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El editor de la revista Foreign Affairs, Stuart Reid, ha escrito una obra sobre el asesinato del Primer Ministro del Congo independiente, Patrice Lumumba: El complot de Lumumba. La historia secreta de la CIA y un asesinato de la Guerra Fría.
En su libro Reid asegura que el presidente de Estados Unidos, Dwight Eisenhower, ordenó asesinar a Lumumba, un magnicidio que se consumó el 17 de enero de 1961, cuando Eisenhower ya había abandonado la presidencia de Estados Unidos.
Eisenhower fue apoyado por los poderosos colonialistas que estaban en el poder en Bélgica, como Harold d’Aspremont, jefe de la misión belga en Katanga, y por los diplomáticos estadounidenses.
La reunión clave tuvo lugar el 18 de agosto de 1960. Eisenhower se reunió con el Consejo de Seguridad Nacional. Hablaron del Congo y de Lumumba. Según una persona presente que tomó notas, el presidente “dijo algo –no recuerdo sus palabras– que me pareció una orden de asesinar a Lumumba”. Reid ha encontrado notas escritas a mano de otro que tambbién estuvo en la reunión, que muestran una X grande al lado del nombre del dirigente congoleño.
El asesor de seguridad nacional del presidente confirmó al director de la CIA la orden de asesinar al dirigente congoleño utilizando venenos elaborados y transportados al Congo por Sidney Gottlieb, el químico que dirigia los laboratorios de la CIA. Gottlieb le dijo a Larry Devlin, director de la antena local de la CIA, que la orden de matar a Lumumba procedía de Eisenhower en persona.
Kennedy ganó las elecciones en noviembre de 1960, pero no prestó juramento hasta enero. Mientras tanto, algunos de sus asesores insinuaron que adoptarían una actitud condescendiente hacia Lumumba. Existía la posibilidad de que, ya encarcelado, Lumumba fuera liberado de prisión y volviera a tomar las riendas del Congo.
Reid muestra que Estados Unidos imaginaba que, lo mismo que los rusos hoy, los soviéticos podrían utilizar el Congo como base para extender su influencia por el Continente Negro.
El autor destapa los cables de actores clave, algunos de los cuales el Departamento de Estado no los hizo públicos hasta 2013. También aparecen cartas y documentos privados o los recuerdos de los hijos de los protagonistas, que revelan aspectos personales y decisiones hasta ahora desconocidas.
En los medios de comunicación la crisis del Congo tuvo el mismo tratamiento de siempre. Primero ocupa los titulares de los periódicos occidentales y luego desaparece para siempre, hasta el punto que ya nadie se acuerda de Lumumba ni de los demás personajes de la época, figuras como Dug Hammerskjöld, el jefe de la ONU asesinado poco después de Lumumba en un accidente aéreo, Mobutu Sese Seko, el amigo traidor, Moisés Tshombé, el instrumento colonial del separatismo katangués, y Larry Devlin, el hombre que movía los hilos de la CIA en el Congo.
La CIA llevó el veneno a África
El plan de la CIA para envenenar Lumumba era rocambolesco. Se trataba de inyectar el veneno enviado por Washington al Congo en la comida o la pasta de dientes de Lumumba. Los sicarios europeos contratados para la tarea no pudieron ponerse en marcha.
Sin embargo, Devlin tuvo una intervención capital en el magnicidio. Permitió el traslado de Lumumba a Katanga y lo ocultó a sus jefes para ponerles ante el hecho consumado de su asesinato. Trataba de ganar tiempo para que el nuvo gobierno de Kennedy no tuviera tiempo de reaccionar.
En 1975 Devlin y otros cabecillas de la CIA tuvieron que declarar en la Comisión Church ante el Senado de Estados Unidos. La Guerra de Vietnam, el Golpe de Estado de Pinochet en Chile y el Watergate habían cambiado el clima político en Washington. El complot contra Lumumba fue una parte importante de la investigación del Senado.
El diplomático sueco Dag Hammerskjöld era otro personaje típico de aquella época, que es también la actual. Visitó el Congo cuatro veces, pero nunca superó la brecha cultural entre el colono y los colonizados. Era un producto del complejo de superioridad de occidente que empezó detestando a Lumumba y, a través suyo, a todos los africanos.
Cuando Lumumba estaba preso, se negó a leer una carta sobre sus condiciones de detención en el campo de prisioneros de Hardy, en la que solicitaba la intervención de la ONU.
Pero no se trataba de Hammerskjöld sino de la ONU, una institución dominada por Estados Unidos. Por ejemplo, durante la Guerra de Corea, la intervención estadounidense en ese país fue oficialmente una operación de la ONU. Muchos de los asesores clave de Hammarskjöld eran estadounidenses.
Sin embargo, eran los tiempos de la descolonización. La ONU estaba en un período de transición y surgieron fricciones. El sueco sintió una presión cada vez mayor por parte de los países africanos y asiáticos que apoyaban a Lumumba. Su actitud evolucionó con el tiempo, volviéndose más conciliadora. La ONU abrió una brecha con Estados Unidos, aunque al final no intervino para salvar la vida de Lumumba, lo que podría haber hecho.
La ONU permitió el asesinato de Lumumba y a Hammerskjöld le pagaron con la misma moneda ocho meses después.
En un reportaje sobre la época no podía faltar una alusión a la “quinta columna” colonialista que estaba representada por Mobutu, el amigo traidor y luego sucesor de Lumumba. Era un joven periodista de 29 años reconvertido en coronel jefe del estado mayor del nuevo ejército congoleño. Sucumbió a los cantos de sirena de los imperialistas y la ONU.
Estados Unidos convirtió a Mobutu en un modelo de corrupción e hizo del Zaire una herramienta del imperialismo en África.
El Estado fantoche de Katanga
Menos de dos semanas después de proclamarse la independencia del Congo, el 11 de julio de 1960, Moisés Tshombé proclamó la del Estado de Katanga con la ayuda de los colonos belgas. Los secesionistas crearon su moneda y su policía, y reclutaron mercenarios para supervisar su pequeño ejército.
En plena Guerra Fría, Katanga juega la carta del anticomunismo y se arrodilla ante los imperialistas, mientras Lumumba se toma la independencia en serio. Por su parte, Hammerskjöld planea una intervención militar para desplegar fuerzas de paz.
En París quieren aprovechar la secesión para expulsar a los viejos colonialistas belgas y ocupar su lugar en la “provincia del cobre”. Recurren a los viejos terroristas de la OAS, curtidos en la Guerra de Argelia, expertos en lo que entonces se llamaba “guerra irregular”. Eran viejos perros de las guerras coloniales desde los tiempos de Indochina, vinculados a los regímenes racistas de Sudáfrica y Rodesia del norte, la actual Zimbaue.
Uno de aquellos perros era el coronel Roger Trinquier, un paracaidista de 52 años que dirigió los Grupos de Comando Mixto Aerotransportado (GCMA), el brazo armado de los servicios secretos franceses durante la Guerra de Indochina. Durante la batalla de Argel, bajo las órdenes del general Massu, en 1957, diseñó el sistema de protección urbana que permitió desalojar a los rebeldes argelino de la kasbab y luego publicó varias obras destacadas sobre la contrainsurgencia, como “Terrorismo y contra-insurrección”.
El 5 de enero de 1961 al coronel le llegó por carta una invitación: “El Estado katangés busca reclutar a un oficial superior para tomar el mando de la gendarmería [así como] a un centenar de oficiales y suboficiales franceses y, si es posible, alemanes”. Estaba firmada por Georges Thyssens, un belga que fue secretario de la sección katanguesa de la Unión para la Colonización (Ucol), afirmandose como un ferviente partidario de la secesión y logrando imponerse como asesor independiente del pelele Tshombé.
Thyssens era un anticomunista rabioso que reprochaba al gobierno belga su pusilanimidad. El 22 de septiembre de 1960 viajó por Francia y Bélgica para reclutar mercenarios, aunque no tuvo mucho éxito. Durante su estancia en París, se reunió con parlamentarios, así como con Jacques Sidos, miembro del movimiento fascista Nación Joven y con Jean Bovagnet de Poncins, que se hacía pasar por oficial del ejército. Estos dos fueron los que le pasaron el nombre de Trinquier.
El gobierno francés no se pone de acuerdo
El 13 de enero de 1961 Thyssens se reunió con el coronel Trinquier en Niza y le sugirió que se hiciera cargo de la gendarmería katanguesa con los hombres de su elección. Es una oportunidad de oro. Aceptó la oferta con el dictamen favorable del ministro de las Fuerzas Armadas, Pierre Messmer, que era su subordinado en el 3 Regimiento colonial de paracaidistas.
Messmer entendió las ventajas que Francia podría obtener de la independencia de Katanga. “Hablaré de esto en el Consejo de Ministros el próximo miércoles”, le dice el ministro. “Creo que una buena fórmula sería separarte del ejército mientras dure tu misión y luego recuperarte”, añade.
Sin embargo, la reunión de Consejo de Ministros no salió según lo previsto, le confió Messmer a Trinquier: “Hubo un pequeño problema. Cuando le presenté su proyecto, Maurice Couve de Murville [ministro francés de Asuntos Exteriores] se puso furioso. Es una cuestión de política exterior, afirmó, y no corresponde al ministro de las Fuerzas Armadas tomar tal decisión. Añadió que los belgas ya lo saben y ven este proyecto con el mayor disgusto”. Trinquier, desconcertado, le pregunta si debe ir a Katanga o no. Messmer responde: “Tenemos que ir, pero será un poco más difícil, eso es todo”.
Al enterarse de que estaban reclutando oficiales franceses para Katanga, Couve de Murville advirtió al Primer Ministro, Michel Debré, de los riegos: “El envío La incorporación, incluso a título privado, de oficiales franceses a las fuerzas katanguesas no dejará de ser interpretada, si no como un paso hacia el reconocimiento de facto de Katanga, al menos como una aprobación tácita de la política seguida por el Sr. Tshombé”.
Pero el ministro francés de Asuntos Exteriores es el único que se opone. Trinquier acepta ir a Katanga y pide contar con los servicios del capitán Pierre Dabezies, jefe de gabinete del ministro de las Fuerzas Armadas, antiguo teniente del GCMA y también experto en guerra irregular. Messmer le explica que no es posible porque “entonces el gobierno francés estaría demasiado involucrado. Lo mejor es que vayas solo. Entonces serás libre de tomar la decisión que mejor te parezca”.
El doble juego de Tshombé
Entonces el coronel recluta a otro paracaidista, Michel Rey, al que se suman Thyssens, Bovagnet y un hombre llamado Jean-Paul Pradier, un periodista de la agencia Delmas. La salida estaba prevista para el 25 de enero de 1961. El día anterior, el ministro de las Fuerzas Armadas advierte: “Es posible que permanezca en Katanga más tiempo del permiso que le he concedido y tal vez se le solicite que asuma inmediatamente las funciones que se le ofrecen. Debe poder decidir en el acto. Para evitar problemas con el ejército, presenta una solicitud de jubilación. Tu situación quedará clara, la mía también. Lo guardaré en mi cajón. Si regresa, veremos la mejor solución a tomar”.
Entre bastidores, el gobierno katangés prepara la llegada del coronel. Tshombé envió una carta llena de insinuaciones al rey de los belgas, Balduino. Le advierte que si no le apoyan militarmente, se verá “obligado a buscar ayuda en otro lugar”, en este caso en Francia. Por su parte, Thyssens pide “urgentemente” los fondos necesarios para las “operaciones de contacto y contratación”. De lo contrario, se podrían crear desconfianza “entre las personas dispuestas a ayudarnos”.
A su llegada a Elisabethville el coronel fue recibido por el ministro de Finanzas, Jean Baptiste Kibwé. Se firma un contrato que garantiza una remuneración sustancial: 3,5 millones de francos katangueses, de los cuales 1,5 millones en forma de aval bancario y otros 2 millones liberables al final del contrato, además de un sueldo mensual.
La llegada de los franceses alarma al clan belga de Tshombé, que juega con dos barajas. A los belgas les asegura que el coronel llega en una simple misión de información. Pero en su maleta el coronel francés llevaba una carta de Tshombé fechada el 27 de enero de 1961 por el cual Trinquier formaría un estado mayor de unos veinte oficiales, todos ellos franceses elegidos por él.
El congoleño le confiaba durante cinco años “el mando superior de las fuerzas armadas katangesas”, incluidas las fuerzas policiales y los servicios de seguridad nacional», así como «la realización de operaciones tanto a nivel militar interno como a nivel de seguridad nacional” y “el plan militar externo que será necesario para la defensa del Estado de Katanga”.
Los problemas no tardaron en aparecer. Los oficiales belgas se negaron a obedecer a un coronel francés y amenazaron con dimitir en masa. Caído en el avispero, Trinquier regresó a Francia el 31 de enero y sus herederos todavía esperan cobrar su cheque.
Tampoco será “reintegrado” en el ejército francés al final de su breve aventura en Katanga, como le prometió el ministro.