El Sudamericano 07/02/25
(1983)
De Marx al marxismo en América latina, pp.13-16. Editorial Itaca. México. 1999.
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Desde su juventud a su madurez se abre paso a lo largo de la obra y la vida de Marx, como un nítido hilo conductor, su proyecto de transformación radical de la sociedad.
Este proyecto, que enlaza con viejos sueños de amplios sectores de la humanidad, determina no solo el carácter practico de su pensamiento sino también su filo critico y su afán de racionalidad. Como crítica del presente justifica la necesidad de esa transformación en tanto que por su racionalidad trata de fundamentar la acción transformadora. Pero la crítica no sólo alcanza a la realidad social sino también a las ideas que, al tender un confuso velo sobre ella, imitan, desvían o anulan esa acción. Este velo ideológico se teje, sobre todo, con los hilos de la especulación. De ahí la presencia obstinada y la preeminencia en el quehacer teórico del joven Marx, de la batalla abierta contra la filosofía especulativa.
La especulación que le inquieta no es sólo la que se cifra en la actividad de un pensamiento que, de espaldas a la acción “se limita a interpretar el mundo”, también en el bullir del “arma de la crítica” que se cree autosuficiente para transformar lo real. Por ello, el blanco de la critica del joven Marx no es sólo Hegel sino los discípulos de este pensador (los “teólogos críticos”) que, en ese plano abstracto, especulativo, quisieran superar a su maestro.
Ahora bien, si la especulación consiste ante todo en la disolución de lo real en el pensamiento o en tratar al hombre real como una abstracción la filosofía idealista hegeliana, que hace de la historia humana la historia del Espíritu, es, en definitiva, la filosofía especulativa sin más.
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EL IDEALISMO ESPECULATIVO DEL JOVEN MARX
Semejante filosofía no sólo escamotea la verdadera realidad humana sino que, al mistificarla, cierra los ojos a la necesidad de su transformación. De ahí el tenaz y obsesivo ajuste de cuentas con ella que el joven Marx lleva a cabo a tambor batiente en su Crítica de la filosofía del derecho de Hegel (1843), prosigue en los Manuscritos económico-filosóficos de 1844 y extiende a los neohegelianos en La Sagrada Familia (1845), sin que el fuego crítico se apague por completo en su obra posterior La crítica de la filosofía especulativa hegeliana se convierte, para Marx, por razones prácticas, en una exigencia teórica. Al reducir toda realidad a pensamiento, esta filosofía se concilia con el mundo tal como es arrincona las revoluciones en la esfera de “impaciencia subjetiva” y descalifica así todo empeño por transformar radical y prácticamente la realidad. El filósofo –Hegel, como su encarnación más plena y ambiciosa– es por ello, para el joven Marx, “la forma abstracta del hombre enajenado” que, en su soberbia –como diría Gaos– pretende erigir su filosofía en “la pauta del hombre enajenado”.
Marx trata de rescatar de la especulación al hombre real, y en esta empresa se apoya en Feuerbach, aunque este no haya podido saltar con su antropología la barrera especulativa. Así, pues lo que está en juego en la obra juvenil de Marx es la concepción del hombre real que la especulación hegeliana y neohegeliana ha disuelto en la abstracción. Los Manuscritos del 44 proponen una concepción en la que el hombre se caracteriza por su autosuficiencia y autonomía, su objetivación y exteriorización como ser genérico, su vida productiva (el trabajo) como actividad vital, su cualidad social y su ser universal, libre y total. Y todo ello en el proceso de su autoproducción, es decir, como ser histórico.
Ahora bien, esta antropología marxiana no deja de mostrar rasgos especulativos, ya que en ella la esencia humana queda separada de la existencia real como la esencia de un hombre inexistente aún y, por tanto, ideal, aunque la historia –escenario de su pérdida– haya de ser necesariamente, en el futuro (en el comunismo), el escenario de su recuperación, o sea, de la unidad de la esencia y la existencia humana. Al presentar el joven Marx semejante concepción antropológica del hombre, sucumbe también a la especulación. Esto es cierto, pero asimismo lo es que en los Manuscritos del 44 se apunta una concepción histórica y social del hombre, justamente la que se abre paso desde textos todavía juveniles (Tesis sobre Feuerbach y La ideología alemana) hasta sus obras de madurez.
La crítica de la filosofía especulativa lleva asi, finalmente, al joven Marx al descubrimiento de que la esencia humana sólo se da en la existencia real, en las formas históricas concretas en que se manifiesta y en las relaciones sociales que la producen. Pero descubrir esto significa a la vez, para él, que la filosofía, para no ser especulativa, tiene que dejar paso a la teoría de las formas históricas y de las relaciones sociales que permiten integrarla en la praxis, o sea, en el proceso de transformación de la realidad.