Peter SchwarzUnos meses después de su fundación, la Alianza Sahra Wagenknecht (BSW) ha obtenido resultados electorales de dos dígitos en tres elecciones estatales de Alemania del Este, un resultado que supera al logrado por cualquier otro partido nuevo en un período comparable. Además de la ira popular generalizada contra todos los partidos establecidos de Alemania, los factores más importantes detrás de esta evolución son el rechazo de Wagenknecht a la guerra en Ucrania y su condena de la desigualdad social. Muchos votantes que tienen reparos en votar por el partido de extrema derecha Alternativa para Alemania (AfD) ven el voto por el BSW como una forma de protestar contra la política oficial.
Se sentirán decepcionados. El BSW no es una alternativa a los partidos establecidos, sino más bien un intento de erigir nuevos puntales para el dominio capitalista en medio de la crisis global más profunda del capitalismo. La guerra, los recortes sociales y el fascismo sólo pueden ser detenidos por un movimiento independiente de la clase obrera y la juventud, dirigido contra todos los partidos mayoritarios y el sistema capitalista que defienden. Pero esto es precisamente lo que el BSW está tratando de evitar.
En lo que respecta a la política de refugiados y la seguridad interior, el BSW ha adoptado el programa de la AfD. Considera a los refugiados y a los inmigrantes como chivos expiatorios de una crisis social, que en realidad es causada por el aumento de los beneficios y los costes de la guerra, tratando así de dividir a la clase obrera. El BSW aboga por un aumento masivo de la policía y los servicios secretos para reprimir la oposición política y la resistencia social.
Su condena de la guerra en Ucrania no tiene nada que ver con la política de paz. El BSW apoya el rearme del ejército alemán (Bundeswehr). Simplemente se opone a que Alemania se subordine a los EE.UU. en lugar de perseguir sus propios intereses imperialistas. “Europa debe convertirse en un actor independiente en el escenario mundial, en lugar de ser un peón en el conflicto entre las grandes potencias y subordinarse a los intereses de los EE.UU.”, se lee en el programa electoral europeo del BSW. Por ello, el BSW quiere “contribuir a que la Unión Europea recupere la independencia de su propuesta política, económica y de seguridad”. [1]
Oskar Lafontaine, el marido y consejero más cercano de Wagenknecht, ha escrito incluso un libro sobre este tema titulado ( Ami, it’s time to go: Plädoyer für die Selbstbehauptung Europas (Ami, es hora de irse: un alegato a favor de la autoafirmación de Europa), en el que afirma que Alemania, la cuarta potencia económica del mundo, es simplemente un “vasallo” de los EE.UU. En el periódico Weltwoche, Wagenknecht ha pedido que “pongamos en el centro nuestros propios intereses económicos y de seguridad” en lugar de “perseguir una moral cuestionable que, al examinarla más de cerca, resulta ser una política de intereses especiales de los EE.UU.”. [2] Su comentario no tiene nada que ver con la paz, sino que expresa la política de gran potencia alemana.
La disposición del BSW a participar en los gobiernos de Sajonia, Turingia y Brandeburgo, encabezados por la conservadora Unión Cristianodemócrata (CDU) o el Partido Socialdemócrata (SPD), revela la verdadera postura que se esconde tras toda su demagogia social. La CDU y el SPD llevan décadas encabezando la desintegración del tejido social del país. La afirmación de que cambiarían de rumbo si gobernaran junto con el BSW es absurda.
Wagenknecht simplemente continúa la política del partido Lae Izquierda y su predecesor, el PDS, al que perteneció durante 35 años. También prodigaron promesas sociales en las campañas electorales, pero cuando estaban en el gobierno apoyaron los ataques sociales más feroces.
El BSW ni siquiera se opone a una coalición con la AfD. El 9 de octubre, Wagenknecht apareció en el programa de televisión Welt TV junto con la líder de la AfD, Alice Weidel. Lo que se anunció como un ‘duelo’ resultó ser durante mucho tiempo un intercambio de cumplidos mutuos. Wagenknecht le aseguró a Weidel que podía imaginarse a los dos trabajando juntos. Su única objeción por el momento era una alianza con el líder de la AfD de Turingia, Björn Höcke, que defiende abiertamente el fascismo.
Estalinismo en lugar de socialismo
Durante mucho tiempo, Wagenknecht fue considerada la cara izquierda del Partido del Socialismo Democrático (PDS) y del partido La Izquierda. En el PDS, sirvió como figura decorativa de la “Plataforma Comunista”, una asociación de veteranos estalinistas. En ese momento se vestía como Rosa Luxemburgo, usaba frases marxistas y escribió una tesis de maestría sobre la recepción de Hegel por parte del joven Karl Marx. Cuando el PDS se fusionó con el WASG de Lafontaine en 2007 para formar el partido La Izquierda, Wagenknecht fue una de las iniciadoras de la corriente interna del partido “Izquierda Anticapitalista”, una alianza de grupos pseudoizquierdistas.
Sin embargo, pronto se alejó y en 2011 se comprometió incondicionalmente con el capitalismo. En un libro titulado Freiheit statt Kapitalismus (Libertad en lugar de capitalismo) [3], publicó un panegírico al capitalismo de posguerra de Alemania Occidental y a Ludwig Erhard (CDU), ministro de Economía y más tarde canciller federal. Los términos socialismo y marxismo ya no aparecen en su libro. Durante este tiempo también se acercó a Oskar Lafontaine, ex líder del SPD y cofundador del partido La Izquierda. La pareja se casó en 2014.
Desde entonces, Wagenknecht ha ido moviéndose cada vez más hacia la derecha. En 2021, publicó su libro Die Selbstgerechten (Los moralistas). [4] En él, despotrica contra el “cosmopolitismo” y la apertura mental, promueve el proteccionismo y un Estado fuerte, y denuncia a los inmigrantes y refugiados por suprimir los salarios, romper huelgas y, en general, como elementos culturalmente ajenos. El libro anticipó la plataforma del BSW: una mezcla de demagogia social, retórica pacifista, nacionalismo económico y agitación contra los refugiados.
Wagenknecht ahora descarta sus anteriores declaraciones estalinistas y pseudoizquierdistas como pecados de su juventud, como su reacción desafiante contra el oportunismo de los altos funcionarios estalinistas de Alemania del Este que, después de la reunificación de Alemania en 1989/90, de repente se convirtieron en entusiastas partidarios del capitalismo. Sin embargo, existe una continuidad entre sus anteriores posiciones estalinistas y sus actuales posiciones anticomunistas.
El “Marx” al que se refería Wagenknecht en su juventud no tenía nada que ver con el autor del Manifiesto Comunista, que era un revolucionario en cada fibra de su ser y cuya visión y audacia de pensamiento siguen asombrando hoy. Ella interpretó a Marx en la versión osificada de la burocracia estalinista, que desvirtuó al revolucionario convirtiéndolo en un filósofo servil del Estado para justificar su propia dictadura sobre la clase obrera. La estrechez de miras nacional, la insistencia en un Estado fuerte que garantice la paz y el orden, el miedo descontrolado ante cualquier movimiento espontáneo desde abajo, la xenofobia y todo lo demás que caracteriza al BSW hoy en día: todo esto ya era característico del estalinismo del partido estatal de Alemania del Este, el Partido Socialista Unificado (SED).
La afirmación de que la dictadura que Stalin había establecido en la Unión Soviética en la década de 1920 y que se había trasladado a Alemania del Este y Europa después de la Segunda Guerra Mundial era la consecuencia inevitable de la Revolución de Octubre rusa y encarnaba la única forma concebible de socialismo (“el socialismo real existente”) es la gran mentira del siglo XX, una mentira difundida por igual tanto por estalinistas acérrimos como por anticomunistas fanáticos.
Sahra Wagenknecht también propuso esta mentira. En un largo ensayo titulado “Marxismo y oportunismo”, que publicó en abril de 1992 en el Weissenseer Blätter [5], escribió que “no se puede negar que la política de Stalin –en su orientación, sus objetivos y probablemente también en su enfoque– puede considerarse una continuación de los principios de Lenin”. Ni el enfoque de Bujarin ni el de Trotsky ofrecían una alternativa viable a la línea de Stalin, afirmó. “El modelo de sociedad que surgió en la Unión Soviética durante la era de Stalin, que luego fue adoptado en sus rasgos básicos por los países de Europa del Este”, era la “única forma posible de socialismo”.
Wagenknecht defiende a Ulbricht
Cuando Sahra Wagenknecht se unió al SED a la edad de 20 años en el verano de 1989, el carácter absolutamente reaccionario del estalinismo era visible para todos. La resistencia al gobierno burocrático se estaba desarrollando en toda Europa del Este. Lo que atraía a Wagenknecht no eran los logros sociales de Alemania del Este (RDA), sino más bien su dictadura burocrática.
En su texto de 1992, no solo justifica a Stalin sino también los peores crímenes del régimen de la RDA. Elogia explícitamente a Walter Ulbricht, quien había sido colocado a la cabeza del Partido Comunista Alemán y luego del SED de posguerra por Stalin personalmente. Ulbricht fue el responsable de la represión del levantamiento obrero del 17 de junio de 1953 y de la construcción del Muro de Berlín.
Wagenknecht acoge con satisfacción explícita la decisión de Ulbricht de aumentar las normas laborales y la represión estatal con el “Nuevo Sistema Económico” introducido después de la construcción del Muro. “La liberación de la economía del control directo del aparato centralizado se correspondió con la consolidación del papel político dirigente del partido”, escribe, describiendo así la creciente importancia de la vigilancia estatal y la represión por parte de las fuerzas de seguridad. “A menudo se acusó a este segundo lado político del NSE de contradecir los cambios económicos. Sin embargo, si se examina más de cerca, estas medidas eran inevitables por el momento”. De lo contrario, según Wagenknecht, habrían conducido muy rápidamente a acontecimientos como la Primavera de Praga de 1968. [6]
Wagenknecht atribuye la decadencia de la RDA, que finalmente condujo a su disolución, a “la caída de Ulbricht en 1971” y a los “cambios introducidos durante ese período”. Se refiere a las concesiones sociales que el sucesor de Ulbricht, Erich Honecker, tuvo que hacer para apaciguar a la clase obrera. Frente a las feroces luchas de clases, que también estallaron en los países occidentales entre 1968 y 1975, los estalinistas temían que su poder estuviera en peligro si los trabajadores del Este y del Oeste se unían en una lucha contra el capitalismo y el estalinismo.
Wagenknecht reprocha a Honecker haber cedido a la presión de los trabajadores en lugar de mantenerse firme. Lo acusa de “redistribuir el ingreso nacional en favor del consumo, al tiempo que reducía irresponsablemente la tasa de acumulación”. Y continúa: “Como el principio de rendimiento quedó suspendido por medio de la política social, la voluntad de trabajar disminuyó; el resultado fue la ociosidad, la dejadez y el amiguismo”. En casi todos los ámbitos de la sociedad se había logrado imponer una “política igualitaria”.
El aumento de la tasa de acumulación, el principio del rendimiento laboral, la hostilidad al igualitarismo: todo esto son las características de las propuestas políticas de Wagenknecht en la actualidad. No podía expresar con mayor claridad su abismal desprecio por la clase obrera. En nombre del “socialismo”, abogó por una política que ignoraba despiadadamente las necesidades y la voluntad de los trabajadores. Hoy defiende el capitalismo con la misma arrogancia. “El defecto del capitalismo actual no es que sea una meritocracia, sino que no es una meritocracia”, escribe en Libertad en lugar de capitalismo.
Por consiguiente, a pesar de sus frases socialistas, Wagenknecht no se oponía a la restauración capitalista. Más bien, hablaba en nombre de un ala de la burocracia que buscaba llevar a cabo la restauración del capitalismo “a la manera china”. En junio de 1989, el régimen maoísta chino reprimió brutalmente las protestas de estudiantes y trabajadores con la masacre de la plaza de Tiananmen, allanando así el camino para la introducción del capitalismo mientras mantenía su dictadura.
Las transiciones entre los diversos bandos del SED fueron fluidas. Hans Modrow, que había viajado personalmente a Beijing ese verano para felicitar al régimen por la masacre de Tiananmen, fue el último primer ministro del SED/PDS de la RDA y organizó la unificación de Alemania seis meses después. Según él, era “absolutamente necesaria” y había que “llevarla a cabo con determinación”. [7]
Como líder de la Plataforma Comunista (KPF) dentro del PDS, Wagenknecht jugó un papel decisivo para mantener a bordo a las antiguas élites de la RDA, que habían salido con las manos vacías de la reunificación, al tiempo que allanaba el camino para la restauración del capitalismo. Sus frases socialistas y su homenaje a Ulbricht y Stalin eran más que una simple música de fondo. La identificación del socialismo con los crímenes estalinistas tenía como objetivo suprimir cualquier oposición socialista seria en la clase obrera.
En realidad, el estalinismo fue el sepulturero de la revolución que llevó a la clase obrera al poder en Rusia en octubre de 1917. La burocracia parasitaria, cuyos intereses encarnaba Stalin, era un tumor canceroso en el joven estado obrero, que proliferó como resultado de la guerra civil y el aislamiento internacional de la Unión Soviética. El control sobre la distribución de las necesidades más básicas dio a los miembros del aparato estatal y del partido privilegios con los que las masas trabajadoras sufrientes solo podían soñar.
Para defender su posición privilegiada, la burocracia eliminó la democracia soviética, suprimió la oposición de la clase obrera y mató a cientos de miles de revolucionarios y marxistas en el Gran Terror de 1937-38. Las principales víctimas del terror fueron los miembros de la Oposición de Izquierda y de la Cuarta Internacional, quienes, bajo la dirección de León Trotsky, defendieron el programa internacional de la revolución socialista.
Stalin reemplazó este programa, en el que se había basado la Revolución de Octubre, por una perspectiva nacionalista que correspondía a los intereses conservadores de la burocracia. Ya no vinculaba la construcción del socialismo en la Unión Soviética al progreso de la revolución socialista mundial, sino que afirmaba que el socialismo podía construirse “en un solo país”, es decir, independientemente de la economía mundial.
Este programa nacionalista se convirtió en la fuente de crisis devastadoras dentro de la Unión Soviética y de derrotas catastróficas para la clase obrera internacional. En Alemania, Hitler nunca habría llegado al poder sin las desastrosas políticas del Partido Comunista Alemán (KPD). Aunque los partidos KPD y SPD juntos eran mucho más fuertes que los nazis, el KPD, bajo presión de Stalin, se negó a luchar por un frente unido contra los nazis.
El heroísmo y el sacrificio con que el Ejército Rojo derrotó a los nazis en la Segunda Guerra Mundial demostraron que los logros de la Revolución de Octubre habían conservado un enorme atractivo a pesar de los crímenes de Stalin. Sin embargo, la expansión de posguerra del modelo social de la Unión Soviética en Europa del Este no marcó un retorno al programa de la revolución socialista mundial.
Mientras la guerra todavía estaba en curso, Stalin había acordado con sus aliados estadounidenses y británicos dividir Europa en zonas de influencia. Esto le permitió a Stalin controlar una zona de amortiguación en Europa del Este destinada a proteger a la Unión Soviética de un ataque militar. A cambio, Stalin prometió a los EE. UU. y Gran Bretaña que, con la ayuda de los partidos comunistas, reprimiría los levantamientos revolucionarios que el Kremlin temía tanto como Washington y Londres.
Esto se aplicó no sólo a Europa occidental, donde los estalinistas desarmaron a los partisanos italianos y franceses que habían luchado contra los nazis, sino también a Europa del Este. En Alemania, el “Grupo Ulbricht”, que había regresado del exilio en Moscú con el Ejército Rojo, disolvió los comités antifascistas y consejos obreros que se habían formado espontáneamente. Esto “no fue otra cosa que el aplastamiento de los primeros intentos de un movimiento antifascista y socialista potencialmente poderoso e independiente”, escribió Wolfgang Leonhard en sus memorias. [8] Leonard fue un miembro original del “Grupo Ulbricht” que más tarde rompió con el estalinismo.
Fue recién con el comienzo de la Guerra Fría que los estalinistas en Alemania del Este y Europa establecieron regímenes basados en el modelo de Moscú y procedieron a la expropiación a gran escala de la industria, los bancos y las grandes propiedades. Este fue un enorme avance social que privó a los principales puntales del régimen nazi –los Junkers, los industriales y los banqueros– de sus posesiones materiales, creó las condiciones para el uso planificado de los recursos económicos y proporcionó a la clase obrera un grado relativamente alto de seguridad social.
Pero a diferencia de lo que ocurrió en la Unión Soviética, las expropiaciones en Europa del Este y la RDA no fueron el resultado de una revolución proletaria. No hubo soviets ni consejos obreros, sino que, por el contrario, se vieron acompañados de una creciente represión y de una creciente presión económica sobre los trabajadores.
El 17 de junio de 1953 estalló en la RDA el primer levantamiento de masas del proletariado contra el estalinismo. La protesta de los obreros de la construcción de Berlín Oriental contra el aumento de las cuotas de producción se convirtió en veinticuatro horas en una huelga de masas, que fue reprimida sangrientamente por las tropas y los tanques soviéticos. Más de cien obreros fueron fusilados y cientos de huelguistas y sus dirigentes fueron detenidos como “agentes contrarrevolucionarios” y encarcelados durante años. En los años siguientes, los levantamientos obreros también fueron brutalmente reprimidos en Hungría, Polonia y Checoslovaquia.
En 1961, Walter Ulbricht, el hombre más poderoso de la RDA entre 1950 y 1971, ordenó la construcción del Muro de Berlín. Su objetivo era impedir que los trabajadores emigraran a Occidente, lo que permitiría a la burocracia aumentar aún más la presión sobre el trabajo.
En 1963, Ulbricht introdujo el “Nuevo Sistema Económico”, elogiado por Wagenknecht, que declaraba que el principio burgués de rendimiento era un “principio socialista” e intensificaba la represión estatal. “Para los trabajadores de producción, el NES significó un enorme aumento de la presión laboral… Para los empleados de alto nivel, los miembros de la intelectualidad técnico-científica en las fábricas y, por supuesto, los funcionarios del aparato estatal y del partido, el NES, por otro lado, proporcionó acceso a nuevos privilegios y riquezas”, escribió Wolfgang Weber en el libro DDR—40 Jahre Stalinismus ( Alemania del Este: 40 años de estalinismo ). [9]
Ya en la década de 1930, León Trotsky, el líder de la Oposición de Izquierda al estalinismo y fundador de la Cuarta Internacional, había advertido que la burocracia estalinista, “que se está convirtiendo cada vez más en la herramienta de la burguesía mundial en el estado obrero”, derribaría las nuevas formas de propiedad y arrojaría al país de vuelta al capitalismo si la clase obrera no aplastaba a la burocracia y abría el camino al socialismo. [10]
Esta advertencia se confirmó a principios de la década de 1990. Lo que los tanques de Hitler no habían logrado, la destrucción de la Unión Soviética y las relaciones de propiedad creadas por la Revolución de Octubre, finalmente lo logró la burocracia estalinista bajo el liderazgo de Mijail Gorbachov y Boris Yeltsin.
Esta fue su respuesta a la creciente resistencia de la clase obrera. En particular, las huelgas de masas en Polonia a principios de la década de 1980 desataron el pánico entre los gobernantes estalinistas en Moscú. Pero décadas de persecución de los marxistas revolucionarios habían desarmado políticamente a la clase obrera, que fue incapaz de impedir la restauración capitalista. En la RDA, el trotskismo también fue sistemáticamente reprimido. Oskar Hippe, un destacado trotskista de la República de Weimar que había sobrevivido al terror nazi, fue encarcelado por el régimen de Ulbricht en 1948 durante ocho años.
El 4 de noviembre de 1989, cuando un millón de personas protestaron en Berlín contra el régimen del SED, el Bund Sozialistischer Arbeiter (BSA), predecesor del Sozialistische Gleichheitspartei (Partido Socialista por la Igualdad), distribuyó el llamamiento: “¡Derroquemos a la burocracia del SED! ¡Construyamos consejos obreros!”. El BSA apoyó la protesta, pero advirtió contra las ilusiones en la democracia burguesa, que en realidad significaba la dictadura del capital. Sólo había una alternativa a la dictadura estalinista: la democracia obrera y el socialismo.
El llamamiento tuvo una amplia aceptación. Sin embargo, en colaboración con activistas de derechos civiles “democráticos” y los principales partidos políticos de Alemania Occidental, los estalinistas del SED/PDS lograron dirigir el movimiento hacia la unidad alemana, con consecuencias sociales catastróficas. El sector industrial de Alemania Oriental fue liquidado casi por completo, millones de personas perdieron sus empleos y muchos se hundieron en la pobreza.
No se habló del estalinismo
Cuando el PDS apoyó activamente la reunificación alemana, Wagenknecht no sólo permaneció en el partido, sino que se convirtió en parte de su liderazgo. La cuestión del estalinismo provocó tensiones en repetidas ocasiones, pero la Plataforma Comunista de Wagenknecht y el liderazgo de derecha en torno a Gregor Gysi, Lothar Bisky y Hans Modrow coincidieron en una cosa: no debía haber ningún ajuste de cuentas político con el estalinismo.
En enero de 1995, Gysi, Bisky y Modrow presentaron una moción a la conferencia del partido PDS declarando que las “opiniones estalinistas” eran incompatibles con la membresía del PDS. En la práctica, esto debería haber llevado a la expulsión de Wagenknecht y de la Plataforma Comunista, cuyas posiciones proestalinistas eran vistas como un obstáculo para el acceso del PDS a los gobiernos locales y estatales.
El Bund Sozialistischer Arbeiter intervino en ese momento con una Carta Abierta a los delegados, en la que se oponía a la expulsión de la Plataforma Comunista. Si bien las posiciones de la Plataforma Comunista eran reaccionarias, su expulsión sólo serviría para sofocar el debate sobre la cuestión del estalinismo, explicaba la carta. Sin una comprensión clara del papel del estalinismo, las causas de la restauración capitalista y la catástrofe social asociada a ella resultarían incomprensibles:
El estalinismo es mucho más que un régimen antidemocrático o un conjunto de medidas represivas. El crimen histórico del estalinismo consiste en el hecho de que durante más de 70 años socavó sistemáticamente la conciencia de la clase obrera y destruyó sus tradiciones socialistas. Sólo así se explica cómo las clases trabajadoras de los Balcanes, Europa del Este y la ex Unión Soviética se vieron reducidas a una parálisis política ante un resurgimiento masivo del nacionalismo y el fascismo.
Las primeras medidas represivas, las más furiosas y sistemáticas del estalinismo, se dirigieron contra los socialistas, sobre todo contra los trotskistas, que defendían las perspectivas de la Revolución de Octubre. Stalin podía jactarse con razón de haber matado a más comunistas que Hitler. En interés de una burocracia privilegiada, cometió un genocidio contra toda una generación de socialistas.
Aquellos que hoy intentan responsabilizar al bolchevismo por el estalinismo “olvidan” que el camino de Stalin al poder se realizó sobre los cadáveres de todos los bolcheviques –decenas de miles en número– que habían realizado la Revolución de Octubre junto a Lenin. [11]
Ni la dirección del partido ni la Plataforma Comunista mostraron el menor interés en aclarar la cuestión del estalinismo. Wagenknecht no fue expulsada, pero sí perdió temporalmente su puesto en la ejecutiva del partido. Cuando se reanudó la conferencia del partido un año después, la disputa con la Plataforma Comunista ya se había solucionado hacía tiempo. “El objetivo se ha logrado. El rumbo político del PDS se ha orientado hacia la participación gubernamental y la colaboración con el SPD. No ha habido ningún ajuste de cuentas político con el estalinismo”, comentó la Neue Arbeiterpresse, el periódico de la BSA. [12]
Tres años después (el PDS ya había nombrado a sus primeros ministros estatales en Mecklemburgo-Pomerania Occidental) – un miembro de la Plataforma Comunista fue elegido de nuevo para el ejecutivo y Wagenknecht recibió tantos aplausos como el presidente del PDS Lothar Bisky por su discurso en la conferencia del partido. Ahora era necesaria como hoja de parra de izquierdas para encubrir la política de derechas del PDS y, más tarde, del partido La Izquierda.
Wagenknecht siguió desempeñando este papel durante más de 20 años, mientras ascendía en la dirección del partido. Fue miembro del Parlamento Europeo, miembro del Bundestag, vicepresidenta del partido y líder del grupo parlamentario en el Bundestag. Wagenknecht sólo abandonó el Partido de Izquierda cuando sus resultados electorales se desplomaron.
Stalin y Ulbricht han desaparecido del vocabulario de Wagenknecht. Lo que queda es el nacionalismo crudo, la fe en el Estado y la hostilidad a la revolución que caracterizaron a la burocracia estalinista. Basándose en esto, Wagenknecht está tratando de movilizar a los miembros de las clases medias (burócratas sindicales, funcionarios estatales, propietarios de pequeñas empresas) que se sienten abrumados por el progreso tecnológico y la globalización, pero temen aún más un levantamiento de la clase trabajadora.
León Trotsky había descrito a la burocracia estalinista como una herramienta de la burguesía mundial dentro del estado obrero. Esto se confirmó con la restauración capitalista en la Unión Soviética y Europa del Este. La evolución de Wagenknecht, de archiestalinista a defensor del capitalismo y chovinista vehemente, sigue la misma lógica.
Es imposible detener la guerra, el fascismo, los despidos masivos y los recortes sociales sin luchar por su causa: el capitalismo. Sólo un movimiento basado en un programa socialista y que una a la clase obrera a nivel internacional puede evitar un deslizamiento hacia la barbarie. Para ello, es necesario estudiar y comprender las lecciones de la lucha centenaria del movimiento mundial trotskista contra el estalinismo, y construir el Partido Socialista por la Igualdad y el Comité Internacional de la Cuarta Internacional como el nuevo partido de la clase obrera.
[1]
Peter Schwarz, La Alianza Sahra Wagenknecht adopta un manifiesto de derecha para las elecciones europeas, WSWS, 8 de febrero de 2024
[2]
Sahra Wagenknecht, Meine Vision für Deutschland: Frieden, Freiheit, Wohlstand für alle, Die Weltwoche, 11 de mayo de 2023
[3]
Peter Schwarz, T estaferro de “izquierda” del Partido de Izquierda alemán elogia la meritocracia y el mercado, WSWS, junio 20, 2011
[4]
Peter Schwarz, La diatriba nacionalista de un líder del Partido de Izquierda: una reseña del nuevo libro de Sahra Wagenknecht, WSWS, 13 de julio de 2021
[5]
Sahra Wagenknecht, Marxismus und Opportunismus – Kämpfe in der Sozialistischen Bewegung gestern und heute, Weissenseer Blätter, 4/1992
[6]
Ibíd..
[7]
Hans Modrow, Aufbruch und Ende, Hamburgo 1991, p.145
[8]
Wolfgang Leonhard, Die Revolution entlässt ihre Kinder, Köln 1955, p. 397
[9]
Wolfgang Weber, DDR – 40 Jahre Stalinismus. Ein Beitrag zur Geschichte der DDR, Arbeiterpresse Verlag (Mehring Verlag), 1993, págs. 66-67
[10]
León Trotsky, El programa de transición
[11]
Neue Arbeiterpresse Nr. 805, 2 de febrero de 1995 [12] Neue Arbeiterpresse Nr. 827, 18 de enero de 1996
[12]
Neue Arbeiterpresse Nr. 827, January 18, 1996
(Artículo publicado originalmente en inglés el 12 de noviembre de 2024)
https://www.wsws.org/es/articles/2024/11/16/8bf1-n16.html?pk_campaign=wsws-newsletter&pk_kwd=wsws-daily-newsletter