Fuente: https://arainfo.org/daniel-jimenez-otra-muerte-gitana-sin-aclarar/
11 JUNIO, 2020, 10:35Cuando yo vivía en el gueto —uno de tantos barrios castigado por la exclusión y la pobreza que constituyen la geografía gitana española—, en la calle de al lado vivía Jairo: alto y moreno, con esas hechuras de nobleza y bonhomía que da el haberse criado en una familia gitana de bien y tímido y desconfiado por haberse criado en el gueto. Uno más de tantos chavorrillos.
En el gueto no hay mucho qué hacer para entretenerse. En la calle, siempre en la calle. Haga frío o calor ¡Las casas son tan pequeñas! Las chicas cotilleamos mientras comemos pipas y chuches; los chicos juegan a las cartas; los niños siempre gritando y corriendo; las niñas haciendo casitas y dando de comer a las muñecas… hasta que en verano cae la fresca o en invierno encendemos una lumbre y hacemos una juerga.
Aquella mañana, el camión de la basura había derribado el muro que bordeaba el gueto. Los payos tienen mucho miedo a que salgamos del gueto y por eso siempre nos rodean de muros. Sobre los cascotes del muro hicimos la juerga aquella tarde al caer la fresca.
Los niños con las guitarras y la Tamara se cantó que pa’ qué. Al momento, el Jairo se arrancó y su timidez se esfumó. Se llevó un ole en el que casi nos arrancamos la piel.
De repente, el silencio: unos payos habían subido al gueto. Es raro ver gachós por esas calles. Cuando vienen es para algo malo. Llegaron en un coche un hombre mayor y su hijo que tendría unos 28 o 29 años. Venían borrachos y se pararon justo al lado nuestro. Sin mediar siquiera un “hola” empezaron a farfullar y a gritar “¡Los gitanos habéis roto el muro y ese de ahí es mi campo y no voy a dejar que paséis!”
Alguien les explicó que había sido el camión de la basura. No nos creyeron y siguieron insultándonos.
Apareció la Guardia Civil. Se colocaron físicamente al lado de los payos agresores. Los jambos se envalentonaron y empezaron a llamarnos mentirosos. Jairo que estaba subido en uno de los cascotes del derribo del muro, muy cerca de uno de los gachós, resbaló y fue a caer justo delante de ellos. Uno de los borrachos agarró a Jairo por la camiseta y fue a pegarle.
Imaginaos la situación. Nosotras apartamos a Jairo de sus manos. La Guardia Civil esposó a ¡Jairo! Nos echamos encima de los guardias. Si se le llevan nos lo matan, nos lo destrozan, nos lo pegan, nos lo trauman. Esa es nuestra certeza. Por eso reaccionamos ¡Dios mío, qué miedo pasamos! Se lo llevaron al cuartelillo. Bajamos más de 200 a declarar, a decirle al cabo y luego al sargento que el pobre Jairo no había hecho nada. 200 gitanos y gitanas necesitaron para soltar a Jairo. Del otro lado tan solo la voz de 2 payos borrachos y un racismo de siglos.
Esto pasa cada día, cada tarde, cada noche en todos los guetos, en todos los barrios donde vivimos las familias gitanas. Por todas partes. Da igual que sea Andalucía o Navarra o Valencia o Extremadura. Esta violencia es sistémica y acaba convirtiendo la cárcel en una continuación del gueto.
Allá por donde vayas te lo cuentan las madres. Lo cuentan bajito, como un secreto que ocultar o una sombra de la que esconderse, porque, si te pillan los señores, te comen. A sus niños, cuando viene la policía al barrio, día sí o día también, los ponen contra la pared, los cachean, incluso los desnudan… Su delito: comer pipas en un banco o tocar la guitarra o fumarse un porro. De vez en cuando a algún agente se le va la mano y suelta un guantazo o un porrazo y no solo a los jóvenes del parque, también a los padres o abuelos que se acercan a preguntar qué pasa. A veces, los llevan a comisaría y los tienen retenidos las 72 horas que la ley les permite sin tener que presentarlos ante un juez. Esas 72 horas son terroríficas para nuestros hijos y nuestras familias. A veces nos los devuelven con los cuerpos magullados. O incluso muertos como a Manuel Fernández Jiménez cuyo caso sigue pendiente de una resolución judicial.
Los cuerpos y fuerzas de seguridad someten a un constante acoso a quienes viven en el gueto. Cualquier motivo es bueno para montar una redada y hacerlo con todos los medios posibles. Ese despliegue forma parte del espectáculo. El mensaje es bien claro: se persigue al crimen con contundencia pero rara vez vemos esa misma violencia en la persecución de otros delitos que no son tan del gueto.
Ser parado, identificado, registrado forma parte de nuestra vida cotidiana. Los controles policiales basados en el perfil étnico —cuando los agentes paran, interrogan y cachean a una persona en función de su aspecto o del lugar en el que vive y no por algo que ha hecho— afectan especialmente a la población gitana. Así lo demostró el Instituto de Derechos Humanos de la Universidad de Valencia hace unos años. A pesar de que el Comité para la Eliminación de la Discriminación Racial (CERD) de la ONU ha instado en diversas ocasiones al Estado español a tomar las medidas necesarias para poner fin de manera definitiva a los controles de identidad basados en perfiles raciales y étnicos y ha recomendado que estas conductas sean debidamente investigadas y sancionadas adecuadamente esta mala praxis policial continúa y así lo ha evidenciado un reciente informe de Rights International Spain.
Así se genera un miedo atroz y que se hereda. Nos da miedo salir del gueto. Ese es el objetivo: mantenernos allí recluidos. Pero hay que salir a buscarse la vida aunque haya que arriesgarse a tener un mal encuentro.
La violencia antigitana no sólo la ejercen los cuerpos y fuerzas de seguridad. También los guardias de seguridad: Eleazar García Hernández fue víctima de un posible homicidio doloso causado presuntamente por los guardias de seguridad del estadio El Molinón a donde este joven gitano, que padecía una discapacidad intelectual, acudió a ver jugar a la Selección.
Esta violencia de los “seguratas” a menudo consiste en el acoso a las mujeres gitanas que acuden a cualquier centro comercial. Durante el estado de emergencia, estas actuaciones policiales han mostrado bien a las claras sus supuestas motivaciones racistas.
El miedo también impide que haya denuncias. Y de eso se valen los perpetradores: están tranquilos sabiendo que no habrá consecuencias, que nadie castigará su violencia. Como ya hemos dicho antes, los organismos internacionales de protección de los Derechos Humanos exigen que haya justicia, que se investigue y se sancione debidamente a quien comete un acto de discriminación. No suele ser así, por desgracia.
Esta última semana hemos tenido noticias de un nuevo caso de posible violencia policial: Daniel Jiménez, muerto en circunstancias aún no aclaradas mientras estaba bajo custodia policial en la comisaría de Algeciras. Sí, justo esta semana en la que por todo el mundo se ha oído un clamor contra el racismo y la brutalidad policial por el presunto homicidio de George Floyd.
En este caso no habrá manifestaciones masivas ni saldrá ningún político ni ningún artista a apoyar a la familia. Así ocurre siempre. Las violencias antigitanas solo nos importan a nosotros, a quienes las sufrimos.
Esperamos que, al menos, haya una investigación que aclare lo sucedido y depure las responsabilidades. Mientras tanto solo nos queda gritar “nosotros sí os creemos”.
#ElAntigitanismoMata
La infografía fue publicada originalmente en 2018 en Pikara Magazine.