Francisco Javier Rodríguez Amorín*
—¿Por qué el silencio?
—En silencio se rumia el rencor.
—¿Por qué el rencor?
—Porque nos dejarán solos, cuando necesitaremos
la cercanía, la comprensión y el cariño.
—Acaso seré yo…
Un rumor se escucha sobre las butacas
que se apaga cuando cae el telón.
Empieza el segundo acto.
Soy terriblemente egoísta,
te necesito a mi lado para ser feliz.
En un mundo con dos soles verdes en el horizonte,
tienes la sonrisa triste de bienvenida.
Sobre una cama de caricias y cuidados nos tendemos a descansar,
los huesos duelen y las fuerzas no se encuentran,
cuando son útiles.
Interludio en la terraza virtual.
Yo no soy nadie,
me dijo,
solo una niña pequeña jugando en la terraza.
Yo no soy nadie,
le dije,
solo un niño sin gracia oculto en la terraza.
Para descolgarse por las cornisas, nos vemos en la distancia,
como formas deformadas volamos por sombras
y cuerdas apretadas, en las pequeñas estrellas positivas.
Oro.
No te puedo curar.
Solo soy el acompañante cargado de versos,
de abrazos, de besos y oídos atentos
para los gestos, las miradas, las lágrimas
y los suspiros.
Viejos delincuentes obligados a huir,
añorando el lugar donde fueron felices,
toman la dirección contraria.
Los coros despiadados gritan la cuenta de los segundos,
y las miasmas juegan con el humo,
dibujan cabriolas en el aire.
El sesgo del cóndrulo iluso, es una ópera que ya termina.
Rebuscando en los rescoldos del meteorito,
encontramos miedo, dolor y astato.
Se despide del público, su seguro servidor…
* Francisco Javier Rodríguez Amorín es autor del poemario Segunda crónica en verso, en el El Garaje Ediciones.
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