de todos los seres de la tierra. Por eso el principio que sostiene que la guerra es la continuación de la política pierde su valor. Además, actualmente, no sólo posee el campo imperialista las armas nucleares y los cohetes intercontinentales, sino también el campo socialista; aún más, mantiene la superioridad en esas armas. En estas circunstancias, el que en un rapto de locura ataque al prójimo no podrá evitar el contragolpe. En consecuencia el imperialismo comienza a percibir que si iniciara una nueva guerra mundial, elegiría el camino del suicidio. Por lo tanto, en el seno de la burguesía monopolista de los países imperialistas han surgido dos tendencias. La primera es la pacífica, moderada y razonable. Es la tendencia de renunciar a la guerra considerada como medida para la resolución de los altercados internacionales, aceptando la emulación económica pacífica con el campo socialista, consintiendo el desarme general y completo; sustituir la política de guerra con “la estrategia pacífica”. Esta tendencia predominó: los dirigentes de las potencias de los EE.UU., Inglaterra, Francia como Eisenhower, Kennedy, Mac Millan, De Gaulle, anteriormente anduvieron por esa vía. Muchas personalidades representativas de esta tendencia se muestran todavía reservadas, indecisas, poco resueltas porque la atmósfera internacional está aún envenenada por las desconfianzas acumuladas en el pasado, porque ellos recelan de que los países socialistas no deseen francamente la coexistencia pacífica; que el campo socialista, con la exportación de la revolución intente aniquilar al régimen capitalista o atacarlo de improviso, porque sufren todavía la presión de los elementos belicistas. La segunda tendencia es la aventurera belicista de unos sectores o individuos: algunos generales del Pentágono y diputados estadounidenses, los revanchistas germano-occidentales y los militaristas japoneses. Si estos sectores e individuos conservan la tendencia aventura belicista, es porque incuban la esperanza de vencer sin ser castigados al campo socialista en una nueva guerra mundial. Pero, con los éxitos en lo económico y defensivo logrados por el campo socialista en la emulación pacífica, con la supremacía diariamente desarrollada respecto al capitalismo, esas esperanzas se tornan cada vez más frágiles y se disipan gradualmente, lo que producirá el efecto de enfriar sucesivamente las cabezas aventureras belicosas. Hasta el momento en que la superioridad del socialismo sea absoluta y clara, hasta que las cabezas más belicosas se vean obligadas a reconocer como verdad evidente que si tocan el campo socialista, de seguro serán aniquilados, hasta entonces deberán seguir las huellas de los moderadores renunciando a su política de guerra y consentirán en llevar a cabo el desarme general y completo. En breves palabras, por causa del miedo a la muerte, el imperialismo renunció y prosigue renunciando a su política de guerra.
Por eso, según el revisionismo contemporáneo, como consecuencia de la aparición de las armas nucleares ha cambiado la naturaleza agresiva y belicosa del imperialismo. Hoy día el peligro de guerra no procede más del imperialismo, sino de la carencia de confianza recíproca entre los países, de unos individuos imperialistas belicistas y hasta de ciertos países socialistas los cuales transitan un arriesgado camino aventurero. Ciertas personas dicen: ¿Quién, pues ha declarado que ha cambiado ya la naturaleza del imperialismo? Por cierto, nadie lo anunció así. Pero, preguntémonos si se admitiera que el imperialismo ha renunciado y seguirá renunciando a su política de guerra, realizando la coexistencia pacífica, rechazando por completo las armas y medios de guerra, ¿qué sería eso si no el reconocer de hecho y en esencia, que ha cambiado la naturaleza del imperialismo? Sobre este problema se encuentran distintos argumentos. Si hay quienes concluyen que frente a los cambios de la correlación de fuerzas entre los dos campos acerca de las armas nucleares, los imperialistas voluntariamente desisten de su política de guerra y dejan sus armas, hay también los que sostienen que la burguesía monopolista nunca lo consentirá voluntariamente, pero que se puede obligarla a actuar así mediante una lucha concertada del campo socialista y de las masas populares en los países imperialistas. Según estos últimos, sólo quienes dicen que los imperialistas renuncian voluntariamente a su política de guerra, reconocen que la naturaleza del imperialismo ha cambiado; y no lo reconoce aquel que dice que los imperialistas están obligados a desistir de su política de guerra. Pero la cuestión de saber si la naturaleza del imperialismo ha cambiado o no, reside en el hecho de que puedan o no los imperialistas renunciar a su política de guerra y agresión y no en el hecho de que lo hagan voluntariamente u obligados.
Los marxistas-leninistas estiman que la naturaleza agresiva y belicista del imperialismo nunca cambiará porque está determinada por la economía imperialista que dio a luz a su política fundamental: la de la guerra. Lenin subrayó que la tendencia fundamental del imperialismo es la violencia. En nuestro tiempo, mientras el capitalismo se encuentra en su tercera fase de crisis general, se debilita diariamente y se ve obligado a abandonar posición tras posición frente a los ataques relámpago del movimiento de lucha y movimiento revolucionario de los pueblos de los países y naciones oprimidos, esa tendencia imperialista de violencia no disminuye, sino que se fortalece más que nunca. Hoy el imperialismo considera su política de guerra como el talismán más eficaz para preservarse de su perdición. Hablar sobre la política fundamental imperialista, es hablar sobre la de toda una clase, la clase capitalista monopolista, y no la de algunos individuos. Actualmente esa política fundamental y que juega el papel director de la clase capitalista monopolista, la clase dominante de los países imperialistas, es la política, subrayamos, de toda una clase y no sólo la de unos individuos imperialistas. Por eso, el imperialismo es el origen de la guerra en la época presente. Y la fuerza principal de agresión y de guerra es el imperialismo yanqui. Han ocurrido innumerables acontecimientos en los últimos veinte años para confirmarlo. Está claro ahora, que todos los países imperialistas se dedican febrilmente a la carrera armamentista y la economía de esos países está militarizada en alto grado; sus presupuestos militares son los más grandes que se hayan visto en tiempos de paz. Si después del fin de la primera guerra mundial y en lo sucesivo, después de la intervención armada de catorce países imperialistas y capitalistas contra la URSS, transcurrió un período de reconciliación durante unos diez años antes de que estallara la guerra agresora de envergadura relativamente grande del imperialismo –la guerra agresora japonesa desatada en 1931 contra las tres provincias del noreste de China– es evidente que inmediatamente después del cese del fuego de la segunda guerra mundial hasta ahora, ha tronado sin cesar el cañón de la agresión imperialista. El imperialismo inició más de diez guerras agresoras, tipos de guerra local o “guerra especial” en el curso de dieciocho años.
Además de la tendencia bélica, ¿existe o no la tendencia pacifista en el seno de la burguesía de los países imperialistas? Precisamente en la burguesía existen contradicciones sobre la cuestión de la guerra y la paz y hasta en la táctica de la política de guerra. Podemos y necesitamos aprovechar esas contradicciones en la lucha por la paz mundial. Precisamente existe la tendencia a la paz. Señalemos también que la aparición de las armas nucleares y la superioridad de la URSS en esas armas tiene el efecto de fortalecer aún más dicha tendencia. Pero el quid del problema consiste en saber si actúa o no como rectora de esa tendencia en la política de la clase capitalista monopolista. No. Solamente es frecuente en la capa capitalista no monopolista y en algunos sectores del capitalismo monopolista poco interesados en la carrera armamentista. Esta capa y estos sectores no pueden determinar la política de los países imperialistas, porque no son los sectores más influyentes en lo económico y político. La tendencia fundamental, rectora, preponderante de la política del capitalismo monopolista es la de la guerra. El hecho de que la clase capitalista monopolista de los países imperialistas, en condiciones concretas y en pro de sus intereses, preconicen ampliar las relaciones económicas con los países socialistas, no puede ser considerado como una tendencia a la paz; tampoco es tendencia política rectora y preponderante.
Desde el fin de la segunda guerra mundial la clase capitalista monopolista norteamericana se ha convertido en cabecilla de las fuerzas de agresión y de guerra del imperialismo. Precisamente son los imperialistas norteamericanos quienes primero se lanzan en la carrera armamentista, la llevan con una envergadura mayor, instalan miles de bases militares en todo el mundo, organizan numerosas alianzas militares de agresión, alimentan y sostienen a los revanchistas germano-occidentales y militaristas japoneses, inician una serie de guerras contra los pueblos. La afirmación según la cual los representantes oficiales de la clase capitalista monopolista estadounidense tales como Eisenhower y Kennedy anhelan la paz es una afirmación sin fundamento.
Claramente ha señalado la Declaración de Moscú de 1960: “La guerra es una secuela perenne del capitalismo”; “La naturaleza agresiva del imperialismo no ha cambiado”; “La principal fuerza de agresión y de guerra es el imperialismo norteamericano”.
La aparición de las armas nucleares, el hecho de que el campo imperialista haya perdido su monopolio y superioridad en esas armas incita a numerosos imperialistas a reflexionar sobre las consecuencias perjudiciales para ellos, una vez que desataran insanamente una nueva guerra mundial termonuclear. Se encuentran algunos elementos entre su banda que reconocieron que el desatar una guerra termonuclear contra el socialismo equivalía a suicidarse. Pero, ¿se podría, a partir de allí, concluir que el imperialismo renuncia a su política de guerra? ¡No, absolutamente no! En el tiempo durante el cual conservaban el monopolio de las armas nucleares, los imperialistas yanquis practicaban la política “al borde del abismo de la guerra” con la estrategia militar de “represalias masivas”, de “represión masiva” apoyándose sobre las armas nucleares para preparar febrilmente la guerra mundial termonuclear con la esperanza de aniquilar al campo socialista, de “repeler al comunismo”, de apagar el movimiento revolucionario de los pueblos de los países y naciones oprimidos. No obstante, la práctica les demostró cada día más que esa política y estrategia no podían servir eficazmente para sus designios tal como lo creían. Esa política y estrategia no pudo impedir al movimiento de liberación nacional en Asia, África y América Latina conseguir sucesivamente grandes triunfos, al campo socialista crecer y reforzarse a diario, al movimiento de lucha de la clase obrera y pueblo trabajador en los países imperialistas desarrollarse cada vez más. Además, hace poco tiempo, la URSS, arrebató a los imperialistas el monopolio y la supremacía nucleares. Todas esas realidades los obligan finalmente a reconocer que una estrategia militar que se apoya únicamente sobre armas nucleares y sobre una forma determinada de guerra mundial, los conduciría finalmente a un callejón sin salida. Para salir de ese apuro, el gobierno de Kennedy adoptó una nueva estrategia militar, la de las “reacciones flexibles” apoyándose a la vez sobre las armas nucleares y ordinarias con tres tipos de guerras: guerra mundial, guerra local y “guerra especial”. Ese cambio de estrategia no significa que los imperialistas norteamericanos hayan renunciado a la política de la guerra, sino al contrario, demuestra que practican aún más la política de guerra. Porque ese cambio demuestra que ellos, que han sido llevados a la defensiva, intentan recobrar la iniciativa; no porque se encuentren en un callejón sin salida para desatar la guerra mundial termonuclear van a renunciar a prepararla, sino, al contrario, intensificar febrilmente la carrera armamentista en armas nucleares con la insana esperanza de recobrar la supremacía en esas armas para poder desencadenar impunemente la guerra termonuclear; además, no solamente la guerra termonuclear, sino que también preparan activamente la guerra mundial con las armas convencionales; no sólo utilizan una especie de guerra, la mundial, sino que, al prepararla activamente y mientras no puedan todavía desatarla, buscan aún más activamente con la “guerra especial” y la guerra local servir a sus fines políticos.
Recientemente, los imperialistas norteamericanos iniciaron un intento ultra maquiavélico, la llamada “estrategia pacífica”, con miras a debilitar y sabotear el movimiento de liberación nacional y movimientos de lucha antiimperialista de los pueblos, a impulsar el neocolonialismo en Asia, África y América Latina y engendrar “la evolución pacífica” con la esperanza de restaurar el capitalismo en los países socialistas. ¿Quiere eso decir que los imperialistas ya han renunciado a su política de guerra y la han cambiado por la de la paz? No. La “estrategia pacífica” constituye solamente el complemento y el disfraz de la política de guerra. He aquí una maniobra de dualidad aplicada a menudo por los imperialistas. Mientras practican la “estrategia pacífica”, la política de guerra sigue siendo su política esencial. Los representantes del imperialismo, tales como Eisenhower y Kennedy hablan cada día más de la paz, la coexistencia pacífica y el desarme. Declaran que el obstáculo para la coexistencia pacífica, el desarme general y completo no depende de su lado, sino del de los países socialistas. Dicen que ponen en duda la buena fe de los países socialistas en cuanto a la coexistencia pacífica, porque, según ellos, esos países no “liberalizan” la vida nacional (es decir la supresión de la dictadura del proletariado), no renuncian todavía a “la exportación de la revolución”, ni a las “actividades subversivas”, continúan preparando con anticipación un ataque sorpresivo contra los países imperialistas; también que algunos de esos países socialistas son aventureros y belicistas, etc. Constituyen solamente las maquiavélicas maniobras de los imperialistas encaminadas a defender su política de guerra, y paralizar el espíritu de vigilancia de los pueblos del mundo, con la esperanza de crear condiciones favorables para la realización de sus deseos de restaurar el capitalismo en los países socialistas y lograr, de tal manera, que esos países renuncien a su propio deber internacional de ayuda a la lucha revolucionaria de los pueblos y sembrar así la división entre los países socialistas. Está claro que cada vez que hablan de paz, de hecho impulsan aún más su política de guerra.
Sería también una estimación infundada afirmar que en el futuro, cuando el campo socialista logre una mayor superioridad respecto al imperialista sobre las fuerzas materiales, los imperialistas renunciarán a su política de guerra en contra del campo socialista. Porque, si no se realiza la revolución destruyendo el imperialismo, si este último sigue manteniendo su dominio, por ejemplo, a una escala en general equivalente a la actual, y si en la realidad con los éxitos en su edificación el campo socialista en un momento dado lograra una superioridad material sumamente grande respecto al campo imperialista, ¿habrá alguna garantía para que los imperialistas, subjetivos por naturaleza, no valorizaran mal sus propias fuerzas y erróneamente previeran la salida de una guerra entre los dos campos y que se arriesgaran a desatarla? Otro aspecto de la cuestión es la siguiente: mientras posean todavía en las manos una fuerza latente de guerra que pretenden temible, ¿qué es lo que puede garantizar absolutamente que en determinadas situaciones ellos no utilicen esa fuerza y consientan voluntariamente en retirarse de la arena histórica? Tampoco olvidemos esto: ¿se puede dar completa garantía de que los imperialistas acepten participar en competencia económica entre los dos campos hasta el final, sin recurrir, en la mitad del camino, a la guerra con miras de aniquilar el campo socialista?
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¿De dónde proceden las posibilidades de conjurar la guerra mundial?
¿Hay contradicción o no en declarar que, de un lado, la naturaleza del imperialismo no puede cambiarse, que el imperialismo nunca renunciará a su política de agresión y guerra y, por otro lado, considerar que es posible conjurar la guerra mundial? Aquí tomamos la segunda premisa: ¿de dónde proceden las posibilidades de conjurar la guerra mundial?
Los marxistas-leninistas estiman que la naturaleza del imperialismo no puede cambiarse, que el imperialismo no puede renunciar a su política de guerra; no obstante, actualmente hay posibilidades de conjurar una nueva guerra mundial, porque en la actualidad existen fuerzas crecientes, poderosas y suficientes para destruir los planes de guerra de los imperialistas, oponer innumerables obstáculos en la realización de su política de guerra y finalmente hacerla irrealizable. En otros términos, si se puede conjurar la guerra mundial, no es porque el imperialismo renuncie a su política de guerra, sino porque esa política es contrarrestada y resulta impracticable. La voluntad de guerra del imperialismo es una voluntad feroz, una voluntad muy violenta nacida de la economía imperialista; si se quiere prevenir la guerra, hay que tener una fuerza capaz de hacer fracasar los designios y planes nacidos de esa voluntad. Esa fuerza no está fuera de la de las masas populares. Hasta ahora, las fuerzas de la guerra siempre han sido las de la clase explotadora dominante, las fuerzas en lucha contra la guerra siempre las de las masas populares, las cuales son siempre las fuerzas más numerosas. Cuando el capitalismo entró en la etapa imperialista, estas últimas se volvieron cada día más numerosas y continúan aumentando sin cesar. Pero, hasta la segunda guerra mundial, debido a que no eran todavía suficientemente organizadas y no luchaban con toda la energía necesaria, esas fuerzas no fueron suficientemente poderosas para hacer fracasar los planes de guerra de las viejas clases explotadoras dominantes y del imperialismo; por eso, finalmente, continuaron estallando las guerras agresoras e injustas y así desató el imperialismo dos guerras mundiales. La situación de hoy es distinta; en la arena internacional aparecieron nuevos factores desconocidos hasta ahora. En el presente las fuerzas en lucha contra la guerra imperialista siguen siendo las de las masas populares, pero lo nuevo es que esas fuerzas están organizadas y se levantan fortaleciéndose hasta un grado en que se vuelven poderosas y capaces de quebrar los planes de guerra de los imperialistas, tornándolos impotentes para desencadenar una nueva guerra mundial.
¿Cuáles son esas fuerzas y cómo pueden hacer fracasar hoy los planes de guerra del imperialismo? Son las fuerzas unidas del campo socialista, de la clase obrera y de los pueblos trabajadores en los países imperialistas, las del movimiento de liberación nacional y del movimiento en general por la paz y la democracia. Actualmente todas se han unido en un amplio frente antiimperialista por la paz, tomando como espina dorsal el campo socialista, la clase obrera, los pueblos trabajadores en los países imperialistas y el movimiento de liberación nacional.
Las fuerzas del campo socialista son, igualmente, las de las masas populares. Pero aquí se trata de un potencial de masas enteramente nuevo en cuanto a la cualidad. Porque son mil millones de personas que desde la posición de dominados pasaron a la de los dominantes. Además de su fuerza política, que es la fuerza fundamental ya existente en las masas cuando estaban todavía en la posición de dominados, pero que se desarrolla logrando un nivel más alto y nuevo una vez que las masas se han convertido en dominantes en la sociedad, el campo socialista posee todavía su fuerza económica y fuerza de defensa nacional edificada sobre la base de las fuerzas políticas y económicas; la fuerza económica y la de defensa nacional son las fuerzas que las masas no tenían cuando estaban dominadas. La acción del campo socialista para hacer fracasar los planes de guerra del imperialismo se ejerce esencialmente bajo los dos aspectos siguientes:
El campo socialista se convirtió en una fuerza capaz no sólo de hacer frente triunfalmente a una nueva guerra que los imperialistas en su histeria podrían desencadenar, sino también de asestar como réplica golpes decisivos sepultando para siempre al capitalismo. Esto hace sentir a los imperialistas que sus planes de guerra mundial siempre resultan insuficientes para protegerlos y por eso no se atreven todavía a desatar la guerra contra el campo socialista.
Por su línea acertada de defensa de la paz, el campo socialista constituye un centro que atrae, moviliza, estimula, sostiene y organiza a la clase obrera y a los numerosos pueblos trabajadores en los países imperialistas, los pueblos oprimidos de Asia, África y América Latina y otras personas amantes de la paz en el mundo, convirtiéndolos en una fuerza vigorosa, resuelta a luchar contra la política de agresión y de guerra del imperialismo.
Mediante las dos acciones arriba mencionadas, el campo socialista se convierte en el baluarte de la paz mundial.
No obstante, no se puede partir de esta afirmación para concluir que basta solamente con el poderío creciente del campo socialista para destruir los planes de guerra del imperialismo. Porque ese mismo poderío, aunque sea un factor de primera importancia para salvaguardar la paz, no puede, por sí solo, impedir a los imperialistas intensificar sus preparativos de guerra y reforzar su potencial latente de guerra, hasta que, en un momento dado, desatarían la guerra si, por subjetivismo o por otra razones, se creyeran capaces de vencer al campo socialista. El hacer fracasar directamente los planes de guerra del imperialismo, debilitar su potencial latente de guerra reduciendo así sus posibilidades de desatarla, debe realizar mediante las fuerzas residentes en el seno mismo de la estructura de la economía que ha engendrado esa política de guerra. Esas fuerzas deben ser la clase obrera y los pueblos trabajadores en los países imperialistas, los pueblos oprimidos de Asia, África y América Latina, las personas amantes de la paz en todos los países. ¿Cómo hacen fracasar directamente esas fuerzas los planes de guerra del imperialismo?
Mediante la lucha contra los preparativos de guerra del imperialismo, creándole dificultades y obstáculos. Por ejemplo: luchar contra la carrera armamentista, el aumento del presupuesto de guerra, la producción de armas nucleares, el establecimiento y mantenimiento de bases militares en los países extranjeros, etc.
Mediante las luchas diarias por la reivindicación de los derechos económicos y políticos. Ellas siembran el desconcierto en la retaguardia de los imperialistas obligándolos a reaccionar en su misma retaguardia, les atan las manos para que no desencadenen la guerra mundial y, al mismo tiempo, deterioran sus fuerzas, obstaculizan su preparación bélica, hacen decaer su potencial latente, y por lo tanto reducen su posibilidad de desencadenarla.
Mediante las revoluciones para aniquilar la dominación del imperialismo en los lugares en que las condiciones lo permiten. Estas revoluciones producen el efecto de hacer fracasar más radicalmente los planes de guerra del imperialismo, porque terminan con la economía que da a luz la política de guerra, debilitan a corto plazo el sistema imperialista en su conjunto y sus fuerzas latentes, limitando así sus posibilidades de desatar la guerra. En los últimos veinte años, las zonas de Asia, África y América Latina se convirtieron en regiones en las que el movimiento revolucionario se encuentra en ebullición máxima, es el más vigoroso y logró mayores triunfos. Por eso, el movimiento de liberación nacional en ese lapso constituye una fuerza imponente, sumamente eficaz para la defensa de la paz. Precisamente la victoria de las revoluciones de China, Vietnam, Cuba, etc., han contribuido enormemente al fracaso de muchos planes de guerra del imperialismo yanqui y sus lacayos. Por lo tanto, en la lucha contra la nueva guerra mundial y por la salvaguardia de la paz, si el campo socialista quiere desplegar su efecto decisivo respecto al desarrollo de la sociedad humana, aparte de fortalecer sus fuerzas en todos los frentes, debe tener una línea política acertada, una línea correcta de defensa de la paz con miras a estimular, movilizar, organizar y sostener a los pueblos y naciones oprimidos en su lucha contra el imperialismo y la política de agresión y de guerra imperialista y adelantarse realizando la revolución para abolir la dominación imperialista en los lugares en que las condiciones lo permitan.
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Línea para la salvaguardia de la paz
Basándose sobre el análisis más arriba realizado se pueden deducir conclusiones sobre lo que debe ser una línea correcta por la salvaguardia de la paz.
1. Porque la naturaleza agresiva y belicista del imperialismo no puede cambiarse, el imperialismo no puede renunciar a su política da guerra, el peligro de guerra nace del imperialismo, y, en primer lugar, del imperialismo yanqui; así, si se quiere salvaguardar la paz debe lucharse resuelta y tenazmente contra el imperialismo, contra su política de guerra y de agresión, dirigir la punta de lucha hacia el imperialismo yanqui y sus lacayos, desenmascararlos sin cesar y aislarlos por todos los medios posibles.
2. Porque las fuerzas capaces de hacer polvo a los planes de guerra del imperialismo y derrotar su política de guerra, son las fuerzas unidas del campo socialista, de la clase obrera y los pueblos trabajadores en los países imperialistas, del movimiento de liberación nacional y del movimiento en general por la paz y la democracia, si quieren salvaguardar la paz deben apoyarse principalmente sobre esas fuerzas y desarrollarlas, sobre todo apoyarse sobre la espina dorsal de esas fuerzas: el campo socialista, la clase obrera y los pueblos trabajadores en los países imperialistas y el movimiento de liberación nacional. Solamente al apoyarse sobre esa base, puede unirse con las demás fuerzas para formar un amplio frente de lucha eficaz en contra de los imperialistas agresores y belicistas, ante todo el imperialismo yanqui y sus lacayos, y por la salvaguardia de la paz mundial. Debe también apoyarse sobre esa base para aprovechar las contradicciones de los países imperialistas y grupos imperialistas entre sí, para los fines de la paz.
3. Porque cada una de las fuerzas de la paz ejerce una acción diferente en hacer fracasar los planes de guerra del imperialismo, así, para salvaguardar la paz, hay que estimar como hecho de primera importancia los esfuerzos por fortalecer las fuerzas del campo socialista, la posesión por ese campo de una línea política acertada, y su penetración en la conciencia de las masas populares fuera del campo socialista. Intensificar las fuerzas del campo socialista es, sobre todo, afianzar y reforzar la unidad moral y política del pueblo de cada país socialista, elevar sin interrupción su conciencia política, su espíritu patriótico y su internacionalismo proletario, avivar su profundo odio hacia el imperialismo, su voluntad de estar dispuesto al combate y al sacrificio para defender la Patria socialista una vez atacada por los imperialistas belicistas, acrecentar sin cesar las fuerzas económicas latentes de cada país socialista, aumentar constantemente sus posibilidades de defensa y mientras el imperialismo continúe la carrera de armamentos en armas nucleares, será necesaria la posesión de esas armas por las más grandes potencias socialistas. Reforzar las fuerzas del campo socialista significa, también, fortalecer la solidaridad entre los trece países socialistas hermanos sobre la base del marxismo-leninismo, del internacionalismo proletario y de las tareas comunes de lucha contra el enemigo común.
Paralelamente con el esfuerzo de fortalecer el potencial del campo socialista, hay que fijar una significación cardinal en el ardor de las masas populares fuera del campo socialista, las cuales entran activamente en lucha contra la política de agresión y de guerra del imperialismo, se alzan haciendo activamente la revolución para liquidar la dominación imperialista, por la conquista de la liberación nacional la democracia y el socialismo.
La línea de defensa de la paz que hemos enunciado es una línea de lucha de clases, porque la defensa de la paz en contra de la guerra mundial es una lucha de clases contra una clase determinada, la clase del capitalismo imperialista, sobre todo el imperialismo yanqui, las fuerzas reaccionarias y sus lacayos. Para vencer en esta lucha hay que respaldarse principalmente sobre las fuerzas de las masas populares. Stalin dijo con fundada razón que la paz sería mantenida y afianzada si los pueblos del mundo conservaran firmemente en las manos la tarea de mantener la paz y defenderla hasta el final. Tal es la línea de defensa de la paz tratada por las dos Declaraciones de Moscú. La Declaración de 1960 dice:
“Luchar por la paz hoy significa mantener la máxima vigilancia, desenmascarar infatigablemente la política del imperialismo, seguir con ojo avizor las intrigas y maquinaciones de los incendiarios de la guerra, fomentar la ira sagrada de los pueblos contra quienes marchan rumbo a la guerra, elevar el grado de organización de todas las fuerzas de paz, intensificar la enérgica actividad de las masas en defensa de la paz…”.
Se lee además en la misma Declaración:
“Se puede conjurar la guerra mundial mediante los esfuerzos mancomunados del campo socialista, de la clase obrera internacional, del movimiento de liberación nacional, de los países que se pronuncian contra la guerra y de todas las fuerzas pacíficas”.
Existe otra línea por la salvaguardia de la paz, una línea completamente opuesta a la acertada que hemos enunciado. Su contenido concreto es el siguiente:
1. Porque la naturaleza del imperialismo ha cambiado, los imperialistas han renunciado y están renunciando a su política de guerra y están convirtiendo sus armas en chatarra, el obstáculo principal en este camino es la atmósfera de desconfianza mutua entre ellos y los países socialistas; por eso, el núcleo central de la línea por la salvaguardia de la paz es el crear la confianza mutua y la cooperación en todos los frentes entre el campo socialista y el imperialista, esencialmente entre las dos potencias nucleares a la cabeza de los dos campos, es decir entre la URSS y los EE.UU.
Logrando crear esa confianza y cooperación en todos los frentes se podrá, en un determinado período de tiempo, realizar la coexistencia pacífica, gracias a la cual el campo socialista podría, con sus éxitos en la competición económica, alcanzar la superioridad absoluta sobre el campo imperialista. Eso tendrá el efecto de que los belicistas más furiosos abandonarán también su política de guerra y así se suprimirán los últimos obstáculos en el camino hacia un mundo sin guerra.
2. Para crear la confianza recíproca y la cooperación en todos los frentes entre los dos campos y las dos potencias con miras a salvaguardar la paz, el medio, primero en importancia, reside en las negociaciones, especialmente las negociaciones directas entre los jefes de gobierno de las potencias. Solamente con las negociaciones de estos últimos entre sí se podrán resolver los problemas internacionales que deciden el destino de la humanidad. En la época de las armas nucleares, las masas ya no juegan el papel decisivo porque esas armas tienen la capacidad de aniquilar a las masas. Porque la guerra de hoy no es más que el acto de un solo hombre que oprime un botón rojo. Porque la guerra puede estallar por causas sumamente fortuitas y mínimas. Porque actualmente, la guerra iniciada con armas automáticas ya no es asunto del ejército.
Otro medio importante consiste en comprometer, conceder recíprocamente y, en caso necesario, estar dispuesto a sufrir grandes sacrificios. Porque Lenin en efecto ha prescrito que si queremos tener la paz debemos estar dispuestos a aceptar las concesiones y sacrificios más grandes; y esa directiva, en la actualidad, tiene un significado más práctico que nunca.
3. No se necesita y tampoco es aconsejable luchar contra el imperialismo, especialmente el imperialismo estadounidense. La lucha contra las armas, el desarme general y completo constituyen el camino que conduce hacia una paz duradera. Porque la cuestión de guerra y de paz en la actualidad, lejos de llevar el carácter de clase, se convertiría en un problema de la humanidad. Frente a la amenaza de una guerra nuclear capaz de aniquilar el género humano, todos los hombres que viven en el globo terráqueo se sienten humanos. La lucha contra la guerra nuclear es un problema capaz de unir todas las clases en todos los países.
Porque con la aparición de las armas nucleares, el peligro de guerra ya no nace del imperialismo, sino de las armas y de los medios de guerra. Por lo tanto, en nuestro tiempo el mejor medio de conjurar la guerra consiste en quitar a la guerra los medios de iniciarse. Porque ante situación tan grave de peligro de guerra nuclear como ahora, podría estallar en cualquier momento una guerra destruyendo la humanidad, y luchar contra el imperialismo solamente acentuaría la tirantez de la situación, la guerra fría, la atmósfera de desconfianza mutua, lo que es muy peligroso y puede conducir hacia una guerra caliente.
Porque la lucha contra el imperialismo no consiste en las invectivas, sino en los actos concretos, en el trabajo con abnegación. Cuando el campo socialista ha puesto ya sus cohetes y bombas nucleares en posición permanente de combate, el medio más hábil para luchar contra el imperialismo sería el de utilizar palabras suaves, amables, capaces de atraer lo más posible a las gentes; gritar contra el imperialismo equivale a espantar, molestar y alejar a la gente, debilitando así el frente de la paz.
Porque el esfuerzo en elogiar las palabras de paz de los cabecillas imperialistas constituye un medio para estimularles a adelantarse aún más por el camino de la paz, y al mismo tiempo es una estrategia encaminada a llevarles a un callejón sin salida para que no se atrevan a actuar contradiciendo sus buenas palabras, etc.
4. Se necesita oponerse a todo tipo de guerra. La guerra civil revolucionaria es también una calamidad que debemos evitar. Porque todas las guerras aumentan la tirantez de la situación y la guerra fría. Una sola chispa podrá conducir hacia la guerra nuclear mundial. Hoy, ya no existe la guerra justa; solamente existe en las condiciones en que no hay otros medios para lograr el progreso social. Ahora bien, en la actualidad existen medios más eficaces y humanos, tales como la lucha ideológica basada sobre la competición económica.
La guerra de hoy aniquilaría completamente a la humanidad, a los pueblos de los países atacados como a los que atacan inicialmente; por eso ya no hay distinción entre la guerra justa y la injusta.
5. No se necesita y tampoco es conveniente hacer la revolución, sobre todo la revolución violenta, porque, frente a tan grave peligro de una guerra atómica como existe ahora, la vida de la humanidad pende de un cabello y el problema que se debe resolver primeramente es la destrucción de las armas nucleares. La sola destrucción de esas armas asegurará la subsistencia de la humanidad. La vida es el bien más precioso para el hombre. Mientras no se solucione todavía definitivamente el problema de mantener la existencia de la humanidad, carecerían de significado todas las otras cuestiones, tales como las de saber bajo qué régimen siguen viviendo los pueblos, el capitalista o el socialista. Si por desgracia, cayera la cabeza, ¿para qué más servirían los principios?, ¿tendría significado el socialismo o el comunismo y para quiénes? Porque, si se considera el anonadamiento del imperialismo por la revolución como condición indispensable de la defensa de la paz, se reconocería de hecho la fatalidad de la guerra, se negaría la posibilidad de conjurar la guerra mundial y se admitiría así que la paz no existirá mientras subsista el imperialismo. Y tal cosa quiere decir que se muestra negativo, pasivo, impotente y capitulador frente al imperialismo en cuanto a la cuestión de la guerra y la paz. Porque eso significa el reconocimiento de que, a falta de condiciones para hacer la revolución, ¡el único medio que queda será el cruzarse de brazos esperando que estalle la guerra! Y, además ¿se encuentran en cualquier momento las condiciones para hacer la revolución? Hablar de revolución cuando no existe en el mundo situación revolucionaria es dar muestras de aventurerismo y utopismo.
6. El hecho de que un país socialista tiene la superioridad en armas nucleares y se esfuerza en desarrollarla es una condición suficiente para desanimar a los imperialistas e incitarlos a renunciar a su política de guerra, aceptar el desarme general y completo, creando la posibilidad de una cooperación entre las dos potencias a la cabeza. Por eso, la unidad del campo socialista ya no es un factor importante. Al contrario, la desunión dentro del campo socialista, la ruptura de relaciones de un país socialista con otro y la búsqueda de los medios posibles para aislarlo a veces pueden ser provechosas para la paz, porque semejantes actos crearán confianza y posibilidad de cooperación total entre las potencias poseedoras de las armas nucleares más poderosas.
7. Llevar a efecto los puntos arriba mencionados quiere decir realizar la coexistencia pacífica. Actualmente, ésta tiene un contenido completamente nuevo en cuanto a la calidad. La ausencia de la guerra entre los países no es todavía precisamente la coexistencia pacífica; ésta constituye un estado en el cual los países están decididos a abandonar para siempre la política de guerra, renunciar a la violencia, convertir las armas en chatarra, a no utilizar más que la competición económica y la lucha ideológica para resolver los problemas fundamentales de la época, a no emplear sino el método de negociaciones para arreglar las cuestiones internacionales en litigio y a llevar a cabo la estrecha cooperación en todos los frentes para impulsar el progreso de la sociedad humana: cooperación encaminada a liquidar el régimen colonialista bajo todas sus formas, prestar la ayuda económica a los países atrasados, etc. Por eso, la línea fundamental para salvaguardar la paz puede resumirse así: llevar a cabo la coexistencia pacífica o su realización con el apoyo del desarme general y completo.
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Sobre el mejoramiento de las relaciones entre los países pertenecientes a los dos campos
¿Existen marxistas-leninistas que se oponen al mejoramiento de las relaciones entre los países socialistas y los capitalistas, especialmente entre la URSS y los EE.UU.? La verdad es que los marxistas-leninistas lo desean ardientemente y luchan sin cesar por ese mejoramiento, considerándolo como un aspecto de la lucha por la paz mundial. Las dificultades en ese problema no están del lado de los países socialistas. Hasta ahora, si no se han podido mejorar y normalizar las relaciones entre unos países socialistas y muchos países capitalistas, por ejemplo entre los EE.UU. y la República Democrática de Vietnam, entre los EE.UU. y China, entre los EE.UU. y Cuba, etc., la razón principal de esa situación consiste en la política de agresión y de guerra, la política hostil seguida por los países imperialistas respecto a los países socialistas. En el problema de las relaciones entre los países socialistas y los imperialistas, especialmente entre la URSS y los EE.UU., los marxistas-leninistas no se oponen más que a los puntos de vista siguientes:
Primero, combatir el punto de vista según el cual los EE.UU. pueden cooperar con la URSS, por la defensa común de la paz; una vez que cooperen los EE.UU. y la URSS, no existirá más el peligro de guerra, porque una advertencia de éstos bastará para poner en razón a todo provocador de guerra. Evidentemente es erróneo este punto de vista, porque considera al imperialismo norteamericano, el enemigo número uno de la paz, como quien sigue el objetivo común de defender la paz junto con los países socialistas y los pueblos amantes de la paz en el mundo entero. Al mismo tiempo este punto de vista menosprecia el papel de las masas populares de los países del mundo en la obra de salvaguardar la paz.
No se puede tomar la cooperación norteamericano-soviética en la lucha contra los fascistas durante la segunda guerra como una prueba de la posibilidad real de una cooperación actual entre los dos países en beneficio de la paz. En la segunda guerra mundial las contradicciones entre los imperialistas eran de hecho más agudas que las existentes entre la URSS y los países imperialistas y condujeron hacia la guerra entre los mismos países imperialistas. Por eso, existe el hecho de que los EE.UU. y otros países imperialistas formaron la alianza con la URSS para combatir al grupo imperialista fascista Alemania-Italia-Japón. Mientras se aliaban con la URSS, los EE.UU. seguían nutriendo su propio designio de debilitarla con la esperanza de aniquilarla más adelante. Hoy, la situación ya no es la misma. Además, actualmente los EE.UU. se han convertido en guía del imperialismo, en el centro de la reacción internacional, en el baluarte principal de las fuerzas de agresión y de guerra, en el enemigo número uno de la paz mundial. Por consiguiente, no se puede pretender la paz mediante la cooperación con el imperialismo norteamericano, sino mediante la concentración de las fuerzas para luchar contra él.
Segundo, combatir el punto de vista que considera que un acuerdo entre los jefes de Estado, sobre todo de los grandes Estados puede resolver los problemas internacionales que deciden el destino de la humanidad. Este punto de vista procede netamente del idealismo subjetivo porque, según el materialismo histórico, esos problemas deben ser resueltos mediante la lucha de clases, la lucha revolucionaria de las masas populares y no por el acuerdo entre individuos. Si los pueblos lo creyeran, renunciarían a la lucha de clases, a la lucha revolucionaria y tendrían una actitud expectante completamente pasiva. Además, ese punto de vista da a los imperialistas yanquis un ideal y un papel histórico, que nunca tuvo, porque el imperialismo yanqui, lejos de desempeñar el papel histórico de impulsar el desarrollo de la sociedad, es el objetivo principal de lucha de los pueblos del mundo por la solución de los problemas que deciden el destino de la humanidad.
Tercero, combatir el punto de vista que considera que, para crear la atmósfera de confianza entre el campo socialista y el capitalista, no es bueno luchar contra el imperialismo norteamericano ni desenmascararlo, sino elogiarlo y levantarlo hasta las nubes.
Hay criterios que dicen que por más que se ponga al desnudo a los imperialistas, no pueden ser aniquilados ni renunciarán a su política de guerra porque sean desenmascarados. Se dice que, si se quiere conseguir la paz, luchar contra el imperialismo y aniquilarlo, deben adquirirse las fuerzas reales, es decir las fuerzas económicas y las armas modernas; éstas no pueden ser creadas mediante la invectiva, sino por el trabajo asiduo.
No contemplamos aquí la cuestión de saber si los países socialistas deben o no esforzarse en desarrollar su economía, construir su defensa nacional, equipar su ejército, levantarlo al nivel de las exigencias técnicas de la guerra moderna, inclusive la guerra termonuclear, sino la de mostrar claramente cómo se aniquilará el imperialismo y de qué manera hay que hacer para reducir a la nada sus planes de guerra.
¿Basta solamente con que el campo socialista posea poderosas y numerosas armas nucleares para que el imperialismo renuncie a su política de guerra, convierta sus armas en chatarra y se retire de la arena histórica? Es ilusorio poner esperanzas en esto.
¿Basta solamente con que el campo socialista sea más fuerte que el capitalista, en cuanto a la producción global y “per-cápita” en la industria y la agricultura, para que el imperialismo renuncie a su política de guerra y consienta en convertir sus armas en chatarra y se retire de la arena histórica? Este punto de vista es también una utopía y de hecho equivale a renunciar a la revolución.
Para conseguir la paz, hay que apoyarse principalmente sobre la lucha de las masas populares contra los imperialistas, contra su política de agresión y de guerra para derrotarla. El imperialismo no será aniquilado por las armas nucleares, sino por la revolución de las masas populares. Esta estallará y no esperará solamente el momento en que el campo socialista supere al campo imperialista en cuanto a la producción global así como la producción “per-cápita”. La Revolución de Octubre abrió la época del hundimiento del imperialismo. Desde entonces, hay condiciones para que los pueblos del mundo hagan consecutivamente la revolución, y, sobre todo después de la segunda guerra mundial, aumentan cada día más las condiciones para que estalle y triunfe la revolución.
Para que las masas populares estén determinadas a luchar contra el imperialismo, su política de agresión y de guerra y a erguirse haciendo la revolución para aniquilarlo hay que desenmascarar el imperialismo, especialmente el norteamericano, movilizar el odio de las masas populares contra su política de agresión y de guerra y, de una manera general, contra su dominación.
Hay opiniones que dicen que luchar contra la política de guerra del imperialismo consiste principalmente en mantener siempre los cohetes y bombas nucleares del campo socialista en posición de combate; que es una condición suficiente para desanimar al imperialismo. Y una vez cumplida, la táctica más prudente es hablar del imperialismo con palabras suaves. Ese punto de vista es también completamente erróneo. Evidentemente el campo socialista constituye el baluarte de la paz mundial, pero las solas fuerzas del campo socialista no bastan para derrotar la política de guerra del imperialismo, por eso, hace falta igualmente la lucha de las amplias masas fuera del campo socialista. El elogiar “la buena voluntad de paz” del imperialismo norteamericano solamente tiene la consecuencia de debilitar esa lucha, porque eso crea en los pueblos del mundo ilusiones sobre la buena voluntad del imperialismo. Debilitar esta lucha, es alentar al imperialismo y reforzar sus preparativos de guerra. Desde el punto de vista de los países socialistas, los cohetes y las armas nucleares no constituyen las únicas fuerzas de defensa nacional, cuyo elemento decisivo es la moral del pueblo y del ejército. La propaganda alborotadora sobre “la buena voluntad de paz” del imperialismo norteamericano solamente debilita el espíritu antiimperialista y la combatividad revolucionaria del pueblo y ejército, es decir, debilita fundamentalmente las fuerzas de defensa nacional del campo socialista, y eso tiene por efecto estimular los designios de agresión y de guerra de los imperialistas.
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Negociaciones, compromisos, concesiones, sacrificios
Hasta ahora, en el curso de su lucha, el proletariado utiliza a menudo las negociaciones con la burguesía y las otras clases enemigas para lograr determinados objetivos. Pero nunca considera las negociaciones como el método de lucha exclusivo o supremo, sino como el resultado de la lucha práctica. Y el grado del resultado de las negociaciones depende de la situación de esa lucha. Lo que no se puede lograr mediante la lucha práctica, no puede ser conseguido por vía de las negociaciones.
Hoy, en su lucha por la paz, los marxistas-leninistas nunca rehúsan negociar con los imperialistas, pero no consideran las negociaciones como el método supremo, más eficaz y capaz por sí mismo de resolver los problemas en litigio, sino que aquellas deben apoyarse sobre la lucha de las masas para lograr el resultado; por eso, no hay que debilitar esa lucha a causa de las negociaciones. Si hacemos que las masas confíen excesivamente en la eficacia de las negociaciones entre los jefes de gobierno, de tal modo que se ilusionen sobre las mismas, se quedarían esperando pasivamente el resultado de las negociaciones, relajarían su lucha contra la política agresora y guerrerista del imperialismo, lo cual resultaría perjudicial para la paz, y las negociaciones no finalizarían con éxito.
Hay quienes pretenden actualmente que si las negociaciones se han convertido en método de importancia decisiva, es porque hay solamente dos caminos para resolver los problemas litigiosos internacionales: sea el de negociar o el de desatar la guerra termonuclear. Pero no son los hechos en la realidad. Desde el fin de la segunda guerra mundial hasta ahora, el imperialismo no solamente prepara la guerra nuclear y emprende negociaciones, sino que para resolver los problemas del altercado entre él y los pueblos del mundo, lejos de utilizar la guerra termonuclear y las negociaciones, recurre a la guerra local o a la “guerra especial”. En cuanto a los pueblos, han debido utilizar la lucha revolucionaria para resolver las diferencias con el imperialismo. Existen problemas resueltos solamente por medio de la lucha y no por las negociaciones; por ejemplo, el caso del pueblo chino quien ha expulsado al imperialismo yanqui fuera del continente chino; hay otros resueltos por vía de las negociaciones solamente después de una larga lucha, como el retiro del imperialismo francés de Vietnam.
Algunos dicen que en nuestro tiempo las negociaciones se han convertido en método decisivo de suma importancia, porque hoy se respaldan sobre la correlación de fuerzas favorable al campo socialista y sobre las condiciones en que éste tiene la superioridad en las armas nucleares; por lo tanto, es muy posible que los imperialistas acepten las negociaciones por miedo de ser aniquilados. Los marxistas-leninistas estiman que en las negociaciones con el imperialismo no pueden poner sus esperanzas en arrancar de éste las concesiones mediante la amenaza de la guerra nuclear. Porque este último sabe perfectamente que nunca el campo socialista utilizará primero las armas nucleares, y si los imperialistas no quisieran conceder en las negociaciones, nunca el campo socialista recurriría a la guerra nuclear para obligarlos a hacer concesiones.
Por eso, utilizar la amenaza nuclear y apoyarse sobre ésta para llevar las negociaciones hasta el nivel de un método leninista exclusivo en nuestra época, y menospreciar y debilitar la lucha de las masas constituye no solamente una ilusión, sino también un camino peligroso.
En la lucha de clases, los compromisos y concesiones recíprocos son inevitables. Acontece lo mismo en la lucha por la paz. Pero el marxismo-leninismo exige una discriminación entre los compromisos compatibles con los principios y los compromisos sin principio. So pretexto de que frente al peligro de una guerra termonuclear capaz de destruir a toda la humanidad, sostener que el principio más elevado es el de preservar la vida humana y deducir de eso que cualquier concesión a los imperialistas, a condición de que se evite la guerra nuclear, es un compromiso compatible con los principios porque responde a ese principio supremo de mantener la vida del género humano y constituye solamente capitulación de la vida ante la muerte y no de ninguna persona ante nadie, es en la realidad excederse del compromiso basado sobre los principios. Este punto de vista perjudica a los intereses fundamentales y duraderos de la revolución y, de hecho, solamente hará que los imperialistas se arroguen sucesivamente nuestros derechos y se muestren cada día más arrogantes. Tal punto de vista, en esencia, conduce hacia la capitulación de clase. ¿Se pueden invocar los planteamientos y tácticas de Lenin cuando se vio obligado a firmar el acuerdo de Brest-Litovsk, para abogar a favor de este punto de vista de los compromisos sin principio? En aquel tiempo, la URSS acababa de terminar la Revolución de Octubre, sus fuerzas eran todavía muy débiles, el poder soviético no estaba afianzado; por eso debió utilizar las contradicciones de los imperialistas entre sí, aprovechar a toda costa un lapso de tiempo de descanso para consolidar el poder soviético y preparar sus fuerzas con miras a hacer frente a los futuros ataques del imperialismo. La táctica de Lenin en aquel momento –conseguir la paz provisional a cambio de una gran concesión–, fue una táctica inspirada en principios y correcta, porque, en aquel tiempo, no se podían defender de otro modo los intereses fundamentales y duraderos de la Revolución. Es completamente diferente la situación de hoy. Las solas fuerzas del campo socialista podrían ya hacer frente y asestar duros contragolpes si los imperialistas histéricamente desencadenaran un ataque. El movimiento de lucha de los pueblos fuera del campo socialista es hoy más amplio y poderoso que nunca. En tal situación es un error copiar textualmente los planteamientos tácticos, inspirados por Lenin en el momento de la firma del acuerdo de Brest-Litovsk. ¿Cómo se pueden invocar las directivas ulteriores de Lenin para defender los puntos de vista de compromiso sin principio? Justamente en 1921, después de la victoria sobre los agresores extranjeros y los reaccionarios del interior, Lenin dijo que “aceptamos las concesiones y sacrificios más grandes… con miras a salvaguardar la paz que hemos pagado tan cara…”2. Pero, ¿a favor de quienes habló Lenin acerca de las concesiones y sacrificios? Para los pueblos dominados anteriormente por el Zar y a los que el Poder soviético restituyó la independencia, y no a favor de los imperialistas; a continuación Lenin agregó: “Nosotros consentimos en las concesiones y sacrificios más grandes pero no son tampoco cualesquiera concesiones indefinidas”3.
Tergiversaría el pensamiento de Lenin quien considerara que sus mencionadas instrucciones significan que Lenin quiere aconsejar a los comunistas estar siempre dispuestos a consentir las mayores concesiones y sacrificios en favor de los imperialistas para obtener la paz.
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Las armas nucleares y el desarme
Las armas nucleares tienen un terrible poderío devastador antes nunca visto. Una guerra nuclear –desatada delirantemente por los imperialistas– causará seguramente incalculables sufrimientos a los pueblos.
La aparición de las armas nucleares y de los cohetes intercontinentales portadores de ojivas nucleares engendra profundos cambios en la estrategia y táctica militar. Pero, ¿hacen perder el valor de las leyes fundamentales sobre la guerra y la paz? De ninguna manera. Hoy las masas populares siguen siendo los factores decisivos en la guerra. Mientras más compleja sea la técnica de la guerra, más horrible será la destrucción causada por las armas, pero el papel del hombre en la guerra lejos de disminuir aumenta más aún. Por alto que sea el nivel de mecanización y automatización en la dirección y construcción de los medios materiales de guerra, al fin y al cabo el hombre es quien los fabrica y maneja. Porque hoy no es que la preparación, la conquista de la victoria en la guerra no necesiten más del respaldo del hombre; al contrario, deben movilizar fuerzas humanas y bienes materiales en mayor grado que nunca, no solamente movilizar a decenas de millones de personas sino a centenares de millones. Por eso la tesis según la cual hoy las masas no juegan ningún papel, o sólo uno secundario, en la lucha para hacer fracasar los planes de guerra del imperialismo es errónea y contraria a la realidad.
Por esta misma razón, también la tesis que considera que hoy una persona puede desatar la guerra destructora de toda la humanidad es irrazonable e idealista. Tanto más si se reconoce que el desencadenamiento de una guerra nuclear significaría el suicidio de quien la desate, ya que sería imposible que una clase entregara el derecho de destruirla físicamente a un solo individuo.
Hoy los postulados de que la guerra es la continuación de la política, y las dos categorías de guerra, justa e injusta, conservan todavía su valor. Lo han mostrado las guerras agresoras de tipo local o “especial” desatadas por los imperialistas y las guerras revolucionarias y las guerras de liberación que se están realizando desde hace cerca de veinte años. Los que niegan esos postulados, por lo menos en lo teórico, han cometido errores ya que a pesar de que existe la posibilidad de conjurar la guerra mundial, mientras subsista el imperialismo continuarán estallando las guerras agresoras contrarrevolucionarias desatadas por él y guerras contra la agresión, guerras liberadoras y revolucionarias de los pueblos.
En los últimos veinte años, el imperialismo norteamericano y su pandilla han movilizado todo su aparato de propaganda tendiente a sembrar el temor a las armas nucleares entre los pueblos en diferentes países. Su astuta maniobra consiste en que, con el uso de la amenaza nuclear, pretenden apagar el espíritu combativo revolucionario de los pueblos y de las naciones oprimidas y hacer que los pueblos de los países socialistas no cumplan con el deber de prestar ayuda a aquella lucha. Las tareas de los marxistas-leninistas consisten en poner al desnudo tal chantaje nuclear, no atemorizarse frente a él y no caer en la trampa del imperialismo. Las armas nucleares, es verdad, tienen un terrible poderío destructor. Esto no quiere decir que no tengan su lado opuesto. Es por esto que los imperialistas, pese a que constantemente amenazan con esas armas no pueden usarlas a su antojo o lanzarlas en cualquier momento. Deben pensar primero en que provocarán el odio implacable de los pueblos del mundo que no tolerarán su inaudito crimen; segundo, en que no son los únicos que poseen esas armas; deben, pues, pensar que si pretenden aniquilar a los demás serán también aniquilados; tercero, en que el objetivo de desatar la guerra consiste en oprimir y explotar a los pueblos, saquear las materias primas de los otros países y si utilizan la guerra nuclear no podrán lograrlo a causa del poderío destructivo de las armas nucleares.
La práctica de cerca de veinte años lo demostró. Precisamente en el momento en que el imperialismo norteamericano tuvo el monopolio y la superioridad en armas nucleares y el medio de lanzarlas, pese a sus esfuerzos por detener el comunismo, fue consecutivamente rechazado por éste en China, Corea, Vietnam… resignándose a aceptar la derrota sin atreverse a recurrir a las armas nucleares. El factor que detuvo en sus manos, no fue el temor a sufrir una respuesta con armas nucleares por parte del campo socialista sino el odio de los pueblos del mundo entero, testigo del lanzamiento de las dos primeras bombas atómicas en Japón durante la segunda guerra mundial. Por este motivo –además, más adelante la URSS, rompió el monopolio y la superioridad en armas nucleares y medio de lanzarlas como lo hemos dicho anteriormente– el imperialismo norteamericano se vio obligado a cambiar su estrategia. Es precisamente por estos hechos que tenemos firme confianza en que si los pueblos del mundo continúan luchando decidida y tenazmente podrán obligar a los imperialistas a firmar un tratado de prohibición definitiva de las armas nucleares. Muchas dificultades existen aún hoy en el camino hacia el logro de este objetivo –porque los países imperialistas intensifican la carrera armamentista nuclear y no realizaron aún el desarme nuclear–, pero la posibilidad de prohibir definitivamente las armas nucleares es una posibilidad real.
No obstante, subsiste el grave peligro de una guerra con armas nucleares; los pueblos deben tener en cuenta la posibilidad de otro caso en que los imperialistas, a pesar de todo, desataran aventureramente una guerra nuclear; ¿cuál sería la situación? Está muy claro que, para evitar las consecuencias negativas de una guerra nuclear, no existe para los pueblos más que un solo camino: que deben a tiempo, pese a todo sacrificio, levantarse resueltamente haciendo la revolución para aniquilar al imperialismo. Y para poder actuar oportunamente en esta limitada posibilidad los pueblos del mundo deben prepararse desde ahora y llevar a cabo la lucha contra el peligro de guerra nuclear con un espíritu acertado, para que el pueblo, partiendo del odio hacia los imperialistas agresores y belicistas, llegue a alzarse con toda firmeza, cuando sea necesario, para aniquilar al imperialismo.
La Declaración de Moscú de 1960 señala: “Si los dementes imperialistas desencadenan la guerra, los pueblos barrerán y sepultarán el capitalismo”.
Claro está que hoy los pueblos tienen la posibilidad y la certidumbre de destruir las armas nucleares. Los argumentos que sostienen que las masas son ahora impotentes porque pueden ser destruidas por las armas nucleares y que la humanidad puede ser aniquilada por esas armas, son idealistas, extremadamente pesimistas e infundados. Creer que no habrá vencedor en una guerra moderna revela un derrotismo sumamente peligroso. ¿Se puede elevar, con semejantes argumentos, la decisión y la voluntad de lucha de los pueblos en general y de los ejércitos y pueblos de los países socialistas? ¿no se fomenta de tal modo, aún más, las histéricas ideas de los imperialistas belicistas?
Luchamos enérgicamente para obligar a los imperialistas a realizar el desarme y firmar el tratado de prohibición definitiva de las armas nucleares. Hoy, al igual que antes, los marxistas-leninistas consideran la consigna del desarme (en el sentido de reducción del armamento) como una consigna de lucha contra la política de agresión y de guerra del imperialismo. La Declaración de Moscú de 1960 señaló la necesidad de llevar a cabo la lucha contra las fuerzas instigadoras de guerra y agresoras exigiendo el desarme en mayor escala para conquistar resultados reales: prohibición de pruebas y producción de armas nucleares, abolición de bloques y bases militares en territorios ajenos, reducción en gran cantidad de las fuerzas militares y de los armamentos para abrir paso al desarme general. Con la lucha activa y enérgica de los países socialistas y de los otros países amantes de la paz, de la clase obrera internacional y de las numerosas masas populares de todos esos países, se podría aislar a los grupos agresores, hacer polvo el plan armamentista y de preparación de guerra y obligar a los imperialistas a firmar el tratado sobre el desarme general. Esto se refiere a la lucha para exigir el desarme, o, en otras palabras, el desarme general (también en el sentido de reducción de armamentos) que conjuntamente con los pueblos del mundo los marxistas-leninistas están llevando a cabo.
En cuanto al problema del desarme general y completo, es decir el problema para un mundo sin armas, sin ejércitos, será realizado cuando se destruya y elimine el imperialismo de la vida de la sociedad humana. Porque el ejército es aparato esencial para el mantenimiento de la dominación imperialista, sobre todo en el actual período de crisis general del capitalismo, el imperialismo nunca destruirá voluntariamente todas las armas ni disolverá el ejército, porque nunca se retirará voluntariamente de la arena de la historia, ¿Cómo es, entonces, que los pueblos del mundo obligarán al imperialismo a convertir todas sus armas en chatarra y a disolver todos los ejércitos? Debemos preguntarnos: ¿si los pueblos del mundo tienen fuerzas suficientes para obligar al imperialismo a hacer esto no significa que tienen ya suficientes fuerzas para aniquilarlo? Y una vez conseguidas esas fuerzas, ¿por qué no destruirlo en lugar de solamente obligarlo a convertir sus armas en chatarra? Por eso considerar que no hace falta la condición de que la revolución destruya al imperialismo, sino que mientras éste subsista se puede realizar el desarme general y completo, un mundo sin armas, sin ejércitos, es un punto de vista infundado. Además hace que los pueblos del mundo pongan todas sus esperanzas de paz, de la independencia nacional, de la edificación de la economía nacional, de la realización del socialismo, etc. sobre la realización del desarme general y completo; esto significa empujar a los pueblos del mundo por un camino errado y perjudicar la lucha contra el imperialismo agresor y belicista y por la salvaguardia de la paz.
En cuanto a la tesis de que si es posible que el imperialismo renuncie a las armas nucleares, lo es también que renuncie a las ordinarias, ya que no son tan poderosas como las nucleares, es desde todo punto de vista incorrecta. Como lo hemos expresado, las armas nucleares tienen ventajas sobre las ordinarias –su poderío de destrucción–, pero, al mismo tiempo, ofrecen un lado menos ventajoso: su uso no puede servir tan bien a los objetivos del imperialismo como las armas ordinarias. Así, hemos señalado las causas por las cuales los imperialistas pueden estar de acuerdo con la prohibición de las armas nucleares pero nunca con la de las ordinarias.
Mientras los imperialistas prosigan frenéticamente la carrera armamentista incluyendo armas nucleares, el acrecentamiento de la capacidad defensiva y el mantenimiento de la superioridad en armas nucleares por parte del campo socialista es sumamente necesario para defenderse y salvaguardar la paz mundial. El que el campo socialista produzca y se esfuerce en conquistar la superioridad en armas nucleares es un hecho cumplido a su pesar, pero muy necesario. Como los países imperialistas amenazan constantemente con destruir a los países socialistas con armas nucleares y si el campo socialista no hubiera conseguido armas nucleares ni superioridad en éstas, los imperialistas se habrían atrevido a desatar la guerra contra el campo socialista. Por eso, muchas veces nuestro Partido ha declarado que él y nuestro pueblo agradecen profundamente al pueblo soviético que ha sufrido muchos sacrificios y desarrollado su genio y talento, para romper el monopolio y la superioridad nuclear del campo imperialista.
El motivo que obliga a los países socialistas a conseguir armas nucleares es el de la autodefensa, la salvaguardia de la paz, y el obligar a los imperialistas a respetar el campo socialista. Una vez en las manos del campo socialista las armas nucleares son armas para la defensa, nunca los países socialistas serán los primeros en usarlas y sólo las usarán en caso de absoluta necesidad para replicar a los imperialistas si rabiosamente los atacaran con armas nucleares.
Los marxistas-leninistas en los países socialistas nunca se atemorizan ante la amenaza nuclear del imperialismo, nunca por causa del miedo seguirán una línea de compromiso y sin principios con el imperialismo abandonando su deber internacional. Al mismo tiempo nunca se permiten a sí mismos imitar el chantaje nuclear de los imperialistas, ni utilizarlo de manera aventurera para regatear con ellos, y menos para impedir a los pueblos y naciones oprimidos hacer la revolución antiimperialista e impedir a los pueblos de los pueblos socialistas prestar apoyo a esas revoluciones.
No se puede considerar que solamente la superioridad nuclear del campo socialista basta para desanimar a los imperialistas belicistas, desbaratar sus planes de guerra y hacerles abandonar su política guerrerista. Además, mucho menos se puede creer que basta con que un solo país socialista posea armas nucleares, para que realice el papel de escudo de todo el campo socialista en contra de la ofensiva del imperialismo. Y tampoco se puede decir que basta con la presencia de un solo país socialista que posea armas nucleares para obtener la paz, sin necesidad de la solidaridad del campo socialista.
Desde el punto de vista de la guerra nuclear, está claro que si los dos países más grandes del campo socialista poseyeran armas nucleares, esto ejercería más efecto sobre los imperialistas, los haría reflexionar y actuar con más precaución y cuidado que si un solo país las posee. Pero, actualmente, no solamente existe el peligro de una guerra nuclear sino el peligro de una gran guerra con armas ordinarias entre los dos campos. Se debe contar con la posibilidad de que los imperialistas desaten una guerra con armas ordinarias y las armas nucleares las usen solamente como instrumento de amenaza. Y si no van a utilizar sino sólo las ordinarias, ¿podría en tal caso el campo socialista recurrir a las armas nucleares? En este caso se ve muy claro que el escudo nuclear de un país socialista no basta para detener las manos de los imperialistas. El punto que les hace reflexionar, cuidar y no osar desatar una guerra con armas ordinarias contra el campo socialista, es precisamente la solidaridad de los pueblos y ejércitos de todo el campo socialista. Sin ésta, los imperialistas se sentirán más animados. Por eso cualquier acción que contribuya a minar la solidaridad del campo socialista produce el efecto de acrecentar el peligro de guerra.
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Revolución y paz
Aquí no nos referimos a todas las relaciones existentes entre la lucha revolucionaria y la lucha por la paz sino al efecto de la primera sobre la segunda. Los marxistas-leninistas comprueban que hay entre esas luchas íntimas relaciones. Se puede resumirlas en los tres aspectos siguientes:
1. La lucha por la paz es una lucha antiimperialista que se manifiesta en muchos frentes, pero, en resumidas cuentas el problema de poder o no mantener la paz, de lograr o no impedir al imperialismo desatar una nueva guerra mundial depende, en lo fundamental, de la correlación de fuerzas en el escenario internacional. El debilitamiento incesante de las fuerzas agresoras y belicistas del imperialismo, el acrecentamiento ininterrumpido de las fuerzas de la paz es el camino fundamental para salvaguardarla. Por eso, los movimientos revolucionarios de liberación nacional en Asia, África y América Latina, y las luchas revolucionarias de los pueblos de los otros países constituyen enormes fuerzas que debilitan al imperialismo y son, en consecuencia, fuerzas gigantescas por la salvaguardia de la paz mundial. Justamente lo ha demostrado la lucha revolucionaria de nuestros compatriotas sudvietnamitas. Cuando este movimiento revolucionario era todavía débil, el imperialismo norteamericano y sus lacayos en el Sur intensificaron frenéticamente sus preparativos para convertir el Sur en una base militar con miras a atacar al campo socialista. Tenían todo un plan de “marcha hacia el Norte”; desplegaron sus fuerzas disponibles y realizaron los preparativos de una agresión al norte de nuestro país; existía el peligro de que la guerra se desplegara en toda la zona del sudeste de Asia. Pero en la medida en que el movimiento revolucionario del Sur se desarrolló fuertemente, se vieron obligados a abandonar su plan de “marcha hacia el Norte”, a dividir sus fuerzas para contrarrestar la lucha revolucionaria del Sur, y por cierto, la lucha revolucionaria de los compatriotas sudvietnamitas produce el efecto inmediato de desbaratar el plan estadounidense de extender la guerra al norte de Vietnam y a toda la zona del sudeste de Asia y de salvaguardar la paz de esta región.
Si reconocemos que la posibilidad de impedir una nueva guerra mundial ha surgido gracias al cambio fundamental de la correlación de fuerzas en el escenario internacional y que este cambio es el resultado de las revoluciones antiimperialistas, es claro que los triunfos de las revoluciones antiimperialistas, incluso las revoluciones que han permitido formar el campo socialista, han creado la posibilidad de salvaguardar la paz mundial en nuestra época. Hoy, las distintas revoluciones siguen siendo factores de suma importancia para mantener y acrecentar aún más aquella posibilidad.
Naturalmente, si se quiere conseguir la paz se deberá hacer uso de hábiles tácticas de lucha. Pero éstas sólo lograrán resultados provechosos para la paz sobre la base de que las crecientes fuerzas antiimperialistas y las de la paz sean cada vez más potentes, y que cada día se debiliten más las fuerzas agresivas y belicistas ya decaídas.
2. Antes de la segunda guerra mundial no existía aún la posibilidad de prevenir otra contienda, los movimientos revolucionarios de los pueblos tampoco habían alcanzado el ímpetu de hoy. Por eso la consigna de los marxistas-leninistas era la de convertir la inevitable guerra imperialista en guerra civil revolucionaria y, en caso de guerra desatada por el imperialismo, de movilizar a las masas populares en cada país imperialista para que dirigieran el cañón del fusil en contra de la clase dominante con el fin de conquistar el poder para el pueblo, y aniquilar la dominación del imperialismo poniendo así fin a la guerra.
Hoy, a consecuencia del ímpetu de los movimientos revolucionarios, el problema planteado es diferente. Existen muchas posibilidades de hacer la revolución derrocando al imperialismo para conjurar a tiempo una nueva guerra mundial si los imperialistas intentan desatarla.
Cuando decimos que hoy existe la posibilidad de prevenir una nueva guerra mundial, no quiere decir que no exista el peligro de su estallido. Naturalmente, mientras se desarrolle diariamente la lucha por la paz, existen más posibilidades de disminuir el peligro de la guerra y acrecentar la defensa de la paz; pero si existe todavía el imperialismo dentro de determinada escala con una cierta fuerza latente de guerra, no se puede garantizar completamente que no vaya a desatar una guerra mundial. Por eso si alguna vez la clase dominante de ciertos países imperialistas, a despecho de todo, intentara desatar la guerra, el único camino para impedir su estallido sería el de que los pueblos de esos países se alzaran resueltamente sin arredrarse ante el sacrificio, y derrocaran la clase dominante imperialista antes de que lo lograra; de no actuar así no habrá otro medio para impedir el estallido de una guerra; naturalmente la preparación necesaria debe realizarse en tiempo normal y, llegado ese momento, la lucha por la paz debe llevarse a cabo con un resuelto espíritu revolucionario antiimperialista.
3. La posibilidad de conjurar una guerra mundial no significa todavía la eliminación definitiva de este peligro. Si la actual lucha por la paz no se desarrolla hasta el nivel de eliminar definitivamente el peligro de guerra mundial no se puede garantizar completamente que no estallará aún, y no podrá considerarse la paz mundial como duradera y perpetua. Por eso, la línea radical de salvaguardar la paz es la que conduce a la eliminación definitiva del peligro de guerra mundial. Precisamente hoy existen las condiciones para alcanzar este objetivo. Tal es la diferencia con respecto a la situación anterior a la segunda guerra mundial. Consideramos que la condición para eliminar definitivamente la guerra mundial no puede ser el desarme general y completo del imperialismo, ya que su naturaleza no cambia y nunca voluntariamente se retirará de la arena histórica, sino la ausencia de la dominación del imperialismo por lo menos en los principales países imperialistas actuales. Y esa condición solamente podrá conseguirse a través de la revolución para derrocar al imperialismo. Esta posibilidad no existía antes y si hoy se ha convertido en posibilidad real es precisamente porque a partir de la segunda guerra mundial el mundo ha presenciado un continuo y elevado movimiento revolucionario de los pueblos, sobre todo en Asia, África y América Latina. Este ímpetu revolucionario estuvo y está atacando desde muchas direcciones al imperialismo, ha derrumbado su dominación en grandes sectores y continúa haciéndolo en otros, rechazándolo paso a paso, y derrocándolo parcialmente para avanzar hacia su derrocamiento total. Por lo tanto, llevar a cabo la lucha revolucionaria derrocando al imperialismo es el único camino que conduce hacia una paz duradera y perpetua. En consecuencia, a pesar de que la actual lucha por la paz es principalmente una lucha democrática, es posible y necesario desarrollarla convirtiéndola en revolucionaria para aniquilar al imperialismo en los sitios en que existan condiciones adecuadas.
En cuanto al deseo de eliminar definitivamente el origen social de todo tipo de guerra, como lo ha señalado claramente la Declaración de Moscú de 1960 sólo se puede lograr aniquilando por completo al imperialismo.
En resumen, el triunfo de todas las revoluciones antiimperialistas cambió la correlación de fuerzas en el escenario mundial, creó condiciones para conjurar una nueva guerra mundial y salvaguardar la paz mundial. Las revoluciones antiimperialistas producen el efecto de aumentar la posibilidad de salvaguardar la paz y son fuerzas grandiosas en la defensa de la paz. Detendrán a tiempo nuevas guerras mundiales desatadas, en limitados casos, por los imperialistas. Continuarán aniquilando paso a paso la dominación del imperialismo y en un momento dado crearán una nueva situación mundial en la cual el peligro de guerra dejará de existir. Cuando sea destruido por completo el imperialismo, todo tipo de guerra desaparecerá de la vida social.
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Coexistencia pacífica entre países con distintos regímenes políticos y sociales
La política de coexistencia pacífica ha sido planteada por Lenin. En los países socialistas parte de dos bases:
La primera es la existencia simultánea, la convivencia inevitable entre los países socialistas y los países capitalistas durante toda una época histórica, la época de transición desde el capitalismo al socialismo en escala mundial. Por la ley de desarrollo desigual de la revolución proletaria en distintos países –descubierta por Lenin– ésta no puede triunfar al mismo tiempo en todos, sino, primero, en varios países o en uno solo y luego en los demás; mientras tanto, los otros países son capitalistas o pre-capitalistas. Estos últimos no pueden destruir a los países socialistas recién surgidos. Por eso existe la situación de convivencia, la cual es una realidad objetiva, natural e inevitable entre países con distintos regímenes políticos y sociales.
La segunda es la naturaleza del régimen socialista, de la cual nace la política exterior pacífica de los países socialistas.
Nunca los imperialistas aceptan voluntariamente la coexistencia pacífica con los países socialistas. Buscan con todos los medios posibles destruirlos y, generalmente, cuando han agotado sus ineficaces maniobras se ven obligados a convivir con ellos. Así en la realidad histórica, las relaciones entre el imperialismo y el socialismo han adquirido muchos aspectos, desde la forma de guerra total hasta la de coexistencia pacífica y entre esas dos formas existen además muchas otras intermedias: los países imperialistas desatan conflictos armados locales, mandan esbirros para el sabotaje, realizan subversiones, disponen el bloqueo económico y no reconocen diplomáticamente a los países socialistas, etc. Antes lo hicieron con la URSS, e igual ocurrió con otros países socialistas surgidos después de la segunda guerra mundial.
La política de coexistencia pacífica de los países socialistas es precisamente una política para buscar los medios de aniquilar las otras formas de relaciones sociales con miras a crear la de coexistencia pacífica entre los países socialistas e imperialistas.
La política de coexistencia pacífica de los países socialistas no sólo se aplica con los países imperialistas sino con los nacionalistas y capitalistas en general. Su contenido ha sido desarrollado poco a poco con la práctica de la URSS, y de otros países socialistas según el cambio de correlación de fuerzas en el escenario mundial. En la situación actual del mundo, existe la posibilidad de realizar la coexistencia pacífica con el siguiente contenido:
–Realización de los 5 principios de coexistencia pacífica y de los 10 principios de la Conferencia de Bangdung.
–Desarrollo del comercio y del intercambio cultural y científico.
–Negociaciones para resolver los altercados entre los países.
A causa de que los imperialistas nunca aceptarán voluntariamente la coexistencia pacífica, sólo a través de la lucha decidida y tenaz del campo socialista, de la clase obrera y de los pueblos trabajadores de los países imperialistas, del movimiento de liberación nacional y de las otras fuerzas amantes de la paz en contra del imperialismo y de sus planes de destrucción y sabotaje a los países socialistas, se verán obligados a aceptar la coexistencia pacífica. Existiendo ya la coexistencia pacífica se debe continuar luchando incansablemente para hacer cenizas sus maniobras y actividades saboteadoras en contra de ella y solamente así se podrá preservarla.
Se ve claramente que la lucha por la realización de la coexistencia pacífica no es más que una parte de la lucha por la paz; que no se puede convertir toda la línea general por la salvaguardia de la paz en política de coexistencia pacífica. Tampoco se puede convertir toda la línea general de la política exterior de los países socialistas en política de coexistencia pacífica entre los países con distintos regímenes políticos y sociales; la política exterior de los países socialistas comprende la cooperación y ayuda mutua entre ellos según el espíritu de camaradería y el apoyo y ayuda incondicional a los movimientos de lucha revolucionaria de los pueblos y naciones fuera del campo socialista.
Obligados a aceptar la política de coexistencia pacífica del campo socialista, los imperialistas nunca renunciarán a su política de opresión, de explotación, de agresión y de guerra. Por eso, si damos a la política de coexistencia pacífica el siguiente contenido: determinación de ambas partes de renunciar a la intención de recurrir a la guerra, de convertir las armas en chatarra, realizar sólo la competición económica y la lucha ideológica, establecer la confianza mutua y la cooperación completa, aniquilar por completo la guerra fría y toda tirantez mundial, etc., la convertimos en una política irrealizable. Además, es una utopía muy grande considerar que una coexistencia pacífica con el contenido mencionado tenga la posibilidad de alcanzarse a través de las negociaciones. Considerar que la coexistencia pacífica es la línea fundamental que conduce hacia un mundo sin ejércitos, sin armas, sin guerra o hacia el socialismo a escala mundial, es más utópico aún. Como lo hemos analizado, tal política de coexistencia parte de una premisa errónea, la cual considera que ya ha cambiado la naturaleza del imperialismo y que, a causa de la aparición de las armas nucleares, éste renuncia a su política agresora y belicista y voluntariamente adopta la política de coexistencia pacífica.
La coexistencia pacífica entre los países con distintos regímenes y la lucha revolucionaria, tienen relaciones recíprocas. Las luchas revolucionarias producen el efecto de debilitar al imperialismo, obligándole a dividir sus fuerzas para contrarrestarlas, impidiendo la concentración de sus fuerzas para atacar a los países socialistas; los éxitos de las luchas revolucionarias acrecientan las fuerzas del campo socialista y crean condiciones más favorables para la lucha por la coexistencia pacífica. Por el contrario, la política de coexistencia pacífica de los países socialistas crea condiciones favorables para desarrollar sus fuerzas, tiene el efecto de poner al desnudo la política agresora y belicista del imperialismo, de agrupar numerosas fuerzas en contra de esa política, de aislar aún más al imperialismo, y por eso es ventajosa para la lucha revolucionaria de los pueblos. Por lo tanto, simultáneamente con la realización de la coexistencia pacífica entre los países con distintos regímenes políticos y sociales, se debe apoyar fuertemente la lucha revolucionaria de los pueblos y naciones oprimidos. Solamente obrando así se beneficiará la lucha por la salvaguardia de la paz mundial.
La acertada política de coexistencia pacífica es una parte de la lucha por la paz. Al contrario, una política errónea no sólo no contribuye positivamente a la paz, sino que causa daños. La política de “coexistencia pacífica” es nociva para la paz si le dan un contenido irreal, porque así las masas van a desviarse del objetivo acertado para ir tras ilusiones.
La política de “coexistencia pacífica” es nociva para la paz si se considera que solamente se puede realizar a través de negociaciones, concesiones mutuas entre dirigentes de potencias haciendo a un lado la lucha antiimperialista de las masas populares, porque de esta manera se paraliza su voluntad de lucha contra el imperialismo.
La política de “coexistencia pacífica” es perjudicial para la paz si se admite que una vez realizada no se necesita la lucha política sino la competición económica y la lucha ideológica, las cuales se convierten en aspectos decisivos de la lucha de clases en el escenario internacional, si se admite que la “coexistencia pacífica” significa la confianza y cooperación multilateral entre las grandes potencias y se la considera como el único camino bueno para resolver los problemas que deciden el destino de la humanidad, como la forma más elevada de lucha de clases en la arena internacional; si se considera la “coexistencia pacífica” como la base de la línea general del movimiento comunista internacional; si se admite que la “coexistencia pacífica” es también una política obligatoria para todas las naciones oprimidas en sus relaciones con el imperialismo; si se le atribuyen de manera infundada todos los triunfos conquistados por los pueblos mediante su lucha revolucionaria a partir de la segunda guerra mundial a la “coexistencia pacífica”; si se admite que la “coexistencia pacífica” significa el rechazo de todos los tipos de guerras, etc.; porque en realidad los puntos de vista mencionados bajo el nombre de la “coexistencia pacífica” significan prácticamente, la abolición y el rechazo de la lucha revolucionaria.
La política de “coexistencia pacífica” es perjudicial a la paz si se la considera como la línea general de la política exterior de los países socialistas; si se afirma que una vez realizada la coexistencia pacífica, los países socialistas ejercen su influencia sobre el desarrollo de la sociedad humana, principalmente con sus logros en la construcción económica; si se considera como condición sumamente importante para realizar la coexistencia pacífica la prohibición absoluta de ayuda a los pueblos en su lucha revolucionaria porque sería “exportar la revolución”. La esencia de esos puntos de vista es la exigencia a los países socialistas, bajo el nombre de “coexistencia pacífica”, de renunciar a su deber internacional, que es la consecuente ayuda prestada al movimiento de lucha revolucionaria de los pueblos.
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A modo de conclusión
La línea por la salvaguardia de la paz del marxismo-leninismo es una línea positiva para atacar y debilitar sin cesar al imperialismo agresor y belicista, ante todo al imperialismo norteamericano y sus lacayos, y fortalecer constantemente las fuerzas por la paz. Es una línea firme para mantener la paz impidiendo una nueva guerra mundial y para conducir al aniquilamiento definitivo del peligro de guerra.
La línea por la salvaguardia de la paz del revisionismo contemporáneo debilita las fuerzas en lucha contra el imperialismo agresor y belicista, estimulándolo en la preparación de la guerra. Los revisionistas contemporáneos temen mucho a la guerra, desean vivamente la paz, pero objetivamente su línea lleva a resultados contrarios a sus deseos subjetivos; esa política no conduce hacia la paz sino que agrava el peligro de guerra.
Por eso, todos los que aman la paz, los que se preocupan en intensificar la lucha por la paz no pueden separar la lucha por la paz de la lucha contra la peligrosa línea pacifista del revisionismo contemporáneo.
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NOTAS:
1. V. I. Lenin: IV Aniversario de la Revolución de Octubre.
2. V. I. Lenin: IX Congreso de los Soviets de Rusia.
3. V. I. Lenin: IX Congreso de los Soviets de Rusia.