El maíz: la ciencia devela la barbarie del norte

Víctor M. Toledo                                                                                                                                                                                 02/07/24
La ciencia como forma de conocimiento ha tenido cuatro fases mayores. La fundación en el siglo XVII, cuando se iniciaron las primeras sociedades científicas en Inglaterra y Francia; una época de oro en el siglo XIX con grandes pensadores; una fase explosiva durante el siglo XX, y una etapa de sacudimiento profundo que ha dado lugar a una revolución epistemológica y ética durante las últimas cinco o seis décadas. Hacia 2015 la Unesco estimó en 8 millones el número de científicos laborando en el mundo y miles de instituciones académicas, universidades y tecnológicos. Esta explosión dio lugar a investigaciones cada vez más especializadas que fraccionaron la realidad a un grado extremo. Ante ello dos contracorrientes cuestionaron esa tendencia dominante: el pensamiento complejo y el pensamiento crítico. El primero buscando la integración del conocimiento; el segundo su involucramiento con los derechos humanos. Hoy, contamos ya con una nueva ciencia compleja y crítica que ha levantado un nuevo paradigma basado en el conocimiento integrador, interdisciplinario, transdisciplinario y emancipador y que trabaja en colectivos a la manera de una orquesta en que la sinfonía toma la forma de conocimiento. Esta ciencia se ha vuelto subversiva.
Los dos ejemplos más notables son el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés) creado en 1988 para facilitar evaluaciones integrales del estado de los conocimientos científicos, técnicos y socioeconómicos sobre el cambio o caos climático, sus causas, posibles repercusiones y estrategias de respuesta; y el Laboratorio de Desigualdad Mundial, de París, Francia, centro de investigación internacional económica y social, fundado y dirigido por Thomas Piketty, que reúne el trabajo de más de 100 investigadores de casi 70 países, y que publica una impresionante base de datos y un informe sobre desigualdad social. Esta nueva ciencia ha dejado al descubierto dos realidades de la modernidad industrial, tecnocrática, capitalista y patriarcal: el desequilibrio ecológico de escala global representada por la crisis o caos climáticos y la mayor desigualdad social de toda la historia de la humanidad.

En México, el sistema de universidades públicas federales, estatales y tecnológicas, que no ha dejado de crecer en las últimas décadas, y varias privadas como las universidades iberoamericanas, no han sido ajenas a esta nueva corriente de la ciencia. El número creciente de estudios sobre el tema alimentario deja claro que en el país existen tres maneras de producir alimentos: la tradicional o campesina, la moderna o agroindustrial y la agroecológica, y que en el actual debate diplomático sobre la entrada del maíz transgénico y su agente cancerígeno (el glifosato), los gobiernos de Estados Unidos y Canadá en realidad responden a los intereses de las cinco mayores corporaciones alimentarias del mundo. Los gobiernos del norte defienden un proyecto agroindustrial de producción de alimentos basado en el agronegocio, el monocultivo, la contaminación genética y química, el acaparamiento y sobrexplotación del agua, la petroagricultura y el caos climático, pues entre 25 y 30 por ciento de los gases de efecto invernadero provienen de este modelo.

Ante ello, el gobierno de la Cuarta Transformación ha adoptado el reconocimiento y apoyo a la soberanía alimentaria, la agricultura tradicional y campesina y su transición hacia prácticas agroecológicas. En el caso del maíz, estamos pues frente a una negociación esencialmente moral, no reducida a lo económico. Pero, además, México ha demostrado con rigor y evidencia que sus restricciones al maíz transgénico y al glifosato son legales bajo el T-MEC, y que no impactan significativamente a los exportadores de maíz estadunidenses, y ha dejado claro por cientos de estudios revisados por pares del alto riesgo para la salud humana y el ambiente de ambos agentes (https://acortar.link/uK3QWy).

En esta perspectiva, el gobierno mexicano debe negociar dotado de una gran fortaleza. En última instancia listo a llamar a las 455 mil familias del Programa Sembrando Vida de más de mil municipios, o a los 400 mil productores del Programa Agricultura para el Bienestar de las 4 mil 700 escuelas del Campo, o a los miles de investigadores y profesores universitarios del país que practican una ciencia con compromiso social y ambiental. Los resultados de la elección del 2 de junio respaldan a este y al próximo gobierno. En la defensa del maíz, el gobierno de México defiende un proyecto humanitario, ambiental, biológico y genético por una alimentación sana y nutritiva frente a un proyecto depredador. La ciencia ha develado la barbarie del norte.

https://www.jornada.com.mx/2024/07/02/opinion/012a2pol

 

 

 

 

 

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