Fuente: https://www.wsws.org/es/articles/2022/10/11/pers-o11.html?pk_campaign=newsletter&pk_kwd=wsws Patrick Martin 12.10.22
Las elecciones de mitad de periodo de EE.UU. se celebrarán el 8 de noviembre, en un poco menos de un mes.
Los comicios se producirán en medio de una extraordinaria crisis que incluye: la escalada de la guerra de EE.UU. y la OTAN contra Rusia, que Biden dijo que podía provocar el “Armagedón”; la inestabilidad extrema del sistema económico, que involucra una inflación alta y cada vez más señales de una recesión global; la pandemia continua de COVID-19 que está matando a más de 400 estadounidenses cada día incluso antes de la ola esperada este invierno; y muestras cada vez mayores de malestar y oposición en la clase obrera.
Bajo estas condiciones, las elecciones ofrecen una supuesta “elección” entre un partido, los demócratas, cuya principal preocupación es expandir la guerra, y otro, los republicanos, cuyo líder es un fascista abierto.
El Gobierno de Biden ha suministrado más de $50 mil millones en armas y efectivo al Gobierno ucraniano como parte de un temerario intento de instigar un “cambio de régimen” en Rusia y abrir todo el país a la explotación de las potencias imperialistas, sin consultar al pueblo estadounidense ni ofrecerle una elección.
Existe un silencio total por parte de los demócratas y republicanos sobre la creciente amenaza de una nueva ola de la pandemia de coronavirus dado que las temperaturas más bajas del otoño e invierno hacen que las personas se congreguen en interiores y que están apareciendo nuevas variantes del SARS-CoV-2 que son más transmisibles, resistentes a las vacunas y letales. El último acto del Congreso antes de tomarse un receso para el último mes de campaña fue aprobar un proyecto de ley para financiar el Gobierno federal hasta el 16 de diciembre, después de eliminar todos los fondos para nuevas vacunas anti-COVID, pruebas y otras medidas de mitigación.
Prácticamente no se discute que Trump y sus aliados fascistas intentaron derrocar el Gobierno estadounidense el 6 de enero de 2021 por medio de un ataque violento contra el Capitolio de EE.UU. para prevenir que el Congreso certificara la victoria electoral de Biden e instalar al mandatario derrotado como dictador presidencial. Después de dar un discurso sobre la amenaza a la dictadura hace más de un mes, Biden giró nuevamente a buscar la colaboración de sus “colegas” republicanos a pesar de que una mayoría duda la validez de las elecciones de 2020 y consideran que su Presidencia es ilegítima.
En la medida en que los dos partidos se toman un respiro de los aspavientos mutuos sobre la corrupción y las conductas personales indebidas de cada uno de los candidatos y debaten las problemáticas reales, los republicanos acusan a Biden y a los demócratas de la pésima situación de la economía estadounidense, especialmente de la inflación, mientras que los demócratas culpan a los republicanos del fallo de la Corte Suprema que anuló el caso Roe v. Wade ya que nombraron a la mayoría de los jueces a partir de listas avaladas por los fanáticos antiabortistas y los fundamentalistas cristianos.
En cada caso, los problemas verdaderos se reducen a la demagogia y mentiras. Ninguno de los partidos tiene una solución para la inflación que no sea la recesión masiva que está siendo inducida por las repetidas subidas de los tipos de interés por parte de la Reserva Federal de Estados Unidos. La principal preocupación de la Reserva Federal —y la de toda la aristocracia financiera— es provocar un desempleo masivo para aplastar el actual levantamiento de la clase trabajadora contra las décadas de recortes salariales y la eliminación de puestos de trabajo por parte de las empresas con la colaboración de los sindicatos y su aparato burocrático.
En cuanto al ataque al aborto y a otros derechos democráticos, esto solo ha sido posible gracias a décadas de cobardía y complicidad del Partido Demócrata. Los demócratas no van a defender el derecho al aborto contra los ataques de los republicanos, como tampoco defienden el derecho al sufragio, el derecho a no sufrir violencia policial ni los derechos de los inmigrantes y solicitantes de asilo.
Existe una división del trabajo entre ambos partidos patronales.
Las críticas del Partido Demócrata a Trump y a los republicanos, incluso antes de que el multimillonario estafador inmobiliario asumiera el cargo, estaban vinculadas a ciertas diferencias sobre política exterior, en particular el compromiso inquebrantable de los demócratas con que el imperialismo estadounidense debía sacar todo el provecho posible del golpe de Estado de 2014 en Ucrania, que derrocó a un Gobierno prorruso elegido electoramente y movilizó a grupos fascistas para instalar un régimen pro-OTAN.
Esta fue la base de los esfuerzos de los demócratas para desestabilizar la Administración de Trump, incluyendo la investigación de Mueller, que se basó en las afirmaciones de que Trump era un títere ruso, y el primer proceso de destitución contra Trump por retrasar brevemente los envíos de armas a Ucrania, que formaban parte del plan a largo plazo para convertir ese país en una fortaleza antirrusa. Los verdaderos crímenes de Trump, incluyendo el trato brutal a los inmigrantes y solicitantes de asilo, su flagrante racismo y apoyo a la violencia policial, su enorme recorte de impuestos para los súper ricos mientras se oponía al gasto en programas sociales para los trabajadores, sus preparativos cada vez más abiertos para establecer una dictadura, y su política de infecciones masivas ante el COVID, fueron ignorados más allá de las objeciones retóricas.
Como lo documentó el WSWS la semana pasada, el Partido Demócrata no solo es que respalda más fervientemente a la CIA y los militares, sino que se está convirtiendo cada vez más en un conducto para que la CIA y el ejército ingresen y obtengan el control del poder legislativo, que supuestamente es una rama separada del Gobierno. Docenas de candidatos demócratas a la Cámara de Representantes provienen directamente del ejército, la CIA y el Departamento de Estado.
Al mismo tiempo, el Partido Republicano se ha convertido en un partido fascista en todo menos en el nombre. Se ha convertido en el Partido de Trump, en el que todos los que no están dispuestos a rendir homenaje al dictador en ciernes están siendo expulsados de sus cargos, silenciados y amenazados con violencia. Trump incluso lanzó una amenaza de muerte apenas velada contra el líder de los republicanos en el Senado, Mitch McConnell, por dar su apoyo a un proyecto de ley que explicitaría la ilegalidad de cualquier intento de repetir el atentado del 6 de enero y bloquear la certificación del COngreso del voto del Colegio Electoral.
La mayoría de los candidatos republicanos a altos cargos federales y estatales, 299 en total, se adhieren a las afirmaciones fraudulentas de Trump de que las elecciones fueron robadas, según un estudio reportado por el Washington Post la semana pasada. Esto incluye a muchos funcionarios estatales —gobernadores y secretarios de estado— que estarán directamente a cargo de gestionar las elecciones presidenciales de 2024 e informar los resultados al Congreso estadounidense.
Y lo que es aún más peligroso, los candidatos y funcionarios electos republicanos defienden y apoyan cada vez más el uso de la violencia contra sus oponentes políticos. Por el momento, al menos desde el 6 de enero, esto se ha limitado en gran medida a la retórica de la campaña y a los discursos ante grupos políticos de ultraderecha y fascistas. Pero esta demagogia fascistizante está creando un clima político que promueve actos violentos tanto contra los demócratas como contra toda la clase obrera, en la medida en que los trabajadores entran abiertamente en conflicto con las corporaciones y el Estado capitalista.
No hay ninguna casilla que represente al pueblo trabajador en la elección entre los belicistas demócratas y los fascistas republicanos. Ambos partidos son instrumentos de la oligarquía corporativa y financiera. Tienen diferencias enconadas en cuanto a las tácticas y al reparto del botín de tener un cargo público, pero están unidos en que sirven a los mismos intereses de clase —los de la oligarquía corporativa y financiera— y se oponen a los mismos intereses de clase, los de los trabajadores, que constituyen la gran mayoría de la población. Esto quedó completamente claro en la unidad de los demócratas y republicanos al bloquear una huelga de los trabajadores ferroviarios, más allá de las diferencias tácticas sobre recurrir o no a los servicios del aparato sindical para lograrlo.
La clase obrera internacional está entrando en lucha contra el sistema capitalista, espoleada por la caída de los niveles de vida a medida que las alzas de precios superan las de los salarios, por los crecientes ataques a los empleos, a las prestaciones sociales y a los derechos democráticos, y por la creciente amenaza de la guerra y de una dictadura fascista. Esta movilización de clase, que si bien ya es poderosa aún se encuentra en sus etapas iniciales, proporciona los cimientos objetivos para una ofensiva política de los trabajadores en todos los países.
En Estados Unidos, que durante mucho tiempo ha sido el país capitalista más rico pero que ahora está desgarrado por la desigualdad económica, la decadencia social y unas condiciones de vida cada vez más brutales, la clase obrera se enfrenta a la siguiente tarea política central: debe liberarse del sistema bipartidista controlado por las empresas, que es una dictadura de los ricos en todo menos en el nombre, y construir un partido socialista y revolucionario propio, el Partido Socialista por la Igualdad.
Solo la irrupción de la clase trabajadora en la palestra política, rompiendo con los demócratas y los republicanos y adoptando un programa socialista y contra la guerra, ofrece un camino hacia adelante.
(Artículo publicado originalmente en inglés el 9 de octubre de 2022.)