
Estas reflexiones se derivan de análisis realizados en distintos contextos de militancia e investigación, desde el año 2014, cuando ya se hablaba en Venezuela de los efectos de la «guerra económica» y empezaban a imponerse las primeras medidas coercitivas unilaterales por parte del gobierno norteamericano.
Me refiero a distintos procesos vinculados a experiencias de producción autogestionada, desarrolladas por familias, individualidades u organizaciones populares de distintos tipos, en las que ha quedado en evidencia la emergencia de procesos transformadores liberadores a partir del empoderamiento sobre actividades productivas, que han contribuido a sobrellevar los efectos del bloqueo.
Empiezo diciendo que los seres humanos se organizan siempre buscando generar estrategias que, directa o indirectamente, apunten a preservar las condiciones que permitan producir y reproducir la vida (Enrique Dussel, 2017; José Romero-Losacco, 2017). Es el principio de sobrevivencia, que subyace en la consciencia de todo ser vivo y que se encuentra detrás del devenir de la humanidad, como motor de la Historia. En este contexto, los procesos productivos, al representar la base de los sistemas económicos y sociales, tienen como función fundamental tributar al sostenimiento de la vida humana, lo que los pone en el foco de las estrategias históricas de control biopolítico sobre los pueblos, ejercidas desde el Norte Global. Así, el despojo sobre las capacidades y los conocimientos indispensables para subsistir, en los que las prácticas productivas tienen un rol fundamental, ha resultado clave para el control de la vida.
La proletarización, descrita por Marx como la génesis del sistema capitalista, se ha basado en un proceso de despojo sostenido sobre las condiciones materiales y las competencias necesarias para reproducir la vida de forma autónoma, al punto en que, hoy en día, el mercado neoliberal se concibe como un ente mitificado que controla y gestiona la vida. Para la gran mayoría de la población global, producir los insumos indispensables para sostener la vida ha dejado de ser una actividad cotidiana, que se ha delegado al Estado o a empresas privadas. Se ha naturalizado que los insumos indispensables para vivir, pueden ser adquiridos como mercancías por medios externos a las propias capacidades, ajenos a la propia praxis de vida, comprándolos a un tercero en un establecimiento comercial, desconociendo completamente la procedencia de los productos, y los procesos humanos y materiales que se encuentran detrás de su producción.
Este proceso ha determinado un imaginario en el que gran parte de la población concibe las actividades productivas como hechos ajenos a su propia existencia, desconocidos e, incluso, irrelevantes para la reproducción de sus vidas. Lo anterior conduce a una profunda incomprensión sobre los mecanismos básicos que nos permiten sobrevivir y nos hace profundamente vulnerables ante cualquier amenaza.
En el caso venezolano, la renta petrolera, al restarle una importancia significativa al resto de las actividades productivas, ejerció a la vez un impacto determinante en la subjetividad de la población venezolana, profundizando el proceso de enajenación con respecto al hecho productivo como elemento indispensable para la sobrevivencia cotidiana, especialmente en los habitantes de las áreas urbanas. La renta, la migración hacia las ciudades, la dependencia de importaciones y el proceso de trasculturación que le otorgó mayor relevancia en el imaginario de la población a los productos foráneos, profundizó una subjetividad en la que la vida se sostiene a través de una relación ciega, fetichizada y enajenada de la comprensión de los procesos productivos y las relaciones de dependencia que se encuentran detrás de las mercancías que se consumen. La cultura del petróleo, como la ha definido Rodolfo Quintero (2018), anula en una parte importante de la población la capacidad reflexiva en torno a la importancia que tiene para el sostenimiento de la vida el manejo de capacidades y conocimientos en torno a la producción de insumos fundamentales.
Sin embargo, con la Revolución Bolivariana se inicia un ciclo de impulso a una política económica que hizo mucho énfasis en la promoción de formas de organización populares con fines productivos. Más allá de todas las contradicciones, se ha consolidado una amplia diversidad de modelos organizativos familiares, comunales y colectivos, basados en formas de producción local, que han generado fortalezas y resiliencia en nuestro pueblo.
Cuando se inicia la oleada de medidas coercitivas unilaterales en el año 2014 por parte de la bota imperial, se produce un fuerte golpe a la capacidad de satisfacción de las principales necesidades de la población, entre ellas la alimentación. El bloqueo económico, financiero y comercial produce un impacto crucial en todas las actividades y los sectores de la economía nacional, generando un efecto de pauperización generalizada en una población que había naturalizado la dependencia prioritaria hacia productos importados para asegurar la subsistencia. Sin embargo, la semilla socioproductiva ya estaba sembrada en nuestro pueblo y gran parte de la población se encontraba experimentando con distintas iniciativas productivas que posteriormente se multiplicaron, en la búsqueda de alternativas para poder dar continuidad a la reproducción de la vida por medios autogestionados.Y aunque no se mencione abundantemente en la esfera pública, estas iniciativas han brindado un soporte material, pero principalmente inmaterial y existencial, a gran parte de la población, que ha ayudado a sobrellevar el clima negativo del bloqueo.
Estas iniciativas en algunos casos representan formas de trabajo no salariales que se insertan dentro de las transformaciones que ha sufrido el mundo del trabajo en las ultimas décadas. Sin embargo, también reconocemos estas experiencias, fuera de la discusión sobre la dicotomía formalidad/informalidad, como continuidades históricas de las economías locales de subsistencia que permitieron a los pueblos sobrevivir sobre la base de sus propios conocimientos y capacidades, durante milenios, fuera de la relación de dependencia impuesta por el trabajo asalariado.
Empoderarse sobre actividades productivas representa una respuesta contundente y revolucionaria al proceso histórico de sometimiento y extracción cognitiva. Es parte de las estrategias de resistencia histórica de nuestros pueblos ante el despojo, que siempre se han visto fortalecidas por la capacidad de producir los insumos necesarios para la sobrevivencia, desde la autogestión familiar y comunitaria. Y aunque tienen un impacto principalmente local, al articularse en red estas experiencias amplían su rango geográfico llegando a tener extensión regional y, en algunos casos, nacional.
En una investigación realizada en el año 2020-2021 por el Centro de Estudio de Transformaciones Sociales del IVIC, la Fundación de Investigaciones Sociales Diversidad y el centro de Estudios de la Ciencia IVIC, fueron encuestadas por vía virtual 1121 experiencias familiares, individuales y colectivas de producción autogestionada, en distintos ámbitos productivos, de las cuales 519 estaban centradas en la producción de alimentos (primarios y procesados), 409 eran familias y 55 consejos comunales o comunas, sin contar otras formas de organización y articulación, incluyendo experiencias individuales (Ochoa et al. 2022; González-Broquen et al. 2023; Naime et al. 2023; Ochoa et al. 2025), además de las que existirán y no se registraron.
La gran mayoría se encuentra en el espacio del hogar. Son lideradas por mujeres y hombres; de distintos orígenes; diversas identidades étnicas; diferentes niveles de formación; que habitan en variados territorios: urbanos, periurbanos, rurales; en todo el país; movilizados, en su diversidad, por la idea compartida de que es necesario producir para poder vivir. Se dedican a la producción de alimentos (primarios y procesados), insumos de cuidado personal, medicina natural, ropa y otros recursos materiales fundamentales para la reproducción cotidiana de la vida.
Casi el 70 % de las que producen alimentos han emergido en respuesta a la situación generalizada de precariedad derivada del bloqueo, aunque también existe un importante número de personas que tienen una experiencia más antigua en el ámbito de la producción de insumos y ésta les ha servido como sustento para sobrellevar los efectos de la crisis actual. Todas estas experiencias representan alternativas para complementar las necesidades materiales que permiten asegurar la subsistencia y la reproducción ampliada de la vida, y la gran mayoría se desarrolla en paralelo con otros trabajos o fuentes de ingreso, por cuenta propia o en el sector público/privado.
Sin embargo, la principal motivación identificada, tanto por las personas encuestadas como por otros casos conocidos, para realizar la actividad productiva, no son las limitaciones económicas, sino el gusto y placer por desarrollar la actividad en sí misma. Al analizar los estados de ánimo de las personas involucradas con actividades de producción de alimentos, las tres principales sensaciones identificadas son la productividad, el optimismo y la esperanza, incluso en el momento más crítico durante la pandemia por COVID-19. Se reconoce un clima generalizado de satisfacción entre las personas que integran estas experiencias productivas por el hecho de estar practicando una actividad que se asume como liberadora, porque implica la generación de soluciones propias a los problemas. No solo es generación de productos para satisfacer una demanda. Es generar y poner en práctica conocimientos que son transformadores y liberadores.
A pesar de que no representa la principal fuente de ingreso, en muchos casos se invierte considerable tiempo y esfuerzo en el trabajo productivo, siendo las principales motivaciones para esto fundamentalmente inmateriales. Lo anterior se suma a todas las tareas tanto del hogar, el cuidado de los hijos y las otras fuentes de trabajo e ingreso paralelas, implicando una sobrecarga de trabajo importante. Paradójicamente, en ese contexto el trabajo productivo se concibe en tendencia general como algo que aporta satisfacción, más que pesar. Se asume como una actividad liberadora que satisface necesidades físicas (salud, nutrición, medicina, bienestar, placer) y también inmateriales/espirituales (felicidad, confianza, aprendizaje, novedad, sostenimiento).
Son modos de organización y subjetivación que funcionan como ejes impulsores de rupturas transformadoras. Emergen cuando fallan las cadenas hegemónicas de suministros, desde la activación de las potencias creadoras y organizativas del pueblo. Constituyen formas de articulación para la gestión de los insumos fundamentales, que en sí mismas representan un proceso de aprendizaje de capacidades nuevas que aportan fortalezas. Son formas de organización para la sobrevivencia que brindan seguridad ante la amenaza. Si esa fortaleza se constituye desde el espacio nuclear de la familia, de la comunidad, de la comuna, y luego esos espacios se articulan en red (tal como ocurre con muchas de las organizaciones sociales/populares que actualmente se encuentran dedicadas a producir y distribuir insumos básicos), esto genera un tejido fuerte que brinda resiliencia y capacidad de respuesta ante el bloqueo de insumos fundamentales, cuando estos provienen de fuentes foráneas.
En estas redes circulan diversidad de productos de uso cotidiano, desde productos primarios (vegetales, semillas, leche, huevos, carnes, miel, etc.) hasta procesados de distintos tipos (alimentos, medicina y cosmética natural, productos de limpieza y cuidado personal, ropa, etc.). La producción autogestionada se ha convertido en una forma positiva de transformarse desde el empoderamiento sobre conocimientos indispensables para la sobrevivencia y el cuidado integral. Varios factores han permitido la sostenibilidad de estas unidades productivas en el contexto del bloqueo, que a la vez representan fortalezas que aportan resiliencia y capacidad de autonomía, lo que se traduce en soberanía:
- La curiosidad, el conocimiento y la creatividad que son fuentes permanentes de opciones.
- La posibilidad de contar con redes de apoyo e intercambio que tributen al cuidado y puedan apoyar al momento de realizar un determinado trabajo o resolver un problema particular.
- El contar con una buena administración de los recursos que asegure que los ingresos, sean abundantes o escasos, puedan distribuirse e invertirse de la manera más equilibrada para poder sostener, como mínimo, la operatividad de la unidad productiva.
- Otra fortaleza clave es que estas experiencias dependen muy poco de insumos y recursos externos. Se concentran principalmente en el aprovechamiento de los recursos locales, la inventiva propia, el intercambio y el apoyo entre unidades productivas.
Todo lo anterior es un motor impulsor de aprendizajes y recuperador de conocimientos transformadores, fundamentales para la preservación de la vida, que nos fueron despojados como parte del proceso de extractivismo cognitivo que ha sustentado la imposición del pensamiento occidental moderno y el sostenimiento del capitalismo neoliberal imperialista como sistema civilizatorio hegemónico.
Desmontar dicho sistema pasa necesariamente por recuperar esas capacidades de sobrevivencia autónoma que fue necesario perder para que el sistema se sostuviese desde relaciones de dependencia. Implica romper con la alienación y ajenidad con respecto a prácticas y saberes que son indispensables para el sostenimiento primario y fundamental de la vida y a la vez constituir un tejido social resiliente, con fortalezas para la resistencia, que contiene en sí mismo una cosecha de soberanía e independencia, que nos hace fuertes ante las amenazas imperiales.
Referencias
Dussel Enrique (2017). 20 tesis de política. Fundación Editorial El perro y la rana. Caracas, Venezuela.
González Broquen, X., Ochoa, E., Perez, M., Lobos, N., Medina, Y., Real, L. & Naime, A. (2023). Dynamiques d’économie populaire au Venezuela comme moteur de transformation sociale. RECMA, (367), 100-114. <https://doi.org/10.3917/recma.367.0104>.
Naime, A., Ochoa, E., Real, L., Pérez, M., Lobo, N., Medina, Y., González-Broquen, X. (2023). «La autogestión como reapropiación de los mecanismos de reproducción/producción para la sostenibilidad de la vida: Experiencias de Producción Autogestionada en Venezuela». En P. Curcio (comp.). Debate sobre la economía venezolana. Caracas: Editorial Trinchera.
Ochoa, Eisamar, González-Broquen, Ximena, Pérez, Mónica, Real, Leipzig, Pérez, Mónica, Lobo, Nayralda, Medina, Yoandy, Naime, Alfredo y Romero, Carlos (2022). «Estudio estadístico: experiencias autogestionadas de producción y procesamiento de alimentos en Venezuela, en el contexto de las sanciones internacionales y la pandemia por COVID-19». Informe de resultados del proyecto Acompañamiento y fortalecimiento de experiencias productivas autogestionadas en materia de producción de alimentos, en el escenario de la pandemia y en el contexto de las sanciones internacionales, financiado por CLACSO y MINCyT: <https://drive.google.com/file/d/1c5i3bDIgBaNxJvUCdK8gr-D1yRh4SUIV/view?usp=drivesdk>.
Ochoa, Eisamar, Pérez, Mónica, González-Broquen, Ximena, Lobos, Nayralda, Medina, Yoandy, Real, Leipzig, Naime, Alfredo y Romero, Carlos (2025). «La vida florece desde la alimentación: experiencias productivas autogestionadas en Venezuela en el contexto de Bloqueo y Pandemia». En MINCyT (comp.). Impacto del bloqueo y sanciones coercitivas a Venezuela: procesos de resistencia y políticas públicas. Caracas: MINCyT /CLACSO.
Quintero, Rodolfo (2018). La cultura del petróleo. Ensayo sobre estilos de vida de grupos sociales de Venezuela. Fundación editorial el perro y la rana. Caracas, Venezuela.
Romero-Losacco, José (2017). «El fetichismo del Capital-Estado-Nación: de la transcrítica a la transmodernidad». TRANSMODERNITY: Journal of Peripheral Cultural Production of the Luso-Hispanic World 7(2): 187-211.
Fuente: Red de Intelectuales y Artistas en Defensa de la Humanidad
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