
En 2022, tras la invasión rusa a Ucrania, miles de niñas refugiadas cruzaron las fronteras europeas y fueron recibidas con brazos abiertos, alojamiento, escolarización, apoyo psicológico y campañas de solidaridad. Las imágenes de menores rubias, blancas y vulnerables activaron una compasión institucional sin precedentes. Pero a 3.000 kilómetros de allí, en la frontera sur de España, otras niñas seguían esperando.
Amina, Khadija, Fatou y Bintou también son niñas. También han huido de la guerra, de la pobreza, del matrimonio forzado, de la trata. Pero su travesía no llenó titulares. Llegaron solas a España desde Marruecos, Senegal o Gambia. Su infancia no se celebra. Su piel no conmueve. Nadie las espera con flores en la frontera.

En este país, ser menor no siempre basta. Si eres negra, musulmana o migrante del sur global, la acogida cambia de rostro. La protección deja de ser un derecho y se convierte en un privilegio selectivo. El sistema te mira con desconfianza, pone en duda tu edad, retrasa tu documentación, te encierra en centros desbordados o, peor, te deja fuera del radar institucional. Tu historia se vuelve invisible.
Este reportaje nace de una investigación antropológica con enfoque interseccional, basada en historias de vida de niñas migrantes no acompañadas que viven bajo tutela del sistema catalán de protección. Y la primera constatación es más que evidente: el sistema no falla, discrimina. La protección se aplica según jerarquías coloniales no escritas, primero las niñas blancas, luego… el silencio. No se trata solo de falta de recursos. Se trata de una lógica racista que decide a quién considerar sujeto de derechos.

Las cifras lo dicen sin rodeos. En dos años de guerra en Ucrania, España ha invertido más de 1.400 millones de euros en la acogida de personas ucranianas. Pero en 2023, solo 67 de los 373 menores migrantes africanos que se intentaron redistribuir entre comunidades autónomas fueron acogidos. Muchos proceden de países en conflicto, como Malí. Y, aun así, no se les garantiza ni la posibilidad de pedir asilo.
En paralelo, las niñas racializadas enfrentan la violencia del olvido institucional, los bulos racistas promovidos por la extrema derecha y un sistema que las criminaliza incluso siendo menores. El acrónimo “MENA” se ha convertido en sinónimo de amenaza. En 2021, el 30% de los discursos de odio online en España se dirigían a estos menores, según el Observatorio Español de Racismo y Xenofobia.
Además, la ley de extranjería y el sistema de pruebas de edad como radiografías que fallan, permiten que muchas de estas niñas sean tratadas como adultas, quedando fuera de la protección legal. Algunas desaparecen. Otras son captadas por redes de trata. ¿Y el Estado? Mira hacia otro lado.
Y, sin embargo, detrás de esas siglas y estadísticas hay vidas. Hay niñas que, en medio de la precariedad, a pesar de todo, siguen estudiando, soñando, resistiendo. Como Fatou, que quiere ser enfermera. O Amina, que sueña con ser artista. Ellas construyen futuro en un presente que apenas las ve. Son voces que no piden caridad, sino justicia.
Sostengo que la interseccionalidad, la mirada que cruza género, edad, raza y clase, es clave para entender por qué estas niñas siguen siendo ignoradas. La infancia blanca, europea y cristiana se percibe como inocente, como víctima. La infancia negra o musulmana, en cambio, es vista como sospechosa, como amenaza.
Lo correcto es una revisión profunda del sistema de acogida en España. Una revisión que reconozca que no se trata solo de recursos, sino de ideologías. Que entienda que la protección no puede depender del color de la piel ni del país de origen. Que escuche, por fin, las voces de las niñas que hasta ahora han sido silenciadas. Pero ya sabemos que el correcto no siempre es lo real.
Hay debates que dicen que España se considera una sociedad post-racial pero sigue reproduciendo jerarquías coloniales bajo la apariencia de neutralidad.
Este texto no solo trata de denunciar el racismo estructural del sistema de acogida, si no que también propone caminos como políticas públicas con enfoque de género y raza, mejora de los procesos de documentación, transición asistida a la mayoría de edad y, sobre todo, escuchar a las propias niñas como sujetas políticas.
Porque todas las niñas merecen ser cuidadas. Todas. Sin excepción.
Juliane Bittencourt
Periodista y antropóloga. Investigadora en el área de migración, racismo y las infancias invisibilizadas en España.
