Fuente: Umoya num. 98 – 1er trimestre 2020 Paola López Muñoz
Un repaso por las recetas económicas del organismo internacional en el continente africano.
El Fondo Monetario Internacional (FMI) no tiene muy buena fama, especialmente en la zona del África Subsahariana. Este organismo internacional tiene como función principal su carácter prestamista, con el que pretende mantener la estabilidad financiera y lograr un crecimiento económico sostenible en los países en los que interviene. Sin embargo, en muchas ocasiones, sus actos han dejado entrever que, por delante de esos objetivos, puede haber otros intereses, que no suelen ser precisamente los de los países del Sur.
El mecanismo que utiliza el FMI consiste en dar préstamos y exigir el cumplimiento de unos requisitos a cambio o imponer condiciones. El problema es que las recetas que sugiere no son siempre las más acertadas, dado que suelen diseñarse de una manera muy general sin tener en cuenta la situación particular de cada país, lo que provoca resultados adversos y descontento social.
Uno de los hitos o actuaciones más destacables del FMI en la zona de África Subsahariana tuvo lugar en los años 80 con los Préstamos de Ajuste Estructural (PAE). Estas políticas implementadas por el organismo junto al Banco Mundial tenían el objetivo de generar ingresos, promover el crecimiento y liberar la deuda de los «países subdesarrollados» – una deuda que, en gran parte, tenía al propio FMI como principal acreedor. Muchos países africanos de bajos ingresos fueron incluidos como destinatarios de estos programas.
Los PAE defendían una reestructuración económica de estos países para así conseguir mayor bienestar. Esta «reestructuración económica» no fue otra cosa que una liberalización forzosa de algunas economías africanas en un momento en el que no estaban preparadas para ello. La dureza de las reestructuraciones destacó en países como Tanzania y Nigeria. Así llegaron las privatizaciones masivas, la eliminación de barreras comerciales, el aumento de las exportaciones, la devaluación de la moneda y la reducción de la burocracia y del gasto público.
Los resultados no fueron los que el FMI esperaba. Aumentaron las exportaciones, pero esto provocó unos excesos de oferta que hicieron que bajasen los precios y afectó, en mayor medida, a los pequeños productores. Además, se desmantelaron los precarios sectores de educación y sanidad públicos, el desempleo subió, la seguridad ambiental quedó en peligro y la deuda no hizo más que aumentar.
El desastre fue tan evidente que en 1990 el propio Banco Mundial reconoció que estos programas «tuvieron dificultades de aplicación en África Subsahariana» y que las personas más pobres fueron las que sufrieron la peor parte.
A la vista de la situación, en 1996, tras oleadas de presiones por parte de ONG y algunos sectores de la población, se llevó a cabo la Iniciativa HIPC para la condonación de la deuda de los Países Pobres Altamente Endeudados.
Esta intervención logró que 33 países africanos viesen cancelada su deuda. Sin embargo, aunque supuso un alivio para muchas economías, solo se aplicó a aquellos países que habían alcanzado un nivel de deuda insostenible. Esto supuso que durante etapas de más de una década, países como Benín o Togo tuviesen que centrarse más en el problema de deuda que en la disminución de la pobreza u otros objetivos más prioritarios.
Si bien es cierto que, en fechas más cercanas, el cumplimiento de recomendaciones económicas del FMI por países como Chad o Guinea ha conducido a buenos resultados en relación al crecimiento del PIB, también habría que analizar detenidamente las consecuencias en otros aspectos, como la evolución de la desigualdad.
Sí que parece haber consenso entre defensores y críticos del FMI sobre cuál es uno de los principales problemas: el diseño de las políticas nacionales. El sesgo occidental con el que cuentan los encargados de diseñar estas políticas no permite que se puedan realizar buenas recomendaciones para las economías africanas, que tienen realidades muy distintas entre sí.
También existe mucho debate sobre el dinero que se da bajo el nombre de Ayuda Oficial al Desarrollo. Por una parte, puede ser un impulso de crédito para algunos países, pero debido a muchos factores, al final poco dinero consigue llegar a la población. Además, como suelen ser préstamos, también provocan endeudamiento.
El endeudamiento es causa y consecuencia de las mayores críticas que se hacen al FMI, ya que es una de las mayores trabas que tienen las economías africanas para alcanzar la soberanía.
Como mencionaba al principio, las críticas y sospechas con respecto al FMI no se limitan a un plano de actuaciones y recomendaciones externas, sino que se extienden hasta su ámbito interno. ¿Cómo es su estructura, cómo se establece la representación y la capacidad de decisión de los países miembros?
Existe cierta opacidad sobre los criterios que se siguen a la hora de elegir el tanto por ciento de representación de cada país, ya que no se sigue una coherencia económica, que llevaría a que los países de mayor tamaño económico tuviesen mayor representatividad. Varios expertos en geopolítica aseguran que la lógica que se sigue es la del poder político, de manera que Estados Unidos y sus aliados se llevan el trozo más grande de la tarta, lo cual condiciona, por supuesto, las actuaciones del organismo, y ayuda a entender muchas cosas.