EEUU: ¿Deben los socialistas apoyar a Biden frente a Trump? Dossier

Fuente: https://www.sinpermiso.info/textos/eeuu-deben-los-socialistas-apoyar-a-biden-frente-a-trump-dossier                               Paul Fitzgibbon Cella                                                                                          Andrew Sernatinger                                                                                                       Paul Le Blanc                                                                                                                17/05/2020

El pasado 8 de abril, Bernie Sanders retiró su candidatura de las primarias del Partido Demócrata tras sufrir una serie de derrotas que imposibilitaban su elección. No por ello abandonaba la campaña electoral, manteniendo sus papeletas en una serie de estados clave, para obtener el mayor número posible de delegados a la convención presidencial demócrata de agosto e influenciar a través de ellos la plataforma electoral de Biden. Aunque no apoyó explícitamente a su rival, si declaró que “unidos, conseguiremos derrotar a Donald Trump, el presidente más peligroso de la historia de los Estados Unidos”. Unas semanas después, la representante Alejandra Ocasio-Cortez, también de la corriente socialista democrática, aceptó la propuesta de Biden de coordinar cara a la convención los aspectos programáticos del Nuevo Pacto Verde (“Green New Deal”).

Como en elecciones anteriores, la retirada del candidato progresista en las primarias demócratas ha planteado un debate importante entre los simpatizantes y seguidores de la campaña de Bernie Sanders: ¿deben apoyar como un mal menor a Biden, un candidato neoliberal, frente a Trump o deben apoyar a otros candidatos progresistas sin posibilidades o concentrarse exclusivamente en las campañas y movimientos que han sido la base social de Bernie Sanders?

Desde un punto de vista táctico, desde el desarrollo del movimiento socialista y obrero en el siglo XIX y XX, la posibilidad de aprovechar las contradicciones entre los partidos burgueses en el terreno electoral para debilitar al sistema contó con el respaldo de socialdemócratas y comunistas, siempre que se mantuviera la independencia y el carácter de clase del partido obrero, rechazando que frente a él se alzara “una sola masa reaccionaria”. Pero en EEUU no ha existido de forma prolongada un partido obrero socialista y, tras la II Guerra Mundial la mayoría de los sindicatos se aliaron políticamente al Partido Demócrata. De hecho, solo hace unos años existe una organización socialista con mas de 50.000 afiliados, los Democratic Socialist of America (DSA), que ha permitido intervenir de forma organizada en las primarias demócratas gracias a Bernie Sanders. Hasta ese momento, el principal objetivo de las pequeñas organizaciones socialistas en EEUU era crear las condiciones para el surgimiento de un tercer partido en el terreno electoral, frente a demócratas y republicanos.

Conviene recordar, asimismo, los límites externos que han configurado el sistema bipartidista en EEUU: un sistema electoral de primarias claramente oligárquico y arcaico, el presidencialismo supra-federal y un sistema de financiación de las campañas amparado en la primera enmienda, según la Corte Suprema, que entrega su financiación al sector privado, las empresas y los lobbies.

Este es el terreno de debate que recoge el actual dossier. SP

Una apología progresista de Joe Biden

Paul Fitzgibbon

Desde que Joe Biden –quien fue el vicepresidente de Barack Obama del 2009 al 2017— se convirtió (con casi toda seguridad) en quien será el candidato oficial del Partido Demócrata para las elecciones presidenciales de noviembre 2020 en Estados Unidos, se ha impuesto la idea en diversos sectores de la izquierda estadounidense (particularmente entre quienes apoyan a Bernie Sanders, quien es senador por el estado nororiental de Vermont) de que la mejor explicación de este triunfo es que los sectores más conservadores y filo-capitalistas del Partido Demócrata se las habían ingeniado para asegurarlo, moviendo los hilos entre bambalinas a fin de aplastar un pujante movimiento progresista, encabezado por Sanders, con tibios, pero no menos amenazantes, elementos socialistas. Si bien esta teoría aparenta ser satisfactoria en algunos sentidos, no termina de convencer. Es más, a los sectores más progresistas de la izquierda estadounidense les debería interesar, y mucho, que Biden llegue a la Casa Blanca.

Miremos algunos hechos que parecen confirmar la teoría. Durante todo el transcurso de las primarias —que comenzaron en los primeros meses del 2019 y, de no ser por el coronavirus, habrían seguido hasta el verano del 2020— hasta los medios de comunicación más afines al ideario demócrata (la CNN y MSNBC) se dedicaron a sembrar escepticismo, incluso miedo, entre el púbico con respecto a las propuestas de Sanders, nombrándolas siempre con el enfático adjetivo de ‘socialista’ para enviar el mensaje implícito de que de la sanidad pública al gulag solo hay un paso. La teoría de contubernio también quiso verse confirmada cuando, tras una impresionante racha de victorias de Sanders en las primeras elecciones primarias (en los estados de Iowa, New Hampshire y Nevada) casi todos sus rivales, salvo Biden, abandonaron la carrera, en lo que algunos entendieron como una acción coordinada para dejar la vía libre al antiguo brazo derecho de Obama, quien, en efecto, terminó imponiéndose en la próxima contienda (en South Carolina) y ha hecho otro tanto en casi todos los enfrentamientos directos con Sanders desde entonces.

Pero esta teoría tiene deficiencias, empezando por la evidencia de que, si suponemos que el electorado no se deja manipular totalmente por la línea editorial antisocialista de los medios ni por las directrices de una supuesta camarilla de gerifaltes, Sanders ha perdido contra Biden de manera clara y contundente en la gran mayoría de las legítimas elecciones populares en que estos se han visto las caras. Es justo que Biden sea el candidato del partido porque se ganó el apoyo de más votantes—punto. Pero incluso si suponemos, como sería razonable, que muchos ciudadanos se dejaron asustar por tediosos esquemas heredados de la Guerra Fría, las victorias de Biden pueden entenderse como la confirmación de la sabiduría de muchos de sus votantes, que decían preferirle a él antes que a Sanders no por conservadores y ni siquiera por oponerse a sus ideas, sino porque confiaban más en la solidez electoral del exvicepresidente—en efecto, lo más lamentable de las primarias desde una perspectiva progresista ha sido ver que el entusiasmo en los mítines de Sanders y en redes sociales era mayor que la disciplina de los simpatizantes de este a la hora de acudir a las urnas. En noviembre del 2020, los seguidores de Biden van a estar al pie del cañón, con sus papeletas en ristre, y hay sobrados motivos para temer que a demasiados de los de Sanders se les pase de noche la jornada electoral por hallarse enzarzados en una disputa tuitera—eso sí, en dormitorios llenos de pósters Pro-Bernie.

Pero el argumento según el cual el triunfo de Biden se debe a las maquinaciones de una élite sufren de una debilidad más seria e importante, ya que ignoran todo el bien que un presidente Biden hará (ojo, no que puede hacer) para los intereses de algunos de los sectores más vulnerables de la población estadounidense: los inmigrantes indocumentados, las mujeres que en un futuro podrían desear interrumpir un embarazo no deseado y millones de persones de escasos recursos que dependen del programa Medicaid—el sistema de sanidad público para los más necesitados. Desde hace décadas, mientras que el Partido Republicano ha precarizado las vidas de estos grupos, el posicionamiento progresista tanto de Biden como de todo el Partido Demócrata ha sido categórico, obligándonos a cuestionar el dogma de muchos simpatizantes de Sanders y otras voces de la izquierda de que, contra Trump, Biden representa nada más que un mal menor. Al contrario. Si reivindicamos los intereses de estos grupos, estamos ante una decisión entre el bien y el mal.

En el año 2012, el entonces presidente Obama, con la oposición casi completa de los republicanos y el apoyo casi total de los demócratas, firmó un decreto presidencial —el Deferred Action Childhood Arrivals (DACA)— que autorizaba la permanencia legal en Estados Unidos de casi un millón de personas que, siendo menores de edad, habían inmigrado al país de manera clandestina. Se trataba de un gesto de sentido común y humanidad hacia individuos que, en la mayoría de los casos, no tenían raíces en sus países de nacimiento, se habían criado en EE. UU. y se disponían a continuar sus estudios o comenzar su andadura laboral en este país. Nada más llegar a la Casa Blanca, Trump eliminó el programa, condenando a cientos de miles de jóvenes a la humillante situación de tener que justificar su existencia en el país del que son, de facto, ciudadanos. Si bien el futuro de la política migratoria de Estados Unidos dependerá de las decisiones legislativas del Congreso (y, por tanto, probable y desgraciadamente de un Partido Republicano que depende electoralmente de millones de votantes xenófobos), el próximo presidente tendrá plena autoridad para decidir si las agencias encargadas de aplicar las actuales leyes migratorias han de enfilar un camino que lleve hacia una mayor seguridad para los beneficiarios del programa DACA o a su deportación. Habida cuenta de que Biden se compromete a volver a implementar DACA y establecer un marco legal en el cual los jóvenes indocumentados que participan en el programa podrán hacerse ciudadanos, los votantes progresistas tienen un excelente motivo para votarle. Si pierde Trump, estos jóvenes indocumentados respirarán algo más tranquilos al despertar de una pesadilla de cuatro años.

La legalidad del aborto divide a la sociedad estadounidense, con una mitad a favor de un robusto derecho a la autonomía reproductiva y la otra defensora o de la ilegalidad o de un derecho muy limitado (e.g. a casos en que peligra la vida de la mujer embarazada, de incesto o violación). Desde finales del siglo XX, los demócratas han pasado de ser un partido que incluía diversas perspectivas sobre este tema a ser uno en que el anti-abortismo tiene poquísima cabida y va camino a desaparecer—solo dos senadores demócratas (de 47) votan con los republicanos cuando se trata de este asunto y, hace pocas semanas, Dan Lipinski, uno de los últimos congresistas demócratas en mantener esta postura perdió en las elecciones primarias ante una rival, Marie Newman, que defiende los derechos reproductivos. Y más allá de estas anécdotas del cuerpo legislativo, desde hace muchos años, han apoyado amplios derechos reproductivos todos los candidatos demócratas a la presidencia y, que se sepa, todos los jueces que los últimos presidentes demócratas (Clinton y Obama) han nominado para ocupar magistraturas en los tribunales federales: instancia que, por cierto, reconoció el derecho al aborto a nivel federal en los años 70 en el sonado caso de Roe versus Wade y que, más que cualquier otro poder gubernamental, determinará a futuro el alcance del mismo. Ante unos contrincantes republicanos que llevan casi medio siglo enardeciendo a sus votantes ultra-conservadores (que son legión) para que les voten y así permitan que socaven esta libertad de las mujeres, los demócratas han sido cada vez más categóricos en su oposición a estos esfuerzos. Biden no es ninguna excepción a esta regla. De hecho, durante las primarias, dio un paso importante en sentido progresista, comprometiéndose a eliminar la actual prohibición legal de que el gobierno federal dedique fondos públicos para el aborto, que se conoce como The Hyde Amendment.

Así, no se trata de distintas tonalidades del mal, sino de una diferencia clara y neta según la cual los demócratas no luchan solo por las mujeres en general sino también particularmente por mujeres pobres, un sector social que debería figurar de manera central en cualquier proyecto emancipatorio del siglo XXI y al que Biden, reconociendo implícitamente que sus posibilidades de estudiar y trabajar pueden verse truncadas en caso de un embarazo no deseado, propone medidas destinadas a evitar su marginación social.

Los últimos diez años de debate en torno al sistema sanitario tampoco permiten que hablemos ni de Biden ni de los demócratas—que abogan mínimamente por consolidar y expandir la sanidad pública—como un mal menor, salvo que los culpemos por no apostar claramente por una sanidad universal en un contexto en que millones de ciudadanos de buena fe aprenden desde su más tierna infancia (en nuestras escuelas y en los medios de comunicación) que el sector privado, capitalista es sinónimo de dinamismo y eficiencia mientras que lo público, en el mejor de los casos, palidece a su lado, y en el peor, es el reino de la mediocridad o el camino a la servidumbre o la granja. Recuerdo un bochornoso ejemplo de este prejuicio, cuando, en los meses entre 2009 y 2010, en que Obama pretendía ampliar la cobertura pública, un ciudadano (probablemente republicano) que se oponía al proyecto se levantó en una asamblea en que este se sometía a debate para exigirle al presidente que no se le ocurriera al gobierno federal tocar con “sus sucias manos” su plan de Medicare, el sistema sanitario público para mayores de 65 años—evidentemente, el señor creía que su seguro público, que por lo visto le gustaba, era privado; y para colmo, este beneficiario inconsciente del estado de bienestar se prestaba como irracional soldado raso en defensa de los mismísimos intereses privados que, ellos sí, no dudarían en privarle de seguro médico. Muchos de quienes se oponen a Biden desde la izquierda le recriminan el que no apoye una sanidad universal, Medicare for All, que sí tiene el apoyo de Sanders, una minoría nada desdeñable de senadores y congresistas demócratas y una ligera mayoría del electorado demócrata (mas, ojo, de apenas un tercio de quienes no se identifican con ninguno de los dos partidos principales, los llamados ‘independientes’, que representan alrededor de una tercera parte del electorado). La política es el arte de lo posible, y en un país en que el capitalismo es objeto de veneración y donde, para ridiculizar una propuesta progresista, por modesta que sea, basta con calificarla de socialista, la izquierda haría bien en acometer un trabajo pedagógico antes de enfrentarse dogmáticamente a la propaganda del capital—y mientras tanto, también haría bien en apoyar con fervor al único partido socialdemócrata (i.e. el Partido Demócrata), aunque solo sea para mantener a raya el desmantelamiento del estado de bienestar, que ha sido el objetivo de los republicanos al menos desde finales del siglo XIX, cuando, en el caso de Lochner versus New York, sus huestes en el Tribunal Supremo invalidaron una ley del estado de Nueva York que limitaba la jornada laboral a diez horas diarias—una inaceptable regulación totalitaria. Mal que le pese a la izquierda, hechos históricos tales como el patrioterismo de la Primera Guerra Mundial, el fascismo de entreguerras y el auge de la extrema derecha como ilógico colofón de la era neoliberal desmienten la teoría marxiana de que una creciente desigualdad entre clases dará lugar a condiciones propicias para que los de abajo tomen el poder—más bien enseñan que, cuando la inequidad alcanza niveles intolerables, demasiados de los explotados son presas fáciles de los engaños de las clases privilegiadas, que, metiendo cizaña entre distintos grupos desfavorecidos, se las arreglan para desviar la mirada de sus propios abusos. Por tanto, urgen medidas (por tibias que sean) que minimicen la desigualdad.

El ala más progresista del Partido Demócrata procura fortalecer sus tesis caricaturizando a un rival (a saber, Biden y quienes lo apoyan) como intransigentes ‘conversative’ o ‘corporate Democrats’ (demócratas de la patronal): hombres blancos pseudo-progresistas que coinciden con los republicanos en lo esencial—preservar el capitalismo—y cuyas moderadas propuestas socialdemócratas y de libertades sociales les permiten distinguirse de sus rivales sin proponer urgentes cambios de base. Si bien acierta en su diagnóstico del carácter aristocrático (y potencialmente oligárquico) de los sistemas representativos, esta teoría tiene dos problemas: uno conceptual y otro estratégico. Primero, permite anotar tantos retóricos simplistas contra el arquetípico hombre blanco —la bestia negra del progresismo en este comienzo del siglo XXI— cuando en realidad, y como se ha repetido hasta la saciedad, Biden recibe más votos de afro-americanos y mujeres que Sanders, y, más irónico todavía, gran cantidad de simpatizantes no blancos de Hillary Clinton en el 2016 y ahora de Biden gustan de referirse a los incondicionales de Sanders con el epíteto de “Bernie Bros” para mofarse del cómodo privilegio (propio de las acomodadas hermandades universitarias) desde el cual buen número de estos se permiten el lujo de no dar su voto a candidatos relativamente moderados, cuyas políticas prometen importantes mejoras en las vidas de diversos grupos vulnerables. Pese a contradecir los hechos de manera evidente, la explicación del éxito de Biden como resultado exclusivo de maquinaciones centristas se ha mantenido porque, según los parámetros actuales del debate político, ninguna crítica al concepto del hombre blanco admite respuesta, ya que se antoja que todo cuestionamiento es el inicio de una apología reaccionaria. En efecto, a juzgar por los logros tangibles que algunas de las personas más marginadas de la sociedad estadounidense podrían esperar y esperan de un presidente Biden, parece cuando menos incompleto explicar su éxito electoral como fruto de la intransigencia de las mentes inmovilistas de un cínico progresismo light. Es más, son muchos quienes ruegan cotidianamente por que los de Biden, Sanders, etc hagan las paces como sea para desalojar a Trump—su bienestar y salud física y mental dependen de ello en gran medida. Resulta desconcertante observar que la estrategia de muchos fans de Sanders parece ser la de boicotear las próximas elecciones en vez de tomar la senda electoral —la de votar a Biden— que podría permitir dar pasos no menos malos, sino buenos en sentido progresista: como brindar estabilidad vital a casi un millón de residentes indocumentados; garantizar opciones a las millones de mujeres que en un futuro probablemente deseen interrumpir un embarazo; o abrir efectivamente las puertas de los hospitales a otros varios millones de personas cuyo seguro de salud depende principalmente de los resultados de estas elecciones. Si Biden es presidente, todo indica que ayudará a estos grupos, lo cual debería abrir la posibilidad de que los progresistas lo veamos no como una figura menos diabólica que Trump, sino, si insistimos en reprocharle sus nexos con la banca y sus medias tintas con la socialdemocracia y el socialismo, mínimamente como un santo sumamente decepcionante. Puesto a elegir, yo —habiendo votado a Sanders en las recientes primarias del estado de Texas y sin tener consciencia de ningún deseo mío como hombre blanco que soy de apuntalar mi propio privilegio— caminaría descalzo sobre cristales rotos para darle mi voto a Biden. Y pido, junto con los muchos compatriotas míos que censuran a los Bernie Bros, que mis compañeras y compañeros de la izquierda hagan lo mismo.

Los socialistas no deben apoyar a Joe Biden

Andrew Sernatinger

Destacados demócratas y escritores liberales perdieron la cabeza cuando los Socialistas Democráticos de América anunciaron que no apoyarían a Joe Biden. ¿Por qué debería una organización socialista hacer campaña por un político que se opone a todo aquello que la organización defiende?

Pasados unos días desde que Bernie Sanders anunciara que suspendía su campaña en las primarias demócratas de 2020, los Socialistas Democráticos de América (DSA, por sus siglas en inglés), publicaron un tweet con su postura: “No vamos a apoyar a Joe Biden”. A destacados demócratas y periodistas liberales no les hizo mucha gracia. No pasó mucho tiempo hasta que aparecieron un par de artículos completamente dedicados a criticar la decisión del DSA, incluyendo una carta abierta escrita por miembros de la organización original Estudiantes por una Sociedad Democrática (SDS, por sus siglas en inglés), así como una polémica por parte de Harold Meyerson, quien sugería que tal rechazo a apoyar a Biden marcaba el camino de la organización a convertirse “una secta de trotskistas inflexibles entusiasmados por su alarde de rectitud férrea y estúpida”.

Pero la decisión fue democráticamente tomada por el DSA después de una ardua deliberación y debate, y es la postura que todos los socialistas deberían tomar. Los socialistas no deberían apoyar a Joe Biden.

Digo esto como autor de la resolución que se propuso y aprobó en la convención bienal del DSA en 2019 (el máximo órgano de decisión de nuestra organización, con más de mil delegados que representan aproximadamente cincuenta y cinco mil miembros). Antes de la convención, los miembros presentaron resoluciones para su consideración. Entre esas resoluciones estaba la mía, R15: “En caso de pérdida de Sanders”, que decía: “Por lo tanto, se resuelve que los Socialistas Democráticos de América no respaldarán a cualquier otro candidato presidencial del Partido Demócrata que no sea Bernie Sanders”.

Como expliqué en aquel entonces, era vital decidir de manera proactiva qué haríamos en el presumible caso de que Sanders no fuera el candidato demócrata: “Cuando la presión de las elecciones esté en su apogeo, será tentador alinearse con la multitud de organizaciones que pedirán apoyo por los demócratas. No habrá ninguna posición ganadora en tal caso. Como organización, desde el DSA deberíamos dejar claro que no apoyaremos a ningún político cercano a las grandes empresas, especialmente dado que esto crearía división entre nuestros miembros”.

Primeramente, los delegados incluyeron esta resolución en nuestra agenda de Julio, más adelante escucharon la moción en la convención, la debatieron y la aprobaron. El hemiciclo votó a favor de la resolución de manera abrumadora.

La convención afirmó que esta era una cuestión importante a considerar en 2019, y entonces decidió democráticamente que la posición de los Socialistas Democráticos de América sería que apoyaríamos a Bernie Sanders, pero no a cualquier otro candidato demócrata. Lejos de bloquear la voluntad de sus miembros, el DSA utilizó el máximo órgano de decisión con la mayoría de los representantes de la organización para decidir su posición.

El proceso para tomar esta decisión fue democrático. Pero más allá esta cuestión procesal, debemos plantearnos la cuestión política más elemental: ¿por qué debería una organización socialista respaldar a un político neoliberal y belicista como Joe Biden?

Lo que nos diferencia

El DSA entiende que el capitalismo está a la raíz de los problemas sociales y “rechaza un orden económico internacional sostenido por el beneficio privado, la alienación laboral, la discriminación de raza y género, la destrucción ambiental y la brutalidad y violencia en defensa del status quo”. Como socialistas democráticos, los miembros del DSA quieren democratizar todos los aspectos de la sociedad para que la gente común tenga control sobre sus vidas, y sugerimos que existen alternativas al modo habitual de gestionar las empresas.

La pregunta es cómo avanzar de la situación actual a la situación deseada. En el marco del sistema político de los Estados Unidos, esta es una cuestión complicada. ¿Cómo deberían los socialistas, que desean construir una alternativa política creíble, posicionarse ante unas elecciones que ofrecen diferentes grados de maldad?

El DSA tenía toda la información que necesitaba para trazar su posición en 2019. Ya el verano pasado, el DSA sabía que los nominados demócratas no eran compatibles con la política socialista ni en la teoría ni en la práctica. Elizabeth Warren, cuando aún no estaba atacando abiertamente a la izquierda, declaró: “Soy capitalista hasta la médula”, y presentó a la sociedad un plan para combatir el cambio climático basado en la preparación militar. Warren comenzó con algunas reformas creíbles, pero rápidamente retrocedió en cuestiones clave como el Medicare for All [1]. Pero aún más importante: Warren se presentó como una política excepcionalmente inteligente, talentosa y moral, como una tecnócrata liberal que resolvería nuestros problemas, en lugar de comprender, como lo hacen los socialistas, que el cambio ocurre gracias a la actividad y a la organización de personas comunes que luchan conjuntamente.

Pete Buttigieg era el sustituto deseado por el capital; haciendo campaña gracias al dinero de billonarios, defendió con entusiasmo los seguros de salud privados y ahuyentó la universidad gratuita y otros bienes comunes. Joe Biden era igual de terrible, diciendo a inmigrantes que votaran por Trump; atacando a miembros de sindicatosmujeres y otros votantes en su campaña; y ahora, ha sido acusado de agresión sexual por una antigua empleada. Todo ello se produjo después de una carrera política marcada por estar consistentemente en el lado equivocado de la historia: Biden trabajó con segregacionistas para derrotar al busing [2], abogó por la invasión de Irak, y consoló a los ricos, diciéndoles: “No cambiará el nivel de vida de nadie; nada cambiaría, en esencia”. Las diferencias entre Biden y Trump parecen reducirse día a día, como podemos apreciar en un video de campaña racista que Biden ha publicado recientemente.

Todo esto es el pan de cada día en las elecciones de los últimos años. El historial de Biden es horrible, en consonancia con la mayoría de los candidatos demócratas que el partido ha presentado en las últimas dos décadas. Hacer que nuestra organización socialista respaldase a un candidato “menos malo” haría poco por ellos, pero tendría graves consecuencias para el DSA.

El quid de la existencia de una organización socialista es defender que puede haber una alternativa a la política del establishment, que las cosas no tienen porque ser así. Esto comienza con un rechazo de las opciones disponibles, señalando que republicanos y demócratas no son lo suficientemente buenos y que realmente no representan a la mayoría de la clase trabajadora. Muchos trabajadores ya lo saben y eligen no participar en la política electoral. Perciben, correctamente, que ambas partes trabajarán en esencia en favor de la misma agenda, y que no mejorarán significativamente sus vidas.

Para que una organización socialista pueda construir una alternativa real a lo mismo de siempre, debe comenzar por reconocer que los dos partidos existentes no son satisfactorios. Y esto no es moralismo vacío: está en línea con la postura de muchos trabajadores en los Estados Unidos, y no podemos construir seriamente una alternativa política si, al mismo tiempo, legitimamos a aquellos políticos a quienes, legítimamente, los trabajadores desconfían.

Si apoyáramos a Biden, ya fuera de forma directa o tácita, el DSA parecería ratificar tanto el programa de Biden como su perfil personal. Implicaría que, en tiempos difíciles, la organización socialista más grande de los Estados Unidos ignora las acusaciones de agresión sexual y el suspenso de Biden al proponer medidas climáticas. Haría entender a sus miembros y a cualquier otra persona al corriente que la política y la visión socialistas se desvanecen cuando llegan las elecciones, y que decir la verdad solo importa cuando es conveniente. Respaldar a Joe Biden indicaría que el DSA no se toma en serio la creación de una alternativa política al status quo que Biden personifica.

La razón para no apoyar a Biden

Las opciones existentes en estas elecciones no son buenas, al menos tal y como se presentan (Trump o Biden). La posición que adoptó el DSA es la siguiente: como organización, no legitimaremos a Joe Biden ni a ninguno de los otros candidatos presentados por el establishment del Partido Demócrata. Un apoyo es solo eso: una aprobación pública, y en política, generalmente implica dedicar recursos. El DSA no lo hará. Sus miembros individuales son libres de votar a su antojo, pero la organización mantendrá su independencia.

El Partido Demócrata depende de organizaciones como AFL-CIO, Sierra Club, la Organización Nacional para la Mujer y otros grupos progresistas para mantener su credibilidad y su apoyo entre votantes progresistas. A los líderes de estos grupos se les pide habitualmente que respalden a los candidatos del partido independientemente de las políticas que realmente defiendan tales candidatos, que sus bases voten fielmente en base a líneas partidistas.

La negativa del DSA a respaldar a Biden rompe con tal tendencia. Y esta ruptura es una buena noticia. Los políticos merecen automáticamente nuestro apoyo, tienen que ganárselo. Y Joe Biden no se lo ha ganado.

Notas:

[1] Nota de traducción: La iniciativa Medicare for All propone, a grandes rasgos, crear un sistema de salud pública universal en Estados Unidos, ampliando el ya existente Medicare, que provee asistencia sanitaria a jubilados y personas con discapacidades, al resto de la ciudadanía.

[2] Nota de traducción: Se entiende por busing la política aplicada por varios estados en los años setenta consistente en trasladar obligatoriamente a los niños a escuelas fuera de sus distritos por tal de rectificar la segregación racial derivada de la discriminación en el acceso al alojamiento en la era de las leyes de Jim Crow.

Traducción para Sin Permiso de: Oscar Planells

https://jacobinmag.com/2020/04/joe-biden-endorsement-dsa-democratic-soci…

El momento de ‘todos a una’

Paul Le Blanc

Sesenta y seis veteranos de la Nueva Izquierda instan a apoyar a Joe Biden.

Cuando me enteré de que un gran grupo de personas que habían sido destacadas en Estudiantes para una Sociedad Democrática (en inglés —y de ahora en adelante—, SDS [Students for a Democratic Society]) había escrito una carta abierta sobre la importancia de apoyar a Joe Biden —el candidato demócrata a la presidencia—, quise leerla de inmediato; mucho tiempo atrás fue también mi organización. La SDS, junto con el Comité Coordinador Estudiantil No Violento (SNCC [Student Nonviolent Coordinating Committee]), estuvo en la vanguardia de la Nueva Izquierda en los sesenta, y algunos de aquellos viejos ahora quieren desafiar la posición tomada por los Socialistas Democráticos de América (Democratic Socialists of America [DSA]), hoy día la organización más importante de la izquierda. Nos dicen que “es momento de ir todos a una” y que apoyar a Joe Biden para derrotar a Donald Trump “es nuestra gran responsabilidad moral y política”.

Algunos de los que no les gusta lo que se dice en la carta acusan a los sesenta y seis [firmantes] de un delito llamado “deshonra”, y no lo acabo de entender. Cuando alguien no está de acuerdo conmigo y argumenta insistentemente a favor de tomar otra dirección me parece bien; si son más viejos, más jóvenes o tienen la misma edad que yo no me importa —aunque seguramente sea porque soy mayor—: el debate democrático sincero y abierto es necesario si queremos construir una izquierda viva. Me parece evidente que el sentido de urgencia para oponerse y vencer a la política y a la dinámica despiadada de Donald Trump y su gobierno de extrema derecha es loable; y esto lo comparten ambos bandos en esta pequeña riña.

Teniendo en cuenta esto, ¿cómo se explica el enfrentamiento entre la “vieja Nueva Izquierda” y la “nueva Nueva Izquierda”? Parte de la respuesta puede hallarse en las diferencias entre la SDS y la DSA. Si bien muchos de sus miembros eran socialistas, la SDS no era una organización explícitamente socialista. Además, en las partes finales de su documento fundacional, la Declaración de Port Huron (The Port Huron Statement), figuraba el compromiso de trabajar dentro del Partido Demócrata para hacer de este una fuerza progresista (véase: Tom Hayden, ed., Inspiring Participatory Democracy: Student Movements from Port Huron to Today, Boulder, CO: Paradigm Publishers, 2013, pp. 181-183). Nada de esto ocurre actualmente en el caso de la DSA.

La DSA es una organización explícitamente socialista y no tiene ningún compromiso con el Partido Demócrata al estilo del que se reflejaba en la Declaración de Port Huron. Apoya a algunos demócratas de vez en cuando, pero su declaración ‘Dónde nos posicionamos’ (Where We Stand) dice algo que jamás podríamos encontrar —así escrito— en la vieja Declaración de Port Huron: “Los socialistas democráticos rechazan un criterio de construcción de coaliciones electorales basado en el ‘una de dos’: o centrado solo en un nuevo partido, o bien en el realineamiento dentro del Partido Demócrata. […] Para los socialistas democráticos la estrategia electoral es solo un medio; la construcción de una coalición potente contra las élites empresariales (anti-corporate) es el fin. Allí donde terceros partidos o candidatos sin partido movilicen estas coaliciones, los socialistas democráticos construirán estas organizaciones y candidaturas”.

Puede que estas diferencias contribuyan a explicar la desavenencia que ha brotado entre los veteranos de la SDS y los activistas —más jóvenes— de la DSA.

Recuerdos de la SDS

La carta de los sesenta y seis apela a las lecciones de la historia, lo cual me parece que siempre es buena idea. Sin embargo, me da la impresión de que su uso de la historia es selectivo y superficial. Los hechos históricos minan su argumentación. Tras seguir a mis viejos amigos a través de las sendas del pasado, volveré a lo que me parece que tiene más sentido en el momento presente.

Jamás me he arrepentido de formar parte de la SDS. No éramos una organización perfecta y nunca nos reivindicamos como tal, pero lo hicimos lo mejor que pudimos para luchar por la justicia social y económica y por una sociedad genuinamente democrática. Hicimos algunas cosas buenas y aprendimos de la experiencia. Leí la carta con interés. Entre los sesenta y seis firmantes se encuentran personas que conocí como camaradas hace mucho tiempo, mientras fui miembro de SDS entre 1965 y 1969. Me removió recuerdos.

Incluso antes de formar parte ya era cercano a la organización, y me influyó el apoyo que muchos de aquellos firmantes —y la SDS en su conjunto— dieron al liberal demócrata Lyndon Baines Johnson en la campaña electoral de 1964 contra el republicano conservador Barry Goldwater con el eslogan “Parte del camino con LBJ” (Part of the Way with LBJ). Organicé tan bien como pude a otros estudiantes de mi instituto para hacer campaña por Johnson.

Era joven e ingenuo —tal vez se podría decir lo mismo, en aquellos tiempos tan lejanos, de los firmantes de la carta—. No di por sentado que Johnson estuviera preparando la escalada drástica de una guerra imperialista en Vietnam. Ante aquel horror cada vez más intenso, muchos de los firmantes tuvieron un papel importante a la hora de construir la oposición contra la guerra (como hice yo), hasta llegar al punto de negar el apoyo a la candidatura de Hubert Humphrey, partidario de continuar la guerra, en 1968 (como hice yo); aunque ahora se arrepientan de haberlo hecho (a diferencia de mí).

Una de mis experiencias educativas más hondas en la SDS fue involucrarme en el increíble discurso de Carl Oglesby —entonces presidente de la organización— en la manifestación en Washington contra la guerra (1965). En él se distinguía entre “liberales humanistas” y “liberales corporativos”. Los liberales humanistas son aquellos que se toman en serio los escritos de Tom Paine, los primeros pasajes de la Declaración de Independencia o el Discurso de Gettysburg. Los liberales corporativos son los que representan los intereses de las poderosas empresas que dominan nuestra economía, nuestra sociedad, nuestro gobierno, nuestra política exterior (para aumentar sus beneficios y su poder en detrimento del resto de nosotros en los Estados Unidos y en todo el mundo). Oglesby urgía a los liberales humanistas a unirse a los radicales en la ruptura con los liberales corporativos para subvertir el sistema dominado por los últimos y reemplazarlo, “en nombre de la simple esperanza humana”, por un orden social, económico y político genuinamente democrático y humanista.

Entiendo que la sociedad futura descrita por Oglesby, por la cual he luchado desde que entré en la SDS, es [ejemplo de] socialismo.

Max Weber o Rosa Luxemburg

Aunque alude a aspectos de la historia de la Nueva Izquierda, la carta abierta obvia cualquier referencia a lo que en aquel entonces fue la influyente perspectiva articulada de manera tan elocuente por este antiguo líder de la SDS. Hace algo parecido cuando se refiere a un par de momentos de la historia alemana. Cuando vi que la carta mencionaba el turbulento año 1919, pensé que seguramente habría alguna referencia a la gran socialista Rosa Luxemburg. Pero no, ella no aparece. En su lugar hay una referencia a la presunta sabiduría de un antisocialista, el académico liberal Max Weber, que advirtió a los estudiantes de izquierda de que “la mejor política debe ser dolorosamente consciente de las consecuencias de la acción, no solo de las intenciones”.

Este guía político de los redactores de la carta apoyó con entusiasmo el esfuerzo bélico alemán durante la Primera Guerra Mundial: lo consideraba necesario si Alemania iba a ejercer el papel de primera potencia. Acusó a los socialistas revolucionarios de estar comprometidos con “la mugre, el barro, el estiércol y las payasadas: nada más”. Señaló a Luxemburg —que había pasado un tiempo en prisión por oponerse a la guerra— como alguien que debería ser confinado en un zoológico. Es cierto que poco después expresó su pesar cuando esta fue brutalmente asesinada a principios de 1919 por los escuadrones de la muerte de la derecha, pero también sugirió que ella misma se lo había buscado. Su criminal “payasada” consistía en creer que las elecciones de la humanidad o avanzaban hacia el socialismo o se deslizaban hacia la barbarie (ver: Paul Le Blanc and Helen C. Scott, eds., Socialism or Barbarism: Selected Writings of Rosa Luxemburg, Londres: Pluto Press, 2010). Tras su asesinato, los líderes moderados del movimiento socialista diseñaron una democracia frágil, dejando intactos el capitalismo, el militarismo y el falso “populismo” del nacionalismo de derechas.

La barbarie llegó, por supuesto, en la forma del movimiento nazi de Adolf Hitler, que creció a lo largo de los años veinte —en una atmósfera de liberalismo corporativo, centrismo pragmático y crisis crecientes— y tomó el poder en 1933. La carta abierta señala con acierto que los socialdemócratas moderados y los comunistas militantes quizá podrían haberlo evitado si se hubieran unido en un frente común contra Hitler. En lugar de esto, se denunciaron mutuamente; los comunistas se involucraron en luchas callejeras ultraizquierdistas y los socialdemócratas apoyaron al “mal menor” en las elecciones de 1932, cuando contribuyeron a reelegir al viejo nacionalista conservador Paul von Hindenburg como la forma más funcional de cerrar el paso a Hitler. Por supuesto, Hindenburg y su círculo conservador decidieron que para ellos era más práctico adaptarse a los nazis, y en 1933 incorporaron a Hitler al gobierno, que acto seguido este hizo suyo. Este dato tan importante tampoco está en la carta abierta.

El aquí y ahora: Sanders y Biden

Una lección de la historia: ni la ultraizquierda peleando en la calle ni conformarse con “el menos malo” en la arena electoral va a llevarnos necesariamente al resultado que tenemos en mente. En cambio, tiene sentido forjar un frente unido de socialistas revolucionarios, socialistas moderados y otros para luchar contra los males, sean grandes o pequeños, en nuestras comunidades, en nuestros centros de trabajo o en las calles. Y, allí donde podamos, también tiene sentido elegir a nuestra propia gente, respaldada por movimientos sociales dinámicos, para que ocupen cargos públicos.

Otra lección del pasado: un fracaso de la mayoría de clase trabajadora en su intento de avanzar hacia el socialismo podría tener como consecuencia que la dinámica del capitalismo produjera un deslice hacia la barbarie.

Una tercera lección histórica: tiene sentido agarrarse a la diferencia entre liberales humanistas —aliados potenciales de los socialistas— y liberales corporativos —sin duda alguna, adversarios de los socialistas y de los liberales humanistas—.

Creo que tiene sentido tener esto en mente cuando nos proponemos navegar las complejidades nuestra época.

Primero. Aunque desde la izquierda hay quien ha sostenido que Bernie Sanders es más un liberal humanista que un verdadero socialista —algo que no comparto, si bien le considero un socialista moderado—, no hay ninguna duda de que toda la vida política de Biden es la de un liberal corporativo. Cuando las cosas se ponen feas él no está de nuestro lado, sino del de las empresas capitalistas. Se podría argumentar que Trump no es mejor y que, de hecho, es mucho peor. Creo que es cierto. Esto no niega el hecho de que Biden es un liberal corporativo.

Segundo. La campaña de Sanders ayudó a promover la causa socialista. Señaló que las estructuras de poder y la política dominantes en Estados Unidos están controladas por una pequeña clase de multimillonarios, diseñadas para conservar su poder y acrecentar su riqueza a expensas del resto de nosotros. Postuló propuestas de reforma radical que desafiaron los puntos de vista y el poder de los multimillonarios y al mismo tiempo parecían razonables para la diversa mayoría trabajadora. Incluía acceso universal a la sanidad, un salario mínimo de 15 dólares, empleo e ingresos garantizados para todos y un Green New Deal que combinara la protección del medioambiente con la de las condiciones laborales y los estándares de vida de la clase trabajadora. Está también la insistencia en que para costear todo esto necesitamos —debemos— gravar a los multimillonarios y a los beneficios de las grandes empresas, no a la clase trabajadora. La palabra “socialismo” se asoció de manera positiva con este conjunto de opiniones y propuestas, y se instaló en la conciencia popular y el discurso político común.

Tercero. La DSA se posicionó pronto sobre este asunto: apoyarían a Sanders como candidato socialista que se presentaba en la papeleta del Partido Demócrata, pero no iban a dar su respaldo a ningún otro candidato a presidente. Esto no evita que cualquier miembro —o grupo de miembros— de la DSA vote a otro candidato —como por ejemplo a Biden—. Uno puede defender que la gente debería votar a Biden porque no es Trump, que tiene opciones reales de ganarlo y que es muy importante hacerlo. A ningún miembro de la DSA que decida votar —ni a ningún votante que no sea de la DSA— se le podrá impedir que actúe en base a esta convicción.

Cuarto. Al mismo tiempo, la decisión parece impedir que la DSA como organización haga lo que la SDS hizo con respecto a otro liberal corporativo en 1964, cuando hizo campaña a favor de Lyndon Baines Johnson—. Tiene lógica, dada la naturaleza explícitamente socialista de la DSA. Biden, en calidad de liberal corporativo, es un antisocialista, pro-capitalista y pro-multimillonarios, enemigo de lo que perseguían Sanders y sus partidarios. Si bien había mucho por lo que la DSA podía hacer campaña para apoyar a Sanders, puesto que el programa de Sanders estaba básicamente en la línea del programa socialista de la DSA, esto no es en absoluto cierto en el caso de Biden. Uno podría votar por él porque no es Trump, pero más allá de eso, no parece haber muchos motivos por los que una organización explícitamente socialista pudiera hacer campaña a favor de lo que Biden ofrece.

Biden propone un retorno a “los buenos tiempos” de la América capitalista corporativa, antes de que Trump asumiera la presidencia. Por supuesto, esos viejos buenos tiempos no eran tan buenos, eran cada vez más complicados y estaban plagados de crisis (en parte debido a las políticas “pragmáticas” defendidas por Biden y otros liberales corporativos), con el consiguiente crecimiento del descontento que desacreditó a los políticos “convencionales” como Biden y allanó el camino a Trump. Una buena dosis de lo que Biden y los que le rodean tienen para ofrecer en caso de que gane la presidencia nos predispondría para las “soluciones” abanderadas por fuerzas más disciplinadas y siniestras que las que representa Trump.

Lo que Sanders representaba era mejor que eso, algo que para muchos de nosotros valía la pena apoyar. Ahora Sanders ha sido derrotado, y —como los sesenta y seis— nos insta a apoyar a Biden para derrotar a Trump. Teniendo en cuenta quien es y lo que representa, probablemente Biden no va a ganar; pero si lo hace, no ofrecerá ninguna solución, y en seguida nos vendrán encima problemas más graves.

He decidido apoyar al candidato ecosocialista del Partido Verde, Howie Hawkins, para poder hacer campaña por algo en lo que creo durante la inminente temporada electoral. Hay quien puede pensar que otras opciones tienen sentido. Pero para mí esta divergencia no constituye el “balance final”.

Balance final

Ahora más que nunca, este es sin duda un momento para ponernos juntos manos a la obra por más de un motivo. Las crisis del capitalismo se profundizan en nuestro país y la población, cada vez más desesperada, se está polarizando.

Todos conocemos el extraordinario —y bien financiado— fenómeno del “populismo” de derechas que ha alimentado el movimiento del ‘Tea Party’ y cosas peores, y que ha servido de base para las campañas y la política del ‘Make America Great Again’ de Trump. De las sombras salen grupos preparados para defender viejos monumentos racistas de la Confederación, para abatir encapuchados a jóvenes negros, irrumpir en sinagogas para masacrar judíos y congregarse en las capitales de los estados, armas en mano, para presionar por el fin de las restricciones derivadas del coronavirus (con el fin de “poner de nuevo en marcha la economía”, de modo que las grandes empresas puedan recuperar sus beneficios, incluso aunque un número significativo de “gente inferior” tenga que morir).

Al otro lado del espectro, gracias a varios procesos de insurgencia masivos entre los que se cuentan los movimientos Occupy Wall Street y Black Lives Matter, y que encontraron expresión en las campañas de Sanders, hay estadísticas que nos dan esperanzas. Hoy, en Estados Unidos, el 43% de la ciudadanía tiende a identificarse positivamente con la idea de socialismo; el 51% en el caso de los jóvenes de entre 18 y 29 años y el 57% de los demócratas. Está claro que existe la base para un futuro movimiento socialista de masas en el país. Y con ello, la posibilidad de librar luchas coherentes en múltiples niveles que serán capaces de llevar a nuestra sociedad a una transición de las tiranías del capitalismo a la democracia económica del socialismo.

La urgencia rebasa con creces las elecciones de 2020. Este es un momento que requiere discusión, debate, planificación y el inicio de esfuerzos que nos ayuden a prepararnos para lo que debemos hacer en la década que justo acaba de empezar. ¿Cómo podemos construir un poderoso y efectivo movimiento socialista de masas? ¿Cuál es la orientación estratégica que puede ayudar a asegurar el triunfo de semejante movimiento? Esto es lo que necesitamos para sacudir el futuro, y para darle forma —como dijo una vez Carl Oglesby— “en nombre de la simple esperanza humana”.

Traducción para Sin Permiso de:  Narcís Figueras Deulofeu y Andrea Pérez Fernández

http://links.org.au/united-states-all-hands-on-deck-moment-sixty-six-old-new-left-support-joe-biden

 

Profesor de letras y culturas hispánicas de Our Lady of the Lake University (San Antonio, Estados Unidos).
es activista y miembro de DSA en Madison. Ha escrito para New Politics and International Viewpoint y editado la colección Wisconsin Uprising: Labor Fights Back (2012).
es historiador en la Universidad de La Roche (Pittsburgh) y activista sindical y socialista.

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Varias

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