No sé qué fue antes, si los piensos procesados para la alimentación animal o los alimentos ultraprocesados para las personas, pero en ambos casos su triunfo comercial es indiscutible.
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Mientras que la reproducción sexual es un proceso biológico que solo puede completarse entre animales de la misma especie, la alimentación es exactamente lo contrario. Excepto algunos casos de canibalismo, como las mantis religiosas tras la cópula, los animales nos alimentamos o del reino vegetal o de otras especies animales diferentes a la nuestra. A pesar de esto, en su esencia, ambas actividades, la alimentación y la reproducción, tienen el mismo objetivo: dar continuidad a la vida.
Así, hacer paralelismos entre ambas y, por ejemplo, decir que la alimentación es una penetración de un cuerpo dentro de otro no es una metáfora inofensiva, al contrario. Nutrirse, comer, alimentarse tiene mucho de acto sagrado donde dos vidas se encuentran y fusionan. Una, cual recipiente abierto, dispuesta a recibir energía y materia que le permite vivir; otra que, más que morir, al ser comida se reencarna en la carne, vísceras o huesos de un ser desconocido. ¿Detectan lo mágico del asunto? Emanuele Coccia, en Metamorfosis, entiende la nutrición, entonces, “como una extraña operación que se parece mucho más a un misterio alquímico que a una necesidad fisiológica”. Comer es ingerir el aliento de las vidas de otros seres que sostienen la nuestra.
Nutrirse, comer, alimentarse tiene mucho de acto sagrado donde dos vidas se encuentran y fusionan
Bien al contrario de lo que estudié en Veterinaria, donde uno de los temas centrales a los que teníamos que enfrentarnos (precisamente) en la asignatura de Nutrición es lo que se conoce como “formulación”. Te enseñaban a calcular (a formular) una dieta para los animales escogidos, sean cerdos, cabras o vacas, con las cantidades adecuadas de ‘componentes’ para diseñar un pienso adecuado a los intereses productivos puestos en la crianza y engorde de dichos animales. Un reto matemático donde combinar muchas variables: que el pienso sea apetecible, mínimamente saludable y máximamente rentable en cuanto a rendimiento ya sea en carne, huevos o leche. Ahí estábamos horas calculando los porcentajes adecuados de proteínas, carbohidratos, grasas y fibras, y de cómo aportarlo a partir de verduras, cereales, carnes, etc. que después de pasar por muchos ‘procesos’ industriales (calentamiento a altas temperaturas, extrusión, suplementos de aditivos y conservantes químicos…) se convertirían en harinas o ‘bolitas’ de pienso listas para servir.
No sé qué fue antes, si los piensos procesados para la alimentación animal o los alimentos ultraprocesados para las personas, pero en ambos casos su triunfo comercial es indiscutible. Perros, gatos y toda la ganadería intensiva comen pienso y, en el caso de la alimentación humana, vamos por ese camino, entre otras cosas porque bien se ha encargado la gran distribución de familiarizarnos con esta forma de alimentarnos. Es una parte clave de su negocio, pues como contabiliza el sociólogo José Ramón Mauleón, el 92% de los alimentos ultraprocesados se adquieren en las grandes cadenas de supermercados y para sus arcas representa cerca del 30% de todas sus ventas.
Hay más factores que explican el éxito de estas dietas: facilidad para la conservación, para la distribución, para la preparación, incluso tal vez el precio, pero el éxito de la comida procesada, pienso, también puede tener que ver con lo conveniente de enmascarar o esconder que, ya sea vegetal o animal, nos alimentamos a base de otras vidas; que, volviendo a Coccia, “comer significa conseguir otros seres vivos, estar obligados a vivir de la vida de otros seres”.
Reducir el acto de la alimentación a un mero intercambio de energía, como explica la idea antropocéntrica de la cadena trófica, es superficial, igual que “es una verdad a medias ver en el acto de comer solo una forma de sacrificio y violencia”. Desvelar el significado del misterio alquímico de “la vida se nutre de vida”, que comer “es fusionar dos vidas en una sola”, es el empujón metafísico para profundizar, para ir más adentro. No es (solo) que compartimos el planeta con millones de otros seres vivientes, de otros cuerpos propietarios de diferentes vidas, sino que solo “hay una única vida que se transmite de un cuerpo a otro, de una especie a otra”.
Interiorizar que comiendo y siendo comidas la Vida salta de tierra a hoja, de hoja a carne, de carne a vientre… ratifica aquello de “la alimentación es un acto político”, sobre todo en cuanto ensancha la poderosa idea de Gaia como una habitación común o una entidad única de vida, hasta asimilarla a una continuidad, a un flujo maravilloso que, por ignorancia o maldad, estamos empeñados no tanto en derribar sino en interrumpir.
Gustavo Duch
Licenciado en veterinaria. Coordinador de ‘Soberanía alimentaria, biodiversidad y culturas’. Colabora con movimientos campesinos.
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