Fuente: Umoya num. 97 4º trimestre 2019 Oliva Cachafeiro Bernal. Coordinadora del Museo de Arte Africano de la Universidad de Valladolid.
Probablemente sea este uno de los temas más recurrentes al hablar del arte africano, pero no está de más hacer un recordatorio para destacar la gran influencia que ha tenido en la evolución del arte contemporáneo occidental y sus vanguardias.
Es en torno a 1900 cuando los objetos tribales de África subsahariana comenzaron a aparecer en los mercadillos europeos o en pequeñas tiendas de anticuarios. Su llegada respondía a la expansión colonialista de las grandes potencias europeas iniciada a finales del siglo XIX. Miles de objetos eran comprados o simplemente rapiñados en los diferentes pueblos subsaharianos independientemente de su calidad, convirtiéndose en una moda que incrementó la demanda. En otras ocasiones eran trasladados por los soldados como un souvenir de su estancia en las “salvajes” tierras africanas. Fundamentalmente se trajeron máscaras y figuras antropomorfas de madera que pasaron a decorar las casas de los ávidos coleccionistas o a engrosar los fondos de los Museos de Etnología de las grandes capitales europeas de Francia, Inglaterra o Bélgica. De forma genérica estas piezas eran consideradas como fetiches y se las vinculaba a prácticas de brujería. No se planteaba siquiera que pudieran tener otra función o simbolismo ni se valoraba su proceso creativo o su calidad estética.
Por entonces, África era considerada un lugar salvaje, metáfora de la parte oscura de la vida, un continente exótico, mágico, un lugar mítico al que viajar y conquistar según una mentalidad romántica. Los objetos procedentes de allí eran el símbolo de esa conquista de lo misterioso y de lo oscuro.
Coincidiendo con todo ello, a comienzos del siglo XX, se produce otra circunstancia que será fundamental para la evolución del arte occidental. En diferentes países europeos, sobre todo Francia pero también Alemania, jóvenes creadores se agrupan unidos por su afán de buscar nuevos caminos creativos. Su objetivo es romper con el academicismo decimonónico y lograr una mayor libertad de expresión que les aleje del naturalismo dominante, algo que ya veían en el Impresionismo, y que desembocará después en las denominadas vanguardias. La contemplación de los objetos que llegaban desde África (y también desde Oceanía) les descubrió nuevas posibilidades de trabajar las formas y el color que se reflejarán claramente, sobre todo, en el Cubismo y en el Fauvismo.
No obstante, algunos autores anteriores ya muestran esas referencias africanas. Tal es el caso de Munch, en cuyas figuras se puede identificar la influencia de las máscaras (no olvidemos “El grito”) pero también en los fondos de sus cuadros, con motivos que recuerdan las formas geométricas de los tejidos kuba (República Democrática del Congo) de los que era amante y coleccionista.
Es sin embargo Maurice Vlaminck quien se arrogó el título de descubridor de la estética africana, al adquirir en 1905 una máscara fang de Gabón. Sorprendido, el también pintor André Derain se la compró. Y fue él quien se la mostró a los jóvenes pintores, como Picasso, Braque, Juan Gris o Matisse, residentes en un París que era el centro de las novedades artísticas de la época. Matisse se convirtió entonces también en coleccionista de esculturas africanas, sobre todo tras el impacto que provocará en él su viaje al norte de África en 1906, e igual ocurrirá con Picasso.
En las obras de los Cubistas la influencia africana se observa sobre todo en la tendencia a la esquematización, la fragmentación de los planos y la geometrización. Una forma de representación que rompía con la tradicional y estrictamente naturalista y que estaba inspirada directamente en las máscaras y esculturas de madera procedentes de Costa de Marfil, Gabón y Congo. En el caso de los Fauvistas es la forma de tratar el color lo que se transforma: un color vivo y contrastado. Dicho tratamiento se observa también en el caso de otro grupo de artistas residentes, en este caso, en Alemania: los Expresionistas, quienes lo utilizan incluso de forma violenta, como ocurre en el colectivo Die Brücke (El Puente). Ellos además distorsionaban las formas igual que hará Francis Picabia. Algo más tarde, a partir de 1926, será Giacommeti el que se aproxime al arte africano en obras como “La mujer cuchara”.
Hay que tener en cuenta, además, que durante el período de entreguerras la estética africana transcendió el mundo del arte penetrando en toda la sociedad. Es la época del auge del jazz, que primero se extendió gracias a los afrodescendientes por Estados Unidos para llegar después a Europa. Mientras las danzas africanas, más o menos reinterpretadas por Josephine Baker, triunfaban también en el viejo continente. Los colores y motivos africanos inundaron las telas, la decoración, los grabados…, todo.
El paso siguiente es el auge de los estudios antropológicos, en los que ya se daba valor a la estética africana. Los alemanes, pioneros en estas investigaciones, serán seguidos por franceses e ingleses quienes en sus territorios coloniales realizarán interesantes estudios etnológicos. Vinculada a la labor investigadora será fundamental la primera gran “recolección” de arte africano: la expedición Dakar-Djibuti organizada por el Museo de Etnografía de París en 1931, bajo la dirección científica del antropólogo Marcel Griaule.
Tras la Segunda Guerra Mundial, las investigaciones se intensificarán llegando a su auge en los años 50 y 60, coincidiendo con la descolonización.