Germán Sánchez Otero 13 de julio de 2024 Hora: 21:59
Conocedora de su alcance para transformar al país, desde su inicio la oposición trató de obstaculizar el proceso de una asamblea constituyente. Foto: Question Digital.
Conocer al enemigo es condición indispensable para vencerlo. El tema de la oposición (o contrarrevolución) venezolana alcanza en estos días una nueva complejidad. Por eso es útil descifrar sus maneras de actuar, la fuerza real que ha tenido en cada lapso de su evolución, y por qué y de qué formas depende de Washington. Y registrar cómo la enfrenta el liderazgo bolivariano, desde que Chávez gana la Presidencia el 6 de diciembre de 1998, durante sus históricos mandatos y, después, bajo la consistente dirección de su leal continuador, el presidente Nicolás Maduro Moros.
Tal mirada ayuda a desentrañar la desesperada y brutal arremetida del imperio estadounidense a partir de 2017 -para dominar a Venezuela cual si fuese una colonia-, de alcances geopolíticos mundiales y con graves riesgos para la paz regional y el avance de los pueblos al sur del río Bravo, como nunca antes en el presente siglo.
La solidaridad con el pueblo bolivariano incluye elucidar y denunciar con argumentos a sus adversarios, demostrar con hechos la naturaleza contrarrevolucionaria de la oposición desnacionalizada y mostrar hasta dónde es capaz de llegar. Y por supuesto, enfrentarla de todas las maneras posibles en cada circunstancia. ¿Acaso ella no actúa en contubernio con otros entes oligárquicos foráneos, también dependientes de Washington y que comparten el objetivo imperial de derrotar y extirpar a la Revolución Bolivariana a cualquier precio? Como nunca antes, sin ningún tipo de escrúpulos ni dignidad, la contrarrevolución venezolana en una sucursal del imperio estadounidense. Hasta el extremo de propiciar y ser cómplices a ojos vistas de un criminal bloqueo y una eventual agresión militar contra su propio pueblo.
¿Cómo y por qué ocurre tal grado de descomposición moral y política? ¿De dónde salió, por ejemplo, el fantoche Juan Guaidó y en qué dirección se mueve el proyecto restaurador de la IV República, que hoy encarna la llamada Plataforma Unitaria Democrática, con su seudocandidato presidencial y la ominosa titiritera del imperio? Dios no los cría, ni el diablo los junta. ¿Qué y quién los une? ¿Desde cuándo ellos se oponen a la Constitución Bolivariana? ¿Cuál fue el proceso que transformó a la oposición en un apéndice contrarrevolucionario de los Estados Unidos? Intentaré ayudar a descifrar ese engendro, formado por fuerzas, personas e instituciones heterogéneas. La historia es muy clara y es útil evocarla para entender mejor lo que sucede hoy y orientar mejor la solidaridad oportuna que merece el heroico pueblo de Bolívar y Chávez.
1997–1998: comienzan a caer las máscaras
La mayoría de los partidos políticos y demás entes que conforman la actual oposición al gobierno del presidente Nicolás Maduro y por ende a la Revolución Bolivariana, son los mismos o la continuidad de aquellos, que comenzaron a enfrentar a Hugo Chávez y al movimiento bolivariano sin respetar las normas democráticas, primero de la Constitución vigente en la IV República y después, sobre todo, de la Constitución Bolivariana.
El Movimiento Bolivariano Revolucionario 200 (MBR– 200) por iniciativa de su fundador Hugo Chávez, decide en abril de 1997 participar en los comicios presidenciales y regionales de 1998, para emprender un camino pacífico y democrático, legitimado por los votos del pueblo en las urnas. Desde entonces, la Revolución Bolivariana, bajo el liderazgo de Chávez en persona o mediante la lealtad a su legado después del 5 de marzo de 2013, ha respetado siempre la decisión mayoritaria del soberano en cada elección: cuando sus candidatos han obtenido triunfos electorales y, también, en todas las ocasiones en que los opositores lo han logrado. En ambas variantes, cual canon sagrado, el movimiento bolivariano ha reconocido al árbitro comicial y ha propiciado el respeto a las diferencias y promovido la paz.
¿Cuál ha sido, por su parte, la conducta de los entes contrarrevolucionarios ante las normas e instituciones democráticas establecidas por la Constitución? Las actuaciones de ellos en las lides electorales y en general en sus quehaceres políticos, revelan una y otra vez el irrespeto de la Carta Magna y del veredicto del pueblo, favoreciendo los intereses de la oligarquía y de sus cómplices imperiales.
Cuando Chávez propuso al MBR–200 emprender la vía pacífica y democrática, lo hizo fundado en la confianza suya en el pueblo y en los militares patriotas, para dar la pelea en los escenarios muy adversos de la IV República, en los que predominaba de modo casi absoluto el control por la oligarquía de todos los poderes públicos y privados. En aquel evento de abril de 1997, la mayoría de los participantes semanas antes no estaban de acuerdo con la propuesta de Chávez, pero él supo persuadirlos con argumentos como estos: “Lo que tenemos es una posibilidad histórica, que asumimos con toda responsabilidad”. Y explica que cuando recorre los barrios de Caracas y de otros sitios, “desde la mañana hasta la noche, siento en los cientos de miles de compatriotas el poder del pueblo”. Añade: “Ese es un poder disperso, en potencia, que necesita ser acelerado”. Y sentencia algo clave: “Hasta que no se organice, se sume, se concientice y se movilice no es poder. Es difícil, muy difícil, pero por ahí debemos avanzar”.
Después expone la tesis de la Dirección Nacional elaborada por él para esa reunión –en la que Nicolás Maduro desempeña un importante rol– sintetizándola en una diáfana ecuación: “Ofensiva táctica masiva, enlazada con aceleración estratégica, igual a desencadenamiento histórico”. Y explica que el MBR–200 seguirá con el mismo proyecto político, metiéndose ahora en el campo enemigo y aceptando sus propias reglas legales, y que con la fuerza popular que sumarán durante el proceso comicial, se puede acelerar la estrategia hacia el poder y llegar a “desencadenar una nueva fase histórica”.
La candidatura de Chávez es noticia, “el hombre que muerde al perro”. Provoca sorpresa en sus poderosos adversarios, y en el arranque estos lo subestiman. Hasta que las encuestas no pueden ocultar el sol: el promedio de las mediciones entre el 22 de septiembre y el 30 de noviembre de 1997, le adjudican apenas un 6,8 por ciento de respaldo. Pero entre abril y mayo del siguiente año, a seis meses de las elecciones del 6 de diciembre, el promedio de cuatro encuestas impide ocultar la intensa luz: Chávez, 27,6; Irene Sáenz, 21,1; Salas Rómer, 15; y Claudio Fermín, 7,3. Los cuatro son los mismos del año anterior, mas, la ubicación es muy diferente. El líder de la boina roja se ha “escapado”, Salas va en ascenso, Irene casi no crece y Claudio va hacia abajo. Desde esa fecha y hasta julio, Chávez sigue en alza y consolida la cima, con una ventaja de más de 20 puntos sobre el segundo lugar, disputado hasta ese mes por Salas, Irene, y hasta el adeco Alfaro Ucero, en razón de quien pague.
Tal realidad enciende las alarmas de la Embajada de Estados Unidos y del sistema político e institucional de la IV República. La Embajada le niega la visa por los hechos del 4 de Febrero de 1992 (un “golpista”), y acentúa su influencia dentro de Venezuela, a fin de impedir su triunfo. Mientras, los factores políticos y económicos privados y los entes del Estado buscan de consuno cómo neutralizar tal avance demoledor. Utilizan su artillería de mentiras e infamias contra Chávez, como nunca antes han hecho con otro personaje político nacional. Es inútil: nada ni nadie puede detener el torbellino que viene de todas partes de Venezuela, con un rumbo inequívoco: Miraflores. ¿Qué ha ocurrido? El indomable barinés motoriza sus energías, inteligencia y habilidades para avanzar, en una ofensiva sin tregua en todos los ámbitos de la batalla electoral. Recorre el país varias veces, dialoga piel a piel y corazón a corazón con la gente, explica la catástrofe existente, promueve el radical proyecto de cambios que arranca con la convocatoria de la Constituyente, denuncia la corrupción y la debacle moral de la IV República, incentiva la organización de las bases y hace creíble el triunfo de la alternativa bolivariana. Chávez deviene pueblo y este es cada vez más chavista.
A la vez, prioriza la estructuración del recién creado Movimiento Quinta República (MVR) y articula una inteligente alianza con partidos de izquierda, centroizquierda y algunos pequeños de centro derecha, con los que forja una agrupación política de carga simbólica y publicitaria: el Polo Patriótico. Crea así una pieza de orfebrería político–electoral, que desconcierta aún más a las cúpulas de los partidos adversarios. Algo central es su propuesta de refundar el país, mediante una Constituyente: si antes de ser candidato no cejaba de enarbolar esa bandera, ahora con más vehemencia la sostiene en sus manos, y la ondea a cada instante y en cualquier evento público o reunión privada. Él y su propuesta de Constituyente se convierten en un todo único, que gana espacio electoral en igual magnitud. La Constituyente, dice, es el poder de un pueblo en contra de lo que está constituido. Es un proceso real, no un decreto artificial. Igual que las nubes, hasta que no cae el agua, no tiene poder. Ese arbitrio del pueblo está suelto, y como todo generador se puede acelerar. La campaña electoral de los bolivarianos tiene ese gran objetivo: acelerar el poder. En Venezuela se ha llegado al fin de una era y hay que buscar abrir la página de otra. ¿Qué hacer para conseguir una transición entre ambas? Eso se logra, dice él, a través del proceso Constituyente, que es la vía de la revolución democrática y pacífica bolivariana, con cinco fases y cada una depende de la precedente. A lo largo de dicha dinámica constituyente, insiste siempre Chávez, desde la fase inicial, que él ubica cuando la potencia dormida de la gente comienza a transformarse en poder con la explosión popular del 27 de febrero, el poderío del pueblo es el que garantiza su avance. Ese poder, despierto, impulsador, cada vez más organizado y mejor orientado, que comienza en la fase uno, es interminable.
A partir de mayo de 1998, al ser puntero en las encuestas, el sorpresivo candidato se convierte en una estrella imposible de ocultar. Vuelve a ser el huracán del 4 de Febrero, consciente de que transcurre otra vez el minuto táctico de la victoria, mas ahora no es con balas sino con votos, e igual de trascendente. Entonces casi todos los medios despliegan una nueva táctica: tratar de manchar su prestigio y generar miedo sobre sus supuestas ocultas intenciones de perjudicar al pueblo, con medidas contra la propiedad y de otra índole. Buscan manipular su origen militar y lo acusan de autoritario y de querer implantar una dictadura; sacan de contexto algunas de sus expresiones sobre Cuba; lo culpan de secuestros, del estallido de niples en Caracas y hasta de asaltos a bancos; explican la salida de inversionistas del país, por el supuesto temor a que él triunfe; exageran la negativa de Estados Unidos a otorgarle visa, generando el temor de que las relaciones con ese país serán malas, pues ni siquiera podrá visitarlo; incluso forjan un spot donde un imitador de su voz dice –como si en verdad él lo hubiera declarado– que cuando sea presidente va a freír las cabezas de los adecos… Nunca antes en Venezuela un político ha sido víctima de tan desmesurada campaña de infamias. Chávez, sin embargo, respeta siempre las pautas de la que después califica de moribunda Constitución (1961), y toda su actuación además de legal se sustenta en los valores éticos del bolivarianismo.
Artimañas infructuosas para evitar el triunfo de Chávez
Las cúpulas del régimen puntofijista maniobran y logran dividir en dos fechas la convocatoria a las elecciones generales, previstas para el 6 de diciembre; dejan ese día solo la presidencial y el 8 de noviembre las de gobernadores, senadores y diputados. De tal forma, quieren evitar que “el primer elector” o “portaviones” de boina roja, atraiga votos hacia sus candidatos y el Polo Patriótico gane la mayor parte de las gobernaciones y de los escaños del poder legislativo. Cocinándose en su propia salsa, los asustados politiqueros suponen que luego de vencer a los candidatos de la alianza que apoya a Chávez, con sus maquinarias electorales, el dinero y diversas trampas podrán derrotarlo por separado el 6 de diciembre. Él reacciona con presteza militar ante la inesperada maniobra táctica. Denuncia que es violatoria de la ley electoral y la califica de un acto de desesperación “de las cúpulas podridas adecas y copeyanas”, que muestra su crisis terminal. Raudo, concibe un contragolpe eficaz: acelerar la organización del MVR y la unidad de todas las fuerzas del Polo Patriótico, demostrar que son mayoría, y utilizar tales comicios regionales como ensayo general en caliente para el gran triunfo suyo de diciembre. Así será.
Es tan notorio su avance en la etapa final –como el sol cada mañana–, que los medios de comunicación no pueden desconocer dicha realidad y de manera creciente lo invitan a programas estelares de televisión y radio; además, varias de sus actividades son transmitidas en vivo por televisión y se reflejan en la prensa plana. Ello le facilita desbaratar las campañas de infamias y divulgar sus ideas, y muchas personas que no lo han escuchado quedan prendadas de su estilo cautivador. Durante las entrevistas, le preguntan sin previo aviso cualquier cosa y él responde de un tirón. Por ejemplo, Oscar Yánez, un anciano astuto y reaccionario de Venevisión, desliza en su programa “La silla caliente”: “Pero todo gran pitcher, ve con cuidado al bateador emergente, porque al bateador emergente no se le conocen las mañas…”. Y Chávez es contundente: “De todos modos se van a ponchar”.
Vísperas de los comicios regionales se realiza en Caracas el acto de cierre de campaña del Polo Patriótico y acontece un derrame de más de un millón de personas que sellan con el líder su compromiso histórico: le piden que castigue a los corruptos y gobierne para los humildes y comprometen su respaldo –“hasta la muerte”, dicen miles– al proyecto de cambios bolivariano. Él ha hablado en varios estados, en mítines muy nutridos, pero es la primera vez que lo hace frente a un público tan enardecido y numeroso, que estremece sus fibras hasta el paroxismo. “Vamos a quitarle el poder a los poderosos para dárselo al pueblo”, vocea, y la multitud se inflama, como al rociar gasolina a una llamarada. Corean una y otra vez: “¡Chávez, Chávez…!”. Y raudo, se yergue brioso en la tribuna: “Vamos a revertir para siempre esta situación de pobreza, de niños descalzos, de falta de trabajo. El pueblo venezolano se merece otro destino, y nos comprometemos entre todos a buscarlo y a ganarlo”.
Tales comicios regionales se efectúan en un escenario viciado de origen, por los ardides antidemocráticos de los partidos tradicionales y sus representantes en el Consejo Supremo Electoral. Votan decenas de miles de muertos, cientos de miles de electores no lo pueden hacer por carecer de la cédula o no estar inscritos en el registro comicial, y se anulan muchos votos de manera interesada. Sin embargo, el desenlace es rotundo a favor del Polo Patriótico y suscita radicales mudanzas, que prefiguran el nuevo mapa político que está naciendo en el país. Triunfan en 12 gobernaciones, incluida la capital y el emblemático estado Barinas, donde el padre de Chávez, Hugo de los Reyes, se alza con la victoria frente a los aturdidos jefes adecos. El Polo Patriótico también obtiene mayor número de diputados (76) entre todas las alianzas y alcanza el segundo lugar de senadores. Ergo: queda sepultado el bipartidismo adeco–copeyano y sustituido por varios entes políticos, donde el chavismo emerge como primera fuerza electoral del país. La grieta del régimen seudo democrático es profunda.
Acostumbrados a los mejores manjares electorales, AD y Copei no tardan en coincidir en que solo apoyando al candidato Salas Römer es posible intentar derrotar a Chávez. El 27 de noviembre, cinco días antes de las elecciones presidenciales, AD retira su apoyo a Alfaro Ucero (además secretario general de ese partido) y, al siguiente día, Copei despecha a la ex reina de belleza Irene Sáez, y ambos partidos deciden respaldar a Salas Römer. “¡Chávez los tiene locos!”, dice mucha gente en las calles. Y para mayor enredo, Irene decide mantener su candidatura, al igual que Alfaro, aunque en verdad se polariza la lidia entre Chávez y Römer. Pero la desesperada jugada debilita más a Römer. “Dime con quién andas y te diré quién eres”. Pocas veces en el mundo de las simulaciones políticas, se ha visto tanto cinismo y traición.
Chávez, bien informado sobre el correcorre de sus adversarios, percibe con alegría que estos acaban de meterse un autogol que hará más grande el triunfo bolivariano. Declara el 2 de diciembre al periodista Carlos Fernández: “Yo creo que son los signos de la muerte política de unas cúpulas podridas, que perdieron toda legitimidad ante el país, (…) se están devorando a sí mismos”. Y enfatiza un concepto, que busca hacer más claro el panorama electoral y más fácil discernir por quién votar: la polarización de dos posiciones antagónicas. “En Venezuela, amigos, hay dos opciones nada más en este momento y está demostrado, se cayeron las máscaras de los que querían ponerse máscaras. La opción de la corrupción, la opción del continuismo, del pacto podrido de Punto Fijo, que representan todos ellos juntos, o la opción de la transformación hacia una patria nueva que nosotros representamos”. También pone énfasis en el mensaje a los adecos y copeyanos de las bases, entre quienes él sabe que hay mucha gente susceptible de incorporarse al proceso bolivariano. Dice: “(…) y yo aprovecho para hacer un llamado a esas bases de Acción Democrática, a esas bases de Copei, (…) quieren llevarlos como borregos; no, no se dejen, saquen su dignidad, porque todo venezolano, sea adeco de las bases, o sea copeyano de las bases tiene dignidad, es parte del pueblo”.
“Llegó la Hora”, expresa con su boleta la mayoría del pueblo el 6 de diciembre de 1998. El triunfo es arrollador. Chávez suma 3.673.685 votos, 56,20 por ciento y Salas Römer 2.613.161 votos, 39,97 por ciento. Irene obtiene solo 2,82 por ciento y Alfaro 0,42 por ciento. Y los otros siete, cifras ínfimas. El líder de la boina roja logra el mayor porcentaje y el más alto margen de ventaja (16 puntos), que candidato alguno haya alcanzado hasta esa elección en la historia contemporánea venezolana.
Mucha gente humilde y de la clase media empobrecida de Caracas, esperan por él, aglomerados frente al edificio del Teatro Teresa Carreño y el Ateneo de Caracas. Principia con la voz estremecida: “Desde hace varias semanas lo hemos venido diciendo (…) y hoy ha quedado demostrado ante el mundo entero: ¡Qué grande es el pueblo de Simón Bolívar!”. La gente reacciona en coro: “¡El pueblo unido, jamás será vencido!”. Y aunque el instante es muy emotivo y el ambiente y la hora no son idóneos para la reflexión, sus palabras están trenzadas con sentimientos e ideas orientadoras. “Lo que hoy está pasando en Venezuela es la continuación del 4 de Febrero de 1992”, dice. Y agrega: “Siete años después el ‘Por Ahora’ se convirtió en ‘Llegó la Hora’”. Y enseguida agradece a Dios: “Demos en primer lugar gracias a Dios, nuestro señor (…), por habernos iluminado el camino; por habernos dado coraje, resistencia y valentía para transitar el camino de las dificultades”. En la cúspide, su humildad es más alta: “Yo, Hugo Chávez Frías, no me pertenezco a mí mismo. Yo, todo mi ser, pertenece a ustedes, el pueblo de Venezuela. (…) ¡Ustedes son los dueños de la Venezuela futura!”.
Al comenzar la madrugada, Fidel le envía, un breve mensaje de felicitación, cargado de significados: “Aunque te acosaron incesantemente y te calumniaron por el hecho valiente de tu visita a Cuba, pensando que así restarían fuerzas y votos a tu candidatura, tu aplastante victoria demuestra que los pueblos han aprendido mucho. Los cubanos, que han seguido de cerca y en silencio tu épica campaña, comparten con los venezolanos su noble y esperanzador júbilo. Te deseamos éxito en la difícil e inmensa tarea que tienes por delante, en este momento crucial de la historia de Nuestra América, en que ha llegado la hora de los sueños de Bolívar”.
La oposición intenta boicotear el proceso Constituyente
Al asumir como Presidente, el tema de los temas de Chávez sigue siendo la Constituyente. Nadie como él conoce la complejidad de esa tentativa y el rol decisivo que cumplirá la nueva Carta Magna en la transición hacia una nueva Venezuela. Pero sus enemigos no aceptan que junto a Chávez ha triunfado también su propuesta de emprender un proceso constituyente. Buscan escamotearlo. Presionan al Consejo Supremo Electoral (CSE), con la amenaza de que el nuevo Congreso destituirá a sus miembros, si aprueban el llamado a referendo para preguntarle al pueblo si quieren Constituyente, que es la primera acción prevista por Chávez. A ello se puede llegar por la vía de un acuerdo en el Congreso, por la solicitud de 10 % del electorado –que sería engorroso– y a través de una decisión del Consejo de Ministros, auspiciada por el Presidente. Chávez no los deja respirar. A quienes presionan con sustituir al CSE, les dice sin ambages que si lo hacen él no dudará en clausurar el Congreso, junto al llamado a que el pueblo salga a las calles.
Esas y otras expresiones similares del flamante Presidente, en esos tensos días en que los apabullados defensores de la IV República tratan de hacerla sobrevivir, provocan críticas a sus firmes posturas de no aceptar mutaciones al compromiso con el pueblo. Empiezan a acusarlo de que “el tono” de su discurso es muy fuerte y tratan de “domarlo”. Él se cura en salud, y les dice a los miembros de la Conferencia Episcopal: “Si soy duro en algunas ocasiones pido perdón, pero también pido que interpreten la dureza; porque cuando yo subo el tono del discurso, estoy recogiendo desde la profundidad de mi subconsciente la dureza del dolor de millones de venezolanos. El dolor de conseguirme a un hombre que se tira al suelo y se arrodilla y que dice: ‘¡Presidente, quiero justicia, me acaban de matar a mi hijo de catorce años, véalo, allí está!’. Eso, un 24 de diciembre; o la dureza del dolor de un niño limpia tumbas, que me encuentro en mi pueblo cuando voy a poner una corona a mi abuela’. (…) El tono no es el de Chávez, el tono es el de un pueblo que clama (…), y yo estoy nombrado aquí por un pueblo y para corresponder al tono de ese pueblo”.
Inicia su mandato presidencial el 2 de febrero con la mira bien orientada. Y no oculta el derrotero de gran calado, aunque sus palabras y actuaciones son inclusivas. Evita crearse enemigos, en una circunstancia en que requiere aglutinar la más amplia fuerza social posible. No acepta, empero, cualquier consenso y otra vez acude a Bolívar: “unirnos para apoltronarnos, unirnos para observar cómo pasan los acontecimientos, antes era una infamia, hoy es una traición”. Recalca que: “unirnos a los que quieren conservar esto tal cual está, buscar consenso con los que se oponen a los cambios necesarios, yo digo como Bolívar: ¡Es una traición!”. Y proclama que no habrá marcha atrás en la revolución política “que tenemos que impulsar y que claman las calles del pueblo de toda esta tierra de Bolívar”.
Por eso la misma tarde en que toma posesión, luego de calificar en ese acto de moribunda a la Constitución vigente, firma el decreto donde convoca al referendo para que el pueblo decida si quiere o no activar una Asamblea Constituyente. La contrarrevolución es sorprendida por ese decreto y arremete acusándolo de querer convertirse en un dictador. El pueblo responde el 25 de abril: el 92 por ciento dice sí a la convocatoria de la Constituyente y el 86 aprueba las bases formuladas por Chávez. El genio soberano por fin sale de la botella, deseoso de transformar y fundar, luego de ser frotada incontables veces por el pertinaz soñador.
Los partidos de la derecha –con el apoyo de casi todos los medios de comunicación privados, de buena parte del empresariado y en forma sibilina de la Iglesia Católica– buscan sobrevivir ante el embate bolivariano. Actúan como los avestruces: la maniobra principal consiste en ocultar la identidad política de los candidatos, pues saben que la gente rechaza a quienes tienen la marca de los partidos tradicionales. Mediante argucias, logran que el CSE decida no incluir en la tarjeta comicial el sello político de los aspirantes y que solo coloque el nombre y una pequeña foto de cada uno. Chávez y sus adeptos dan la batalla legal y a través de un recurso privado logran que el Tribunal Supremo obligue al ente comicial a publicar en gaceta oficial la nómina de los candidatos, con las fotos y el partido u otra entidad que cada quien declare lo ha postulado. Junto a sus compañeros del Polo Patriótico elabora una original estrategia, para imantar de modo balanceado los votos del pueblo bolivariano, a favor de todos los nominados por la alianza. En contraste, la oposición va disgregada y con la moral hecha trizas.
El 25 de julio es la fecha para elegir los 131 miembros de la Asamblea Nacional Constituyente (ANC), de ellos, tres representantes directos de los indígenas. La influencia del incansable seductor pone contra las cuerdas a la oposición. Desesperada, lanza un golpe bajo. Logra a mediados de julio que el ente comicial –donde predomina la oposición– le prohíba al Presidente promover a los candidatos del Polo Patriótico, le aplica una multa y prohíbe Aló Presidente, su programa de radio semanal: una victoria pírrica. Él cumple tal decisión, aunque con su réplica hace trizas a los rivales, y mucha gente en las calles aporta el dinero para pagar la multa: la patada del ahogado deviene otro triunfo del pueblo bolivariano y chavista. El 22 de julio, parado por primera vez en un ínfimo balcón del Palacio, agradece a sus seguidores el apoyo recibido: “Para algo servirá esta multa, para algo bueno, primero, para demostrar que Chávez no es Chávez sino el pueblo. Y segundo, para darle alivio a algunos niños venezolanos”. Después, nombra al sitio el Balcón del Pueblo y adelanta su uso futuro: “(…) vamos a usarlo de vez en cuando para conversar con ustedes. Buena fue la multa también, porque se abrió el Balcón del Pueblo”.
Tres lunas adelante, la noche del 25 de julio, desde ese mismo balcón informa al pueblo los resultados de la elección de los miembros de la Constituyente, que sobrepasan con creces las expectativas más optimistas, también suyas: de 128 constituyentes a elegir, ¡123 son del Polo Patriótico! Solo cinco están vinculados a partidos contrarios a las fuerzas del cambio lideradas por Chávez. El resultado es avasallador para los partidos tradicionales. Por ejemplo, no fue electo el expresidente Carlos Andrés Pérez ni ningún candidato adeco, copeyano o de Proyecto Venezuela. La gente vota por la nueva alternativa de país prefigurada por Chávez: la Asamblea Constituyente nace con la fuerza de los dioses del pueblo.
Pero una vez más, la clase dominante reacciona por instinto y se quita su pantalla democrática. Al quedar anulados los partidos de la IV República, ocupan su lugar los medios de comunicación, la cúpula de la Iglesia Católica, los gremios empresariales y del sindicalismo putrefacto, más varias organizaciones civiles. Las mismas fieras con diferentes colmillos. Chávez denuncia el plan de los politiqueros, quienes aturdidos por las derrotas sufridas se resisten a aceptar el nuevo escenario político. La postura del barinés es enérgica, sin dejar de ser flexible. Expone la línea de la ANC –que él comparte y es uno de sus principales artífices– de buscar acuerdos de convivencia con los poderes constituidos, bajo el principio de que se respeten las atribuciones originarias de la Constituyente. Sale al paso a la campaña mediática contrarrevolucionaria, según la cual en Venezuela hay un proceso que pretende desconocer el Estado de Derecho y que él controla a la ANC con el objetivo de imponer una dictadura.
Al final, bajo la presión abrumadora del pueblo se logra un acuerdo de convivencia. Ello permite ratificar a Chávez en la presidencia, reorganizar y depurar el poder judicial, constreñir las funciones del Congreso y ajustar el Consejo Supremo Electoral. Todos aceptan el poder supra constitucional de la ANC, con lo que se facilita la convivencia pacífica entre esta y la vieja estructura de poder. Surge un clima de transición complejo, aunque sin graves traumas políticos gracias a la hegemonía del chavismo en el pueblo, y queda despejada la pista para elaborar la nueva Ley de Leyes, basada en auténticas normas democráticas y en paz.
Los defenestrados partidos de la vieja política, cada vez más disminuidos, no tienen otra opción que adoptar un repliegue que ellos suponen transitorio para luego remozarse. Mientras, varios dirigentes jóvenes, también derechistas –sobre todo del partido en formación Primero Justicia– calculan que ha llegado el momento de llenar el vacío de los entes tradicionales derrotados. Todos, acuden al respaldo de los medios de comunicación, de la Iglesia y también de aliados internacionales, en primer lugar, el gobierno de Estados Unidos, que en esta etapa observa muy preocupado el dinámico panorama y al popular líder, que no han logrado descifrar y menos aún cooptar.
La contrarrevolución enfrenta la forja de la Constitución Bolivariana
El trabajo de la Constituyente es asumido como propio por millones de personas, cientos de instituciones y grupos organizados: una oleada democrática inunda a toda la sociedad. Y el soñador de la boina roja, el más feliz y entusiasta, es el primer impulsor de tan fecunda dinámica. Los legisladores disponen de un jugoso caudal de opiniones, de anteproyectos completos y de propuestas constitucionales. Finalmente, el proyecto es aprobado por la ANC, con la negativa de los cinco representantes de la oposición y el rechazo de toda ella. El texto pretende ser el acimut de la nueva República y el más importante instrumento de la Revolución Bolivariana para su avance y defensa. Establece el marco general y formula las directrices de un proyecto nacional de largo aliento. Sus 350 artículos y el preámbulo, forman un sistema de normas y aspiraciones, forjado con un nivel de coherencia aceptable y sobre todo bastante permeado –como desea Chávez– de la ideología bolivariana, a tono con los nuevos tiempos, y de un elevado humanismo.
Los adversarios de la nueva República, durante los debates de la Constituyente extreman sus tretas para intentar frustrar el parto. Respaldada por Chávez, la ANC no coarta las libertades de los adversarios. Nadie es censurado ni reprimido. Señorean la libertad y la paz, amparadas en la hegemonía del pueblo en las calles, en su poder constituyente y en el seductor barinés: un triángulo más poderoso que el de las Bermudas, capaz de desintegrar cualquier desmesura opositora. La contienda, sin embargo, reserva sus momentos más tensos de cara al referendo. Chávez y el proyecto de Carta Magna son blancos de los rivales usuales y de otros que se quitan la máscara –como lo hacen varios jerarcas de la Iglesia Católica–, pues el temor a la disyuntiva no les permite simular. El contumaz bolivariano orienta reproducir el texto en cientos de miles de ejemplares y estimula al pueblo a que lo lea y estudie. Es el principal divulgador de la nueva Constitución y del método auténticamente democrático empleado por la ANC, e insiste en que por primera vez el pueblo venezolano aprobará su Carta Magna en un referendo.
La contrarrevolución ataca unida, con amplio respaldo financiero local y de aliados extranjeros; pretenden tomar las calles, hacer huelgas y crear conflictos, secundados por una caterva de falsedades contra el proyecto de Constitución. Arguyen que es autoritaria y que atenta contra la libertad de expresión; que defiende el aborto, amenaza a la propiedad privada, favorece el poder del Estado y sigue la pauta de la cubana. Machacan que el cambio de nombre de la República es una deformación, que traerá diversos problemas a la gente. “Los negativos” –así los llama Chávez–, emplean todas sus argucias para confundir al pueblo y lograr que la mayoría vote por el No.
Él responde con una andanada demoledora: siempre ha creído que las “llamas” facilitan al pueblo ver con nitidez a los enemigos, comprender mejor las causas de sus vicisitudes y unirse en el bregar. Advierte a quienes echan “plomo”, que les va a responder con la artillería de las ideas bolivarianas. “Plomo parejo” –vocea retador y divertido en las tribunas–. Sus ímpetus de gladiador se cargan de más ánimo y buena parte del pueblo capta sus mensajes y lo sigue con pujanza.
El carácter antidemocrático y antinacional de la oposición queda más visible que nunca antes. En contra de la Constitución Bolivariana se alinean los partidos de la IV República y sus gremios afines, casi todos los medios de comunicación privados, buena parte del empresariado agrupado en las cámaras respectivas, organizaciones civiles de la clase media y de la oligarquía, y la Conferencia Episcopal y otros jerarcas de la Iglesia. Varios actúan en sintonía con poderes extranjeros encubiertos, sobre todo de los Estados unidos, que mueve los hilos y esconde las manos.
Chávez no se arredra ante la embestida. Al contrario. Aprecia que es una excepcional oportunidad para explicar una y otra vez los méritos de la Constitución Bolivariana. Recorre el país sin parar y combina los quehaceres de gobierno con la divulgación pedagógica del texto fundacional de la V República. Todo el que ataca es golpeado por su verbo pletórico de razones y valores, que persuaden a la mayoría del pueblo. Pelea en el campo de las ideas con uno, dos o más contendientes a la vez y está listo a toda hora para enfrentar a quienes persistan o se incorporen a la campaña opositora. Algunos de sus compañeros le sugieren que no dispare de manera simultánea a todos los que agreden, pero él prefiere abatirlos en ráfaga. ¿Cómo lo explica? Lo dice sonriente en el Aló del 28 de noviembre: “Yo soy como el espinito – no se olviden– que en la sabana florea, le doy aroma al que pasa y espino al que me menea”.
Al referirse a instituciones y personalidades opositoras que se han juntado en torno al No, demuestra la complicidad de ellas con los gobernantes de la IV República. Por ejemplo, dice que casi todos los dueños de los medios de comunicación están en contra de la nueva Constitución, porque “han vivido a lo largo de estos años al amparo de la corrupción, de estos partidos AD y Copei y tienen todas sus relaciones, sus ventajas con ese viejo mundo que está desapareciendo”. Ningún opositor queda impune. Pone especial empeño en devastar a los jerarcas de la Iglesia Católica, que se unen al bloque de “los negativos”. En el Aló del 28 de noviembre explica: “Dios está donde está el pueblo. La voz del pueblo es la voz de Dios y la voz del pueblo hoy en día dice Sí, dice revolución pacífica, dice revolución democrática. El 2 de diciembre, afirma: “Si Cristo resucitara y encarnara hoy en Venezuela ¿para dónde cogería Cristo? ¿Para dónde? Cargaría su cruz y diría Sí”.
La disputa en torno a la nueva Constitución polariza como nunca antes a las fuerzas que están a favor o en contra de la Revolución Bolivariana. Chávez, que suele emplear –y suscitar– los conflictos para hacer avanzar el proceso, clava nuevas banderillas a los pudientes y ahonda su pacto con los pobres. Acorrala y debilita aún más a los defensores del régimen agónico, quienes utilizan todas sus mañas y cuantiosos recursos. Es premiado por el pueblo bolivariano –que lo sigue como nunca antes–, y termina aquejado de gripe el 14 de diciembre, víspera del referendo, tras empaparse de lluvia en un acto, donde alerta que el mal tiempo podría continuar e invoca la célebre frase de Bolívar sobre el terremoto de 1812: “Si mañana por alguna razón de la naturaleza amaneciera lloviendo, si tuviera usted algún problema, (…) recuerde al Padre Libertador cuando dijo: ‘Si la naturaleza se opone, lucharemos contra ella y la haremos que nos obedezca’. No hay nada que pueda oponerse, no habrá nada que pueda obstaculizar la construcción de la Venezuela nueva (…).
Muchas personas no pueden ejercitar el voto –sobre todo gente humilde– y el mal tiempo provoca severos daños humanos y materiales, en especial la llamada tragedia del estado Vargas. A pesar de las vicisitudes, por primera vez en la historia de Venezuela es aprobada la Ley Suprema en referendo popular. Chávez y el pueblo tienen razones para sentirse de plácemes: 71 por ciento vota Sí.
Los defensores de la IV República, con todos sus recursos y desmanes antidemocráticos no pudieron evitarlo. A contrapelo de ellos, nace la V República, cuaja el nuevo diseño de país: una esperanza. Y queda configurado también el bloque antagonista del proyecto bolivariano, que ha hecho todo lo posible para impedir que el pueblo apruebe el nuevo pacto social. Nace así la contrarrevolución vernácula, con una mancha antidemocrática indeleble en la frente.
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