mpr21 Josep Cónsola

El dios griego Tánatos, el de la muerte “dulce”, hace años que sobrevuela las asambleas generales de la OMS protegido por el complejo químico-farmacéutico-biotecnológico, como se puso en evidencia en el año 2020 al implantar un estado de excepción mundial y al modificar el Reglamento Sanitario Internacional con el subterfugio de que “la finalidad y el alcance de este Reglamento son prevenir la propagación internacional de enfermedades, prepararse para esa propagación y protegerse contra ella” (1).
El dios griego de la guerra, Ares, quizás fue el menos popular de todos los dioses del Olimpo debido a su temperamento explosivo, su agresividad y su insaciable sed de conflicto (2).
Pues bien, Ares, protegido por el complejo militar-industrial, sobrevuela todas las cumbres de la OTAN, en especial la última de ellas realizada en la Haya el 24 y 25 de junio, en la cual Kaja Kallas, Alta Representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad lo expresaba así: “El problema con el gasto en defensa es que cuando realmente se necesitan las capacidades de defensa, es demasiado tarde para hacer nada al respecto. Hay que invertir cuando estamos en tiempos de paz”.
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