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Cuando Pablo Iglesias y Podemos aparecieron en la escena política del bienio 2014-2015, la calle era un polvorín. Los bancos estaban mal vistos, era noticia que la gente se concentrara en las casas de los políticos del PP a escupirles y a pesar de que la policía se empleaba a fondo, ésta también cobraba de vez en cuando.
Y como por arte de magia surgió una nueva formación política que en pocas semanas tuvo conexión directa con los platós de televisión y se decía «heredera del 15-M», aunque nadie la conociera. Al igual que ahora lo reivindica el presidente argentino Javier Milei (otro producto de entretenimiento), Podemos también luchaba contra la casta, que no sabían muy bien qué era.
La ambigüedad en el lenguaje político es algo que se calcula de manera minuciosa, porque permite entretener a todos los públicos. Los «antipolíticos» pensarán que la casta son los políticos, «los anticapis» pensarán que la casta son los capitalistas, y así sucesivamente, contentando a todo el mundo.
Pero lo cierto es que Podemos sirvió para desactivar el polvorín callejero y generar un producto mediático que sirvió para que la población estuviera pendiente de un culebrón que estaba perdiendo audiencia. Mauricio Casals, presidente de Atresmedia y director de La Razón, llegó a jactarse de su papel en el ascenso de Podemos: «El sándwich al PSOE con La Sexta funciona de cine«. Ni 500 palabras más.
Y con el público entretenido se llegó al escenario actual: una economía donde semestralmente los datos de ganancias de las principales empresas del país no paran de crecer, y los bolsillos de la clase trabajadora no paran de vaciarse.
Porque de eso se trataba, de reforzar la audiencia del culebrón parlamentario mientras tras las cortina se elaboraban las leyes y reales decretos que cambiaban todo para que todo siguiera igual: vivienda, represión política, precariedad laboral, etc. El resultado de todo aquello es una economía dominada por los fondos de inversión, una política dirigida por las cuatro consultoras más grandes del mundo y una acción exterior que se dirige inevitablemente a la guerra.
Pero la temporada se agotó; algunos personajes que eran buenos, ahora son malos, o han defraudado al público. El guión decía que Pablo Iglesias moriría en un accidente electoral, y una actriz secundaria como Yolanda Díaz ahora desarrolló su propia secuela, llamada Sumar, que no ha captado la atención del público. Pero hay que renovar elenco y aportar nuevos personajes que reanimen a los televidentes.
Y en esto surge un antiguo figurante, proveniente de las filas de otra serie, llamada Ciudadanos, que tuvo pocas temporadas, y al igual que cuando va a salir un nuevo iPhone, las vallas publicitarias de las carreteras se llenan de cartelería que lo anuncia, todo el conglomerado mediático lo está vendiendo como «el malo», similar a la campaña de Narcos. Y el resultado de las elecciones europeas demuestra que la gente quiere conocerlo.
Pero el público debería hacer algo de memoria, y repasar el guión. Al igual que Podemos sirvió para que el PSOE siguiera haciendo y deshaciendo, Alvise se prepara para lo mismo, pero en el flanco derecho. Sus recurrentes llamamientos a una unión nacional con PP y VOX forman parte del espectáculo.
Alvise, que recibe información de inteligencia que ningún otro dirigente puede recibir (y que evidencia que tiene el apoyo lo que ahora se llaman las cloacas) sirvió para desactivar una protesta como la del campo, que podría haber puesto patas arriba la estructura económica del país por el carácter antimonopolista que tenía. Terminó convertida en un mero paseo de tractores enfundados en la bandera nacional. Y como producto pre televisivo (todavía no ha entrado en escena), necesita una serie de cuñas que sirvan al público para abrir boca.
Legitimar la violencia policial, poner el foco del desprecio en las mujeres o las personas migrantes, o el rentable cebo de la pequeña corrupción (olvidándose de la grande) son bocados que, al igual que pasó con Podemos, mantienen al público distraído.
Alvise no va a sacar a España de la Unión Europea, ni va a acabar con el Euro, ni contra la OTAN, ni se va a hacer amigo de Putin; tampoco va a hacer nada contra Pfizer ni contra ninguna farmacéutica. Es otro elaborado producto de marketing político que no debería ocupar ni un solo minuto en la acción y debate de ninguna organización que pretenda transformar la sociedad.