Junio 16, 2025

Por Mario Beltrán Cofundador de GatoEncerrado El Salvador.
Si tienes o has tenido la oportunidad de viajar a algún país de Latinoamérica y has necesitado de un servicio de taxis o Uber que te transporte de un lado a otro dentro de ese país, es probable que tu acento y tus palabras te delaten cuando inicies conversación con el motorista, revelando que no eres de ese país. Dirás que eres de El Salvador, y aquí vendrá la pregunta que casi todos los conductores hacen: ¿Cómo les va con Bukele? ¿Es verdad que acabó con la violencia y las maras en El Salvador?
En casi todos mis viajes de los últimos tres años —desde Argentina hasta Perú y Colombia, pasando por Centroamérica y parte de México— cuando les digo a los choferes de taxi o Uber que soy salvadoreño, puedo apostar a que me harán la misma pregunta. Lo irónico es que esa pregunta me la hacen a mí, periodista “incómodo”, “pagado por Soros” para imponer una “agenda global”, como nos señala el dictador que no le gusta rendir cuentas y que actúa con total impunidad y violando la Constitución.
Esa pregunta a veces es fastidiosa porque se intuye en el aire que lo único que esa persona ha visto de El Salvador de Bukele son las millonarias propagandas externas que hablan del CECOT (Centro de Confinamiento del Terrorismo) y de su régimen de excepción; se siente en la pregunta que el discurso populista y de matón alimenta la sed de venganza de pueblos latinoamericanos enteros, hartos de la corrupción y violencia de sus propios países, y ven en Bukele un caudillo a quien idealizar.
Si tuviera que asignar un porcentaje, un 85 % de quienes preguntan parecen necesitados de reforzar su amor por Bukele y su forma de gobierno. Y cuando doy las primeras respuestas que desdibujan a su líder favorito, se siente en el ambiente esa desazón de estar oyendo algo que no esperaban y que pinchan su burbuja de disonancia cognitiva. Se nota en su tono de voz que acaban de escuchar algo que no se alinea con sus creencias sobre Bukele.
Y yo, en mis adentros, después de horas de vuelo, me repito de nuevo: “tocará evangelizar a este prójimo”. Respiro, y ya tengo preparada una respuesta de cajón para la misma pregunta que se repite por América Latina y que solo cambia de acento. Mi respuesta diseñada inicia así: “Sí, es verdad que en El Salvador hay menos inseguridad causada por pandillas. Sin embargo, sigue habiendo violencia contra la mujer, violencia contra los pobres y contra quienes opinan diferente. Es verdad que Bukele acabó con las pandillas, pero también acabó con la democracia. Ese fue el precio”, les digo.
Y de nuevo, replantean otra pregunta, ansiosos de oír algo que refuerce sus creencias sobre el caudillo, diciendo cosas como “¿De qué sirve la democracia si están matando a mi familia, o no me dejan trabajar porque me extorsionan”? Repiten el mismo discurso autoritario de Bukele que ha logrado permear esta capa media baja no solo de El Salvador, sino de América Latina.
Hace poco un Uber de Costa Rica me dijo literalmente estas palabras, que son el calco de la retórica bukelista: “pero los defensores de derechos humanos nunca se han interesado por los derechos de las víctimas de las pandillas, de los violadores; o los derechos de quienes son extorsionados”, como si ese señor de piel morena, cabello cano y lentes bifocales, fuese un salvadoreño más que escucha a diario los despropósitos de Bukele.
Luego un Uber en Guatemala me insinuó que no vería mal sacrificar un poco de democracia, libertades y derechos humanos, a cambio de seguridad y paz, “como lo ha hecho Bukele con el CECOT y el régimen de excepción”. Se imaginarán mi mirada y mi asombro interno ante semejante necedad.
No obstante, cuando ya entro en modo debate, empiezo a argumentar que Bukele no logró su “milagro” siendo honesto. Les explico que su gobierno ha puesto la información pública bajo reserva. También, que investigaciones periodísticas demostraron que negoció con las pandillas y que liberó líderes criminales a cambio de beneficios electorales. Les cuento que ha liberado permisos para deforestar el país. Les hablo sobre cómo defensores de derechos humanos han sido encarcelados por disentir, por manifestarse pacíficamente para proteger sus viviendas de un desalojo injusto. Les cuento de cómo tiene una campaña de constante ataque contra el periodismo que lo fiscaliza.
Al oír esto, guardan silencio y titubean al responder cosas como: “ah, sí, eso no se debe hacer”. Pero ya es tarde. Iniciaron esa conversación y las respuestas que desafían sus creencias ya las escucharon, y se siente en el ambiente de la conversación que no quieren seguir oyendo cosas que no refuercen su amor por Bukele.
El tiempo pasa, me quedo callado, anhelo llegar pronto a mi destino, y cuando escucho el silencio incómodo, prefiero iniciar una conversación sobre fútbol y la selección de ese país en el que estoy, porque ¡qué fastidio tener que andar desenmascarando a Bukele por cada Uber de América Latina!