Devorando petróleo

Miguel A. Jaimes                                                                                                                  4 de diciembre de 2024 Hora: 12:34

Para 1964 lo devorado al subsuelo venezolano por las transnacionales superó 124.000.000.000 millones de bolívares. Foto: EFE.


Todo en una historia sencilla: Venezuela extraía y Norteamérica comercializaba. Para 1964 lo devorado al subsuelo venezolano superó 124.000.000.000 millones de bolívares. En ese momento un dólar americano equivalía a 4.40 bolívares.

Al convertir esa inmensa cantidad de bolívares daba más de 128.181.818.181 dólares. Más de ciento veintiocho mil millones de dólares. En un análisis económico sencillo es algo impresionante.

Todo saqueado por las transnacionales. Pero esa ha sido la realidad sobre todas las naciones productoras. “Un modelo”, estancados en el subdesarrollo, importar y mediatizar junto al capital extranjero. Es como agonizar frente a diversas contradicciones.

El caso del petróleo sin introducir al gas fue desaprovechado bajo su espíritu ingenieril hacia el Estado, más su oro, hierro y otros valiosos minerales. De haber hecho lo contrario tuviéramos otras facilidades en interpretaciones propias y sintiéramos la influencia occidental de manera menos crítica.

Pero no es la energía la querellante de este siglo, y tampoco de los anteriores; si es la confederación de un pensamiento diferente, sin impuestos, grandes, venimos de un suelo húmedo, rico, para cambiar su circunferencia habitual.

No hemos evadido al menos un dolor en nuestras historias. Pero tampoco somos una idea para hacerla internacional pues eso no interesa, no nos imponemos, nosotros somos el Sur geopolítico de la energía.

Sin instrucciones ni votos en nulo, menos la condenación de medidas flotantes las cuales no caen porque su aire vaya contra todos los momentos de imponerse. Tampoco somos el SOS de otras ideas, pero sí somos los pabellones de donde han salido centenares de libros. Somos eso, ideas en letras. Esa debe ser la energía.

Junto al tranvía que cruza el Atlántico y el Pacífico hasta la vuelta de Magallanes, somos el centímetro invertido en un continente de centellas escritas, tampoco somos el frugal de los quince millones de 1810.

Nuestro capital está soñado en ideas, solos por décadas, pero seres de ideas. Sin temer al cuentagotas nuestra América tampoco es un negocio. Menos un comercio. Nosotros estamos en lo más parecido a un camuflaje del subsuelo en alimentos capaces de salvar a sus descendientes.

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