Anaximandro Pérez
CEMEES
Julio 2024
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Preámbulo
El “levantamiento popular”, concepto para la práctica que nació de la reflexión sobre las experiencias revolucionarias de Occidente, ha sido un elemento importante en el pensamiento marxista. Concretamente en cuanto a que éste se ha interesado en los medios organizativos en manos de los débiles o de los oprimidos para contestar la violencia del Estado, para responder a guerras de ejércitos enemigos en épocas revolucionarias, así como para rechazar a grandes potencias en el marco de tentativas imperialistas por el control de territorios determinados. Este ensayo, que será publicado por entregas, pretende hacer una presentación sucinta de las características originarias del concepto, hablar sobre su empleo en la producción de algunos autores marxistas, considerar cómo fue proyectado en documentos del marxismo pensados para la práctica en contextos de violencia y ponderar cuáles pueden ser los límites de su empleo en las circunstancias actuales.
La rebelión como “medio de lucha”. La formulación clásica
Visto literalmente, el concepto de “levantamiento popular” evoca inconformidad, protesta, rebelión armada. Aún más, trae a la memoria episodios de rebelión generalizada de los pueblos contra un invasor, o situaciones revolucionarias donde varios sectores de una población nacional buscan destruir un régimen nocivo. Pues bien, el concepto es sinónimo de todo eso. Se trata del alzamiento, generalmente espontáneo, de las masas en contra de una entidad “nacional” o extranjera que molesta sus intereses, es decir, de una situación tan vieja como la historia misma.
No obstante, su nacimiento como concepto proyectado para una práctica sistemática de violencia puede localizarse en un tiempo muy agitado en Occidente, con innumerables revoluciones, guerras civiles, guerras entre naciones e invasiones imperialistas. Me refiero al tránsito del siglo XVIII al XIX, marcado especialmente por las “Guerras Francesas” de la Revolución de 1789 y el Imperio de Napoleón. Esto es, el periodo en que se popularizó la pequeña guerra, guerra partisana o guerra de guerrillas, un recurso táctico de uso históricamente común –aunque no exclusivo– en la dirección y disposición de la violencia desplegada por los débiles o por combatientes con recursos muy limitados.[1]
Cuando se habla de guerrilla o partida, en tanto que unidad guerrera, se hace casi siempre referencia a un grupo compacto de combatientes altamente móvil. En cambio, la guerrilla concebida como forma de combate implica el despliegue de uno o varios de esos grupos de partisanos en un área determinada, generalmente de difícil acceso, lo cual facilita hostilizar a un enemigo sin ser sentido ni alcanzado. Esta forma de guerrear puede ser muy efectiva; también puede ahorrar recursos humanos y suministros a los guerrilleros.[2] Por esos motivos, durante el periodo de las Guerras Francesas la violencia partisana fue empleada en las retaguardias por las infanterías y caballerías ligeras de los ejércitos profesionales, pero sobre todo la utilizaron los insurgentes de distintas latitudes. Los colonos norteamericanos, los revolucionarios de Francia, los pueblos que se levantaron contra Napoleón en Europa, los rebeldes de las colonias hispanoamericanas, entre otros: todos ellos tuvieron a la guerra de guerrillas como el dispositivo fundamental de sus rebeliones.
Estos fueron esfuerzos de carácter significativamente popular. En el viejo mundo europeo, los vecinos de pueblos y ciudades, así como militares de ejércitos dispersos en los países en guerra se organizaban en pequeños grupos para expulsar de sus tierras a fuerzas superiores, con más hombres y más recursos, como la Grande Armée napoleónica. Sus triunfos y sus fracasos, registrados en muchos testimonios de la época, causaron una honda impresión en la cultura occidental que sobrevive hasta el día de hoy. De la misma manera, algunos observadores contemporáneos reflexionaron en torno al fenómeno guerrillero, y esto condujo a la primera conceptualización contemporánea del levantamiento popular en tanto que medio para luchar. Puede leerse en un pequeño pasaje del trabajo De la guerra, escrito por el oficial del ejército prusiano Carl von Clausewitz (1780-1831) y publicado post mortem, por su esposa, en 1832.[3]
El autor ofrece una síntesis bastante clara del problema. Presupone que la rebelión de los pueblos, como fenómeno, no era cosa nueva; pero reconoce varios factores que le dieron especial fuerza en el periodo de las revoluciones. En aquellos días, señala el autor, el ejercicio de la guerra había adquirido cualidades especiales debido al crecimiento exponencial de los elementos y alcances de la violencia en Europa y esto permeaba hacia los movimientos populares insurrectos. Los ejércitos eran más grandes que otrora y, por lo tanto, necesitaban más recursos para moverse; las efusiones de sangre parecían no tener límites, pues se habían perfeccionado las armas, los fines estratégicos tendían hacia la supresión de naciones enteras y los objetivos tácticos de las fuerzas armadas se cernían por igual sobre poblaciones extranjeras y sobre connacionales. De la misma manera, gente que antaño no solía combatir, ahora estaba obligada a defender personalmente, con sus propios medios, sus terruños y sus vidas. Así, entonces, Clausewitz considera en términos muy amplios, que la rebelión es un esfuerzo, digamos, “aborigen” en contra de una fuerza superior opresora que busca imponer su voluntad sobre un espacio determinado, pero su análisis ubica el levantamiento popular en circunstancias concretas, en su tiempo y, señaladamente, en un escenario de invasión u ocupación de un ejército sobre un territorio o país ajeno.[4]
Esta caracterización concreta del concepto parte de determinaciones espaciales y de las necesidades, así como de las posibilidades estratégicas, que podía implicar el despliegue de un esfuerzo guerrero popular. Respecto de lo primero, el autor reconoce que la naturaleza de un levantamiento popular de su época está regida por la superficie; entre más grande sea ésta, dice, mayor puede ser el impacto de una guerra popular. Esto quiere decir, en términos prácticos, que en cuanto mayor sea el área abarcada por las guerrillas, mayor será el espacio sobre la cual el ejército invasor tendría que extender sus tropas, dividirse para perseguir a los guerrilleros y desplegar sus recursos. En una palabra, el desgaste de las fuerzas enemigas será importante.[5]
Como ejercicio imaginario, bajo esos supuestos, digamos que si los españoles alzados contra el ejército invasor de Napoleón entre 1808-1814 deseaban prosperar, era necesario que sus grupos partisanos se extendieran sobre lo más posible del territorio hispano de la península ibérica (más de 500 mil km2), que se ganaran el apoyo de los pueblos, involucrándolos en las guerrillas y obligando a los ejércitos de Francia a distribuir sus tropas para intentar apagar las llamas insurreccionales. Los franceses se verían reducidos a las fatigas de cruzar los accidentes geográficos de ese espacio y de enfrentar a partidas patriotas altamente móviles en cada pueblo, bosque o camino por los que desearan pasar. Por lo contrario, el fracaso de España sería más probable si sus esfuerzos hubieran estado concentrados en una región menos inabarcable, como Andalucía con sus 88 mil km2; en este caso, todas o una parte significativa de las fuerzas francesas habrían podido concentrarse para exterminar a los rebeldes andaluces con menos dificultades.
Pero, respecto a las necesidades y posibilidades estratégicas del levantamiento popular, Clausewitz agrega algunos elementos más. Propone que el éxito del alzamiento de los pueblos dependía de una dirección acertada, que se lograría a través de la colaboración estrecha de los insurrectos con el ejército regular (en el caso supracitado, el ejército profesional español), así como de cinco condiciones de carácter prácticamente indispensable: 1) “que la guerra se libre en el interior del país”, 2) “que no se decida por una única catástrofe”, 3) “que el teatro bélico [esto es, el espacio en que tienen lugar los enfrentamientos] alcance un trecho considerable de país”, 4) “que el carácter popular apoye la medida” y 5) “que el país sea muy accidentado e inaccesible, bien debido a montañas, a bosques o a pantanos, o a la naturaleza del cultivo del suelo”.[6]
De esa manera, el autor supone que una dirección bien preparada para la guerra, como un ejército, es mejor que una dirección erigida “en caliente”, en medio de las circunstancias, como lo sería por ejemplo la dirección de líderes populares que sólo tomaron las armas y se pusieron al frente de una guerrilla en cuanto se sintieron afectados por el invasor. Tener o procurar la dirección de la guerra popular en sus manos, permitiría desempeñar al menos tres tareas importantes al ejército regular: 1) coordinar los movimientos de los rebeldes populares para hostilizar eficazmente al enemigo sin grandes pérdidas; 2) enfrentar, en tanto que ejército profesionalizado, a las tropas profesionales enemigas en sus puntos más fuertes en cuanto sea oportuno, y 3) promover o alentar la resistencia popular contra el invasor, integrando algunos militares en las unidades de vecinos armados para animar la resistencia.[7] Por otro lado, las cinco condiciones que propone se explican por sí mismas, y en realidad no podía ser de otra manera bajo la premisa de una ocupación militar extranjera sobre un territorio en el marco de esas Guerras Francesas. Evocan principalmente escenarios europeos de las guerras de Napoleón como España, el Tirol, Italia e, incluso, el esfuerzo del imperio ruso contra la Grande Armée, cuyos territorios accidentados u hostiles y su gente dispuesta, permitieron resistencias populares prolongadas en contra de los ejércitos invasores.[8]
Ahora bien, visto superficialmente todo lo anterior, podría parecer que Clausewitz intentaba producir fórmulas a seguir; concretamente, su exposición podría sugerir una guía para conducir a buen fin una rebelión popular. Sin embargo, no es más que un ejercicio de abstracción, cuyos elementos, tal como están, sólo pueden resultar practicables en circunstancias “ideales”. El propio autor reconoce con humildad que su propuesta era “más un pálpito de la verdad que un análisis objetivo” en la medida en que aún no conocía todas las sublevaciones populares de sus tiempos; ni siquiera tuvo a su alcance las características del desarrollo de los levantamientos europeos.[9] En ese sentido, algunos historiadores han demostrado que, si bien existieron circunstancias como las que expone Clausewitz en escenarios como Haití, España, Calabria y el Tirol, los resultados de los esfuerzos populares fueron muy distintos, pues quedaron condicionados también por otros elementos culturales, sociales, económicos, etc., característicos de cada lugar.[10]
El caso de España es especialmente discutido entre los estudiosos del asunto. Mientras algunos académicos –como John L. Tone– señalan los éxitos del esfuerzo guerrillero en las provincias de la península ibérica, gracias a que los partisanos ganaron la colaboración de buena parte de la población, sembrando de manera muy efectiva el terror y la incertidumbre en el seno de las tropas de Napoleón y destruyendo tentativas de establecer gobiernos franceses en regiones como Navarra (por ejemplo),[11] otros –como Charles J. Esdaile– hablan de una gran desorganización en la dirección de las operaciones guerrilleras, un caos organizativo que causaba el descontento de los vecinos. Algunos pueblos veían a los partisanos como bandidos en la medida en que muchas veces asaltaban los vecindarios para apropiarse de bienes y personas ajenas, y el propio duque de Wellington (jefe del ejército inglés que colaboró sobremanera a la expulsión de los franceses de España) habría considerado como asunto complicado el establecimiento de una dirección precisa sobre las guerrillas populares.[12] En cambio, hay trabajos que demuestran que la represión contraguerrillera francesa fue efectiva en algunos escenarios en que los invasores supieron explotar, entre otras cosas, las facilidades tácticas de la Grande Armée, las habilidades policiacas de la gendarmería francesa, el descontento de la población, así como la colaboración de los vecinos ya de manera voluntaria, ya por la fuerza (a través de la amenaza de represión, muerte o la tortura).[13]
En todo caso, esas circunstancias desconocidas para Clausewitz no le impidieron reconocer acertadamente que el levantamiento popular, en tanto que medio para la lucha (como él lo concibió), no constituía un dispositivo bélico infalible. Al contrario, estaba sujeto a muchas variables que podían conducir a su fracaso total. Entre otras cosas porque, por ejemplo, un campesino con armas o, incluso, un grupo de campesinos armados no tenía punto de comparación y difícilmente podría medirse de igual a igual con un soldado o un grupo de soldados, es decir, con un conjunto de conocedores de las artes de matar gente. Ciertamente, también señalaba que los hombres de las guerrillas tenían la ventaja de ser difíciles de atrapar, en tanto que huyen en desorden y, como conocen el territorio, pueden reunirse sin peligro posteriormente; mientras que los soldados profesionales se retiraban con cierto orden, lo cual los hacía distinguibles y facilitaba su persecución. No obstante, por esto mismo, y por su inexperiencia en la matazón, el autor consideraba que las labores de los grupos de combatientes populares debían procurarse en donde nacían de hecho en aquella época: esto es, en los márgenes de los espacios ocupados por el ejército profesional enemigo. También encontraba que sus movimientos debían ser constantes, evitando estacionarse en una sola posición donde los enemigos pudieran destruirlos, y, en suma, de los hechos que conoció deducía que sus labores de los guerrilleros habrían de constituir sobre todo un auxilio de las operaciones del ejército regular nacional, quien asumía normalmente el principal peso de la violencia armada.[14]
Esa es la formulación clásica del concepto que aquí me ocupa. Para recapitular, cabe destacar varios elementos importantes que después serán útiles, pues pueden proyectarse o pueden localizarse en los análisis de algunos autores marxistas que me interesan. 1) Un levantamiento popular está ligado directamente a la superficie, de manera que, entre más amplio y continuo sea su espectro sobre un espacio determinado, mayores son sus posibilidades de éxito. 2) La rebelión de los pueblos como medio de lucha requiere una dirección preparada para encauzar la violencia popular de manera adecuada. En este caso, el ejército regular que combate directamente al enemigo promueve, impulsa, coordina, dirige, etc., de manera simultánea, el esfuerzo auxiliar de los combatientes populares. 3) Los pueblos deben estar dispuestos a combatir y las condiciones materiales de la guerra deben permitir su involucramiento en el conflicto. 4) A pesar de que todo lo anterior esté dado, pueden existir factores imponderables que lleven a resultados distintos de los que podrían esperarse, según puede verse en los escenarios de la época de Clausewitz.
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Notas:
[1] La guerra en pequeño también es tan antigua como la historia escrita. Sin embargo, los términos con que se le refiere hoy son de origen español: guerrilla, partida o sus derivados, como guerrillas, guerra partisana, guerrilleros y partisanos, y se difundieron por todo el mundo a raíz de la popularidad de las guerrillas que combatieron a Napoleón en España durante 1808-1814. Cfr con Ian W. Becket, Modern Insurgencies and Counter-Insurgencies. Guerrillas and their Opponents since 1750, New York, Routledge, 2001, pp. 1-21.
[2] Clément Thibaud, Républiques en armes. Les armées de Bolivar dans les guerres d’indépendance du Venezuela et de la Colombie, Rennes, Presses Universitaires de Rennes, 2006, pp. 205-209 y John Lawrence Tone, “Small Wars and Guerrilla Fighting”, en Bruno Colson y Alexander Mikaberidze (eds.) The Cambridge History of Napoleonic Wars, vol. II, Fighting the Napoleonic Wars, Cambridge, Cambridge University Press, 2023 pp. 47-64
[3] Empleo la edición española de Carl von Clausewitz, De la guerra, Madrid, La esfera de los libros, 2005.
[4] Es decir, en los escenarios que él pudo conocer, directa o indirectamente, en la Europa dominada por el Imperio francés.
[5] Clausewitz, De la guerra, op. cit., 511.
[6] Ibidem.
[7] Ibidem, pp. 513-514.
[8] El escenario ruso lo conoció el autor cuando sirvió al Zar en 1812, aunque es prácticamente seguro que Clausewitz, siendo alemán, no participó en las operaciones partisanas del ejército zarista.
[9] Clausewitz, De la guerra, p. 515.
[10] El trabajo más reciente en este sentido podría ser en de J. L. Tone, “Small wars”, en Colson y Mikaberidze op. cit., pp. 61-64.
[11] Cfr. con J. L. Tone, La guerrilla española y la derrota de Napoleón, Madrid, Alianza editorial, 1999.
[12] Cfr. con Charles J. Esdaile, Fighting Napoleon: Guerrillas, Bandits and Adventurers in Spain, 1808-1814, New Heaven, Yale University press, 2004.
[13] Cfr. con Gildas Lepetit, Saisir l’insaisissable. Gendarmerie et contre-guérilla en Espagne au temps de Napoléon, Rennes y Paris, Presses Universitaires de Rennes/ Service Historique de la Défense, 2015.
[14] Clausewitz, De la guerra, op. cit., pp.512-516.
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Referencias
Becket, Ian W., Modern Insurgencies and Counter-Insurgencies. Guerrillas and their Opponents since 1750, New York, Routledge, 2001.
Clausewitz, Carl von, De la guerra, Madrid, La esfera de los libros, 2005.
Esdaile, Charles J. Fighting Napoleon: Guerrillas, Bandits and Adventurers in Spain, 1808-1814, New Heaven, Yale University press, 2004.
Lepetit, Gildas, Saisir l’insaisissable. Gendarmerie et contre-guérilla en Espagne au temps de Napoléon, Rennes y Paris, Presses Universitaires de Rennes/ Service Historique de la Défense, 2015.
Thibaud, Clément, Républiques en armes. Les armées de Bolivar dans les guerres d’indépendance du Venezuela et de la Colombie, Rennes, Presses Universitaires de Rennes, 2006.
Tone, John Lawrence, “Small Wars and Guerrilla Fighting”, en Bruno Colson y Alexander Mikaberidze (eds.) The Cambridge History of Napoleonic Wars, vol. II, Fighting the Napoleonic Wars, Cambridge, Cambridge University Press, 2023.
Tone, John Lawrence, La guerrilla española y la derrota de Napoleón, Madrid, Alianza editorial, 1999.