El penúltimo error

Fuente: https://frenteantiimperialista.org/blog/2020/08/23/el-penultimo-error/                                                                              Alberto Cruz                                                                                       23 agosto, 2020

Hay un dicho en el ajedrez: el ganador es el que comete el penúltimo error. La partida se está jugando en Bielorrusia y lo que parecía un cómodo paseo de las blancas (el blanco es el color de los pro-occidentales) se ha tornado en casi una posición de jaque contra ellas.

Se las prometían muy felices, y aún siguen soñando con ello gracias al apoyo occidental, pero la cosa no la tienen tan fácil como hace diez días, ni mucho menos. El tahúr, el mago, el viejo zorro (utilizad el calificativo que queráis) de Lukashenko se está reponiendo rápidamente, tanto que ahora quienes están desaparecidos son los pro-occidentales y solo se atreverán a intentar volver a ser visibles este fin de semana, sin duda. Pero entre semana, la calle ha sido de Lukashenko. Todos los días de esta semana, todos, ha habido manifestaciones en la práctica totalidad de las ciudades en favor no tanto suyo como del Estado y de lo que significa: un estado social.

Esta semana los pro-occidentales han cometido errores garrafales, como publicar su progama en el que el neoliberalismo, es decir, la destrucción del sistema público en beneficio del privado, es el eje de todas y cada una de sus propuestas. Y eso en un Estado social como Bielorrusia está comenzando a ser determinante para que se vaya deshinchando poco a poco el globo de colorines. Tanto que ahora dicen que ese programa es una manipulación de Lukashenko. Como suena. Todos los errores cometidos por Lukashenko se están quedando pequeños ante los planes de los «demócratas». Y claro, la gente los ve. Y reacciona.

Eso y la constitución de un Consejo de Coordinación de la Oposición en el que están rusófobos históricos como Svetlana Aleksievich, premio Nobel de literatura en 2015 (y por eso se lo dieron) que siempre ha defendido que el pueblo de Bielorrusia no es ruso sino polaco. Nunca entenderé a los mal llamados progres que hicieron de esta tipa uno de sus iconos a partir de ese premio. Ya lo decía una consigna anarquista en la guerra civil española: «la ignorancia es la antesala del fascismo». Y qué razón encierran esas palabras.

El caso de la Aleksievich es paradigmático de lo que está pasando y del papel de Polonia, sobre todo, en este asunto. Tanto que el ministro de Relaciones Exteriores de Polonia ha reconocido formalmente que se ha creado un fondo polaco-estadounidense para el apoyo financiero y legal de la sociedad civil bielorrusa.

Así que nada, a seguir creyendo en las hadas, en los cuentos esos de «lucha por la libertad», «no injerencia externa» y demás simplezas. Lo más gracioso es que se sabe que Merkel habló con Putin en nombre de la Unión Europea diciendo que no intervenga en Bielorrusia. Los rusos, que ya se sabe son malos malísimos, no pueden hacerlo; Occidente, que ya se sabe que son buenos buenísimos, sí.

Y luego están las fábricas, donde los pro-occidentales intentan desesperadamente lograr lo que están perdiendo. En realidad, la fuerza laboral del país a nivel industrial se concentra en cinco grandes fábricas de las que depende gran parte del presupuesto estatal y donde se está siguiendo con toda claridad el modelo polaco que lideró Walesa con el sindicato Solidaridad en Polonia. Es una empresa de potasas, otra de tractores y camiones, dos petroleras y una de automóviles. La batalla se está librando ahora en la de potasas, puesto que esa empresa es la mayor productora de fertilizantes del mundo, y en la de tractores. Aquí está la élite laboral, los trabajadores mejor pagados del país y los que pueden estar haciendo el caldo gordo a los directores que pretenden beneficiarse de la privatización segura si cae Lukashenko. Ya os comenté lo que ocurrió en la URSS, y ahora añado que muchos trabajadores sucumbieron a los cantos de sirena diciendo que se convertirían en accionistas de las empresas privatizadas si apoyaban a Yeltsin. Algunos lo lograron, muy pocos; la inmensa mayoría fue despedida porque se implantó la reducción de plantillas cuando no, simple y llanamente, el cierre de la empresa.

Los pro-occidentales llevan días desgañitándose con llamamientos a la huelga general que no está siendo seguida ni por el forro. Si hay que hacer caso a los datos oficiales, en la empresa de potasas de 17.000 trabajadores hicieron huelga 360. Puede que los datos no sean reales, pero lo que es cierto es que hoy por hoy las huelgas son muy pequeñas y sin repercusión. Y han transcurrido ya 12 días y los pro-occidentales claramente están perdiendo fuelle y apoyos dentro de Bielorrusia, que no fuera. 

En cualquier caso, la partida está embrollada y blancas y negras siguen cometiendo errores. Por ejemplo, Lukashenko sigue manteniendo a su ministro de Exteriores, el artífice del suicida acercamiento a Occidente; he leído por ahí que presentó su dimisión y no fue aceptada. Pero no lo he podido confirmar porque hay mucha basura publicándose. Si ese fuese el caso, significaría que Lukashenko se sigue aferrando a la suicida pretensión de buenas relaciones con Occidente intentando mantener su política oficial de «equilibrio» cuando Occidente le está intentando arrojar al abismo.

Y para intentar desenredar el embrollo hay que hacer dos anotaciones: la primera, que los hilos que está moviendo Rusia ya se están viendo y que Lukashenko está planteando una transición por etapas. El anuncio de cambios constitucionales que anunció en su discurso del domingo pasado se produce después de sus al menos tres charlas con Putin. Es muy probable que estemos asistiendo al último mandato de Lukashenko como presidente, pero todavía tiene por delante cuatro años para consolidar a su sustituto.

La segunda, que el factor pro-Rusia por excelencia, el Ejército, acaba de decir bien alto y bien claro que las elecciones fueron ganadas por Lukashenko sin la menor duda y que ante este hecho «hubo intentos contundentes de tomar el poder, coordinados desde el exterior». El dato es relevante, pero aún más el calificativo que el Ejército hace de los pro-occidentales, a quienes llama «fuerzas destructivas». Habla del programa de los pro-occidentales, neoliberal, y dice que hay que hacer pedagogía con él para explicar al país los verdaderos objetivos que se plantean y que «los resultados de este trabajo deben considerarse como el criterio más importante para evaluar la competencia profesional de los responsables de la implementación de la política del Estado».

Y dice algo que parece sacado de Venezuela: «Hasta que el Ejército no se ponga del lado de los manifestantes, el Estado no puede ser destruido. No estamos desmoralizados y debemos luchar, si es necesario, con armas. Porque hay estatutos que están escritos con sangre».

Por lo tanto, ya que la cosa va de ejércitos, se puede decir eso de alea jacta est para los pro-occidentales.

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