Jean ShaoulComo en todas las demás partes del mundo, el Medio Oriente está atrapado en la intensificación de la confrontación entre EE.UU. y China. Una vez una figura periférica en la región, Beijing se ha convertido en su socio comercial y de inversión más importante mientras busca expandir sus redes de producción globales.
Washington no tiene intención de permitir que Beijing extienda su influencia en el Medio Oriente, o en cualquier otra parte del mundo, y no dudará en usar todos los medios a su disposición para evitarlo—utilizando el apoyo a la aniquilación de los palestinos en Gaza por parte de Israel como base para una guerra en expansión por el control de la región, inicialmente apuntando a Irán.
La creciente dependencia de China de la energía del Medio Oriente
En los últimos 30 años, a medida que su economía se expandió hasta convertirse en la segunda más grande del mundo, la presencia económica de China en el Medio Oriente ha aumentado notablemente. En 1993, China se convirtió por primera vez en un importador neto de petróleo, recurriendo al Medio Oriente para satisfacer sus necesidades. Justo en un momento en que EE.UU. reducía sus importaciones de energía de la región debido al aumento de la producción doméstica de gas de esquisto, Beijing entró a llenar el vacío—convirtiéndose de lejos en el mayor comprador de petróleo saudí, el segundo mayor productor del mundo después de EE.UU. En el lapso de 20 años, las importaciones de energía de China aumentaron quince veces, convirtiéndose en el mayor importador de petróleo del mundo en 2016.
El año pasado, China obtuvo alrededor de la mitad de sus importaciones de crudo de cinco países del Medio Oriente: Arabia Saudita (16 por ciento), Irak (11 por ciento), Omán (7,3 por ciento), los Emiratos Árabes Unidos (EAU) (5,5 por ciento) y Kuwait (5,1 por ciento). También ha comenzado a comprar más petróleo de Irán, triplicando sus importaciones de petróleo iraní en los últimos tres años.
Los hidrocarburos representaron el 73 por ciento de las importaciones de China de la región, y esta cifra llega al 92 por ciento cuando se incluyen los productos petroquímicos derivados del petróleo y del gas natural, mientras que las exportaciones de hidrocarburos de la región a China representan casi una cuarta parte de sus exportaciones totales de hidrocarburos.
Beijing ha firmado acuerdos de suministro a largo plazo con Arabia Saudita, Irán y Qatar, e invertido en proyectos energéticos a través de empresas estatales chinas, como la China National Petroleum Company (CNPC) y Sinopec (en Irak y los EAU). Para 2022, su comercio con el Consejo de Cooperación del Golfo (CCG), compuesto por seis naciones, superaba los $230.000 millones. Estos proyectos conjuntos incluyen la exploración y explotación de campos petroleros y las inversiones en almacenamiento, refinerías e industrias petroquímicas.
En 2021, Amin Nasser, director general de la petrolera estatal saudí Aramco, dijo que la empresa consideraba a China su máxima prioridad para los próximos 50 años. Poco después, Aramco firmó un memorando de entendimiento con la estatal china Sinopec para cooperar en áreas que incluyen “captura de carbono y procesos de hidrógeno”.
Si bien el comercio de energía está en el corazón de la relación económica entre China y el Golfo, las relaciones comerciales van más allá de la industria energética, con China ahora siendo el mayor socio comercial no petrolero de Arabia Saudita y los EAU, superando a la Unión Europea para convertirse en el mayor socio comercial del CCG en 2020.
Las inversiones de China en redes de producción e infraestructura en el Medio Oriente
Las alarmas se encendieron en Washington en 2015, cuando Beijing anunció su estrategia industrial Made in China 2025, que busca transformar sus capacidades manufactureras de talleres intensivos en mano de obra a un gigante tecnológico intensivo en capital.
Su documento de política árabe de 2016 identificó varias áreas clave para su comercio e inversión en el Medio Oriente: energía nuclear, tecnología espacial, energía renovable, tecnologías emergentes e inteligencia artificial, logística y cadenas de suministro, y minerales críticos. Las empresas chinas se han asociado con los estados del Golfo en algunos de sus proyectos de energía renovable más grandes mientras buscan diversificarse fuera de la dependencia de los combustibles fósiles. Participan en la construcción de dos de los mayores proyectos de energía solar del mundo en los EAU—el Parque Solar Mohammed bin Rashid Al Maktoum y la planta solar Noor Abu Dhabi—mientras que el Fondo de la Ruta de la Seda de China posee una participación del 49 por ciento en ACWA Power, la principal empresa de inversión en energía renovable de Riyadh en toda la región y más allá.
En junio de 2023, el fabricante chino de automóviles eléctricos Human Horizons firmó un acuerdo por $5.600 millones con Riyadh para establecer una empresa conjunta para realizar investigación, desarrollo y manufactura en Arabia Saudita. En 2022, la empresa emergente de vehículos eléctricos Enovate formó una empresa conjunta con Sumou Holding de Arabia Saudita para establecer una planta de manufactura de $500 millones en el reino.
Beijing también está invirtiendo en proyectos de infraestructura para facilitar el transporte de energía de regreso a China como parte de su Iniciativa de la Franja y la Ruta (BRI), lanzada en 2013 como un componente de su estrategia para contrarrestar los agresivos esfuerzos de EE.UU. por socavarla en todos los frentes—diplomáticamente, económicamente y estratégicamente. La BRI, destinada a colocar a China en el centro del comercio global, es la base de acuerdos con 21 países en el Medio Oriente y Asia Central, con el Medio Oriente recibiendo alrededor de una cuarta parte de su inversión en la BRI en 2022, un máximo histórico.
Las empresas chinas han trabajado con Egipto, Omán, Arabia Saudita y los EAU en proyectos clave de puertos y zonas industriales, incluyendo una terminal en el puerto de Khalifa en los EAU, así como los puertos Yanbu, Jizan y Jeddah en la costa del Mar Rojo de Arabia Saudita que se encuentran en la ruta marítima de China hacia Europa y más allá. Si bien el Golfo Pérsico ha sido generalmente el foco, Beijing considera a Egipto como un “socio estratégico integral”, dada la importancia del Canal de Suez no solo como puerta de entrada a Europa sino para la manufactura y distribución de sus productos en África. Invirtió alrededor de $20.000 millones en el país entre 2016 y 2019, centrados en la Zona de Desarrollo Económico de la Autoridad del Canal de Suez. China también está operando una nueva terminal portuaria en la Bahía de Haifa en Israel, en el Mediterráneo, fortaleciendo su posición en las rutas comerciales globales.
A medida que China se ve cada vez más excluida de los mercados en los países avanzados, busca instalaciones de producción en otros lugares en un intento por evadir aranceles punitivos. El año pasado, Arabia Saudita, Egipto y Marruecos se encontraban entre los cinco principales destinos de China para la inversión en instalaciones de producción nuevas, representando alrededor de $37.000 millones.
En 2021, Irak recibió alrededor de $10.500 millones de financiamiento de la BRI para inversión en proyectos de infraestructura, con China buscando invertir otros $10.000 millones en proyectos de infraestructura en el Gobierno Regional del Kurdistán (KRG) en el norte de Irak.
Los crecientes vínculos de China con Irán han suscitado la ira de Washington. El acuerdo de “Asociación Estratégica Integral” de China con Teherán, firmado en 2020, tiene un valor de $400.000 millones a lo largo de 25 años, una cantidad equivalente al 10 por ciento del presupuesto total de la BRI de China. Esto es un salvavidas crucial para Teherán, que ha sufrido años de aplastantes sanciones lideradas por EE.UU. dirigidas a las exportaciones de petróleo de Irán que—bajo el pretexto de evitar que construya armas nucleares—han arruinado su economía. Incluye el desarrollo conjunto del puerto de Chabahar y una nueva terminal petrolera cerca del puerto de Jask, al sur del Estrecho de Ormuz, que anteriormente estaba bajo un contrato a largo plazo con India. En medio de las sanciones, China sigue siendo el mayor comprador de petróleo iraní y su mayor socio comercial.
Pero los flujos de inversión son en ambas direcciones, hasta el punto de que las inversiones de los países árabes en China ahora están a la par con las de China en el Medio Oriente mientras buscan despegarse de la dependencia del petróleo, diversificar sus inversiones y encontrar nuevos mercados. Los fondos soberanos de riqueza más importantes de la región—el Fondo de Inversión Pública (PIF) de los saudíes y Mubadala de los EAU—han anunciado su intención de abrir nuevas oficinas en China mientras buscan oportunidades de inversión allí, particularmente en vehículos eléctricos, nueva energía, Internet, semiconductores, inteligencia artificial, infraestructura inteligente, productos farmacéuticos y manufactura de equipos de alta gama.
A pesar de que Beijing se ha convertido en el mayor inversionista regional único y socio comercial de 11 países en el Medio Oriente y del crecimiento de la inversión de China y los estados árabes en las economías de los demás, Europa y América del Norte siguen siendo, de lejos, la principal fuente de inversión extranjera en el Medio Oriente y los principales destinos para la inversión extranjera de los estados del Golfo, con la inversión extranjera directa de Europa en Arabia Saudita diez veces mayor que la de China.
Redes digitales de China en el Medio Oriente
El área que ha suscitado mayor preocupación por parte del imperialismo estadounidense son las crecientes redes digitales de Beijing. Para 2010, los gigantes tecnológicos de China—Lenovo, ZTE, Baidu, Tencent, AliBaba, Huawei y JD—no solo dominaban la economía digital doméstica, excluyendo en gran medida a la competencia estadounidense, sino que habían establecido operaciones globales. Su Ruta de la Seda Digital, anunciada en 2015, apoyaría aún más su expansión en el extranjero y amenazaría la supremacía digital de EE.UU.
Esto ha implicado una creciente cooperación entre las empresas tecnológicas y los institutos de investigación chinos con Arabia Saudita y los EAU en la digitalización de sus economías, con Riyadh y Abu Dhabi ahora trabajando con Huawei y AliBaba para desarrollar parte de su infraestructura tecnológica, incluidas sus redes 5G, aplicaciones de ciudades inteligentes y grandes centros de datos. En septiembre de 2023, Huawei lanzó una nueva “región en la nube” en Riyadh para apoyar servicios gubernamentales y aplicaciones de inteligencia artificial.
Los dirigentes de algunas de las principales instituciones y empresas de investigación en inteligencia artificial en los EAU y Arabia Saudita, incluidas la Universidad de Ciencia y Tecnología Rey Abdullah en Jeddah y la Universidad de Inteligencia Artificial Mohammed bin Zayed (MBZAI) en Abu Dhabi, son académicos chinos o chino-estadounidenses, mientras que un número significativo de académicos chinos forman parte de estas instituciones, incluidas hasta el 40 por ciento en MBZAI. G42, la principal empresa de inteligencia artificial de los EAU que está trabajando en algunos de los proyectos tecnológicos más importantes del país, colaboró con empresas chinas en varios proyectos clave, incluido el desarrollo de una vacuna contra el Covid-19 y el lanzamiento del programa de genómica del Ministerio de Salud emiratí.
Si bien ambos países trabajan con empresas chinas en el sector de inteligencia artificial y alta tecnología, sus principales socios son las grandes empresas estadounidenses Microsoft y OpenAI, a quienes consideran más avanzadas, aunque mucho más costosas. Sin embargo, EE.UU. teme que esta cooperación, que viene con condiciones menos restrictivas en relación con los derechos de propiedad intelectual, la transferencia de conocimientos y la privacidad de los datos, etc., dará a sus rivales chinos acceso a tecnologías sensibles de EE.UU. Por ejemplo, los institutos de investigación saudíes y emiratíes involucrados en la investigación de inteligencia artificial han adquirido chips Nvidia producidos en EE.UU., a los que China tiene un acceso muy limitado.
Los servicios de seguridad de Washington también temen que China pueda usar su equipo en las infraestructuras digitales del Golfo para recopilar inteligencia. En 2021, la administración de Biden, que temía que la red móvil 5G de Huawei que China estaba instalando en los EAU pudiera de algún modo recopilar información sobre los aviones furtivos sin el conocimiento de Abu Dhabi, impuso condiciones tan onerosas a su venta de $23.000 millones de aviones de combate F-35 y drones Reaper a los EAU tras los Acuerdos de Abraham, el acuerdo de normalización de los EAU con Israel, que Abu Dhabi suspendió las negociaciones.
La respuesta de EE.UU. ha sido centrarse en limitar el alcance global de los gigantes tecnológicos de China a través de su Iniciativa de Red Limpia, lanzada en 2020, que busca evitar que los datos ingresen en las redes 5G americanas si han transitado por redes fabricadas en China. Washington también ha presionado a los Emiratos Árabes Unidos y a Arabia Saudita para desinvertir en inteligencia artificial (IA) de China, restringiendo la venta de semiconductores Nvidia a los Estados del Golfo por temor a que terminen en China y forzando a Prosperity7, un fondo de capital de riesgo saudí, a vender su participación en la startup de IA Rain AI, con sede en EE.UU., y a la principal empresa de IA de los Emiratos, G42, a cortar sus lazos e inversiones en China.
Acuerdos de defensa y seguridad de China en el Medio Oriente
China ha aumentado sus ventas de armas al Medio Oriente, incluyendo misiles balísticos Dongfeng, drones bombarderos Wing Loong y equipos antiterroristas, aunque estos son mínimos en comparación con las compras de EE.UU., Francia y Rusia. Pero, crucialmente, a partir de 2017, Abu Dhabi y Riad han colaborado con compañías chinas para desarrollar y fabricar conjuntamente drones militares y misiles balísticos en el Golfo, en un intento de establecer sus propias industrias nacionales de armamento.
Habituados a embargos de armas o sanciones por parte de Washington, los regímenes árabes se han mostrado ansiosos por encontrar proveedores alternativos, mientras usan sus compras de defensa a China como moneda de cambio para asegurar el compromiso de EE.UU. en respaldar su “seguridad” en caso de una nueva “Primavera Árabe” o un movimiento de masas para derrocarlos y, en el caso de Arabia Saudita, para desarrollar su programa nuclear.
Las relaciones se enfriaron después del “giro hacia Asia” del presidente Barack Obama que señalaba un alejamiento del Medio Oriente. Su negativa a respaldar al presidente de Egipto, Hosni Mubarak, durante las protestas masivas que derribaron su gobierno en 2011 y que amenazaron a los clientes saudíes en Baréin y Yemen confirmó su visión de que EE.UU. se había convertido en un aliado poco fiable. Las relaciones se tensaron más después de que Washington firmó los acuerdos nucleares de 2015 con Irán, a quien Riad y Abu Dhabi acusaron de apoyar a los rebeldes hutíes que derrocaron al gobierno títere de Riad en Yemen en 2015. Riad se enfureció aún más por la inacción de EE.UU. frente a los ataques con misiles de los rebeldes hutíes en Yemen, terminando el apoyo militar para su guerra en Yemen, limitando las ventas de armas y no respondiendo a las peticiones saudíes de asistencia para iniciar un programa nuclear civil.
La desastrosa retirada de las tropas de EE.UU. de Afganistán en 2021 reforzó su visión de una EE.UU. en declive y poco fiable. Respondieron negándose a aumentar la producción de petróleo y ayudar a bajar los precios del combustible a raíz de la guerra liderada por EE.UU./OTAN contra Rusia en Ucrania.
China es muy consciente de cómo la guerra de EE.UU./OTAN en Libia en 2011 llevó a la pérdida de su inversión de 18.000 millones de dólares en ese país y a la evacuación de más de 35.000 de sus nacionales que trabajaban en proyectos de construcción allí. Ha comenzado a fortalecer su presencia política y diplomática en la región, abriendo nueve consulados en Arabia Saudita y Egipto. En 2022, celebró su primera Cumbre China-Estados Árabes, cuando el presidente Xi Jinping dijo que quería fortalecer la cooperación entre los ministerios de defensa chinos y árabes, incluyendo la realización de ejercicios militares conjuntos, cooperación antiterrorista e incluso entrenamiento de personal militar árabe. Esto sigue a la apertura de la primera base militar en el extranjero de China en 2017, en Yibuti, el puerto del Mar Rojo entre el Golfo de Adén y el Canal de Suez. Desde entonces, su armada ha aumentado sus escalas portuarias y ejercicios navales en la región, llevando a cabo ejercicios conjuntos con Arabia Saudita, Irán y Rusia.
En 2021, aprobó como “socios de diálogo” a Egipto, Qatar y Arabia Saudita, y luego, en 2022, a Baréin, Kuwait y los Emiratos Árabes Unidos en su Organización de Cooperación de Shanghái (OCS), establecida en 2001 por China y Rusia como un contrapeso a EE.UU. en Eurasia. Irán se unió como miembro de pleno derecho en 2023.
En marzo de 2023, Pekín negoció un acuerdo de reconciliación entre Arabia Saudita e Irán, lo que indica su creciente influencia económica sobre ambos países. Las dos potencias rivales habían estado involucradas en una feroz competencia por la influencia en todo el Medio Oriente, alimentando los conflictos de la región y empeorando la inestabilidad mientras los dos países respaldaban bloques de coalición rivales en Líbano y lados opuestos en las guerras en Yemen y Siria.
En la cumbre de agosto de 2023 en Sudáfrica de los BRICS—Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica—China impulsó la expansión del grupo para incluir a Argentina, Egipto, Irán, Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos, con otros por añadir más tarde.
Esfuerzos de China para construir redes financieras
Una característica significativa de todas estas reuniones fueron las discusiones sobre el uso del yuan y las monedas locales en el comercio, incluyendo la fijación de algunos precios del petróleo a China en yuanes. Tal movimiento socavaría el papel del dólar en el mercado global del petróleo. Según un acuerdo de 1974 entre EE.UU. y Arabia Saudita, todas las ventas de petróleo en cualquier parte del mundo se llevan a cabo en dólares, reciclados de vuelta a EE.UU. y en menor medida a Gran Bretaña como reservas soberanas en retorno por apoyo militar y seguridad bajo lo que se conoce como el sistema de petrodólares.
El sistema de petrodólares ha sustentado el sistema financiero estadounidense, permitiéndole financiar sus crecientes deudas—EE.UU. es la mayor nación deudora del mundo—y el estatus del dólar como moneda de reserva mundial. Mientras EE.UU. representa alrededor del 20 por ciento del PIB global, casi el 90 por ciento de las transacciones de divisas internacionales y el 60 por ciento de las reservas de divisas se encuentran en dólares.
Pero la inversión extranjera ya no financia la deuda estadounidense en la misma medida que antes. Desde la crisis financiera de 2008 y más recientemente la crisis pandémica, la Reserva Federal ha buscado proteger los mercados financieros con flexibilización cuantitativa y ha comprado la deuda estadounidense. Como resultado, las tenencias de bonos del Tesoro de EE.UU. por bancos centrales extranjeros e inversores extranjeros han caído a solo el 14 por ciento de la deuda pública total de EE.UU., bajando desde el 25 por ciento antes de la pandemia y un récord del 40 por ciento en 2008.
El uso del yuan para el comercio de gas y petróleo es aún minúsculo. Pero las preocupaciones sobre posibles sanciones occidentales, particularmente la congelación liderada por EE.UU. de activos en dólares por valor de 300.000 millones de dólares del banco central ruso, en su mayoría retenidos en el sistema bancario europeo, junto con otras sanciones financieras, están impulsando esfuerzos para limitar la dominación financiera de EE.UU., incluidas las transacciones digitales en yuanes.
La perspectiva de que Riad y/o Abu Dhabi cambien al yuan es totalmente inaceptable para Washington. Socavaría significativamente el sistema basado en el dólar, siguiendo los intentos de Rusia e Irán de efectuar pagos en diferentes monedas bajo la presión de las sanciones de EE.UU. Los esfuerzos de Iraq por evitar sanciones vendiendo su petróleo en euros fue uno de los factores que llevaron a la administración Bush a declarar la guerra a Iraq en 2003, a pesar de la oposición de las potencias europeas.
Si tiene éxito, dividiría el comercio internacional y las cadenas de suministro globales en bloques comerciales en competencia y significaría un retorno—pero a un nivel mucho más alto—a los tipos de conflicto que fracturaron el mercado mundial en los años 30 y que las instituciones establecidas en el período de posguerra, comenzando con el Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio (GATT), el predecesor de la Organización Mundial del Comercio, se propusieron prevenir.
Las perspectivas económicas deterioradas para la economía mundial están fomentando la guerra económica e incrementan la posibilidad de que esto conduzca a un conflicto militar. EE.UU. ve una guerra contra Irán y sus aliados como un medio de privar a China de su acceso a suministros de petróleo y gas, así como restringir las inversiones de Pekín en la región, sobre todo sus planes para la digitalización de las economías del Golfo, dado su significado estratégico para la economía china. Sería un trampolín hacia un conflicto mucho más mortal con China que los estrategas de guerra de EE.UU. están preparando y planeando activamente, a espaldas de la población.
(Artículo publicado originalmente en inglés el 26 de agosto de 2024)