Fuente: https://elsudamericano.wordpress.com/2020/05/17/del-antisemitismo-al-anticomunismo-por-rudi-dutschke/ Rudi Dutschke MAYO 17, 2020
DEL ANTISEMITISMO AL ANTICOMUNISMO por Rudi Dutschke
[…]
Fromm considera que el Yo reprimido por el Ello y por el Súper-Yo, impotente y temeroso, es el presupuesto de la actitud ambivalente, sadomasoquista, de la personalidad autoritaria. Su represión acarrea mistificaciones constantemente renovadas de la realidad y conflictos neuróticos, se expresa como comportamiento rebelde o devoto respecto de los poderosos, como odio sádico a los débiles y en la falta de todo valor cívico. Para mantener acallados sus sentimientos de angustia y culpa y conseguir, al menos, una identidad temporal, el autoritario se identifica con el estado, con el caudillo, con la nación, etc. De este modo puede el pequeño burgués refrenar su terror y sentirse arropado y protegido en la autoridad.
En The Authoritarian Personality, 1 la investigación sociopsicológica de Adorno, Frenkel-Brunswik, Levinson y Sanford, se esbozan los siguientes síntomas de la personalidad autoritaria:
1. Convencionalismo (rigidez de la actitud moral, etcétera).
2. Sumisión a las autoridades morales idealizadas del in-group (a pesar, o incluso a causa, de la profunda ambivalencia respecto de autoridades).
3. Hostilidad contra personas que choquen con los valores convencionales (las personas cargadas de prejuicios quieren contarse entre los “bienpensantes” y “justos”).
4. Recusación de lo subjetivo, lo imaginativo, lo “blando”.
5. Superstición y estereotipia.
6. Interés predominante por el aspecto de poder en las relaciones humanas, y acentuación de la “virilidad”.
7. Proyectividad.
8. Acentuación de lo sexual.
Esta base psicológica del fascismo no quedó superada por la derrota externa del fascismo en Alemania, [ni en el resto del mundo] sino que se pudo conservar, sin alteración esencial, en el anticomunismo.
[…]
El psicoanálisis, en cuanto doctrina de las consecuencias de la renuncia al instinto, desenmascaró la familia e indicó en ella el lugar de la pugna con el representante del dominio, con el padre en cuanto representante también del principio del rendimiento dominante en la sociedad. En compensación de la renuncia al instinto, se promete a los hijos, particularmente a los varones, la sucesión del padre, y el llegar a ser a su vez representantes de la estructura de rendimiento de la sociedad. Ya en época precapitalista tuvo el individuo que hacerse violencia. Para poder soportar física y psíquicamente el proceso de la acumulación primitiva de capital, el individuo tuvo que imponerse conscientemente inhibiciones que antes, originariamente, procedían de fuera, de la naturaleza.
La Reforma secularizó las normas religiosamente asimiladas, traspuso la instancia inhibidora de los instintos: de la Iglesia a la consciencia propia. La dialéctica de la utilidad y la razón caracteriza la situación de las masas oprimidas. La razón es en la sociedad de clases la razón de la clase dominante, que se orienta por el dominio y el beneficio y tiene que convencer a los oprimidos de que hay armonía entre el individuo y el todo. Pero los oprimidos quedaban excluidos de esa universalidad, y su renuncia al instinto se producía por la fuerza. Hoy siguen siendo seres sociales determinados y fabricados por la violencia, y siguen constituyendo la base de la dictadura de minorías sobre las masas.
“La renovación religiosa puso al hombre en condiciones de subordinar su vida inmediata a fines lejanos. Las masas se han alejado de la infantil entrega al instante y se han educado en la consideración objetiva, la consecuencia tenaz y el entendimiento práctico. Con ello no sólo han robustecido al hombre en su resistencia al destino, sino que, además, le han hecho capaz de desprenderse a veces de la intrincación de su vida y levantarse, en la contemplación, por encima de su interés propio y de su utilidad. Pero esas pausas contemplativas no han alterado en nada el hecho de que los fines de lo existente arraigan con profundidad cada vez mayor.” 2
[…]
La “servidumbre voluntaria” de los hombres, imprescindible para la formación y aún más para el modo de existencia de la sociedad burguesa, es en última instancia la forma de la autoconservación “adecuada a la realidad”. Esta estructura básica autoritaria es aprovechable desde un punto de vista capitalista, pues de ella no puede esperarse una pugna revolucionaria contra las estructuras existentes.
En la transición del capitalismo concurrencial al monopolista, nutridas capas burguesas pierden la conexión armoniosa entre la vida individual y un orden general y dador de sentido. Expresión histórica de esta ruptura es la ciega entrega de las masas autoritariamente gobernadas a las irracionalidades más brutales. Con la formación de gigantescos monopolios que levantaron una “impenetrable selva virgen”, junto con los gobiernos, entre ellos y los dominados se produjo la posibilidad de una planificación amplia, por un lado, y, por otro, la de guerras mundiales de aniquilación entre los monopolios a costa de las masas. En estas condiciones lo único que hace falta para mantener el statu quo social es una rígida disposición de la jerarquía social de arriba a abajo. Ahora ya coinciden más o menos plenamente la autoconservación de la sociedad burguesa con la “destrucción de lo humano”.
Las grandes perspectivas doctrinales de la filosofía idealista acerca de la autonomía del individuo no pudieron sobrevivir al desarrollo industrial en forma capitalista.
La decadencia de la razón, la totalización de la irracionalidad en la producción de las fuerzas destructivas y la disolución del individuo y de su despliegue autónomo son procesos paralelos. Bajo el dominio de los monopolios el individuo está siempre condenado a corto plazo. Siempre ha de estar vigilante y dispuesto, a punto de saltar, “sin escuchar la lengua más que como información, orientación o instrucciones, sin suelo y sin historia”. 3
También se disipa la consciencia de la servidumbre. La impotencia del individuo por un lado y la gigantesca potencia del capital por otro dificultan mucho al hombre el reconocer siquiera el fundamento de su miseria.
“La ideología se encuentra ya en la disposición de los mismos hombres, en su reducción espiritual, en su estar remitidos al grupo. No viven cosa alguna sino a la luz del convencional sistema de conceptos de la sociedad.” 4
La cosificación de los hombres no es en realidad tanta cómo para que carezcan totalmente de una roedora consciencia de la falsedad y la inhumanidad de la sociedad existente.
“Por mutilados que todos estén, pueden notar durante un instante que el mundo racionalizado bajo la constricción del dominio podría liberarlos de la autoconservación que hoy todavía contrapone unos a otros. El terror, ayudando a la razón, es al mismo tiempo el último medio para detenerlos; tan cerca ha llegado la verdad.” 5
El terror cínico y brutal del fascismo tenía. que impedir a las masas asalariadas que destruyeran por fin la relación capitalista, superflua ya desde hacía tanto tiempo. Tras la derrota externa del fascismo internacional, particularmente del alemán, empezó, luego de la segunda guerra mundial, una reproducción de las antinomias de la sociedad burguesa, pero con experiencias fascistas.
El fascismo actual no se manifiesta ya en un partido ni en una persona, sino que radica en la cotidiana educación de los hombres para ser personalidades autoritarias, o sea, en la educación. Dicho brevemente: se encuentra en el actual sistema institucional. Por eso este fascismo, a diferencia del de los años veinte y treinta, no puede producir la base activa de masas –por más que manipulada– con que contó su antecesor.
El sistema del capitalismo tardío es más que nunca un dominio minoritario sostenido por la contradictoria unidad del aparato total compuesto por la burocracia socio-estatal y los representantes de los oligopolios. La cotidiana movilización de toda la sociedad contra la idea de la liberación social respecto de un trabajo añadido y superfluo y de un dominio también innecesario tiene que reducir espiritual y biológicamente a los hombres al nivel de receptores de señales. En estas condiciones, mantener el concepto tradicional de masas, el de los años veinte, es ambivalente o, por mejor decir, estratégica y tácticamente falso. Los dominantes no pueden movilizar contra nosotros, de la noche a la mañana, cientos de miles de hombres. El contradictorio aparato global no puede siquiera permitirse hoy día movilizar las masas en su favor. Pues toda movilización de las masas contiene en las actuales circunstancias un momento de toma de consciencia respecto de los mecanismos existentes en la sociedad. Por eso los señores de arriba, los personajes dominantes, tienen que renunciar a la movilización de masas, que en última instancia podría orientarse contra el dominio ejercido por los burócratas y los monopolios.
[…]
Comprendimos que la burguesía, la clase dominante en todos los países del “mundo libre”, puede permitirse que minorías críticas discutan de problemas de su sociedad y de otras sociedades, que la burguesía está dispuesta a permitir toda discusión, toda discusión que no se salga nunca de la teoría.
[…]
La destrucción de los viejos cuadros revolucionarios del movimiento obrero por el fascismo y el stalinismo explica que pudiera resultar tan fácil y rápida la integración de las masas asalariadas en el anticomunismo, la “ideología” del período de la “guerra fría”. De nuevo había en las masas un estado de ánimo sordo –mediado por la guerra– anticapitalista (y antistalinista). Pero de nuevo también fracasaron los jefes socialistas revolucionarios, o en esta ocasión no los hubo. Así resultó fácil para los burócratas stalinistas, dirigidos desde fuera, y para las marionetas del capital y del dominio de la clase burguesa, teledirigidas por dentro, hacerse con las masas mediante concesiones, manipulaciones y represión directa. El socialismo revolucionario alemán desapareció históricamente de la escena política, para no volver a ser realidad histórica hasta unos veinte años después, en algunos sectores del estudiantado, en algunas fracciones de los asalariados de la industria y la administración y en algunos reducidos grupos de estudiantes de enseñanza media. La teoría marxista se individualizó y perdió así su núcleo subversivo. La concepción de la organización como academia en la cual los revolucionarios universales se forman omnilateral y creadoramente y se encuentran en interacción permanente con la práctica revolucionaria se disipó en el reino de las nieblas utópicas.
En los acuerdos de Yalta y de Potsdam los aliados antifascistas se habían puesto de acuerdo a costa de los estados fascistas. El occidente democrático-capitalista y la Unión Soviética, de aspiración socialista, ampliaron sus esferas de influencia de mutuo acuerdo. Pero los intereses comunes a corto plazo dejaron muy pronto paso a las fundamentales diferencias estructurales. La “guerra fría” empezó ya en 1947, cuando la doctrina Truman del anticomunismo se convirtió en línea maestra de la política exterior norteamericana. La “política de contención” de la oligarquía americana del poder condujo también muy pronto a la formación de los sistemas militares OTAN, CENTO y SEATO. Cuando en agosto de 1953 se tuvo la explosión de la primera bomba de hidrógeno soviética, sólo un año después de la americana, la histeria anticomunista entendió el acontecimiento como un “sabotaje”. Se reforzó el macarthismo, la “caza de brujas” dirigida contra todos los que no colaboraran en el anticomunismo.
Al alcanzar el “empate atómico”, la Unión Soviética no podía ya ser objeto del chantaje de la “gran bomba”.
El “discurso secreto” de Jruschov en el XX Congreso del PCUS –Stalin había muerto en 1953– abre una nueva fase de la política internacional. El levantamiento anticapitalista y antistalinista de los húngaros no acarreó un choque militar de las grandes potencias. La URSS y los EE.UU. no podían ya enfrentarse militarmente, aunque sí controlarse recíprocamente. Es importante observar a este respecto que el anticomunismo militante estaba muerto desde antes de nacer. Ni el 17 de junio de 1953 en Berlín-este y en la RDA ni en octubre de 1956 en Hungría se le autorizó a ser militante. Ni siquiera el 13 de agosto de 1961 cobró esta ideología un poco de contenido real; y eso es precisamente lo que hace de ella ideología plena.
Este período no dio perspectiva a los pocos socialistas organizados en el SPD o fuera de él, o en el SDS. Fue un período no comprendido, de mera frustración. No parecía dado aún un ámbito de movimiento para la propia práctica, más allá del capitalismo y del stalinismo. El proceso de reconstrucción del capitalismo en la Alemania occidental fue entonces interpretado por la mayoría de los socialistas como una cosa sorprendente, y por muchos como prueba definitiva de la organicidad a prueba de crisis del sistema del capitalismo tardío. De ahí nació la resignada teoría de la “sociedad cerrada”, impenetrable en todos sus puntos y capaz de asimilarse a todo. Réplica a esa tesis fue característicamente la teoría que hacía de la RDA “la verdadera patria de los socialistas alemanes”.
Durante todo este período comprendido entre 1945 y 1965 –que fue para la RFA un período entero de restauración sistemática, pero también una fase de desmistificación de las pequeñas fuerzas de pseudo-oposición de los partidos, las instituciones y las pugnas en el parlamento– se desarrollaron fuera de Europa, como lo había “anunciado” Lenin en su artículo sobre Pravda acontecimientos de importancia extraordinaria para la transformación revolucionaria del mundo:
“Al irse terminando la segunda guerra mundial, el principal problema político suelto era la cuestión colonial. Si el occidente hubiera intentado perpetuar el statu quo del colonialismo, habría habido inevitablemente revoluciones violentas, y una derrota también inevitable. La única política prometedora de éxito tenía que consistir en dar a los más progresados de entre esos 700 millones una independencia pacífica”.6
El ejemplo de las Filipinas puede ilustrar la solución:
“El 4 de julio de 1946 los Estados Unidos nos van a hacer una jugada descomunal. Ese señalado día el Tío Sam, con sus maneras honradas y todo sinceridad, declarará libre e independiente a nuestro país, entre marchas militares, desfiles y discursos. Con este gran gesto los Estados Unidos de Norte América darán un ejemplo de fabuloso chantaje”. 7
Poco después ocurrían cosas como ésta:
“Unidades de la policía militar filipina dispararon hoy de 100 a 150 granadas de gran calibre, así como una gran cantidad de descargas de ametralladora, contra un terreno situado a unas doce millas en el cual se sospecha la existencia de campamentos de los huks rebeldes”. 8
Miles de huks fueron asesinados durante los años siguientes para destruir el brazo guerrillero del frente de liberación. Durante algunos años fue así posible reprimir la lucha. Pero hoy, a los veinte años, la nueva generación huk domina de nuevo grandes zonas del país, se extiende la lucha y el títere gobernante exige a los Estados Unidos más apoyo militar, con objeto de evitar el Vietnam de los años setenta…
Pocos meses después de la declaración de la independencia filipina empezó en Madagascar una sublevación contra el colonialismo francés. Fue aplastado de un modo siniestramente sangriento. Unos 80.000 malgaches fueron muertos. Ni la Unión Soviética, ni la ONU ni la “opinión pública mundial” atendieron por entonces a aquellos hechos.
Durante los años cuarenta sólo las masas chinas consiguieron pasar del reino de la explotación imperialista al reino de la pobreza socialista, punto de partida de una real satisfacción de las necesidades de las masas en China.
La fórmula de la independencia de los territorios coloniales se llenó muy pronto con el inmutado contenido de la dependencia política y la explotación económica. El capitalismo, debilitado por la guerra, necesitaba grandes masas de capital para su reconstrucción: Paul Baran ha escrito en The Political Ecoonomy of Growth:
“Entre 1945 y 1951, las colonias inglesas se vieron obligadas, bajo innumerables pretextos, a acumular no menos de mil millones de libras esterlinas […] esa suma constituyó la exportación de capital colonial a Inglaterra”
Las colonias, o los nuevos países independientes del tercer mundo, que habrían necesitado esas sumas de miles de millones para la construcción rápida de una industria que satisficiera las necesidades de las masas, siguieron siendo explotados por las “leyes naturales” del mercado mundial, determinadas en parte sustancial por las giant-corporations, que hundieron los precios de la mayoría de las materias primas.
La situación de miseria, acentuada por el intenso aumento de la población y que el capitalismo, estancado o decadente, no podía ya superar, produjo convulsiones violentas cada vez más frecuentes:
“Los EE.UU. están hoy inextricablemente mezclados en esas duras luchas –China, Corea, Japón, Malasia (Filipinas, Indonesia holandesa, Malaya británica, Indochina francesa), Siam, Birmania e India– y aún se hundirán más en ellas en un futuro próximo. No hay duda de que tomarán sus posiciones y desarrollarán su variante característica de esta nueva forma de imperialismo”.9
Lo peculiar de esta nueva forma de imperialismo consiste en que no ha de ser entendido de un modo primariamente económico. No hay duda de que las baratas materias primas siguen siendo hoy importantes y rentables, pero no son ya el centro del fenómeno imperialista. La nueva forma del imperialismo se caracteriza por el hecho de que se apoya en “gobiernos amigos, títeres, quislings y colaboradores de todo tipo, incluidos algunos tipos de supuestos movimientos de resistencia”. 10
En el capitalismo decadente –lo que quiere decir, objetivamente, desde finales de la primera guerra mundial y, subjetivamente, desde la instauración de la dictadura del proletariado en la Unión Soviética bajo la forma de dictadura de la vanguardia– empieza a disminuir esencialmente la importancia de la exportación de capitales. La cosa no puede asombrar, porque en la época de las crisis políticas y económicas más graves no se puede prestar capital si no es con la mayor cautela. A eso se añade que los países que han aumentado ya los gastos de armamento hasta el máximo tienen cada vez menos posibilidades de utilizar para fines de exportación un exceso de capitales, pues esos sobrantes se consumen precisamente en la preparación de una guerra moderna.
En el lugar de la exportación de capitales apareció ya durante los años veinte y treinta la comprensión de la necesidad de ampliar y explotar fuentes de materias primas y de sustancias energéticas (combustibles). La moderna industria de guerra consume reservas gigantescas de materias primas, y ese consumo aumenta aún en la medida en que se agudiza el peligro bélico.
Las fricciones entre los estados exigen “medidas estratégicas” y “dispositivos estratégicos” para anticiparse al enemigo potencial, para conseguir territorios nuevos, ocupar puntos de importancia estratégica que permitan tener una posición de partida favorable en caso de guerra. Impera la lógica de la máquina de guerra. La carrera de armamentos y los choques militares son “consecuencias plenamente normales” de ese desarrollo.
El período de decadencia del capitalismo es un período de crisis permanente del sistema capitalista; sólo la acción revolucionaria consciente de las masas que hayan llegado a la mayoría de edad política puede impedir la crisis, la guerra potencial, etc. Al terminarse la segunda guerra mundial nos encontramos ya, pues, en el terreno de la crisis permanente del sistema, pero ésta no sólo estaba sin superar, sino que además no era aún perceptible.
Empezamos a estudiar todos estos conocimientos acerca de los mecanismos y los diversos estadios del imperialismo en la época en que el problema del Congo y el del Vietnam ofrecieron dos ejemplos perceptibles y hasta manifiestos de la práctica de la contrarrevolución internacional.
[…]
A finales de 1966 quedó también claro que lo que importaba a los americanos en el Vietnam no era combatir una agresión comunista por el oeste, sino hacer del Vietnam un instructivo caso ejemplar de combate contra los movimientos socialistas revolucionarios de todo el tercer mundo. Los estudiantes antiautoritarios entendieron las frases de McNamara:
“El Vietnam no nos interesa como objetivo estratégico, ni siquiera como base política: nos interesa como ejemplo […] Este conflicto es típico. ¿Cómo puede superado victoriosamente una gran potencia como la nuestra? ¿Cómo un país que dispone de un potencial militar enorme y de un potencial político menor puede triunfar en cualquier lugar del mundo sobre un contrincante que es militarmente inferior, pero políticamente fuerte? Esta es la cuestión que se nos plantea. No es para nosotros una cuestión de vida o muerte, por lo menos no aquí ni ahora. Pero aquí y ahora tenemos que aprender métodos con los que podamos resolver ese mismo problema en cualquier lugar de Asia, África o, sobre todo, América latina, cuando un día se trate realmente de una cuestión de vida o muerte.”
La élite estadounidense del poder, particularmente McNaamara, reconocía cada vez más claramente que el problema del tercer mundo no es idéntico con el concepto tradicional y actual de comunismo. Con ello contribuyeron a la progresiva destrucción de su propia base, el anticomunismo.
La citada respuesta de McNamara, cínica, pero casi “histórico-materialista” en su veracidad, indica que en las fases decisivas de la pugna entre la revolución y la contrarrevolución también la burguesía asimila en medida insólita elementos histórico-materialistas de conocimiento. La burguesía no está condenada, como no lo estamos nosotros, a permitir que la historia discurra sobre ella como ciego acaecer, sino que puede, como nosotros, intervenir activa y autónomamente en el proceso de la historia para perpetuar la sumisión de las masas, la explotación y la miseria. Desde la organización internacional de la CIA hasta los diversos centros del Pentágono se muestra una tendencia clara: la de aniquilar las fuerzas revolucionarias del mundo entero mediante todas las posibilidades organizativas y técnicas de la técnica más desarrollada, a través de una lucha técnico-económica y militar…”
“…La creación de plusvalía no tropieza, descontados los necesarios medios de producción, es decir, la suficiente acumulación del capital, con más límite que la población obrera, siempre y cuando que se parta como de un factor dado de la cuota de la plusvalía, es decir, del grado de explotación del trabajo, y con el grado de explotación del trabajo, cuando se parte como de un factor dado de la población obrera. Y el proceso capitalista de producción consiste esencialmente en la producción de plusvalía, representada por el producto sobrante o por la parte alícuota de las mercancías producidas en que se materializa el trabajo no retribuido. No debe olvidarse jamás que la producción de esta plusvalía –y la reversión de una parte de ella a capital, o sea, la acumulación, que constituye una parte integrante de esta producción de plusvalía– es el fin directo y el motivo determinante de [toda] la producción capitalista. Por eso no debe presentarse nunca ésta como lo que no es, es decir, como un régimen de producción que tiene como finalidad directa el disfrute o la producción de medios de disfrute para el capitalista.11 Al hacerlo así, se pasa totalmente por alto su carácter específico, carácter que se imprime en toda su fisonomía interior y fundamental.
La obtención de esta plusvalía constituye el proceso directo de producción, el cual, como queda dicho, no tiene más límites que los señalados más arriba. La plusvalía se produce tan pronto como la cantidad de trabajo sobrante que puede exprimirse se materializa en mercancías. Pero con esta producción de plusvalía finaliza solamente el primer acto del proceso capitalista de producción, que es un proceso de producción directo. El capital ha absorbido una cantidad mayor o menor de trabajo no retribuido. Con el desarrollo del proceso que se traduce en la baja de la cuota de ganancia, la masa de la plusvalía así producida se incrementa en proporciones enormes. Ahora empieza el segundo acto del proceso. La masa total de mercancías, el producto total, tanto la parte que repone el capital constante y el variable como la que representa plusvalía, necesita ser vendida. Si no logra venderse o sólo se vende en parte o a precios inferiores a los de producción, aunque el obrero haya sido explotado, su explotación no se realiza como tal para el capitalista, no va unida a la realización, o solamente va unida a la realización parcial de la plusvalía estrujada, pudiendo incluso llevar aparejada la pérdida de su capital en todo o en parte. Las condiciones de la explotación directa y las de su realización no son idénticas. No sólo difieren en cuanto al tiempo y al lugar, sino también en cuanto al concepto. Unas se hallan limitadas solamente por la capacidad productiva de la sociedad, otras por la proporcionalidad entre las distintas ramas de producción y por la capacidad de consumo de la sociedad. Pero ésta no se halla determinada ni por la capacidad productiva absoluta ni por la capacidad absoluta de consumo, sino por la capacidad de consumo a base de las condiciones antagónicas de distribución que reducen el consumo de la gran masa de la sociedad a un mínimo susceptible sólo de variación dentro de límites muy estrechos. Se halla limitada, además, por el impulso de acumulación, por la tendencia a acrecentar el capital y a producir plusvalía en una escala ampliada. Es ésta una ley de la producción capitalista, ley que obedece a las constantes revoluciones operadas en los propios métodos de producción, la depreciación constante del capital existente que suponen la lucha general de la concurrencia y la necesidad de perfeccionar la producción y extender su escala, simplemente como medio de conservación y so pena de perecer. El mercado tiene, por tanto, que extenderse constantemente, de modo que sus conexiones y las condiciones que lo regulan van adquiriendo cada vez más la forma de una ley natural independiente de la voluntad de los productores, cada vez más incontrolable.
La contradicción interna busca una solución en la expansión del campo externo de la producción. Pero cuanto más se desarrolla la fuerza productiva, más choca con la base estrecha sobre la que están fundadas las relaciones de consumo…”12
* * *
Fragmentos de: “Los estudiantes antiautoritarios y las contradicciones del capitalismo tardío”
(Próxima publicación en nuestra colección digital)
Publicado en: La Rebelión de los Estudiantes de la Nueva Oposición. Un Análisis. Rudi Dutschke et al, Hamburgo. 1968
Original en alemán: Die Rebellion der Studenten oder Die neue Opposition. Eine Analyse. Edición: Rowohlt, Reinbek bei Hamburg. 1968
En Francés: La révolte des étudiants allemands. Edición: Gallimard, París, 1968
En Italiano: La ribellione degli studenti ovvero, la nuova opposizione. Edición Feltrinelli, Milano, 1968
En Castellano: La Rebelión de los estudiantes. Editorial Ariel. 1976
NOTAS: