El fin del antisemitismo

Hermann Bellinghausen
¿Puede la abundancia de mentiras anular una verdad como el Holocausto judío efectuado por los nazis? Hoy, con la destrucción de Gaza, los bombardeos brutales sobre Líbano y la reocupación violenta de Cisjordania por parte de Israel, parece que la coartada perdió validez y el prestigio moral de las otrora víctimas alcanzó su grado cero. O peor, ya forman par con sus odiosos verdugos de ayer. Se han convertido en autores de un genocidio con todas sus letras. Mahmoud Darwish, en su portentosa narración del bombardeo de 1982 sobre Beirut (Memorias para el olvido)emplea tres expresiones de total actualidad: La Leyenda, Profeta de la Muerte y Guardián de la Leyenda, con referencia, respectivamente, a Israel (los palestinos han recibido como desgracia la imposición del legendario pueblo bíblico), al ministro de Defensa de Israel (entonces Ariel Sharon, ahora Yoavh Gallant) y al primer ministro (entonces el ex terrorista Manajem Begin, ahora Benjamin Netanyahu, ídolo de los poderes de Occidente).

Darwish se esforzó toda su vida por no odiar a Israel y honrar a sus numerosos amigos y admiradores judíos. Sólo un humanismo tan arraigado y heroico como el suyo podía permitirle tal hazaña. Hoy resulta imposible ser palestino y no odiar a Israel. Y a eso los medios occidentales lo llaman cínicamente antisemitismo. Como señala Enzo Traverso al comentar la revuelta universitaria en Estados Unidos contra la invasión y la complicidad de las propias universidades, si contra la guerra de Vietnam los que protestaban eran tildados de comunistas y totalitarios, ahora les dicen antisemitas y emplean tácticas goebbelianas para delatar a tan temibles enemigos del mundo libre, exhibiendo sus rostros en grandes mantas sobre ruedas en las calles de Nueva York y otras sedes de saber académico.

La realidad es que el antisemitismo se ha convertido en un arma, escribe Traverso (Gaza ante la historia, Akal, 2024). Al equiparar antisionismo y antisemitismo se matan tres pájaros de un tiro: el anticolonialismo, el antirracismo y el anticonformismo. Al retratar el actual movimiento contra la guerra en Gaza en el primer mundo, Traverso encuentra otros actores claves: los jóvenes de origen poscolonial nacidos en Europa o América, los afroestadunidenses que se identifican con la resistencia anticolonial heredera del antiapartheid en Sudáfrica, y por último los jóvenes que reviven una tradición universalista e internacionalista específicamente judía, una tradición que siempre se ha manifestado al margen del sionismo, cuando no en contra de él.

Historiador siempre incómodo, Traverso recuerda que en 1933 antisemitas y sionistas llegaron a un acuerdo, cuando el gobierno nazi, un banco británico y la federación sionista alemana firmaron el Acuerdo Haavara, que favorecía el traslado de judíos a Palestina. El acuerdo naufragó, pues los nazis querían deshacerse de los judíos, pero no la creación de un gobierno judío, mientras el mundo libre veía mal el antisemitismo alemán y buscaba un boicot económico al Tercer Reich.

La situación ha cambiado, principalmente porque la derecha conservadora, incluso la extrema derecha, se han convertido en ardientes defensores del sionismo, al considerar que los inmigrantes árabes y musulmanes funcionan mucho mejor que los judíos como chivos expiatorios.

Más allá de epítetos sionistas como auto odio judío (o en términos de Isaac Deustcher, judíos no judíos, suerte de herejes que participan en la tradición judía pero la trascienden), la modernidad judía y su final histórico al crearse el Estado reaccionario de Israel, ya analizado en otros libros de Traverso, busca respirar en su oposición a la guerra de Netanyahu y en general a la persecución de los palestinos donde se hallen (incluyendo Líbano y Siria).

La inocencia de Israel estaría inscrita en su código genético, ironiza Traverso. Como sucede bajo todos los regímenes fundamentalistas con amplias bases de súbditos, la fe implica a veces la negación de la realidad. El antiorientalismo ha cambiado el signo de la mitología sionista. Varias son sus mentiras: antisionismo equivale a antisemitismo, Israel es la única víctima que importa y el anticolonialismo ha revelado finalmente su matriz antioccidental y antisemita.

En un comentario del poeta israelí Moshen Emadi a la obra de Yehuda Amijai, poeta mayor en lengua hebrea (¿Y si los poetas matan?, en La Otra, Revista de Poesía), enfrenta los ocultamientos y las mitificaciones de un judío que participó como soldado en la masacre de Deir Yasin en 1948 y luego idilizó en su obra la inmanencia de Israel. En el mustio poema No sé si la historia vuelve, Emadi encuentra que “la limpieza étnica y la matanza se describen de forma suplantada… a través de una catástrofe natural, oscureciendo así la acción humana. La estrategia retórica de simplificación, sentimentalismo y embellecimiento se basa en irresponsabilidad, hipocresía y cobardía. No es un Aquiles que mata a Héctor, es un asesino que intenta asumir parte de la condición de víctima del asesinado”. El propio Darwish, al hablar de Amijai, decía que utiliza el paisaje y la historia para su propio beneficio, basándose en mi identidad destruida.

https://www.jornada.com.mx/2024/10/21/opinion/a04a1cul

 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *