Fuente: https://www.eldiario.es/opinion/zona-critica/ataque-frugales_129_6111603.html?utm_source=adelanto&utm_medium=email&utm_content=Usuario&utm_campaign=07/17/2020-adelanto&goal=0_10e11ebad6-dbbd921e29-56543305&mc_cid=dbbd921e29&mc_eid=36bcee8428
Están de moda. Son los frugales. Precisados de etiquetas simplificadoras para vender su producto, han bautizado así a los países europeos reacios a que el dinero de la UE ayude a la reconstrucción del desastre ocasionado por la pandemia de coronavirus, sin duras contrapartidas en recortes. Los lidera el paraíso fiscal holandés y consiguieron colocar a su candidato de Irlanda al frente del Eurogrupo. Ese codiciado puesto, que no lograron ni Nadia Calviño ni Luis de Guindos, y que atesoró con especial relevancia otro destacado hijo de los Países Bajos, Jeroen Dijsselbloem. Famoso por asegurar que los del sur gastan el dinero «en alcohol y mujeres» y por haberse fotografiado retorciéndose de risa cuando castigaron a Grecia con una brutal austeridad. Luego la UE pidió perdón (aviso a olvidadizos intencionados). Momento que probablemente la historia de las terminologías de diseño vinculará al nacimiento de los frugales.
Como dice un amigo, los frugales son los «virtuosos que nos dicen a los del sur que nos gastamos ‘su‘ dinero en vino y putas. Esas putas que ellos exhiben en escaparates». Porque eso de gastarse el dinero «en mujeres» tiene esa traducción en las cabezas frugales. Lo de «su» dinero viene a ser el que ganan de más dando tramposas exenciones fiscales. Dentro de un club (la UE) implica indebidos privilegios. Tanto es así, que la Comisión Europea dice que quiere poner coto al ‘dumping’ fiscal de países como Holanda e Irlanda. Ése es el gran debate: entre la Europa de los mercaderes y la Europa social (un poco social, tampoco exageremos). Y eso que, precisamente Holanda, tiene mucho qué callar. La economía holandesa es una bomba de relojería. La deuda de sus familias y empresas es de las mayores de la UE. Y un estudio cifra en más de 9.000 millones de euros el agujero que nos hace a sus socios de la UE en impuestos. La derecha española apoya con fruición a «los frugales» en la tarea constante de entorpecer al gobierno y el bienestar de los españoles. Pablo Casado en concreto se apunta el primero a que haya «reformas» en España. Las clásicas: sueldos, pensiones, Estado del Bienestar. Ya lo ha exigido Holanda en el Consejo Europeo que se esta celebrando reforma laboral y pensiones. Austria también pide tijera.
La misión de los frugales es asfixiar al sur de la UE para no perder ni un privilegio. Son tiempos de una crisis económica superior a las conocidas por la primera gran parada de la actividad mundial a consecuencia de un virus. Hay que recordarlo en su contexto porque coincide con una extrema frugalidad del pensamiento y de la decencia. En suma letal.
Hay una norma inexcusable en la doctrina: todo lo que se invierte en los ciudadanos es un gasto. Así lo escriben: «gasto social». En las infraestructuras, por ejemplo, se invierte. A las privatizaciones de lo público (es de lo público, de lo nuestro, de lo pagado por nosotros) lo llaman «colaboración público-privada». Díaz Ayuso, la frugal delegada de la triple derecha en Madrid, es experta en esta cuestión.
Los ultraliberales ya anticipan sus objetivos: atacan otra vez con las pensiones. Son insostenibles, tienen fecha de caducidad. Usted trabaja y paga impuestos toda su vida, pero ese dinero no se puede dedicar a servicios sociales, como sanidad o pensiones. En cambio se destinan cuantiosas partidas a la Iglesia Católica, las Fuerzas Armadas y cuerpos de seguridad (sin mediar conflicto bélico propio) o a la Monarquía. Nunca les toca la austeridad neoliberal.
Es enternecedor, por cierto, cómo van pasando por la palestra los políticos de moral más laxa del país para defender que Juan Carlos de Borbón hizo una labor extraordinaria como «jefe de Estado, a título de Rey», y que ese trasiego de valijas y amantes es propio de la ancestral institución. Nunca les olvidaremos.
¿Frugalidad? Parca moral, escueta honradez, tacaña decencia, exigua ética. Así nos deslizamos por la historia, para tener en España esta derecha que sonroja con sus continuas mentiras para gente con ganas de creer que los burros vuelan si son de la familia.
El rigor anda en tiempos muy frugales también. La ultraderecha oficial tiene presencia constante en los medios, públicos y privados, más allá de lo que exigiría –no sé por qué si se habla estrictamente de noticias– su cuota institucional. Con bula como para que un eurodiputado de Vox pida un golpe de Estado porque el gobierno es contrario a su (antidemocrática) ideología y no tenga la menor consecuencia.
La endogamia elitista del periodismo se constituye en poder corporativo, frugal al límite con las apariencias de neutralidad. Mientras se desparraman en jauría las cloacas del gremio. Sin que sea especialmente destacado.
Enfrente de esta espuma tan frugal en valores, mucha gente trabaja en tareas de gobierno, de periodismo, de servicio a la sociedad en todos sus extremos. Como escribía Íñigo Sáenz de Ugarte, Aroa López, la enfermera que intervino en el homenaje civil a las víctimas de COVID-19, tiene un mensaje para todos. Para la España oficial, relatada en trajes y mascarillas, convenientes o inconvenientes, y para todos los demás ante la pandemia. Supervisora de urgencias en el Hospital Vall d’Hebron resaltó lo que cuentan los profesionales de la sanidad a los que se les ha exigido mucho más de lo permisible. La tijera para recortar «gastos» en los cuidados de nuestra salud los dejó a la intemperie.
«Hemos sido mensajeros del último adiós para personas mayores que morían solas, escuchando la voz de sus hijos a través de un teléfono. Hemos hecho videollamadas, hemos dado la mano y nos hemos tenido que tragar las lágrimas cuando alguien nos decía: ‘No me dejes morir solo’. Insoportablemente espantoso para una sociedad.
En las residencias de la voracidad neoliberal, ni eso. En Madrid el clan de los ayusos al cargo, flipaban colorines entretanto, y ahí siguen al amparo de los periodistas neutrales.
Lo terrible es la frugalidad de la inteligencia y la conciencia que también están de moda, son tendencia, tienen sus influencers. No vas a estar todo el día con la mascarilla, si no pasa nada, un rato de disfrute con los amigos sin tanta cortapisa ¿qué de malo tiene? Y los contagios por coronavirus crecen ya de forma muy preocupante. En España y en el mundo.
Recordemos que también hay que «ahorrar» en medidas de seguridad para los trabajadores, en particular si son inmigrantes y africanos. Y que, si no, siempre habrá algún patriota sin seso dispuesto a amedrentarlos como en la oscense Albalate de Cinca. Y va a más. Tres incendios consecutivos en Lepe (Huelva) en un campamento de inmigrantes temporeros: más de 400 personas afectadas, de las que 150 lo han perdido todo desde el primer incendio el lunes. Eñl racismo irracional que despliega la ultraderecha de cerebros sin peso no está lejos de esta terrible realidad.
A veces en los países «frugales» gastan mucho más que nosotros en alcohol y mucho menos en comida nutritiva. Aquí y en otros lugares se invierte desmesuradamente en frivolidad para disuadir de mirar el fondo. Demasiados austeros, rácanos, ratas, pobres, en dignidad. Como regla fija: todo avaro –caso de los «frugales»– lo es también en sentimientos. Por eso abordan con tal egoísmo y crueldad los problemas que estamos viviendo.