Hoy me pregunto si a lo que realmente nos está matando, el capitalismo, vamos a quitarle la máscara de bienestar para plantarle cara de una vez por todas.
La crisis económica que se venía fraguando va a mostrar sus calaveras ahora, con la excusa perfecta del coronavirus, para pedirnos el esfuerzo de la esclavitud, el silencio ante la tiranía de los mercados, la militarización sumisa de las calles, la eugenesia de los vulnerables.
Después del confinamiento es posible que aceptemos como inevitable la atomización de derechos que creíamos medianamente apuntalados.
Después del confinamiento la precariedad va a ser aún más evidente pero los que siempre se han lavado las manos ahora lo volverán a hacer, si les dejamos.
Porque el capitalismo siempre se salva. Agoniza y resucita. Se ahoga y resucita gracias a nuestros pulmones.
Nos roba el aire que necesitamos.
Más allá del miedo a infectarnos debemos tener miedo a esta realidad que se va imponiendo mientras estamos aislados.
La solución está en la rebeldía.
En negarnos a aceptar este destino.
En invadir las calles nuevamente.
En combatir la barbarie.