Desplazando la mirada con “La hija del cazador”, del desierto mauritano a la urbe moderna

Una de las cuestiones interesantes que pueden plantearse cuando tenemos delante un libro que cuenta la vida de una persona es hasta qué punto se ha hurtado aquello que, al que escribe, no le ha parecido necesario plasmar. Esto es, las omisiones que fluyen desde la mente del que recrea y que se han quedado sin mostrar. Junto con los interrogantes que aparecen al comprender los límites desde los que nace este vertido: la limitación al momento, el tiempo y el entorno concreto.

Acercarse al otro es un ejercicio exigente y complicado. Se tiene tendencia a la observación exótica hasta que llega la posibilidad de ahondar en un segundo o tercer plano donde podemos acercarnos de manera más libre, esto cada cual en su medida, al mundo interior y exterior del que no pertenece a nuestro cinturón de seguridad. Si esto ocurre cuando estamos “en terreno” o cuando entablamos contacto “con alguien extra-njero, extra-ño”, otro tanto sucede cuando se traslada al mundo lector, aunque de diferente manera.

El papel, dicen, lo soporta todo. Por lo tanto, las palabras que hemos escuchado en presencia, adquieren la característica de la fijeza. Sumando el impacto emocional que supone escuchar y vivir las realidades ajenas, tenemos, además, la posibilidad de completar algunas lagunas que se han quedado sin respuesta. Comenzar un camino iniciático y personal hacia el conocimiento del “otro”.

Sophie Caratini es antropóloga y su trayectoria profesional la ha realizado, entre otros lugares, en Mauritania. En 2004, publicó un breve ensayo proponiendo una cuestión central bajo el título Lo que no dice la antropología (Ed. Oriente y Mediterráneo) en la que opta por un desplazamiento de las miradas. A través de esta obra, incide en la importancia de huir de la “subjetividad” y de la necesidad de contextualizar económica y políticamente lo que se está vertiendo por escrito. Pero, además, es una excelente narradora que, en La hija del cazador, en primera persona, va transmitiendo la peripecia vital de Mariem mint Tuileb, quien fue la primera mujer mauritana en pilotar.

“La cultura del desierto es una escuela dura”, escribe Caratini en el primero de los libros mencionados. Y esto se muestra realidad cuando avanzamos por La hija del cazador.

Mariem nace de la unión de dos personas pertenecientes a dos grupos humanos diferenciados en Mauritania. En un país dominado por el desierto del Sáhara en casi la totalidad de su extensión, la pertenencia a uno u otro grupo es el sello de identidad más fuerte y el que prevalece. Ella procede de la unión de dos de estos mundos: el de los nmadi o cazadores y el de los ladem o pastores. Lo cual en si mismo es ya, en la cultura del desierto, una rareza.

Con Mariem viajamos al interior de la arena misma. Allí donde los parámetros que tenemos tendencia mentalmente a no tensar, comienzan a resquebrajarse. Los nmadi, nos cuenta, no son excesivamente religiosos. ¿Pero no es Mauritania una república islámica?, nos preguntamos desde el principio con desconcierto… Lo cierto es que la manera de vivir de este grupo se muestra desde las primeras páginas en toda su idiosincrasia y define el modo de relacionarse. Son “salvajes” para el resto de los mauritanos, son “impíos” y se les considera “gente de baja condición”, “gente que habla con los perros”. Estamos, pues, entablando el primer diálogo de demolición.

Al igual que las huellas cambian a lo largo de la vida, así Mariem nos narra su avance. Observa cómo la colonización fue especial en Mauritania, “No existía realmente un poder colonial, no había administración civil: solo había militares”. Seguramente porque no interesaba demasiado, tan solo como un espacio estratégico. Sin embargo, Mariem deja claro hasta qué punto la presencia de los franceses ahondó en las diferencias entre los denominados moros negros- haratin- y los moros blancos- bidan-, aquellos que hablan hasanía, ante lo que es una cuestión de cultura y no de piel. “Los franceses son responsables de lo que sucedió en Mauritania entre los moros y los negros, pues fueron ellos los que comenzaron a enfrentarnos a unos contra otros, como quien no quiere la cosa”, añade.

Mariem no escatima los momentos más crudos. Sin duda, la obligación de cebar a las mujeres hasta que estas adquieren unas dimensiones que les permiten solamente movimientos lentos, es una de ellas. Durante cinco años comiendo sin parar para alcanzar el canon de belleza mauritano, una práctica que los tiempos han hecho que fuera desapareciendo paulatinamente. Un acto de violencia, uno más, al que se le une los matrimonios infantiles: la casaron con tan solo 9 años con un hombre de 25. Después vino el divorcio, el repudio y un nuevo matrimonio con un militar francés, que pronto terminará.

Pero también, en esta oleada sin muchos tapujos, mantiene que la homosexualidad se extendió por los militares franceses en su país. Un discurso recurrente y que muestra la discriminación que sufre este colectivo y su nula aceptación. En Mauritania, hay condena de pena de muerte aunque las ejecuciones desde hace décadas no se han producido. Y desgrana la situación de los esclavos en un tapiz humano muy complicado, donde junto a los haratines y los bidan, están los kwar, aquellos que proceden del sur: peul, soninké, wólof, tucolor… lo que hace de Mauritania un país complejo cultural y socialmente.

Sin infancia ni juventud, el hambre de vida de Mariem la lleva a recorrer sola el camino, rehuyendo un posible nuevo casamiento y encaminando sus pasos a Nuakchot, la capital del país, todavía sin asfaltar. Ella pasa del velo a los zapatos de tacón y comienza a trabajar en un restaurante, donde incluso servía alcohol. Hasta que otro hombre francés aparece en su vida y muestra sus contradicciones, ella que no quería depender de ningún hombre.

La vida de Mariem es una ventana hacia un país envuelto en arena, contada con una oralidad que a veces se repite, oscilando ella misma entre el pasado y el presente, desde la mirada de una mujer que pasó del desierto a Francia. El nivel interior, aquel que hace que fluya lo vivido desde los propios sentimientos, no tiene demasiada cabida en el libro que es un intento de mostrar sin influir. Pero es un buen ejercicio para tocar sin tratar de hundirnos, porque como dice Mariem: “Es cosa de los europeos, de su psicología, esa manía de tratar de comprenderlo todo: en Mauritania no lo hacemos”.

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La hija del cazador. Sophie Caratini. Ed. Oriente y Mediterráneo, 2016. Trad. Inmaculada Jiménez Morell.

Desplazando la mirada con “La hija del cazador”, del desierto mauritano a la urbe moderna

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