El movimiento comunista de la Humanidad por Andrés Piqueras

El Sudamericano

15 de octubre de 2023 | El Blog de Andrés Piqueras

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PRIMER PARTE

CLASE, CONCIENCIA DE CLASE Y ACCIÓN TRANSFORMADORA

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“En 1847 el socialismo era un movimiento de la clase media, el comunismo lo era de la clase trabajadora. El socialismo era de recibo en los ‘salones’, al menos en el continente; el comunismo, justo lo contrario. Y como desde el principio fuimos de la opinión que ‘la emancipación de la clase trabajadora ha de ser obra de la clase trabajadora’, no podía caber duda sobre cuál de los dos nombres debíamos elegir. Aún más: desde entonces, no se nos ha pasado nunca por la cabeza cambiárnoslo” (Engels, prólogo a la edición de 1888 del Manifiesto del Partido Comunista).

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I. Materialismo histórico-dialéctico, ciencia-praxis, metaciencia, ¿ultraciencia?

El materialismo histórico-dialéctico es hasta el momento la expresión más desarrollada, completa y eficiente de comprehensión del mundo humano, desvelando mecanismos, formas y procesos de explotación, dominación, alienación y marginación, y por tanto proporcionando más y mejores elementos y posibilidades para que las grandes mayorías puedan incidir en el terreno social de manera satisfactoria para ellas mismas (en función de sus propios intereses objetivos). Una teoría en acción para transformar el mundo, que alberga, al mismo tiempo que potencia, el camino a una integración del conocimiento para acabar con la división de las ciencias, integrando cada vez más dimensiones de la complejidad de lo existente1 [¿podría la “ciencia”, tal como la entendemos en el presente, constituir un paso precursor en el camino a ser superada por formas más completas de comprender el mundo y actuar sobre él (ultraciencia)?].

Hoy por hoy el materialismo histórico-dialéctico tiene una traducción práxica, una proyección explícitamente política, que se ha venido reivindicando como marxismo. El cual entraña un compromiso con la realidad que se desvela y (re)construye, para su transformación de cara al proceso de emancipación de la humanidad.

Eso significa que el marxismo se plasma a través del movimiento comunista de la humanidad (el que tiene al comunismo como objetivo), en cuanto quehacer de la propia humanidad por emanciparse de la necesidad producida por la desigualdad, de la explotación entre sí y de la dominación y subordinación estructurales.

El movimiento comunista de la humanidad es el que a lo largo de la historia ha pugnado por la igualdad y la dignidad (libertad respecto de carencias materiales o inmateriales básicas) de los seres humanos, adquiriendo distintas expresiones, dimensiones y alcance en función de los tipos de comunidad y de los modos de producción, desarrollo de las fuerzas productivas y conciencia social de cada momento histórico2. Adquiere en el presente, con el modo de producción capitalista mundializado, una potencial dimensión también mundial y, por ende, susceptible de ser más abarcadora y transformadora.

Para comprehender el mundo y poder actuar sobre él (con conciencia teleológica), el marxismo escoge como punto de entrada ontológico el materialismo-dialéctico, y como punto de entrada epistemológico el materialismo-histórico, a partir de la relación de clase.

Es decir, que la ontología de la dialéctica marxiana radica en los procesos y las relaciones, que sustentan su explicación raigal, material, del mundo histórico.

La pertinencia, la validez social de un proyecto teórico-práctico se calibra por cuánto del todo podemos conocer a partir del punto de observación o de entrada al mundo escogido, si permite a la teoría adentrarse en su particular formulación, en su propio proceso de elaboración (metaciencia), así como en la disección de las condiciones y relaciones que comprende esa construcción que llamamos “realidad” –o totalidad social–, como manera de abordar con alguna coherencia lo que está infinitamente conectado y por tanto, resulta incomprensible, “incoherente” en sí mismo. Cuánto, además, puede extenderse (fenómenos y dimensiones que abarca de la realidad) la explicación a partir de ese punto.

Otra cuestión decisiva es dónde debemos situar la proyección de totalidad, o al menos el nivel mayor de generalidad que nos explique como sociedad e individuos. En el análisis de la realidad social presente, Marx eligió al capitalismo como tal totalidad. Como punto de entrada a esa “totalidad” buscó las relaciones de clase (que implican antagonismo, poder, subordinación, lucha, pero también cooperación, solidaridad, simbiosis, colaboración, relaciones de interés y de diferencia, de desigualdad y de reconocimiento, etc…) porque las entendió como las que tenían un mayor potencial explicativo del todo social.

La dialéctica marxiana supone combinar en el análisis distintos niveles de abstracción, tanto de escala como de las formas en que se manifiesta el todo (la “realidad” escogida). Marx procedió desde lo abstracto a lo concreto: de la mercancía-valor a las relaciones y personificaciones concretas que se expresan en la superficie de la realidad. No sólo porque el todo nos puede proporcionar un conocimiento más profundo de las partes que al revés, sino porque cada parte es una concreción del todo. La totalidad, en el sentido dialéctico-materialista, es el conjunto de procesos, de conexiones internas entre categorías que constituyen un fenómeno. La “realidad” es concebida, así, como una “totalidad concreta” que se convierte en estructura significativa para cada hecho o conjunto de hechos. Los hechos, a su vez, deben comprenderse como hechos de un todo dialéctico, interconectado, es decir, como partes de una estructura que se relaciona dialécticamente y no como átomos inmutables del conjunto. En consecuencia, desde el punto de vista ontológico, la realidad posee su propia estructura, se desarrolla y se va auto-creando, es un todo estructurado y dialéctico. La totalidad se manifiesta en infinidad de cambiantes expresiones concretas; por eso la realidad es también cambiante e inabarcable.

De ahí que no tenga sentido especular con supuestas “vueltas al marxismo”, sino que lo que resulta imprescindible es renovarlo permanentemente en función de la evolución del todo, para ser fieles al método materialista-dialéctico que le da razón de ser.

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II. La relación de clase y las clases

Sintetizando. El elemento fundamental que da su razón de ser al materialismo histórico-dialéctico es la organización de la vida material y de la reproducción social. Para entender esa organización el materialismo histórico-dialéctico en su expresión marxista escoge las clases y sus relaciones como factor más explicativo.

La relación de clase entra en escena cuando una parte de cualquier colectivo humano o sociedad está compelida, mediante un acceso desigual a los medios de producción y vida, a transferir una parte o la totalidad de su trabajo en beneficio de otra parte de ese colectivo o sociedad, o de otros ajenos. La relación de clase entraña, por tanto, el hecho de que unos seres humanos se apropien de parte o de la totalidad del hacer y de lo hecho por otros (quienes son expropiados de su hacer y de lo hecho, ya sea mediante la fuerza explícita y directa, la servidumbre o la dependencia aceptada, ya mediante un salario, por ejemplo). Es decir, cuando entre unos y otros seres humanos media un proceso de explotación.

La relación de clase es pues una relación de explotación en este sentido amplio. Implica un antagonismo básico: el beneficio de unos depende de algún grado de expropiación de otros, de usurpar y por tanto menguar sus oportunidades de vida, expresadas a través de su desigual acceso a los recursos y por tanto al poder dentro de una determinada sociedad. Condicionando, por consiguiente, la capacidad de acción y decisión de unas u otras personas y, en conjunto, sus posibilidades de autonomía y autogestión de su vida. Lo que quiere decir, entonces, que la relación de clase no es sólo extracción de plusvalía o de plustrabajo, es también siempre dominación, control de la vida ajena (del tiempo de vida de otros). Materialidad negada, en cuanto que negación de la realización humana para sí misma.

Tal circunstancia, como se ha dicho, entraña un antagonismo estructural inserto en las raíces de cualquier sociedad desigualitaria, haciendo aquél las veces de dinamo o motor de su movimiento histórico.

Las relaciones de clase dan lugar a diferentes estratificaciones sociales en unos u otros modos de producción. Es en el modo de producción capitalista en el que se forman clases sociales propiamente dichas en función de la desigual relación con los medios de producción y la consiguiente explotación a través del trabajo abstracto –asalariado–. La clase social como propia del modo de producción capitalista, hace referencia a la población que queda a un lado y otro de la relación Capital/Trabajo según la detentación o no de los medios de producción de una sociedad y, en consecuencia, según se compre o se tenga que vender la fuerza de trabajo (la capacidad física e intelectual de trabajar que toda persona tiene a lo largo de su vida).

La clase que ha expropiado de medios de vida al resto de la sociedad es la clase capitalista, que como tal ha de vivir de la explotación del trabajo ajeno. Para ello trata de mantener la escasez (relativa o absoluta) de los demás, de manera que se vean obligados a vender su fuerza de trabajo, y con ello su autonomía e independencia como seres humanos (subordinación social).

La «lucha de clases» es una construcción práxica que tiene como objetivo impulsar las luchas de clase que seres humanos concretos realizan con más o menos conciencia explícita para perpetuar, trascender o al menos para buscar una mejor situación y posibilidades dentro de esa relación. Por eso, no hay que perder de vista que las clases no son sujetos, son una “realidad dormida” (que cobra vida al expresarla), una conceptualización, una idea-fuerza que puede proporcionar conciencia colectiva y por tanto constituir sujetos colectivos –acción y organización colectivas– para explicitar los antagonismos en forma de luchas.

En el modo de producción capitalista la relación de clase se expresa fundamentalmente por medio de la plusvalía que la mayoría (la clase parcial o totalmente desposeída de medios de producción que tiene que vender su fuerza de trabajo a cambio de un salario) genera para beneficio de una minoría (la clase capitalista). La plusvalía como trabajo no pagado, se transforma en beneficio capitalista cuando la mercancía producida (sea material o inmaterial) es vendida en el mercado.

La dificultad de desentrañar (los mecanismos de) la explotación capitalista y lo que significa la subsunción real a sus procesos productivos, conduce a una alienación general de la sociedad inherente a este modo de producción, pues apenas alcanza a comprender (incluida gran parte de la fuerza de trabajo cualificada) las bases o causas profundas, raigales, de su sometimiento (tampoco de su malestar), de cómo es explotada con intermediación del salario, en razón de qué funciona su orden social ni en qué consiste la dinámica del elemento que le da razón de ser (el valor-capital).

Pero el materialismo histórico-dialéctico aplicado como marxismo sí lo sabe. El movimiento ampliado del valor como plusvalor realizado (como ganancia) en forma de dinero y reinvertido para generar más plusvalía traducida en el mercado como más dinero, es el capital. En sí mismo no es, por tanto, sino plusvalía reinvertida, trabajo no pagado listo para generar beneficio. El capital es una relación social y una forma de expresar la riqueza producida y acumulada por la sociedad a costa de la explotación interna a ella. Una relación que moldea la vida de los individuos, constituye las relaciones entre ellos, “hace” a sus propios seres humanos; se transforma, por tanto, también, en conciencia social dominante.

El que esa sea la expresión fundamental de la explotación capitalista en sentido histórico-dialéctico, no significa que otras formas de explotación no sean importantes, al contrario, pueden ser imprescindibles para mantener esa forma fundamental de explotación y por tanto la posibilidad de mantenimiento del metabolismo social capitalista, pero no son inmanentes (ni por tanto caracterizadoras) del capitalismo. En este modo de producción quedan integradas en su relación de clase fundamental, subsumidas por el capital a ella.

Para comprender esto la condición clave es no concebir más las partes de la sociedad y las relaciones al interior de ella de manera separada. Veamos.

El proletariado alude al conjunto absolutamente mayoritario de población que ha sido desposeída de medios de producción y que por tanto se ve forzada para sobrevivir a vender su fuerza de trabajo (a cambio de un salario) en un mercado muy particular que lleva el nombre de “mercado laboral” (donde se compra y vende esa fuerza de trabajo, es decir seres humanos), y es la que da toda su amplitud a la realidad de la clase trabajadora. La condición proletaria es consecuencia de la movilidad absoluta que el capitalismo provoca para los seres humanos, resultante del paso del nexo no capitalista al capitalista (con su consiguiente conversión en mercancía fuerza de trabajo y de ahí en clase trabajadora). Dentro de la clase trabajadora se puede tener el atributo de:

– Ocupado

– Activo

– Salariado (total o parcial)

– Desempleado

– Inactivo

Dentro de la fuerza de trabajo “inactiva” tenemos:

    • autoapartada temporalmente de la relación salarial en el proceso de autoconstitución como fuerza de trabajo cualificada (estudiantes)… [aunque también una parte de ella puede combinar asalarización y formación]

    • fuerza de trabajo reproductora, mantenedora y productora de fuerza de trabajo (sobre todo mujeres –puede estar “autoapartada” temporal, intermitente o totalmente, de la relación salarial, aunque no de otras modalidades de trabajo además del “doméstico”–)

    • fuerza de trabajo retirada de los procesos productivos (jubilada; aunque este retiro ha comenzado a ser parcial o intermitente, en cada vez más ocasiones)

    • autoapartada definitivamente de la relación salarial –por otros diversos motivos que el de la reproducción, manutención y producción de fuerza de trabajo–

La población desempleada y buena parte de la inactiva constituyen un ejército laboral de reserva a disponibilidad inmediata (sobre todo en el primer caso) o activado a discreción ante determinadas circunstancias o bajo ciertos nuevos requerimientos. Por eso puede contar bien como fuerza de trabajo de reemplazo lista para ello, o bien como fuerza de trabajo excedente ya sea desechable o no necesariamente desechable. En ambos casos se trata de condiciones resultantes de una sobreproducción de fuerza de trabajo en el capitalismo. La condición de “excedente” puede atañer además de a buena parte de la fuerza de trabajo “inactiva”, a la desempleada de larga duración y a la desempleada crónica o permanente.

En conjunto propician la extensión de una base irregular de empleo, subempleo o paraempleo, bien bajo formas “atípicas” (todavía por lo general jurídicamente reguladas è en las formaciones socioestatales de capitalismo avanzado o primigenio), bien bajo formas “informales” (no reguladas è formaciones socioestatales de capitalismo atrasado o posterior). Cuanto más grande es ese excedente de fuerza de trabajo, más aumenta el despotismo patronal y el deterioro de las condiciones sociales y laborales. Hasta el punto de que la propia fuerza de trabajo puede llegar a hacer de ejército laboral de reserva de sí misma: asumirá cada nueva contratación con un listón reivindicativo más bajo (incrementando en alto grado su nivel de aceptación laboral), rebajándose sus propias condiciones laborales-salariales anteriores.

Además hay que contar, dentro de ese ejército laboral de reserva, con una fuerza de trabajo totalmente exogenizada como esclava (hoy probablemente más de 80 millones de personas en el mundo, si bien la ONU reconoce sólo algo más de 20 millones) o por condición de servidumbre, indeture o engagement, peonaje, fuerza de trabajo migrante bajo religación a determinadas mafias patronales. Una fuerza de trabajo crónicamente (sub)empleada por debajo de su valor como tal (aquí las cifras se disparan).

En total, proletariado y clase trabajadora así considerada son, pues, sinónimos. Si bien no todo el proletariado es convertido en salariado, por ejemplo, todo el salariado sí forma parte del proletariado, y así con los demás atributos de la clase. La clase obrera es la parte asalariada del proletariado empleada en el sector productivo industrial3.

La fuerza de trabajo que ha venido siendo integrada o “fidelizada” por el Sistema a través de la opción reformista, a su vez promovida por las luchas de clase históricas (logro de la ciudadanía y extensión de los derechos anexos a ella –civiles, políticos, socioeconómicos…–), es fuerza de trabajo endógena o endogeneizada. Ha constituido el sujeto –y objeto– de la ciudadanía.

En cambio, la fuerza de trabajo que es incorporada al nexo capitalista (de unas relaciones precapitalistas a las capitalistas, a través de la proletarización), pero sin todos esos vínculos de integración, es fuerza de trabajo exógena. También es exógena aquella parte del proletariado que se importa del exterior sin que le atañan las condiciones del trabajo endogeneizado (se establece entonces la desigualdad que acompaña a la distinción entre fuerza de trabajo autóctona o “nacional” y fuerza de trabajo heteróctona o “extranjera” en cuanto que “fuerza de trabajo inmigrante”; ciudadanía / no-ciudadanía). En las crisis capitalistas, partes de la fuerza de trabajo previamente endogeneizada tienden a resultar exogeneizadas, como está ocurriendo en la actualidad sobre todo con las nuevas generaciones que se incorporan al mercado laboral.

El aumento en los ritmos de crecimiento de la productividad (desarrollo tecnológico), conlleva una creciente incapacidad del modo de producción capitalista para absorber o reabsorber la fuerza de trabajo “producida” mediante proletarización, lo que da lugar a un disparado aumento de la fuerza de trabajo excedente (sólo una parte de la cual “funciona” realmente como de reserva). Dentro de la cual distinguimos:

    1. Flotante: que es alternativamente atraída y repelida por el propio movimiento del capital (suele estar sujeta a una movilidad relativa, como adaptación a los cambiantes requerimientos de organización de los procesos de trabajo, y en función de la propia movilidad del capital entre ramas, entre sectores de actividad o entre lugares)

    2. Latente: resultante de la forma del desarrollo capitalista en el campo => A medida que son destruidas las formas de producción previas, se repele población que sólo se vuelve visible cuando migra a las zonas de empleo

    3. Estancada: que se acumula en los núcleos de concentración del capital como resultado de su expulsión de la relación salarial y que, en todo caso, sobrevive con una base de trabajo irregular.

Cualquiera de estas modalidades puede llegar a ser:

    1. Definitivamente desechable: entra por lo general a formar parte de la marginalidad absoluta. Esta situación puede conducir también a la venta del propio cuerpo (o “chasis” de la fuerza de trabajo) para distintos fines (de prostitución, militares, de tráfico de órganos, pruebas biológicas, exhibición…; si bien esa venta puede atañer ocasionalmente a otras divisiones de la fuerza de trabajo).

Unas y otras modalidades están en la base de la multiplicación de las formas de empleo cada vez más atípicas o informales, ya señaladas, así como del autoempleo y el supuesto trabajo “autónomo”, que a escala planetaria normalmente dan lugar a situaciones precarias cuando no directamente a una economía en los márgenes del sistema, de subsistencia mínima.

Es, además, entre la fuerza de trabajo más exogenizada y excedente donde se suelen encontrar (aunque no sólo entre ellas) los niveles de una conciencia productiva (y –por tanto– social) más degradada (“lumpenproletariado”) y donde tiende a extraerse el grueso del salariado que forma parte de los aparatos represivos tanto del Estado como privados (gansteriles, mafiosos…). Siendo objeto asimismo del reclutamiento militar estatal (ejércitos y cuerpos militares varios) o privado (paramilitarismo, mercenariado…).

Todas estas expresiones del excedente de fuerza de trabajo adquieren dimensión global con la consecución de un Sistema Mundial capitalista. Se consigue, así, una fuerza de trabajo migrante global o ejército laboral de reserva mundial, con una permanente disponibilidad migratoria. Lo cual, hoy por hoy, tiende a rebajar en todos lados el poder social de negociación de la fuerza de trabajo (esto es, su capacidad de hacer valer sus intereses objetivos o de clase).

Atendiendo a todo ello es que podemos entender que entre la enorme variedad y condición de la clase trabajadora se generen no sólo diferentes y a veces contradictorios estados de conciencia, sino asimismo numerosas fracturas o divisiones horizontales, por ejemplo bien según su condición de endógena / exógena; bien en cuanto que resulta generizada como hombre o mujer (con la correspondiente división sexual del trabajo); ya sea en función de la escala de cualificación y de supervisión y/o gestión de los procesos productivos (división social –y en su extremo “manual/intelectual”– del trabajo); ya según la adscripción edataria (división generacional del trabajo); ya en atención a su racificación o etnificación (división étnico-cultural del trabajo; porque la “raza” sigue siendo utilizada para marcar al proletariado de cara a la provisión de una mano de obra severamente exogenizada), etc.

El gran «éxito» del capital al proyectarse como totalidad, facilitando la labor de sus personificaciones, es que ha supeditado todas las líneas de fractura de la fuerza de trabajo a su dinámica de extracción de valor, que por eso se ha constituido en hegemónica, sustentadora de todo un sistema social hoy planetario. Circunstancia que transcurre paralelamente a su relativo logro para difuminar la relación de clase Capital/Trabajo constitutiva del modo de producción capitalista, visibilizando, potenciando y multiplicando en cambio, las desigualdades horizontales Trabajo/Trabajo (de estatus, formación-cualificación, género, generación, culturales, identitarias, etc.).

Pero todas esas fracturas, y las luchas e incluso movimientos a que dan lugar, son parte de la relación de clase capitalista. Aunque tengan especificidades basadas en relaciones desigualitarias y modos de producción diferentes, éstas son reconstituidas y refuncionalizadas en el capitalismo de cara a formar parte de su dinámica del valor, según su ubicación en, y contribución, a la reproducción ampliada del capital.

El contenido, características y formas que adquieren en el capitalismo (y que las distinguen de las que tenían en otros modos de producción) están relacionados con la manera en que participan en el trabajo social total (por ejemplo, formando parte directa o indirecta de la valorización del capital; así, por ejemplo, el fin último del trabajo esclavo en el capitalismo es tal valorización del capital y no la producción de bienes de uso, servicios o de excedente, como en otros modos de producción; igual ocurre con la “producción de productores” que realizan las mujeres, por ejemplo). Y es que aunque el sistema capitalista se basa en la explotación del trabajo abstracto –de la fuerza de trabajo como mercancía–, aprovecha también todo el repertorio de formas de explotación que le han precedido, e incluso otras nuevas que genera por fuera de la relación salarial.

Las marcas de etnicidad, “raza”, nacionalidad, género o edad han sido también, aunque no sólo, expresiones en las que el capital ha plasmado su imposición diferencial del trabajo abstracto a la población, separándolo del trabajo no-pago de mantenimiento de la sociedad y de la Vida en general.

Se establecen así distintos “agentes económicos” y formas sociales de compaginar asalarización con semi-asalarización y no-asalarización, trabajo pago y no-pago, en torno al valor como plusvalor social, así como de dividir a la fuerza de trabajo y de rebajar el precio de ésta. Siendo, precisamente, el salario un elemento desigualador del proletariado, que favorece la dominación interna dentro del mismo (“hombres” sobre “mujeres”, asalariados/as sobre no asalariados/as, “expertos” sobre “no expertos”, directivos sobre ejecutantes, por ejemplo).

La configuración de las clases sociológicas de la ciencia social del capital se basa, precisamente, en el modo de distribución de la riqueza social generada (parte recibida por unos u otros fragmentos de clase, en forma de salarios, emolumentos, estipendios, honorarios, comisiones, asignaciones y recompensas en general desigualmente percibidos), así como en el desigual acceso a los medios de dirección social y supervisión laboral. Estos mecanismos de diferenciación interna, reforzados por esa misma ciencia, se expresan en formas de conciencia que por lo general se separan de la concepción colectiva de clase trabajadora,e incluso a menudo se muestran ajenas o incluso opuestas a ella. También en identificaciones de “clase como estatus”, que se anclan en la mayor o menor capacidad de consumo y sus “estilos”.

Pero trascendiendo estas claves, el marxismo comprende la inclusión del conjunto de personificaciones de la relación Capital/Trabajo que integran las formaciones sociales, como agentes directos o indirectos de la valorización del valor-capital.

Poco podemos entender de la totalidad social que constituye el capital si contemplamos las luchas que surgen de los distintos campos contra esa constelación de posiciones, contra esa trama social de desigualdades respecto de la valorización del capital, como si fueran separados “movimientos sociales”, en vez de como expresiones de una misma lucha con muchas aristas, dimensiones y ámbitos, perfectamente complementarias aunque también potencialmente conflictivas entre sí, contra efectos concretos sobre las vidas particulares y colectivas de aquella totalidad social, en torno a la explotación y la desposesión diferentemente plasmada en unos u otros sectores de la sociedad (esto es lo que no quieren ver quienes insisten en señalar a “los nuevos movimientos” –incluso muchos/as de quienes participan en ellos- como si fueran “sujetos” y tuvieran “motivos” ajenos a la relación de clase capitalista. No comprenden la gran complejidad y polimorfismo de ese concepto, y lo creen reducido al obrero de fábrica y poco más).

Si las divisiones a las que hemos aludido, creadas, reactivadas o potenciadas por el capitalismo, tienden a generar subjetividades subordinadas, también las luchas de unos u otros pedazos de esa fragmentación, que co-evolucionan con el propio desarrollo del metabolismo capitalista, contienen a la postre la potencialidad de ir eliminando las desigualdades al interior de la relación de clase, de ir nivelando los atributos productivos de la clase trabajadora, destacadamente su conciencia (por ejemplo a través de la asalarización y cualificación de la fuerza de trabajo generizada como “mujer”), y por tanto a articular y armonizar la praxis de clase, contra las diferentes subjetividades particularistas que el movimiento del valor-capital y los dispositivos de formación de conciencia de la clase capitalista generan. Especialmente son un antídoto contra las mencionadas subjetividades subordinadas o degradadas que el capital provoca y ahonda al combatir el trabajo precario, la marginación, la racificación de la fuerza de trabajo, la condición individualizada y subordinada de tantas mujeres y, en general, de la fuerza de trabajo que queda fuera de la relación salarial directa). Por eso la clase capitalista y sus medios intentan desviar esas luchas hacia el terreno de la identidad en exclusiva, o del “reconocimiento” y la “diferencia”, cuando no ha podido doblegarlas.

La relación de clase así de ampliamente concebida y practicada, junto a las luchas en torno a ella, adquieren una potencial dimensión disruptora del conjunto del metabolismo social capitalista, de la totalidad de su orden social.

Aunque no todas las luchas de clase conllevan esa dimensión.

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III. Luchas de clase

En el modo de producción capitalista, como en cualquier otro modo de producción desigualitario, las luchas en torno a la relación de clase presentan diferentes grados de intensidad, alcance y explicitación.

Cuando las luchas de clase están centradas en conseguir una mayor o menor distribución de la plusvalía generada en la explotación, menos tiempo de jornada, condiciones menos intensivas de trabajo, un menor trabajo no pago o semipago, una suavización o reparto del trabajo de reproducción, una mayor disposición de comunes… las decimos, sólo para precisar el análisis, “luchas de clase cuantitativas”. De forma también solamente heurística las podríamos dividir en:

  • Latentes. Debidas a la fricción implícita que genera e implica la sujeción y ejecución práctica del trabajo abstracto (que es trabajo social puesto en acción pero que realiza en concreto cada ser humano). Pueden traducirse, desde el punto de vista del Capital, en “escamoteos”, “negligencias”, “desórdenes”, “perezas”, “absentismos”, “mal trabajo”, “libertinajes”, “vagancia”, “ingratitudes” o “infidelidades” obreras, etc.);

  • Explícitas. Precisan cuanto menos de un determinado grado de conciencia del antagonismo de clase, y por tanto pretenden la traducción colectiva de las acciones recién mencionadas o de otras directamente dirigidas hacia el objetivo del reparto de la plusvalía: actos de protesta en sus distintas expresiones, huelgas, negociación política, etc.

Para que las resistencias se tornen proyectivas, manifiestas (conscientes y orientadas a la raíz de los procesos), para que puedan constituir un desafío global consciente al mismo hecho de la explotación, haciéndose luchas de clase cualitativas, han tenido que darse parciales transformaciones de la fuerza de trabajo como objeto de explotación, a la fuerza de trabajo como sujeto de desalienación (que intenta recuperar la totalidad de su tiempo de vida para sí), que se autovaloriza por fuera del valor-capital.

La autovaloración de los seres humanos requiere necesariamente de la desvalorización del capital, en cuanto que para valorizarse a sí mismos tienen que 1). Percibir su condición de mercancía; 2). Negarla como condición aceptable = negar su condición de mercancía “fuerza de trabajo” o “capital variable” que valoriza al capital. 3). Luchar organizadamente contra ello.

Esto quiere decir, necesariamente, que hay partes de la clase trabajadora que han experimentado un mayor desarrollo en el proceso de autonomización ideológica respecto del capital, en su constitución en sujetos, en cuanto que procuran establecer sus propias coordenadas sociales.

Sujeto en este contexto es el agente colectivo, que identifica en el plano social sus sujeciones e interviene en el mismo plano (colectivamente) para transformarlas en orden a conseguir mayor autonomía. El concepto de sujeto, especialmente para los subordinados, está estrechamente relacionado al mayor protagonismo agencial frente a las estructuras.

La fuerza de trabajo es una mercancía que no se puede separar de su forma-vida. Cualquier obstaculización a su realización humana tiene la potencialidad de provocar lucha, esto es, movimiento: intento de prevalencia de la vida sobre la mercancía. Y por tanto también posibilidad de desalienación.

El movimiento obrero (como epítome del movimiento de clase) es a la vez productor y producto de esta contradicción, como negación de la negación de la vida. En su praxis lleva la potencialidad de su propia desalienación.

Esa conciencia de clase cualtitativamente más desarrollada tiende a coagular de forma organizativa en movimientos, sindicatos, partidos… El partido de clase ha sido hasta hoy la máxima expresión de esa conciencia desarrollada, que se erige en sujeto colectivo con capacidad de establecer una orientación teórica profundamente asentada, con su correspondiente ideología entendida como acumulación histórica de conciencia –que enriquece y desarrolla a su vez las conciencias individuales y colectivas-sectoriales, de cara a irlas conformando como conciencia de clase–; dota no sólo a sus integrantes sino potencialmente a partes amplias del cuerpo social de objetivos inmediatos, intermedios y finales, así como de un programa para llevarlos a cabo, mediante contenidos básicos de táctica y estrategia.

El partido de clase, gracias a esa acumulación de conciencia coagulada orgánicamente y puesta a desarrollarse en común y para el común, permite ver más allá de lo inmediato, haciendo las veces, como decían los clásicos, de una jirafa que contempla el horizonte por encima de la vista de los demás y sabe por dónde hay que ir para alcanzarlo.

En realidad ese horizonte es el que ella misma se ha trazado, a través de una conciencia de clase altersistémica. Estamos ante lo que la Grecia clásica llamaba el enkratés, el ser humano políticamente organizado cuyo dominio sobre sí mismo le permite darse sus propios fines y metas, autotélico, que se autogobierna o autodetermina a sí mismo, en pro de su autodesarrollo (ello conduce a la frónesis o habilidad entrenada para saber prever el futuro en política y en consecuencia calibrar los pasos y acciones más razonables a seguir). Esa conciencia practica sólo se puede conseguir como sujeto colectivo, mediante la participación y el quehacer cotidiano políticos, a través de los cuales el “sentido común” se politiza en la acepción más noble del término, de preocupación y ocupación por el conjunto de la polis. Esto capacita para desarrollar la actividad y deliberación colectivas, para tomar decisiones e intervenir en la totalidad concreta que es la vida social.

Es imprescindible tener en cuenta estas diferencias entre las luchas de clase, de cara proporcionarlas en su conjunto un sentido cualitativo o altersistémico. De lo contrario, seremos muy poco eficaces políticamente.

Sin embargo, tampoco hay que perder de vista que dialécticamente esas luchas no están separadas: las formas de resistencia latente pueden complementarse con las luchas por un mejor reparto de la plusvalía y llevar a importantes modificaciones organizativas del capital. Toda lucha “revolucionaria” empieza primero por esas resistencias y por aspectos “cuantitativos” de la relación de clase, y se mezcla siempre con ellas. Unas luchas están hologramadas en las otras. Pero sería políticamente inocuo no considerar los distintos alcances y posibilidades de unas u otras expresiones y de cuáles prevalecen en cada momento.

Por eso, a diferencia de lo que proclama la tan manida como estéril acusación de economicismo, lo que distingue en el fondo al marxismo de otras perspectivas y estrategias de conocimiento e intervención en la realidad, no es la primacía de los factores económicos sino la constitución de un cuerpo teórico-práxico resultante de articular un conjunto infinito y cambiante pero estructurado y sucesivamente jerarquizado de factores. Es decir, se trata de una integral comprensión y actuación de y sobre el mundo, del conjunto de factores que constituyen la vida social, donde la teoría y la acción están interpenetradas y se modifican entre sí tanto como al propio mundo sobre el que inciden y del que se reconocen como porciones de sus partes cambiantes.

¿Pero cómo expresar el infinito condicionamiento y fragmentación discorde de la realidad en “condiciones objetivas” concretas, y cómo dar cuenta de la plasmación de esas condiciones en subjetividad y lo que es aún más complejo, en “conciencia” colectiva, y ésta en praxis emancipadora?

Lo intentamos explicar en la segunda parte.

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SEGUNDA PARTE

AUTONOMÍA IDEOLÓGICA, HEGEMONÍA EMANCIPATORIA, SOCIALISMO, COMUNISMO

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IV. Conciencia. Autonomía ideológica

Aun siendo el proceso de inserción en el metabolismo social del capital, esto es, la contribución concreta de cada quien al trabajo social total, de donde la conciencia social extrae principalmente sus nutrientes, el campo de las mediaciones entre la experiencia y la conciencia está constituido por todo un entramado social y cultural, técnico, ideológico, político… Es decir, que las experiencias inmediatas de los seres humanos vienen mediatizadas por las relaciones sociales de producción, pero también por la Cultura y por las mediaciones políticas-formativas, esto es, por la cosmovisión dominante en una determinada sociedad. è Todo ello in-forma, da forma, a las conciencias humanas, que introyectan experiencias referenciales socializadas, las cuales interaccionan con las condiciones subjetivas de cada quien, terminando de perfilar el entrelazamiento dialéctico del individuo con la existencia.

La cosmovisión, léase aquí, “ideología” dominante en una sociedad desigualitaria o en todo modo de producción que sustenta unas u otras sociedades de ese tipo, está elaborada por la clase dominante y sus aparatos estatales (y privados) de socialización-formación-información-cognición.

No obstante, también el antagonismo de clase ha ido fraguando una visión antagónica que se ha ido consolidando en ideología (en el sentido de visión o concepción del mundo), como acumulación histórica de conciencia social concomitante con el desarrollo de las fuerzas productivas y expresado en correspondientes organizaciones sociales y políticas de cada vez mayor alcance comprehensivo del propio orden social. Concatenación de fenómenos que se ha retroalimentado históricamente con una construcción teórico-científica-práctica (el materialismo histórico dialéctico), traducida en praxis transformadora (revolucionaria en el sentido de transcendente de cualquier modo de producción desigualitario y basado en la explotación del ser humano por el ser humano del que parte).

La ideología (de clase, acompañante del movimiento comunista) pasa así a tomar o a fundirse en praxis alternativa, potencialmente de más y más sectores de la fuerza de trabajo, con tendencia a llegar a un punto en que confronta en todo el orden social con la ideología dominante del capital (así ha ocurrido ya en el pasado en diversas formaciones socio-estatales del planeta), acrecentando sus posibilidades de erigirse en fuerza superadora de ese orden.

La lucha por la hegemonía es la pugna de las distintas fracciones de la sociedad por concretar su proyecto social (de clase) en términos capaces de proveer una dirección al conjunto de la sociedad; por establecer una trama de iniciativas y prácticas institucionalizadas en diferente rango que coagulen en un sistema integral, combatiendo la alienación intrínseca del modo de producción capitalista. Frenando, para empezar, la degradación de las subjetividades y la individualización de la fuerza de trabajo. Al ser esa praxis (teoría en acción) tanto más coherente en tanto se retroalimenta con la hasta la fecha más completa expresión social y política del materialismo histórico-dialéctico, el marxismo, aumenta sus posibilidades de lograr una desalienación generalizada, liberadora, así como que la ideología de clase se haga también ciencia de clase, y por tanto pase a ser tendencialmente más poderosa que la ideología segregada por el capital.

Tener objetivos de transformación social, especialmente cuando se trata de procesos rupturistas totales (revolucionarios), que buscan el paso de un modo de producción a otro, implica afectar todo el conjunto de procesos, dinámicas y condiciones estructurales dados, alterar todo el metabolismo social. Aquí radica el sentido profundo de la Política con mayúsculas, y de hacer Política en grande: como dinámica de construcción del consenso o de la legitimidad, pero también como forma de dirimir el conflicto entre sectores sociales o de establecer el antagonismo entre las clases, en la pugna por uno u otro tipo de sentido de lo social y de las estructuras sociales coherentes con el mismo.

En cambio, la política con minúsculas es la que se desenvuelve y compite sólo en el ámbito de las instituciones donde se representa el poder de clase, sin cuestionar o afectar apenas al metabolismo que lo sustenta (al verdadero Poder: la ley del valor-capital). Está, por tanto, empotrada en (y acepta en gran medida) ese metabolismo.

Los procesos de lucha tendentes a revertir o eliminar relaciones de explotación, desigualdad y subordinación expresadas en forma de apropiación, usurpación, discriminación, exclusión o dominación, entre otras, son procesos de emancipación.

En cualquier proceso de emancipación colectiva es imprescindible la consecución y reinvención permanente de la autonomía, entendida a la vez como proceso que se construye en el propio antagonismo (que se manifiesta en forma de lucha social), y como condición y correa del antagonismo hacia la emancipación.

La autonomía se erige como el único antídoto intrínseco contra las tentaciones dirigistas y la posible nueva formación de capas dominantes. Ahora bien, si la autonomía no puede plantearse como un absoluto, tampoco en el ámbito social puede concebirse exclusivamente como evolución propia, en una psicologización del concepto, sino como un proceso que implica siempre expresiones colectivas y que está en relación con toda una trama de procesos y relaciones de fuerza y poder. Es decir, la autonomía se co-implica con dinámicas estructurales y conquistas sociales que posibilitan el logro del propio valor como personas (autovaloración o valor de la propia vida). Entonces autonomía se equipara a autodeterminación y ésta a autogestión o si se prefiere, autogobierno, en cuanto que proceso de independización social que permite y es reforzado a la vez por la conversión procesual de los individuos en sujetos colectivos, con la consiguiente construcción de independencia subjetiva, autonomía ideológica.

La autonomía surge y se forja en el cruce entre relaciones de poder, con sus correspondientes conflictos y/o antagonismos expresados en luchas, y la construcción de sujetos, como manifestación de la propia fuerza y de la capacidad de autodeterminación.

Por eso, desplegar al unísono autonomía y hegemonía, complementar luchas intersticiales (aquellas que crecen dentro del propio metabolismo con vocación de superarlo por anegación, desde dentro) y luchas rupturistas con el orden dado (buscan un punto de ruptura que incida directo en los órganos de condensación del poder de clase, para comenzar un orden nuevo), deviene imprescindible. Eso implica también combinar continuamente Movimiento (lucha social) con Organización (para la conquista de los centros neurálgicos del Capital), promoviendo así la realización enriquecida del Partido.

Eso conlleva complementar las vías estratégica-hegemonista y pragmática-autonomista, de forma que se pueda hacer de la hegemonía una construcción de autonomía colectiva, es decir, emancipatoria, y que la autonomía devenga en sí un quehacer hegemónico (sólo la autonomía de amplias capas de la sociedad puede poner trabas e incluso revertir la tendencia a que cualquier construcción hegemónica se transforme en un mero mecanismo de recreación de poderes y reproducción de élites. Pues la autonomía sin democracia participativa co-responsable en todos los niveles donde se hace la sociedad y la Política, empezando por las posibilidades de detentación de los medios de producción, no es posible).

Porque sin sujetos autónomos, sin una sociedad movilizada, sin fuerza social consciente que oponer al Capital, no es viable una hegemonía para la emancipación, ni por consiguiente la transformación estructural emprendida por la sociedad que rompe su subordinación.

Ahora bien, la construcción de hegemonía emancipatoria necesita siempre de una clara dirección por parte de los sectores más avanzados en la autonomía ideológica de la clase trabajadora, y puede afectar a cada vez más amplias capas de ésta. Este proceso viene potencialmente fortalecido por el desarrollo de las fuerzas productivas y la continua centralización del capital que le acompaña, debido a los cuales la clase trabajadora asume más y más responsabilidades tanto en la dirección del completo ciclo económico como en la gestión social (proceso que empezó por sus sectores más cualificados pero que con el absentismo de la clase capitalista -cada vez más rentista-parasitaria- se ha extendido a capas de no tanto alcance de cualificación).

Sin embargo, de por sí, esos procesos no conducen a la conciencia social o política de clase. Al contrario, pueden llevar a desgajar la clase entre una elite managerial-gestora-(extra)cualificada y el cuerpo mayoritario de la clase trabajadora. Tendiéndose también a la fragmentación entre este último y la porción (creciente) de clase trabajadora lumpenizada o abiertamente exogenizada (que cada vez más es contemplada como fuerza de trabajo desechable –ver aquí LAS MIGRACIONES HUMANAS EN EL CAPITALISMO. MOVILIDAD DE LA FUERZA DE TRABAJO DE RESERVA – El blog de Andrés Piqueras).

Por lo que el salto rupturista resulta imprescindible. Es decir, no puede haber acumulación indefinida y generalizada de conquistas, de fuerza y de conciencia social de clase trabajadora sin revolución política (expropiación de la burguesía de los medios de producción y de los de gestión-dirección-control-cognición social). Ahora bien, como decimos, ese salto cualitativo, en bucle autoalimentativo, requiere a su vez de previa acumulación de fuerza social, al menos suficiente para respaldar con hechos las previas intervenciones en las instituciones, en los centros de legitimación y gestión del capital, para movilizar o, en su defecto, predisponer favorablemente, a buena parte del resto de la sociedad.

Sólo la propia clase trabajadora (empujada por los sectores más políticamente avanzados de la misma) a través de la toma del Estado y la eliminación de los capitales individuales, puede hacer de la máxima centralización del capital un proceso revolucionario que vaya atrayendo e impregnando al conjunto de la clase (–sociedad), de cara a disolver planificadamente al propio capital.

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V. Constructores de hegemonía emancipatoria

Las reales posibilidades de cualquier tipo de transformación están vinculadas a la constitución por doquier de franjas de constructores sociales y políticos, sin los cuales es imposible imaginar siquiera respuestas satisfactorias a las embestidas del Capital.

Esas franjas permiten pensar en una masa crítica para poder inducir la configuración de l@s explotad@s, excluíd@s y discrimiad@s en 1) fuerzas sociales, 2) fuerzas teórico-programáticas y 3) fuerzas políticas, capaces en conjunto de pensarse a sí mismas como sujetos portadores de un proyecto de cambio social, esto es, como sujetos políticos.

La fuerza social se refiere a segmentos de población organizados que, pertenecientes a determinados sectores sociales, son reconocidos por éstos y por otros adyacentes (e incluso más alejados) como fuerza de opinión y lucha en torno a sus problemas relevantes. Es, por tanto también, expresión de legitimidad de ese segmento de población organizada.

Una fuerza teórico-programática resulta de la sistematización de la experiencia propia y ajena para otorgar sentido al problema de la construcción y la transformación social. Es expresión tanto de la potencia movilizadora como de la verosimilitud de una visión precisa pero abierta de la realidad y su transformación.

La fuerza política es la síntesis de una fuerza social y una fuerza teórica cuya emergencia y realización ocurre en el campo de la acción, que se caracteriza por su capacidad convocante, dada su legitimidad y verosimilitud, y que por tanto es capaz de definir objetivos y caminos susceptibles de transformarse en práctica política y social alternativa a partir de las condiciones existentes.

Entendida de este modo, resulta evidente que la fuerza política no puede confundirse con la fuerza orgánica que opera en el ámbito de la política con minúsculas, institucional. La fuerza política no puede sino entenderse como síntesis de un proceso de construcción de sujetos cuya primera manifestación es el logro de una masa crítica ampliada.

Una orgánica institucional vacía de sujeto es, desde una auténtica praxis emancipadora, una aberración. Aberración condenada a repetir los procesos de entrega, oportunismo, esquizofrenia o dislocación que han experimentado la absoluta mayor parte de las organizaciones de la izquierda institucionalizada o izquierda integrada.

La contribución a la gestación de sujetos que confluyan en movimientos sociales movimientos políticos con vocación y posibilidades de transformar tiene pendiente la articulación entre la dimensión de base, de acción cotidiana, movimientista, y la recomposición organizativa de la clase trabajadora en sentido amplio (organización política y teórico-programática). Esa tarea sólo podrá llevarse a cabo desde el propio movimiento organizado, esto es, desde una organización-movimiento (la forma que debe adquirir el Partido cuando se hace de masas) capaz de dotar de conocimiento y proyección colectiva a los agentes de clase.

Sólo así se puede devenir izquierda integral. Es decir, revolucionaria o altersistémica, que busca dotarse de unas nuevas relaciones sociales y erigir su propia sociedad a través de la ruptura política y paulatinamente metabólica con el orden dado. Para emprender la larga transición socialista [el marxismo trasciende cualquier utopismo de carácter más o menos socialista no sólo por el hecho de mostrar por qué el socialismo es una posibilidad real, sino también que es realizable].

En el siguiente esquema se resume:

Desarrollo de fuerzas productivas – Desarrollo de conciencia – Centralización del capital – Clase trabajadora asume creciente responsabilidad social y económica – Aumento de la capacidad científica y autonomía ideológica de la clase trabajadora – Dirección, mediante el materialismo histórico-dialéctico, por parte de los sectores más avanzados en autonomía ideológica-conciencia de clase (“vanguardias”) hacia las luchas de clase cualitativas (praxis marxista) – Aumento dimensional del Estado y desarrollo centralizador del mismo – Momento de ruptura-confrontación directa y explícita entre (crecientes sectores de) la clase trabajadora y la clase capitalista (crece la importancia de los aliados de clase para la resolución)– Toma del Estado por la clase trabajadora para la planificación económica y el comienzo de la supresión de la ley del valor. La Política (es decir, la sociedad) se pone al frente de la economía = comienza el camino al socialismo.

La conformación de un Sistema Mundial capitalista permite que los avances en la conciencia de clase de la fuerza de trabajo en unos lugares del Sistema puedan ser más fácilmente alcanzables en el resto. Un modo de producción globalizado faculta potencialmente el acelerar la nivelación de esos desarrollos, universalizar también, más fácilmente, el inicio del largo camino al socialismo, o la transición a la transición.

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VI. Socialismo. Comunismo.

Pero el socialismo es más que una mera “fase intermedia”. Es un nuevo orden social que entraña un también nuevo y especial modo de producción. Un orden que no llegó a consolidarse en ningún proceso de ruptura con el capitalismo, hasta hoy, si bien las experiencias de transición al socialismo habidas mantuvieron a raya al capital como “sujeto automático” de la sociedad y lograron durante un lapsus histórico arrinconar al valor. En la pugna contra él se levantaron tipos de sociedades y seres humanos diferentes, a partir de ciertas consideraciones básicas:

  • Eliminación de la propiedad privada de los medios de producción

  • Eliminación de la compra-venta de la fuerza de trabajo

  • Pérdida de buena parte de la calidad de mercancías de los productos del trabajo humano, en favor de sus valores de uso (distribuidos o subsidiados)

  • Relegación del valor en la producción; la tasa de ganancia dejó de regir la economía (la dictadura de la tasa de ganancia capitalista fue superada) y una gran parte de la plusvalía social iba destinada a la redistribución, no a la acumulación (ni privada ni estatal).

Y es que el socialismo requiere, en sí mismo, de una larga transición (“transición al socialismo”) para llegar al punto de “de cada cual según sus posibilidades, a cada quien según su trabajo”, por sucesivas etapas, para:

  • Ir eliminando del todo la ley del valor y su imperativo mercantil. Si el mercado pudiera seguir existiendo en la transición al socialismo, sería siempre que no cumpliera (o volviera a cumplir) funciones capitalistas:

    • Transformar el dinero en capital y éste en (más) dinero

    • Convertir el sobreproducto en plusvalía y ésta en beneficio privado

    • Hacer que los excedentes devengan acumulación privada

    • Ir entretejiendo e instaurando una Política orientada a liberar de las necesidades al conjunto de la población (dignidad) y procurar las bases materiales de su autonomía

    • Posibilitar la participación en pie de igualdad en la vida pública

    • Establecer un derecho desigual (tal como lo formulara Marx sobre todo en la Crítica del Programa de Gotha), corrector-equilibrante, que abandone la abstracción burguesa del “sujeto jurídico igual”, para concretar los ámbitos, claves y proporciones de su regulación redistributiva según las condiciones de cada quien, bajo el principio “de cada cual según sus posibilidades, a cada quien según su trabajo”. El derecho desigual (ensayado muy tímidamente en el Estado Social capitalista) contiene un principio alternativo al mercado que incorpora un reparto político del producto social. Esto es, reconoce la desigualdad de partida para tratar de distinta forma a unas y otras capas de la población bajo el principio de “extraer más de quien más tiene y proporcionar más a quien más lo necesita”. Una “desigualdad productora de igualdad” y una igualdad que convive con la diferencia4. Una Política que parte de la desigualdad de cara a conseguir la igualdad social pretende ir dejando de necesitar ese derecho desigual, y por tanto el inevitable componente de coacción que le acompaña.

    • Ir consiguiendo la propiedad social o socialización de los medios de producción (una vez eliminada la privatización de los mismos, y habiéndose pasado ya a su estatalización)

    • Desarrollar paulatinamente la devolución de las funciones del Estado a la sociedad (solamente podrá establecerse una comunidad humana no-ilusoria en algún grado, cuando el Estado se vaya extinguiendo).

      El socialismo requerirá durante un tiempo largo del Derecho y del Estado, como elementos de nivelación de las desigualdades y posibilidades u opciones de vida de la sociedad, pero, una vez va siendo liberada ésta en su conjunto de la necesidad, se va basando cada vez menos en aquellas coerciones y más en la construcción de incentivos no materiales para la cooperación social (solidaridad). Por tanto, se asienta en la construcción de nuevas subjetividades con el denominador común de una alta conciencia social (“mi bien está unido al del conjunto, así que lo que es bueno para la sociedad es bueno para mí”).

Pero, como venimos diciendo, resultaría muy difícil que el socialismo fuera una mera “etapa”. Puede muy bien ser un modo de producción autónomo y distinto, con su propia lógica política-social-económica, que aún necesita resolver ciertas cuestiones centrales: ¿quién y cómo regula el orden social, quién decide o cómo se decide, quién, qué, cuándo, dónde y cuánto se va a producir?, ¿cómo se va a distribuir lo producido?; ¿cómo se establecen los bienes (materiales e inmateriales) que deben estar asegurados para todo el mundo y a toda costa, y los que entran en reparto diferencial? ¿qué se puede exigir a cada cual de manera realista y razonable?

Porque la socialización de los medios de producción y la transformación de las relaciones sociales de producción no llevan per se, ni necesariamente, a una revolución moral radical, que haga inútiles Derecho y (alguna forma de) Estado.

La sociedad comunista, por contra, sí es aquella en la que se extinguen el Derecho y el Estado y donde rige el principio de “de cada cual según sus capacidades, a cada quien según sus necesidades”. Es en realidad otra sociedad, una sociedad postpolítica (al haber eliminado no sólo el antagonismo social sino, según algunos, el mismo conflicto5 –el polemos– y por tanto la polis con su nomos –léase el Derecho–; como dijo Marx, si todos los humanos fueran fraternos entre sí –“amigos”- no harían falta leyes), que encuentra su posibilidad de ser bien en:

a) el desarrollo de las fuerzas productivas (la tecnología) capaz de volver ilimitados los recursos y los “valores de uso” (que ya no necesitarán de tal denominación al haber sido eliminado el valor), de manera que haga superfluo, o casi, el trabajo humano

b) una “revolución del espíritu” completa y universal que haga desaparecer el sentido de lo privativo y el deseo de las cosas, sustituidos por una “generosidad” y al tiempo una “moderación” (regulación de las propias necesidades y satisfactores en función del colectivo social) ilimitadas de los seres humanos. Es decir, hablamos de una mutación antropológica culminada, que va de la mano y al tiempo levanta una sociedad ignota, cuyo desarrollo concreto no podemos hoy imaginar, pero que sería básicamente solidaria.

El homo solidarius y la sociedad comunista que con tal se corresponda, supondría el salto evolutivo más grande jamás dado por la Vida en este planeta.

[Lo dicho aquí no quita para que del socialismo al comunismo no pueda haber una vía de continuidad progresiva, con el permanente desarrollo de la solidaridad humana, para terminar por concebir al colectivo, a la comunidad, por encima de uno/a mismo/a].

Sin embargo, la Dialéctica impide ver ningún estadio en este mundo como definitivo, completo y acabado [de hecho, es muy difícil que nuestra especie sobreviva indefinidamente en el curso de vida del planeta y del propio sistema solar, pero el tándem socialismo-comunismo proporciona el recurso básico para su supervivencia por más tiempo y con mejor calidad de vida]. Constituye por tanto un ideal regulativo, un horizonte social por el que quienes nos decimos comunistas nos regimos (o deberíamos hacerlo) en nuestros actos, en nuestras relaciones, en nuestro modo de ser social, en nuestra intervención en la Política6.

Es en la praxis continuamente actualizada de esa condición comunista que se construye el nuevo homo, siendo las y los comunistas sus precursores, los elementos con mayor conciencia social y por tanto más evolucionados de la humanidad en el presente.

Como dijeran Marx y Engels en más de una ocasión:

“El comunismo no tiene por qué ser ni un estadio ni una meta, ni siquiera un ‘modo de producción’, sino el propio y constante movimiento emancipador, autoconsciente de la humanidad”.

En ese movimiento comunista de la humanidad radica el miedo, y la debilidad, de todo Poder, de toda explotación e indignidad.

«Todo lo que sucede en el mundo entero lo hace con la vista hacia nosotros. Somos una potencia, temida, de la que depende más que de ninguna otra de las grandes potencias. ¡Ese es mi orgullo! No hemos vivido en vano, y podemos mirar atrás con orgullo y satisfacción por nuestro trabajo». (Discurso de Engels ante una asamblea de obreros socialdemócratas que le rendía homenaje en Viena, el 14 septiembre de 1893).7

Andrés Piqueras

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NOTAS:

1. El carácter universal de la ciencia como quintaesencia del proceso histórico de desarrollo puede encontrar su encarnación solo en las condiciones de la máxima socialización del trabajo, en las condiciones de la sociedad socialista. (…) “La ciencia solo puede jugar su rol en la República del Trabajo”, anotó Karl Marx. La base económica [del comunismo] es la propiedad de todo el pueblo, la conducción planificada de la economía, el bienestar del pueblo como fin de la producción social. (…) En estas circunstancias fórmase la personalidad desarrollada de modo omnilateral del ser humano del futuro comunista, que se presenta al mismo tiempo como trabajador y científico, pensador y artista, encarnando en sí el ideal humanista marxista.

La reconstrucción socialista del mundo abre camino a la unión íntima de la ciencia y la democracia (…) La ciencia permite someter paso a paso todas las relaciones y esferas de la actividad al control de la razón colectiva de los/as trabajadores/as. Ella viene a ser el fundamento teórico de la síntesis cultural que revela la naturaleza primordial de todo el conocimiento como saber sobre el ser humano. Hoy hasta la cosmología deviene antropología. LA CIENCIA COMO FENÓMENO DE LA CULTURA por Yuri Zhdánov | El Sudamericano.

2. A partir de la restringida libertad de la especie humana frente a las fuerzas naturales, también había una limitada libertad de los seres humanos de liberarse de los lazos comunitarios. ´Soy sólo en tanto que tú eres´ como miembro de una comunidad en medio de la naturaleza, de la cual dependemos y con la cual interactuamos totalmente como parte integral.

Con la aparición de un excedente más o menos permanente y el consecuente paso en el dominio de la naturaleza, aparece la “libertad relativa” de crear nuevas relaciones de producción que se aparten del Bien Común de la Comunidad como un todo. Es lo específico del modo de producción tributario. En él existen condiciones para revelar la “libertad relativa” de los seres humanos de entablar relaciones sociales de producción a partir de una división social del trabajo, pero siempre de comunidad directiva o superior frente a comunidades inferiores o de base (pueblo). En este contexto, se amplía la cooperación entre múltiples comunidades de base dirigidas por una comunidad dominante que permite realizar obras productivas, a menudo por haber logrado pequeños trabajos a menor escala en su entorno. El fetichismo de la religión adquiere dimensiones cada vez más grandes (pirámides, mastabas, palacios, grandes templos, etc.) y dichas obras de culto son una modalidad potencial de apropiación del excedente por la élite en el poder. Pero en el modo de producción tributario los lazos comunitarios, en vez de disolverse, se reafirman en una escala mayor, eso sí, mediante una creciente división social de trabajo. Sólo mediante esa cooperación socializada y más vasta en términos de territorio, la humanidad logra un mayor control de las fuerzas naturales con unos lazos comunitarios que se tornan más complejos. En estas formaciones sociales no hay lugar para un mayor desarrollo de la individualidad. No hay entre el pueblo posibilidad de un desarrollo de intereses privados individuales que disten de los comunitarios. ´Yo soy (como persona, pueblo) mientras yo y tu (otros pueblos) nos reconocemos en la comunidad grande’.

La historia de la Europa clásica se caracteriza, en cambio, por la transición a la explotación individual de la tierra y el intercambio de productos en el mercado local. La apropiación del producto se individualiza y con ello surge de hecho y más tarde de derecho la propiedad privada sobre la tierra. La historia de la humanidad en eso que después se llamaría “Occidente” se caracteriza por querer construir sociedad a partir de la individualidad y donde el Bien Común (entonces, las tierras colectivas) se va perdiendo poco a poco para la Comunidad, asentando la explotación de una clase por la otra (lo que tiene su máxima expresión en el esclavismo: ´soy mientras tú no eres´), así hasta llegar al momento de los límites de la individualidad sin sociedad, es decir, sin Bien Común de la Comunidad como un todo. Todo ello no sin pasar por Permanentes Rebeliones y levantamientos populares (en los últimos 28 siglos) por recuperar la dignidad colectiva, por el Bien Común, por congeniar Individualidad en la Comunidad.

El capitalismo pareció destrozar todas esas luchas llevando a la Individualidad a negar la Comunidad, a enfrentarse a la Sociedad, pero en realidad las proyectó a un escalón más alto, en el que se jugaban el propio modo de producción. Transcendiendo el antagonismo a partir de la imposibilidad del “tu sin migo y yo sin tigo” “tengo sentido en cuanto que soy Comunidad, (ahora) libremente elegida”, “mi beneficio radica en el beneficio del Común”. Ese es el movimiento comunista de la humanidad. [Esta nota la incluyo en homenaje a Wim Dierckxens, que tanto insistió en plantear estas claves].

3. La “clase obrera” ha sido señalada tradicionalmente como el sujeto principal en la superación del capital, y lo ha sido por ser la parte asalariada de la fuerza de trabajo que está ubicada en el sector industrial, el productor de valor nuevo, mediante el que se renueva la sangre (el valor) de todo el Sistema (tengo que remitir aquí al capítulo 4 de mi obra, De la decadencia de la política en el capitalismo terminal. El Viejo Topo, 2022). Hoy la clase obrera ha crecido en lo global, pero desde hace tiempo viene disminuyendo en las formaciones socioestatales de capitalismo avanzado.

Por otra parte, entre la clase trabajadora y la clase capitalista se sitúa una “clase media”, que según la definición marxista clásica estaba integrada por “quienes tienen suficientes medios de producción como para no tener que trabajar para otros, pero no tantos como para hacer que otros trabajen para ellos”. En la primera y segunda revoluciones industriales estaba integrada por la pequeña burguesía-la aristocracia venida a menos, las entonces consideradas “profesiones liberales”, el campesinado con tierras y medios de producción propios; pequeños patronos que pueden emplear a otros/as trabajadores/as pero que eso no les evita tener que trabajar ellos/as mismos/as, autoexplotándose (lo que quiere decir que parte considerable de su trabajo-explotación no se traduce en ganancia, ya que aquél se diluye en el valor medio producido en la sociedad, que es apropiado por la clase capitalista puntera en forma de índice de ganancia diferenciado. Eso significa que el pequeño patrono también transfiere trabajo propio al producir mercancías en más tiempo medio que el de la clase capitalista que concentra –y centraliza– el capital). En cualquier caso, hoy casi todas esas figuras están asalariadas, o en su defecto quedan a menudo en condiciones más precarias que algunas capas de la clase trabajadora.

Los procesos de centralización del capital en el campo, la extensión de las apropiaciones del gran capital en el planeta entero, hacen del campesinado una condición igualmente precaria, pero también ambigua, integrando en ella desde pequeños capitales rurales (por lo general reaccionarios tanto frente al gran capital como al proletariado), asalariados por lo común parciales (jornaleros) o con diferentes modalidades de ligazón a la tierra (aparcería, enfiteusis…), hasta grandes porciones de la fuerza de trabajo excedente que, en todo el planeta, intenta subsistir aprovechando pequeñas parcelas de tierra.

Y lo mismo pasa con los denominados “autónomos/as”, que hoy serían esos “pequeños/as patronos/as” cada vez más axfisiados/as por el gran capital, cuando no se trata directamente de clase trabajadora autoexplotada, una vez ha sido expulsada o bien “externalizada” por parte de unas u otras empresas. Sin embargo, en unos y otros casos tienden a no concebirse como clase trabajadora (su subjetividad productiva suele estar fuertemente alienada).

En definitiva, la clase media es una categoría muy reducida, en vías de extinción, en contra de toda la ideología de las clases medias universales y de la autoatribución interiorizada de la población. Por eso no se la dedica un lugar relevante en el texto, aunque eso no quiere decir que no haya que tenerla en cuenta en los procesos decisivos de transformación y del necesario establecimiento de alianzas.

4. En el capitalismo ese principio siempre y en todo lugar estuvo sometido al imperativo del valor y a la acumulación de capital, lo que exigía que la recaudación necesaria para dotar de recursos al “gasto social”, se ajustase a las condiciones de reproducción del capital. Tampoco tuvo nunca la fiscalidad progresiva suficiente como para poner en acción el principio complementario “de cada quien según sus posibilidades”. Ese derecho desigual es el que emana de la Política ejerciendo el control de la economía y por tanto, atajando a la ley del valor y estableciendo el diferente trato en función de las condiciones sociales estructurales, no desde el principio liberal de “reconocimiento” ni de tratamientos jurídicos individualizados, que multiplican ad infinitum las particularidades y divisiones entre la población. Esas particularidades son tratadas desde la Política de igualdad social a través del tratamiento desigual.

Todo esto puede encontrarse bien desarrollado en Mario Barcellona, Entre pueblo e imperio. Estado agonizante e izquierda en ruinas. 2021. Trotta. Madrid.

5. Un conflicto es el posible resultado de todo proceso de desacuerdo entre seres humanos, pero el mismo no implica incompatibilidad de beneficio y por tanto puede ser resuelto mediante el diálogo (así por ejemplo, si dos personas que compartan un piso, una quiere fumar dentro de él y la otra prefiere no tener humo entre cuatro paredes, se puede llegar a soluciones dialogadas –abrir todas las ventanas cuando se fuma; fumar en el balcón si fuera posible; sólo fumar a ciertas horas; o no fumar en casa en absoluto si eso hace daño a la otra persona, por ejemplo–). En cambio un antagonismo radica en el hecho de que el beneficio de una persona se logra a costa de otra. La relación Capital/Trabajo es antagónica porque el beneficio del Capital depende indefectiblemente de la explotación de la otra parte. El antagonismo es erradicable mediante el socialismo, pero suprimir totalmente el conflicto no es algo que parezca muy compatible con la Dialéctica, que interpela siempre conflictivamente a la realidad. Por tanto, difícilmente se podrá dejar de tener algún tipo de normatividad. La tendencia evolutiva que traza el socialismo-comunismo es a que esa normatividad quede circunscrita al ámbito de lo implícito, es decir, del consenso, sancionado moralmente como en el comunismo primitivo, pero en adelante con sanciones morales no discriminatorias o vejatorias, sino edificantes.

La Dialéctica impide concebir la eliminación de los conflictos sociales, aún menos de los personales, pero a veces pensamos que el comunismo será realmente el fin de la historia, en lugar solamente del colofón del fin de la “pre-historia”. Lo importante es cómo se resuelvan esos conflictos. Uno u otro tipo de normatividad social parece que siempre será necesario.

6. Uno de los referentes más elevados de ello viene dado por la relación de fraternidad. Sin embargo hoy el movimiento comunista de la humanidad está a menudo lejos de ponerla en práctica con todas sus consecuencias. Antes bien, las organizaciones que de él se reclaman suelen atacarse entre sí y mantener poca fraternidad incluso dentro de sí mismas. El recelo, la suspicacia, la falta de cercanía y la inflexibilidad ante los errores o equivocaciones ajenas, engrosan más frecuentemente de lo que sería congruente el comportamiento cotidiano de sus membrecías. Es imprescindible, en este sentido, realizar un análisis histórico riguroso sobre las continuas escisiones del movimiento comunista y de su relación con el debilitamiento general del mismo, así como desmenuzar las causas de la pérdida de rigor relacionada con el materialismo histórico-dialéctico que ha venido afectando a amplias porciones del mismo.

7. Acabo con esta nota de Friedrich Engels, al igual que empecé este texto con otra nota suya, no sólo para rendir homenaje a tan descomunal figura, sino para que pueda calibrarse lo que fue el balance de su vida, junto a la de Marx. La enormidad de lo que lograron. [Ambas notas pueden encontrarse en el buen artículo de Manuel Monleón, “Federico Engels (1820-1895)”. Nuestra Bandera, nº 429].

– En el apartado V de esta segunda parte del texto me he servido especialmente del trabajo de Rafael Agacino, “Hegemonía y contra hegemonía en una contrarrevolución neoliberal madura. La izquierda desconfiada en el Chile post-Pinochet”, en CEME. Archivo Chile, 2006. Disponible: Para la centralización del capital y la nivelación de los atributos productivos de la clase trabajadora, hay guiños de interés al texto de Jesús Rodríguez Rojo, Cuestión de clase. De la crítica de la sociología a la acción política revolucionaria. Bellaterra. Manresa, 2023. Sobre el enkratés, remito al excelente trabajo de prólogo y notas de Joaquín Miras al texto de Arthur Rosenberg, Democracia y lucha de clases en la antigüedad. El Viejo Topo. Barcelona, 2006. Me ha venido bien, también, repasar las reflexiones de Adolfo Sánchez Vázquez sobre El valor del Socialismo (El Viejo Topo, 2003). Obviamente, se puede encontrar profundización y más bibliografía sobre los temas aquí tratados en casi todos mis últimos trabajos.

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