Hurto desvergonzadamente el título de una gran película soviética (Moscú no cree en lágrimas), porque resume maravillosamente la vida en Lugansk y Donetsk desde 2014. Como la película, la del Donbás es una historia de amor, pero colectiva y heroica. De amor propio, que está culminando de manera lenta y sangrienta, hacia un final que no puede ser feliz, pero sí anhelado: la pertenencia definitiva a Rusia.
Orgullo es la palabra que define a los ciudadanos del Donbás cuando acuden a votar en el referéndum sobre la incorporación a la Federación Rusa, pese al ataque constante de la artillería ucraniana. Por seguridad, votan en los patios, en las escaleras de los edificios, en los lobbies de los hoteles, en sus propias casas.
Valientes son también las funcionarias electorales, la mayoría mujeres -los hombres están en el frente-, que recorren la ciudad con sus cajas selladas y un guardia, sabiendo perfectamente que son blanco obligado de los nazis que acechan a pocos kilómetros de aquí con sus cañones de la OTAN, y que han hecho de todo por impedir el voto.
Este lunes se han ensañado con el distrito Kirovsky: dos misiles Huracán desparramaron las diminutas minas antipersonales bautizadas aquí como «pétalos», porque se confunden con el follaje. Si ya es criminal el solo hecho de lanzarlas, se vuelve doblemente cruel hacerlo en otoño, cuando el suelo está lleno de hojas. Más de 50 personas -civiles- han sido víctima de estas trampas camufladas en los últimos dos meses.
El sábado 24, atacaron el patio de un edificio en pleno centro de la ciudad. Buscaban asesinar votantes, pero derribaron un árbol en el jardín de juegos infantiles.
El lunes, en el distrito Kuybishevsky, 13 personas cayeron muertas tras un ataque de artillería al mediodía en una zona comercial de alto tráfico. El jueves, fue el turno del mercado central de Donetsk, una hermosa estructura cupular, en que un bus fue impactado de lleno. Seis muertos más.
En Jersón, al oeste de aquí, un misil Himars norteamericano impactó el hotel donde se alojaban periodistas y funcionarios: dos muertos, uno de ellos un exdiputado ucraniano. Por avatares del destino, se salvaron los periodistas de la cadena RT que dormían en el cuarto contiguo; el camarógrafo quedó sepultado, pero ileso, entre los escombros.
En Zaporozhye atacaron la ciudad de Energodar, vecina a la planta nuclear, y lanzaron ocho drones suicidas contra la propia instalación atómica, que fueron derribados fuera de la zona de peligro por la defensa antiaérea.
Se suman coches bomba en Melitópol y Jersón, que estallan en las calles, y que la prensa occidental describe como «partisanos», para igualarlos a los guerrilleros soviéticos que combatieron la ocupación fascista alemana entre 1942 y 1945. Prensa que, por cierto, nunca informa del Donbás: aquí, para ellos, si pasa algo es culpa de los rusos.
Pese a todo eso, y a las amenazas de prisión para quienes voten, en tres de las cuatro regiones rusoparlantes- las dos del Donbás, más Jersón y Zaporozhye en el sur de Ucrania- el referendum ya alcanzó el domingo quórum mínimo de 50 por ciento de participación para ser válido. En Donetsk llegaba a 77 por ciento y en Lugansk a 76. En Zaporozhye iba por el 51 por ciento, y Jersón 48,1.
Se espera que los resultados se publiquen el miércoles, y que en la misma semana los nuevos territorios de la Federación Rusa sean reconocidos por la Duma (Parlamento) rusa y por el Gobierno. El presidente Vladímir Putin será el encargado de anunciarlo al mundo: el mapa de Europa central sufrirá una importante modificación: ya este viernes, probablemente estaremos en Rusia sin movernos de aquí.
A partir de ahí entramos en territorio ignoto.
Lo que se sabe es que la Federación Rusa está apresuradamente agrupando una fuerza de al menos 300 mil soldados para garantizar la seguridad de los territorios y consolidar así sus avances en la Operación Militar Especial iniciada el 24 de febrero, y que representan casi un cuatro del antiguo territorio de la ex República Socialista Soviética de Ucrania.
También se sabe que la OTAN -el verdadero adversario de Rusia- no reconocerá el referéndum, y a juzgar por su comportamiento desde febrero, multiplicará sus entregas de armas al régimen de Kiev, para extender la guerra.
El jefe en funciones en Kiev, Volodymir Zelensky, está sacrificando miles de soldados para por lo menos hacer el mayor daño posible y recuperar territorios en la zona Járkov (Este de Ucrania), hacia donde han lanzado todo lo que tienen, antes de que lleguen las tropas rusas.
Fuentes rusas ubican en más de 10 mil las muertes de soldados, militantes nazis y mercenarios en la reciente «contraofensiva» de Jarkov, que se encuentra estancada por la resistencia de los pequeños contingentes rusos y de milicianos del Donbás, y los ataques de la aviación y la artillería rusas.
Otra arremetida similar, en Jersón, culminó en una derrota estrepitosa.
El arribo de un número importante de tropas frescas y con experiencia de combate -el tipo de reservistas convocado por el mando ruso- cambiará esta situación. Hasta ahora el Ejército ruso no ha tenido como tal un papel de vanguardia en los combates terrestres; han sido milicianos y formaciones especiales como el grupo Wagner o la Guardia Nacional.
Lo que no se sabe es qué hará la OTAN ante este escenario. Y tampoco lo que hará Moscú para detener el flujo ilimitado de armas de la OTAN, para sostener una guerra que Ucrania no puede ganar, y en que su papel es poner los muertos y asesinar civiles.
Como hemos sido testigos y también víctimas directas de esta política, aprendimos por qué aquí siempre nos dicen que con esa gente -los ultranacionalistas- no se puede hacer otra cosa que eliminarlos. Porque si se les deja intactos, agregan, seguirán haciendo lo mismo que en los últimos ocho años, en que han matado cerca de 14 mil personas, rehuyendo el combate y atacando impunemente a la población civil.
Muchos recuerdan que en 2014 también hubo plebiscitos -en toda la zona rusoparlante del sur de Ucrania- y también ganó abrumadoramente la propuesta de incorporarse a Rusia. Pero Moscú sólo reconoció a Crimea y quienes pudieron hacerlo -Lugansk y Donetsk- se declararon independientes. En las otras zonas, la revuelta se aplacó con sangre y represión sistemática al estilo Pinochet: secuestros, torturas, desapariciones forzadas, asesinatos. Sólo en Mariúpol, la comisión investigadora que dirige el periodista Maxim Grigoriev, ha certificado más de mil casos de desaparición forzada.
Por todo eso, y más, el pueblo orgulloso del Donbás no cree en lágrimas. Cree en sus votos y en las balas.